martes, 7 de julio de 2020

SÁNCHEZ - de Esther García Llovet



Toda la acción concentrada en una sola noche, la de San Lorenzo y sus estrellas fugaces, y tres personajes insomnes, perdedores rodeados de mucho lumpen, deambulan en busca de un galgo que es la clave de su penúltimo golpe. El territorio que recorren es un Madrid fantasmagórico, a la vez suburbial y onírico, donde la ciudad se convierte en la basura que inunda el campo, donde surgen gasolineras y bares perdidos que son como estaciones de tránsito en medio de la nada y camino a ninguna parte.
Así se presenta Sánchez, una novela corta nocturna y trepidante.

Cuando Sánchez y Nikki se encuentran esa noche de madrugada están lampando como siempre y poco más tienen que hacer: rememorar un pasado en pareja que no salió bien y atisbar un futuro que no puede ser más que precario. Nikki ha vuelto a Madrid después de estar trapicheando en La Línea con tabaco. Ahora está metida en una carrera ilegal de galgos: "Va a ser el taquillazo del verano, con apuestas de tres mil para arriba. Hay un galgo, un galgo que es una mala bestia. Tendrías que verlo. Filardi ha montado la carrera solo para él." Pero el dueño ha muerto y el galgo casi se escapa. Lo acabó encontrando Bertrán, un niño pijo y con insomnio, presente en mil chanchullos, al que todo el mundo debe dinero. 


Así que esa noche insólita se convierte en una búsqueda incesante, una road movie por un Madrid espectral en busca de un escurridizo galgo que les lleva a tropezarse con un buen puñado de náufragos.




Sánchez es todo un tipo. Un ludópata con más deudas que pelos tiene en la cabeza y que ignora la primera ley del jugador: 

"Hay un dicho entre los jugadores de cartas que viene a decir que si llegas a una partida y no sabes a la primera quién es el novato es que el novato eres tú." (La primera vez que oí esta sentencia fue en la formidable Rounders, de John Dahl).

Pero Sánchez tiene otras cualidades. Es guapo, tímido y muy hábil en los robos, trapicheos y cambiazos. Siempre está al cabo de la calle, de palo en palo. Igual baja a La Línea que se mete en el alquiler de pisos piloto o hace los turnos de noche en las colas del Cristo de Medinacelli para sacarse unos billetes. 

"...hasta que se hizo con una licencia de taxi y empezó a dar vueltas por Madrid. En turno de noche. Vueltas y más vueltas por el Madrid del desierto de Nevada. Algo se le empezó a fundir muy lentamente entonces."

Paradójicamente la protagonista de Sánchez es Nikki, la testigo y narradora de este viaje a ninguna parte. Los tres protagonistas, Nikki, Sánchez y Bertrán son tres polos opuestos, aunque esto sea físicamente imposible. Nikki es consciente de que la ha cagado, cayó a las cloacas y simplemente intenta sobrevivir. Sánchez es un gafe. Dando golpes aquí y allá se ha acostumbrado a ir perdiendo y a sablear a todo el que se pone por medio. Pero quizás esta noche llena de estrellas fugaces obtenga su redención. Bertrán es un niño pijo con un halo de suerte casi sobrenatural y una familia adinerada detrás. Todos están perdidos y además no saben lo que buscan. Por eso la novela está llena de agujeros en los que tropezaron y cayeron. A lo largo de la noche iremos descubriendo lo profundamente frágil que es el ser humano.
Esa noche Sánchez parecía el de antes.
—Esto no funciona así -le dije
—Por qué.
—Es capaz de cualquier cosa.
Se pasó el dedo por la cicatriz muy blanca de la ceja, producto de una de sus mil caídas.
—La realidad es gratis.
—Pero no barata.
El dinero. La pasta, la guita, la lana, la plata, el parné. Un agujero en cada mano y otro en la cabeza.




La trama es vertiginosa y la ambientación soberbia. Se diría que es el cuarto personaje.  Las escenas city lights prenden en la retina. Las gasolineras insomnes en la madrugada, los desiertos aparcamientos de los parques comerciales, Mercamadrid, los 24 horas, los descampados más allá de la M30... ¡Que alguien haga la película ya!. De hecho, según ha declarado la autora, la historia nació como guión (García Llovet ha estudiado Dirección de Cine) y evolucionó a novela. Pero ahí está todo. El estilo desnudo sustentado en frases cortas y compactas. El ambiente alucinado. Los diálogos cortantes y directos que impactan. No sé por qué (quizás por la eterna noche) he estado "viendo" la novela en Blanco y Negro: desde el mismísimo comienzo, con ese grupo de sordomudos bajo una farola mientras en primer plano se encuentran Nikky y Sánchez. También la visita al peruano del 24 horas que les lanza botellines a la cabeza o la terraza destartalada del antiguo bar de Nikki denominado, cómo no tratándose de tahúres y trileros, La Racha.

—¿Y dónde hemos quedado con la italiana?
—En La Racha —dije.
—¿La Racha?
—Un antiguo bar de Nikki.
—¿Tú antes tenías un bar?
—Yo antes era filóloga.
—¿Y qué tiene que ver la filología con los bares?
—Nada. La filología no tiene que ver con nada.
Yo antes era filóloga, sí, iba a ver pelis iraníes, dejaba propina, adelantaba por la izquierda. Hay que ver qué rápido acaba la ruina con la vergüenza."
La autora centra la acción en una sola noche, en tiempo real; como ya hiciera antes el maestro Scorsese en la enloquecida After Hours o Jarnusch en Into the Night o Linklater en la romántica Before sunrise (Antes de amanecer).
"Las cinco de la mañana existen aunque no las mire nadie. Están ahí, las cinco, muertas de aburrimiento, sin ganas de palique ya, esperando sentadas a que se haga de día y pase algo de una vez. Nos habíamos quedado casi sin gasolina y allí estábamos, en la gasolinera más cercana que encontramos antes de quedarnos tirados en medio de la M-30."


La novela nos traslada un turbia sensación de cansancio, de precariedad sin límite, de expectativa rota. Hay dos leit motiv que se repiten a lo largo del libro. El timo del trile y las estrellas fugaces. 

El contraste entre la bolita que aparece y desaparece en el baile de los tres cubiletes y los meteoritos cayendo del cielo es enorme. La magia de las perseidas y los deseos que conceden contrasta enormemente con el engaño manifiesto de las bolitas. Incluso hay una escena muy sintomática en la que Nikki y Sánchez acaban confundiendo las estrellas fugaces con botellines de cerveza que vuelan sobre sus cabezas.




Entre estos dos extremos podemos encontrar la linea moral de los protagonistas. La realidad los expulsó («Qué buenos somos aprovechando las sobras») y ahora pretenden la magia, pero se saben engañados por la vida. Más todavía. La visión del mundo que nos trasladan es la de que no somos más que meros comparsas en este mercado consumista:
“mira toda esta gente, los anuncios para tenernos despiertos, con los ojos como platos, dormidos no compramos cosas. Nos quieren despiertos a todas horas, que me lo digan a mí. Internet las veinticuatro horas, McDonald’s y Amazon y Netflix la noche entera, así consumimos. Aunque solo sean somníferos.”

Con Sánchez, Esther García Llovet confirma que ha destilado su propio estilo de narrar y ha encontrado un territorio propio: ese Madrid marginal que cobra vida en las altas horas de la madrugada, con personajes escurridizos que deambulan por espacios marginales y un tanto noir; sin nada que perder o ganar.




P.D._________________________________________________
Aunque es una novela totalmente autónoma, Sánchez constituye una especie de segunda entrega de la "Trilogía instantánea de Madrid" que se inició con la muy notable "Cómo dejar de escribir". 
Esther García Llovet nació en Málaga, en 1963; pero vive en Madrid desde 1970. Allí estudió Psicología Clínica y Direc­ción de Cine. Ha publicado Coda (2003), Submáquina (2009), Las crudas (2009) y Mamut (2013), además de las dos obras referidas y diversos relatos publicados en revistas y antologías.

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