Edward Thomas comenzó a escribir poemas muy tarde. Contaba treinta y seis años y sólo le quedaban 3 años más de vida, puesto que fue muerto el primer día de la batalla de Arras, en la Pascua de 1917, durante la Gran Guerra. Su poesía es un prodigio de rápida maduración e intensidad: "142 poemas en poco más de dos años, con escasas excepciones que desdigan de la calidad general".
Edward Thomas es el poeta de la Naturaleza, el Tiempo y los recuerdos. También de la muerte como una plenitud insoslayable. Sus versos se paran muchas veces sobre un paisaje o un rincón para extraer, de pronto, un atisbo de eternidad. Muchas de sus estrofas poseen esa calidad límpida y clásica de una poesía que antes que nada es próxima y sincera. Su lectura no hace sino confirmar que nos encontramos ante un poeta sencillo y natural donde encontramos el antiguo venero de la poesía más genuina.
Thomas es un poeta apegado a los hechos, casi descriptivo. Deja que su mirada vague por la naturaleza y desde allí logra transmitirnos el sutilísimo eco de la música que acompaña el devenir de la humanidad. Tanto Robert Frost como Thomas solían defender que el motor de la poesía no era la rima o la forma, sino el ritmo; que a Frost le gustaba denominar "cadencia". Él defendía que al escuchar voces tras una puerta cerrada, podías no identificar las palabras exactas, pero accedías a comprender su sentido. Es a través de ese sentido, desbloqueado por los ritmos de la voz que habla, cuando la poesía se comunica más profundamente, defendían.
EL POSTE DE SEÑALES
El mar, entre la niebla. El sol es tímido
y la hierba crecida y la maleza,
húmeda y áspera, están blancas por la escarcha
en la colina, junto a un poste de señales.
El humo del cigarro del viajero
flota sobre avellanos, sobre espinos.
Yo leo las señales. ¿Cuál será mi camino?
Dice una voz: "No habrías tú dudado
a los veinte". Pero otra voz, con sorna:
"A los veinte querías estar muerto".
Cayó de un avellano el oro de una hoja
de lo alto de su copa, y la primera
voz preguntó a la otra qué sería
ser un anciano ante ese poste. "Lo verás",
rió, y yo me uní a aquella risa.
"Tú lo verás, pero antes o más tarde
y pase lo que pase, te será concedido
un bocado de tierra que lo cure
todo, deseos y reproches, todo.
Y si hay algún defecto en ese Cielo
será la libertad de desear
y será tu deseo estar aquí, o en cualquier parte
hablándome, sin importar qué tiempo hace
ni cuál es nuestra edad -cualquiera vale-,
para saber qué pueden ser días y noches,
el sol, la helada, el mar, la tierra misma,
verano, otoño, invierno, primavera,
con un hombre cualquiera, hasta un rey,
en pie a la intemperie, preguntándose
por dónde continúa su camino, dónde."
Thomas siempre tiende a evocar la vida en toda su sencillez. A través de su recorrido por la naturaleza el poeta busca encontrar el lugar del hombre en el universo. Prácticamente cualquiera puede percibir en su poesía "una morosa observación de la vida concreta de seres concretos en un espacio y un tiempo concretos. Los árboles, pájaros, graneros, casas, vagabundos, estanques y molinos de sus poemas poseen una inamovible facticidad."
Eso ocurre porque su poesía es directa, parte de una intuición inmediata, que se nos transmite sin artificio ni aspavientos, que intenta penetrar el pulso de la vida en su más primigenia emoción.
Las metáforas y reflexiones de Thomas no requieren de alusiones mitológicas. Wordsworth liberó a la poesía de sus referencias clásicas y mitológicas, reclamó "el derecho de contemplar directamente las cosas sin el recurso a los antiguos", como bien indica el poeta Gabriel Insausti (autor de la traducción) en su esclarecedor Prólogo.
Como buen seguidor de Wordsworth, Thomas esquiva las tradiciones bucólicas, llenas de artificio y referencias mitológicas, en su visión de la Naturaleza. "Mientras que la tradición bucólica es tópica e intemporal, la imagen de la Naturaleza en Thomas es cercana, personal, habitable...y fugaz."
La Naturaleza y el Tiempo en Thomas están pegados a la experiencia personal y, por lo tanto, son efímeros e irrecuperables.
YO NUNCA HABÍA VISTO AQUELLA TIERRA
Yo nunca había visto aquella tierra
ni podré ya volver a verla nunca.
Pero, por el dolor o la alegría
o por haberla hallado por azar,
fue muy grande el amor que en mí creció
hacia el valle y el río y el ganado
y la hierba y los fresnos ya sin hojas,
las aves de corral que se escondían
entre los grandes olmos, y los ríos
que bajaban a iguales intervalos.
Y también los espinos que acompañan
el arroyo, teñidos de amarillo,
allí donde la hoz del operario
los fue podando ayer, y a esa brisa
que todo lo sugiere y nada dice.
No esperaba que nada sucediera
ni recordaba nada, pero algo
logré tocar entonces. Si pudiera
cantar lo que a mi alma ni siquiera
susurro mientras sigo mi camino,
emplearía, al igual que aves y árboles,
un lenguaje que nadie pueda traicionar.
Y lo que estaba oculto seguiría oculto
salvo para unos pocos, como yo,
que responden cuando oyen un susurro.
"Toda la poesía de Edward Thomas está escrita durante la Primera Guerra Mundial: el comienzo del conflicto coincidió precisamente con la visita de Robert Frost durante la cual el poeta norteamericano le instó a escribir versos, y dos años y medio después Thomas moría en el frente". Pero, aunque es posible reconocer la amenaza bélica en muchos versos de Thomas, siempre es de modo alusivo y oblicuo. De hecho algunos críticos lo han acusado de practicar una suerte de escapismo. La verdad es que la poesía de Thomas huye "del lenguaje ampuloso y hueco de la soflama belicista o la exaltación patriótica". Era antinacionalista. Una vez dijo que sus verdaderos compatriotas eran los pájaros. En cambio mantuvo siempre esa mirada un tanto melancólica sobre un mundo rural que sabía en extinción; bien por la industrialización, el éxodo rural o en su momento la guerra.
"En la poesía de Edward Thomas hay más de un tema, pero sólo un escenario: el campo del South Country en el que pasó sus días más felices de niño y vivió la mayor parte de su vida adulta. La irrupción de la amenaza de la guerra en ese escenario resumiría el conjunto de la obra poética de Thomas."
LLUVIA
La lluvia a medianoche. Nada sino esta lluvia
sobre esta lóbrega cabaña. Y la soledad.
Y recuerdo que yo también he de morir
y ni oigo la lluvia ni le doy las gracias
por dejarme más limpio que yo jamás he estado
desde que vivo en esta soledad.
Dios bendiga a los muertos en la lluvia,
pero hoy ruego que nadie que he amado
esté muriendo ahora o yazga solo
escuchando, despierto, esta llovizna,
padeciendo dolor u objeto de cuidados,
inerme entre los vivos y los muertos
como un arroyo entre los juncos rotos,
miríadas de juncos tiesos, rotos
como yo, que no tengo amor alguno
que esta lluvia no arrastre, salvo amor por la muerte,
si es amor lo que siento por eso que es perfecto
y no puede -me dice la tormenta- defraudarme.
El lenguaje y los lugares están profundamente entrelazados en la poesía de Thomas. Sus poemas tienen un instinto adánico, que nos devuelve a un tiempo primigenio donde no había escisión entre el nombre y lo nombrado. El lenguaje de estos poemas es humilde y natural. Ni tan siquiera canta. Nos muestra una cabaña, una estación de tren o un olmo y "hemos de estar atentos para percibir su rotundidad, una verdad que no necesita más que nombrarse".
LA PALABRA
Hay tantas cosas que he olvidado y fueron
tan queridas un día, o no lo fueron,
perdidas como el hijo de una estéril
mujer, como sus nietos, en el pozo
de lo que nunca volverá ya a ser.
He olvidado también a aquellos hombres
que una guerra ganaron o perdieron,
a los reyes, demonios, dioses, astros.
He olvidado qué cosas no recuerdo.
Pero hay pequeñas cosas que no olvido
y un nombre que conservo, aunque vacío
y carente de objeto, y que no puede
morir, porque una primavera y otra
los tordos se lo aprenden mientras cantan.
Siempre hay, a mediodía, uno que
lo dice claro, y yo oigo sólo el nombre.
Tal vez mientras cavilo en un aroma
que casi me alimenta, o me contento
con oler una rosa en la memoria,
de repente hay un pájaro que grita
escondido en los setos, este nombre
que es la palabra pura de los tordos.
CAMINOS
Yo amo los caminos
y las diosas que habitan
en ellos, invisibles,
serán mis favoritas.
Pues los caminos siguen
aunque nos olvidemos
de ellos, como estrellas
que brillan un momento.
En esta tierra, nada
los hombres hemos hecho
que tan pronto se borre ni dure tanto tiempo.
El camino llovido,
al sol no brillaría
como un río, si no
lo pisamos un día.
Se quedan siempre solos
mientras dormimos, echan
en falta al caminante
que ya es un sueño apenas.
Desde el alba y las nubes,
como ovejas en grupo,
por los montes del sueño
se hunden en lo oscuro.
Tras la siguiente curva
puede esconderse el cielo;
sobre la cima, el pino
quizás oculta el infierno.
Aun con los pies cansados,
no me harto del sendero
sea largo o pesado,
pues continúa eterno.
Elena del camino,
de Gales y sus cerros
y de los Mabinogion,
es un dios verdadero
que habita entre los árboles
ante los caminantes
que en manada o a solas
se detienen al margen
y bajo el cobertizo
que no habita ya nadie
a excepción de los muertos.
Es su risa en el aire
lo que oigo día y noche
cuando el tordillo canta
sus tonadas sin cuento
y también cuando llama
a la sombra a las tropas
que la soledad siembran
con sus pasos ligeros
igual que los de Elena.
Hoy todos los caminos
van a Francia, y la marcha
de los vivos es lenta.
Pero los muertos bailan.
No importa qué me dé
o me quite el camino,
pues siempre me acompaña
con paso decidido
poblando desolados
meandros tras los campos,
silenciando el estruendo
de ciudades y barrios.
COMO EL TACTO DE LA LLUVIA
Ella era como el tacto de la lluvia
en la carne de un hombre, en su cabello,
que una nube cogiera por sorpresa
en la alegría abierta del paseo.
Él arde por amor a la tormenta
y canta y ríe, bien sé yo por qué,
pero todo lo olvida a su regreso
mientras que yo jamás olvidaré.
"Vete". Cerró una puerta esa palabra
entre aquella bendita lluvia y yo,
una puerta que estaba siempre abierta
y ese día por siempre se cerró.
LUCES FUERA
He llegado a las lindes del sueño,
el bosque impenetrable
donde, antes o más tarde,
todos perdemos el camino
por muy recto que sea,
irremediablemente.
Muchos caminos y veredas
que desde la primera alba
engañaron a los viajeros
en la espesura del bosque
se van borrando ahora
y se hunden.
Aquí acaba el amor,
la desesperanza y la ambición;
todo placer y toda cuita,
sea dulce o amargo,
termina en este sueño, que es más dulce
que la más noble tarea.
No hay ningún libro
ni rostro de mirada tan amable
como para que le dé la espalda
para hundirme en lo ignoto,
donde he de entrar yo solo,
no sé cómo.
Las altas torres del bosque,
su espesura, descienden
una capa tras otra.
Oigo su silencio y obedezco
hasta perder mi camino
y a mí mismo.
Notas.
-Todos los párrafos entrecomillados pertenecen al Prólogo de Gabriel Insausti.
-La traducción de los poemas también corresponde a Insausti.
-Quiso la casualidad que en 2012 se publicaran, prácticamente a la vez, dos ediciones de la Poesía Completa de Edward Thomas. Una en la Editorial Linteo, con traducción del poeta Ben Clark y otra en la Editorial Pre-textos con traducción de Gabriel Insausti. Puedes leer un escueto comentario comparativo aquí.
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