lunes, 11 de noviembre de 2019

DIECISIETE - de Daniel Sánchez Arévalo

España,2019


Las películas son ficción y por lo tanto artificio; pero de vez en cuando ese artificio adquiere una forma tan sencilla y transparente como un pozo de aguas cristalinas. Eso consigue esta película, ser transparente y profunda, sencilla y genuina.

Héctor (Biel Montoro) está a punto de cumplir dieciocho años y está en un centro de menores por diversos hurtos. Insociable, retraído y ofuscado con la vida y la sociedad está permanentemente cabreado con el mundo. A todo ello se suma un principio de Asperger: es muy inteligente (sus increíbles habilidades para los robos y memorizarse todo el Código Penal ante el reto de la juez de menores, lo demuestran); pero también arrastra dificultades emocionales y sociales. En una de las escenas su hermano le tiene que explicar lo que es una ironía y cómo funciona en una conversación. Pero todo empieza a cambiar cuando participa en un programa de terapia con perros. Aunque en principio no está muy convencido.
-Los perros son para los del módulo de discapacitados.
-No. Son para los que les cuesta integrarse.
-¿Qué hay que hacer?
-Cuidarlos, pasearlos, jugar con ellos, enseñarles trucos...convivir....compartir.
A veces lo fácil es así de complicado. Convivir.
Héctor acaba estableciendo un vínculo con un perro pero, cuando todo parecía encarrilado, desaparece al ser adoptado. Otra vez solo y cabreado
huye del centro para buscarlo. En esta situación lo encuentra su hermano Ismael (Nacho Sánchez) que vive en una autocaravana porque su mujer lo ha dejado. Heridos ambos y sin nada mejor que hacer, emprenden una odisea por toda Cantabria en busca del perro. Una road movie de lo más peculiar, toda vez que en ella embarcan a su abuela moribunda. 


La película va de vínculos, los que existen entre los hermanos y el que Héctor tiene con el perro. Eso sí sobre un sustrato de soledad, dolor, falta de comunicación y un cierto autismo emocional. La autocaravana y la carretera les proporcionará un viaje hacia el conocimiento de sí mismos, hacia la autenticidad y la empatía. Ismael se lo resume a su hermano: La vida es aprender a perder. Aprendamos.

Me resulta llamativo que el personaje aparentemente más débil es quien termina ayudando a los demás. Socializa a un perro descarriado, ayuda a su hermano a reconocer sus prioridades e insufla en su abuela moribunda una nueva vitalidad. Quién da más.(Nadie. Escribo esto en plena noche electoral en España, cuando millones de españoles se han lanzado sin rubor al fango del odio, la intolerancia y la xenofobia. Qué horror.)


En mi entorno mucha gente está hablando de esta película. Sospecho que es por la frescura, la naturalidad y, sobretodo, por la autenticidad que destilan sus personajes. Sus charlas y frustraciones además de las visitas a su pueblo de origen, activan los resortes necesarios para conmover sin grandes alardes y aportar una profunda humanidad. Si a esto se le añade una abuela moribunda discípula de Groot y un perro de tres patas, el viaje está garantizado. 

Cada poco tiempo (aunque a veces pasen varios años), surge algo así. Alguien recoge unas vidas heridas (o simplemente opacas) y las embarca en un itinerario que ilumina los insondables misterios del alma. La lista es larga y variada, pasa por Cuentos de Tokio 
(Tokyo Moinogatari, 1953, Yasujirô Ozu), El mundo de Apu (Apur Sansar, 1959, Satyajit Ray), Indefenso (Naked, 1993, Mike Leigh), Los Puentes de Madison (1995, Clint Eastwood),  Intocable (Intouchables, 2011, Olivier Nakache), Vías Cruzadas (2003, The Station Agent, Tom McCarthy), Alma salvaje (Wild, 2014, Jean-Marc Vallée), La Gran Belleza (2014, Paolo Sorrentino), Campeones (2.018, Javier Fesser) o Roma (2018, Alfonso Cuarón).

Daniel Sánchez Arévalo (Madrid, 1970), director de Azuloscurocasinegro, Gordos, Primos y La gran familia española, se estrena en Netflix con Diecisiete y utiliza para ello su excusa preferida: los lazos familiares. Unos lazos que él considera muy necesarios para que cada persona conecte con la vida y el mundo. 

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