Operación Juárez.-
Guerra sin cuartel contra los cárteles de la droga en la frontera entre México y Estados Unidos. Denis Villeneuve, después de la apasionante Incendies y la perturbadora Prisioneros, pone el foco en esta frontera tan problemática. Para ello asistimos a la creación de un equipo multidisciplinar entre el ejército, el FBI y el contraespionaje, con el objeto de descabezar al poderoso cártel de Juárez.
Lo mejor de la película es un guión modélico, en cuanto que dibuja con escasos pero vigorosos trazos toda la acción; y una realización tan áspera y potente como la de Michael Mann en Heat.
Las secuencias son poderosas y tienen un brío inusitado. Como la inicial, un asalto a una finca con rehenes que nos muestra el temple de la heroína, una agente del FBI (Emily Blunt), a la vez que la execrable crueldad del cártel. O la de la caravana de vehículos oficiales que cruzan la frontera para traer extraditado a un cabecilla del narcotráfico. Todo es tensión y acción galopante.
El equipo está dirigido por un experto agente (Josh Brolin) y un asesor muy especial (Benicio del Toro) que fue un sicario y conoce a la perfección el funcionamiento de los cárteles.
Prima la acción. Pura y dura. Tiendo a verlo como un capítulo de la enorme El Poder del Perro; pero echo en falta un mayor desarrollo de los personajes y del contexto sociopolítico, del que apenas rescatamos una frase: "si os cruzáis en México con un tipo de uniforme, sospechad de él".
Finalmente asoma una reflexión moral, pero muy exigua. La agente le cuestiona al sicario si el fin justifica los medios. Él no tiene duda de que sí: "Esto es territorio de lobos. Si no te gusta, vete a un pueblecito escondido donde todavía impere la ley".
Sin embargo el objetivo parece disperso. En un principio parece una historia de aprendizaje, con una novata en operaciones de altos vuelos. Luego se centra en la lucha antidroga ("no podemos hacer nada mientras el 20 % de la población se pirre por esnifar y chutarse esa mierda"), para finalmente convertirse en una venganza.
En su dinamismo, la película resulta absorbente. Cada escena se plantea como un fulgurante asalto. Gran ritmo, escaso diálogo. Una de las mejores es la incursión en el túnel de los narcos, que une Arizona con el estado de Sonora. En ella el director de fotografía Roger Deakins (doce veces nominado al Oscar) saca todo el partido a las imágenes con visor nocturno. Del mismo modo que antes nos había acercado al desierto con espléndidas tomas cenitales o con una excitada cámara, a la populosa Ciudad de Juárez.
Película con un desarrollo de enorme potencia e intensidad.
Película con un desarrollo de enorme potencia e intensidad.
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