Esta novela es de las que yo llamo de "coto cerrado". Muy pocos personajes en un entorno bastante "vacío", donde se cuecen en su propio jugo. Esto nos permitirá profundizar en las motivaciones de la protagonista y sus relaciones y reacciones con el entorno.
Natalia es una joven que quiere reorientar su vida. Ha salido de un trabajo aburrido y un ambiente tóxico en la ciudad y busca reiniciarse en una aldeúcha perdida con un nombre ya de por sí metafórico, La Escapa. Pero allí está fuera de lugar. No encaja con sus vecinos... ni tampoco consigo misma. El viaje hacia un nuevo yo no le va a resultar fácil; pero sus fracasos cotidianos y vitales le van a servir para aquilatar la pasta de la que está hecha.
Nat trabaja de traductora y tiene una obsesión con "los nombres exactos" de las cosas, como si esto le permitiera acotarlas y controlarlas. Pero esto no le ayudará a definir los límites de su propia experiencia que, encima, escapará a su control cuando se lance a un amor retorcido, extraño y casi desesperado con uno de sus vecinos.
"Cada palabra se convierte en enemiga y traducir es lo más parecido a batirse en duelo con una versión previa, y mejor, de su texto. Avanza con tanta lentitud que se desespera. ¿Es el calor, la soledad, la falta de confianza, el miedo? ¿O es simplemente -y debería admitirlo- su ineptitud, su torpeza?"
El lugar donde ha aterrizado es bastante abstracto, como fuera del tiempo. Parece un espacio mental. Todo le es extraño y no logra establecer ningún tipo de lazo con nada. Además sus convecinos son ásperos, desconcertantes, como su tosco y mezquino casero que le lleva a tener un sueño recurrente en el que ella está atada a la cama mientras un hombre penetra en la casa abiertamente y profana su intimidad. Nat es joven y culta en un entorno zafio y hostil... pero ella se propone domesticarlo. Como al perro que le ha regalado su casero. Aunque los indicios le revelan que en ambos asuntos está fracasando.
Nat cada día está más perdida. Observa alrededor buscando una referencia o una guía, pero nada le infunde confianza. El microcosmos que aparece ante ella le resulta desolador y muy primario. Llega a sentir que todos los animalillos del campo la asedian, mosquitos, salamanquesas, arañas...
La escritura es nerviosa. Con trazos rápidos. Como una mirada que recorre nerviosa un panorama sin asideros. El entorno es mínimo pero palpitante. En su mismo centro late una pulsión descontrolada y desconcertante. Apenas tres personajes más redondean el conjunto de la novela. Píter, El Inglés, un cuarentón melenudo que suele intentar ayudarla pero lo primero que hace es hacerla desconfiar del casero y luego, subrepticiamente, va minando su confianza en sí misma. Lo que hoy en día se conoce como micromachismo. También hay un matrimonio que viene a su segunda residencia para pasar los fines de semana. Acogerán a Nat con aparente normalidad, pero arrastran los resabios de la ciudad y en el fondo late una incomprensión mutua.
Finalmente está Andreas, conocido como el Alemán; un tipo hosco como un jabalí desconfiado que vive retirado de todo y de todos, dedicado a cultivar su huerta. Ese territorio cuenta con su propio superego, el monte El Glauco. Una presencia regia en el paisaje, oprimente y confusa: "No se puede escapar del monte" le llega a decir Píter. Siempre te vigila, siempre está ahí.
La historia de Nat toma un nuevo e insólito derrotero cuando acepta una extraña relación con el huraño Andreas: "Puedo arreglarte el tejado a cambio de que me dejes entrar en ti un rato", le propone un día.
Oh.
A la negativa inicial le sigue una aceptación en la que ambos, como animalillos heridos, se refugian con furia y resignación. Esta es la parte magra de la novela y en ella bullen sentimientos encontrados que van desde un deseo femenino oscuro y casi irracional hasta una sensación de culpa reflejo de un abuso que sufrió de niña. Su relación pasa por todas las fases habituales; primero sexo furioso y placentero, pero luego esa relación febril se institucionaliza: "se acabó la urgencia, ahora cenan primero y luego se acuestan". Nat descubre que ha dado muchas cosas por sentadas con Andreas. Al comienzo ella decidía pero pronto pasa a depender de él. Poco a poco se va abriendo un abismo entre ellos.
"En realidad, suena grotesco, torpe, inculto, tal como le parecía al principio, cuando lo miraba de lejos y solo era un pedazo del paisaje, nada más. El alemán, un hombre cualquiera, como cualquier otro. y ella, piensa, se había empeñado en traducirlo, en llevarlo a su terreno. Qué absurda pretensión, se dice. Si no fuese ridículo, sería hasta divertido."
La novela lleva a cabo una investigación profunda y turbadora de la psique femenina y las revelaciones a las que llega son perturbadoramente contradictorias.
Además, en este punto, yo me pregunto si La Escapa representa al mundo y ese grupito de personas a la sociedad. Es innegable que la obra se sumerge en una psicología femenina en construcción; pero también que delata un microcosmos con muchas aristas. "Un mundo lejano, incomprensible y doloroso" llega a reflexionar Nat. Un mundo de reglas, deseos y pulsiones que amenaza con convertirla en un chivo expiatorio.
"Está en sus manos, se repite Nat, o el uno en las manos del otro, con la posibilidad de vender y comprar el perdón, la defensa y el restablecimiento del honor. Él ostenta el poder de la víctima y quizá gracias a que ese privilegio es el único capaz de interceder por ella. Pero, para lograrlo, Nat deberá expiar su culpa, entregar algo a cambio. Se regodea unos instantes en la idea, ¿por qué no? ¿No fue así como empezó su historia con Andreas, intercambiando bienes? Es evidente que el vecino la desea."
Y ahora toca ir a ver la película de Isabel Coixet basada en esta historia.
Las dos imágenes que aparecen con la actriz Laia Costa pertenecen a la película.
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