miércoles, 13 de diciembre de 2023

LAS PINTURAS NEGRAS de GOYA

Goya, "La Romería de San Isidro" (detalle)



















     En 1819 Goya se traslada a la Quinta del Sordo, en las afueras de Madrid. Tiene 73 años, está cansado, amargado y sordo. Ha perdido el favor del rey y teme que su actitud liberal le perjudique aún más ante la violencia represiva del absolutismo. Sus amigos políticos ya se han ido de España y él acabará haciéndolo en 1823, cuando se traslada a Burdeos donde morirá cinco años después.
 
    A su alrededor España lleva años sumida en una disputa muy profunda que enfrenta a los defensores de la Constitución de 1812 y a la monarquía absolutista de Fernando VII. Al Sexenio Absolutista (1814-1820) le sigue el pronunciamiento de Riego que favorece un Trienio Liberal (1820-23) que concluirá al ser ocupada España por el ejército francés de los Cien Mil Hijos de San Luis. Esto facilita que Fernando VII abola la Constitución y reinstaure la monarquía absolutista.

    El genial pintor no sólo se había quedado sordo, sino que también venía sufriendo distintas crisis que iban acompañadas de estados febriles, delirios y vómitos. En 1820 Goya dedica al doctor Arrieta una pintura en la que se retrata atendido por el médico. Esto hace suponer que al principio de su estancia en la Quinta, el pintor estuvo enfermo. En esa obra llaman la atención una serie de figuras fantasmagóricas que aparecen en segundo plano. De todos modos la enfermedad por sí misma no explicaría el origen de las Pinturas Negras ya que Goya venía trabajando en Los Disparates, todo un preludio de las mismas, desde 1815. 

    Hoy sabemos que la sordera y algunas de las crisis que tuvo a lo largo de su vida, fueron debidas a una intoxicación por plomo, elemento muy presente en el color blanco albayalde que utilizaba profusamente. Esto ocurrió porque a Goya le gustaba preparar sus propios colores, majando los minerales en el mismo estudio.


     En este contexto personal y sociopolítico es cuando Goya se retira a la Quinta del Sordo, comprada por 60.000 reales en las afueras de Madrid, cuyo nombre se debía a la sordera que asimismo sufrió el anterior propietario. Allí, encerrado con sus recuerdos y tormentos, lleva a cabo 14 pinturas murales que se ejecutaron al óleo directamente sobre las paredes secas de dos salas, el comedor en la planta baja y el gabinete en el primer piso. 

    Son pinturas de temática amarga en las que predomina el color negro y un tono netamente alegórico. En los murales aparecen personajes esperpénticos y monstruosos que conectan con la mentalidad popular de la época enfrentada al desarrollo de la razón impulsado por la Ilustración francesa.

     Las Pinturas se conservaron en la vivienda hasta que el barón Fréderic Émile d’Erlanger, propietario desde 1873, decidió despegarlas del muro y trasladarlas a lienzo en 1875. Aunque el traslado lo ejecutó el restaurador del Museo del Prado, Salvador Martínez-Cubells, la técnica utilizada -el strappo- fue muy dañina para los originales que perdieron gran cantidad de capa pictórica en el proceso. Esto obligó a someter a los lienzos a un abundante tratamiento de retoque y restauración. Las Pinturas Negras fueron expuestas con escaso reconocimiento en la Exposición Universal de París de 1878 antes de ser legadas definitivamente por el barón al Museo del Prado en 1881. Las catorce obras que conforman la colección fueron expuestas en conjunto y por primera vez en el Prado, en 1898.





     Los estudios radiográficos de las pinturas han permitido conocer que debajo de éstas había otras de muy diferente estilo como se puede apreciar en los paisajes del Duelo a garrotazos, que Goya parcialmente reutilizó. 

     Aunque no hay un consenso pleno sobre la disposición original de las pinturas en la Quinta, ésta se ha podido determinar gracias a la información suministrada por diferentes documentos, entre ellos el inventario realizado por Antonio de Brugada a la muerte de Go­ya (1828) y las fotografías de Laurent, hacia 1864.




     Las Pinturas Negras estremecen y fascinan de forma inmediata. Durante sus dos siglos de vida han sido objeto de estudio y debate. Hay quienes dudan de la autoría de Goya, mientras otros echan en falta un mural número quince. Pero yo creo que ahora mismo lo que cuenta es su legado, la posibilidad de bucear en esas oscuras simas llenas de seres deformes donde se aúna lo monstruoso y lo humano. 

     Las pinturas son inconfundibles porque al verlas nos golpea su terrible patetismo y esa lúcida representación de lo grotesco. El ambiente lúgubre y expresionista impacta en nuestra sensibilidad y nos sorprenden sus figuras alegóricas sobre la decrepitud de la vejez, la superstición o la presencia de la muerte. En todo caso muestran un profundo pesimismo sobre la condición humana y se revelan como una auténtica catarsis. 

     Técnicamente son muy radicales. Goya consigue crear un ambiente siniestro gracias a un cromatismo muy oscuro y limitado, donde predominan los negros, marrones y ocres; típicos del expresionismo pictórico. También por el acusado uso de luces y sombras. Goya enseñó a todos los pintores posteriores la libertad de ejecución a base de pinceladas sueltas y empastadas que aportan a estas obras una enorme fuerza expresiva. Además, en ellas, prescinde del contexto que permita conectar las escenas con sus fuentes mitológicas o históricas: lo que le interesa destacar es la acción y las emociones de los personajes.

     No se sabe si fue una declaración de intenciones, pero la primera obra que se veía nada más entrar en el casa era Una Manola: Leocadia Zorrilla; el retrato de quien se considera que fue su amante. Nos llama la atención el modo en que está unida la belleza de una mujer y la presencia de la muerte, en el túmulo de al lado.

 Saturno devorando a su hijo también te recibía en la primera planta. Un mito reinterpretado muy personalmente y con un claro contenido político. Saturno aludiría al Estado que devora al pueblo representado en el hijo del dios. 

Aunque también se ha visto como una reflexión sobre la vejez y la destrucción de la sexualidad en la figura de la muchacha. La obra es un magnífico precedente del expresionismo. 


Goya reinterpreta las referencias mitológicas y bíblicas con las claves de su tiempo. Así ocurre con Saturno devorando a su hijo, Atropos y Judith y Holofernes. En este último se representa la escena bíblica en la que Judith corta la cabeza del caudillo asirio Holofernes. Goya se aleja de la iconografía tradicional del suceso ya que de Holofernes sólo se ve un fragmento de cabeza y no hay telas que delaten la tienda de campaña. En cambio la luz se centra en el rostro y el brazo armado de Judith; señalando la emoción de la violencia.

Recordemos que muchos artistas han usado la referencia bíblica de Holofernes para aludir a la muerte del tirano. En este sentido Goya podría haber simbolizado la muerte de la tiranía de Fernando VII durante el Trienio Liberal.

Aunque también hay quien ha querido ver un paralelismo entre este cuadro y el de la Manola: ambos retratan a una hermosa mujer unida a la muerte.  

Las Pinturas Negras manifiestan una visión fatalista de la España de principios del XIX, sumida todavía en un oscurantismo religioso e irracional. 

Goya actuó como un visionario que se adelantó a su tiempo, como Fuseli o William Blake, planteando soluciones expresivas propias del romanticismo, del impresionismo y del expresionismo; pero también exponiendo con la libertad de un genio los males de su época. 
 








En El Aquelarre o El Gran Cabrón, Goya refleja un conjunto abigarrado de rostros deformados por un dramatismo expresionista: ojos, bocas y frentes se distorsionan por el temor ante la poderosa presencia de un macho cabrío que representaría lo irracional. 

Llama la atención la figura femenina que hay a la derecha, reflexiva y separada de la muchedumbre; podría corresponderse con la presencia aislada de “la razón” ante “la sinrazón”.

Hay un pequeño grupo de Pinturas que comparten este tipo de composición, una abigarrada multitud compuesta por seres grotescos cuyos rostros son una horrible mueca de terror o embriaguez, así La Romería de San Isidro, El Santo Oficio o este Aquelarre. Estos grupos numerosos son tratados por Goya como una unidad orgánica que mira, grita o se asusta a la vez, como si fuese una sola bestia multifacetada.  

Goya, "La Romería de San Isidro"









La romería de San Isidro es como una imagen en negativo de un acontecimiento luminoso y festivo. Un grupo de romeros de toda condición social avanza hacia nosotros en una noche que parece la de difuntos. En la escena destaca en primer plano un grupo de hombres que cantan ebrios con gestos exagerados o de sorpresa.

En todas estas pinturas el artista nos muestra aspectos de un lenguaje pictórico que ha evolucionado considerablemente. No solo huye de cualquier pauta académica sino que dota a su pincelada de una manifiesta libertad. Las miradas espantadas o la distorsión de rostros, gestos y actitudes se han pintado con brochazos enérgicos, visibles a primera vista por los acusados contrastes entre blancos, ocres y negros. Los fondos planos también ayudan a que destaquen todavía más las figuras. 

Goya, "El Santo Oficio"
















El perro semi-hundido es la más moderna de las Pintura Negras. Su tratamiento es tan radical que parece una obra del siglo XX. El reciente descubrimiento de un negativo fotográfico de Laurent nos lleva a pensar que el perro mira a dos pájaros que revolotean más arriba, aunque la imagen no parece del todo concluyente. 

De todos modos, mire a los pájaros, al futuro o a la salvación, la imagen se ha convertido en icónica y en un verdadero emblema del arte y la cultura contemporáneos ya que ha sido comentada en diversas novelas, poemas y cuadros durante todo el siglo XX. El artista Antonio Saura la dedicó un profundo ensayo y realizó a lo largo de toda su vida una serie de obras que tienen como punto de partida este cuadro con la cabeza del perro asomando detrás del montículo: "Desde niño me he sentido fascinado por esta imagen extremosa que, por extraños vericuetos, ha permanecido siempre asociada al recuerdo del patito feo del cuento infantil y a su manifestación de asombro al surgir del redil y contemplar la vastedad del mundo.


El blog MundoArteHistoria nos revela esta contemporaneidad de Goya:
"Desde Munch, con El grito, convertido en un icono social y plástico universal, hasta “los ojos [que] empezaron a desear y a sufrir y las bocas a gritar y a morder” de Antonio Saura, la modernidad artística parece haber seguido la estela de Goya, parece haberlo convertido en el referente más elocuente, a través de pinceladas expresionistas, los empastes y trazos más furibundos de la abstracción, o las aceradas imágenes de esa suerte de nueva figuración que alentó la llamada Escuela de Londres y el nuevo expresionismo alemán. Se trata de una forma de entender y de expresar la realidad más profunda, que arrancó con Goya y que ha generado las magníficas y, a veces aterradoras imágenes del mundo moderno."
La más evidente característica del cuadro es su escuetísima composición formal. Una desmesurada y vertical zona dorada acentúa el contraste con el talud horizontal de color marrón como la tierra. El tercer y último elemento se sitúa en la misma línea que divide ambos espacios inertes, allí  surge esa cabeza mínima y oscura que parece sobrecogida. 

Una vez más Goya consigue que nos centremos en las emociones del protagonista, porque no sabemos si mira, se esconde, se hunde o padece una angustiosa inseguridad. El "gesto humano" del perro  y la resonante simpleza del cuadro lo convierten en una imagen paradigmática. 

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Hay quienes han dado coherencia a las pinturas de la planta baja al hacer notar que recrean el mundo de la noche, cercano a lo infernal. Así se puede apreciar en Saturno, el Gran Cabrón o La Romería de San Isidro. Pero la variedad temática es grande y yo preferiría reunir ahora un pequeño grupo de obras que comparten la representación de escenas costumbristas con personajes individuales: Hombres leyendo, Dos mujeres y un hombre, Un viejo y un fraile y Dos viejos comiendo

En estas pinturas ha desaparecido cualquier amable pintoresquismo para convertirse en un amargo comentario sobre la condición humana. Seres lujuriosos, rasgos bestiales, cabezas que parecen calaveras junto a un alto grado de abstracción formal sobre un fondo siempre negro, nos permiten asomarnos al universo sombrío que rodeaba a Goya. 


Goya, "Dos mujeres y un hombre"

Goya, "Dos viejos comiendo sopa"




Goya, "Dos viejos"



Goya, "Hombres leyendo"


En el cuadro "Hombres leyendo" se interpreta que leen un panfleto político, tal y como se solía hacer en las múltiples tertulias políticas clandestinas que se produjeron en los agitados años del Trienio Liberal.




Duelo a garrotazos presenta una lucha cruel y ciega que sólo acabará con la muerte de uno de los contendientes. El contraste de ese odio mortal con el luminoso paisaje del fondo es tremendo. Sin duda se trata de uno de los más bellos paisajes pintados por Goya merced al tratamiento de la luz y a esa atmósfera tan liviana donde la tragedia parece no tener cabida. Se trata de otras de las imágenes icónicas de Goya repetida e interpretada en muchas ocasiones como el persistente enfrentamiento civil entre españoles. 

Goya, "Las parcas"














En Átropos o Las Parcas, Goya altera la narración clásica de Hesío­do que le sirve de fuente. Explica Hesíodo en la Teogonía el nacimiento de las hijas de la Noche, Cloto, Láquesis y Átropos, que conceden a los mortales la posesión del bien y del mal, persiguen sus delitos y los delitos de los dioses. 

El artista incluye un cuarto personaje, un hombre inerme, conducido por las diosas en un paisaje que recuerda  a algunos de los realizados en Los Caprichos. Este fantástico, a la vez que realista, paisaje nocturno, plateado, contrasta con la luminosidad de Asmodea, una obra ante la que han fracasado todos los intentos de interpretación. 
















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Después de dos siglos las Pinturas Negras no se han agotado y siguen componiendo uno de los corpus pictóricos más sugestivos e inquietantes de la Historia del Arte. Suponen una de las visiones más tenebrosas del ser humano que aquí se asimila a lo grotesco: "Cabe hablar de metamorfosis y deformaciones, comicidad radical, pero también de tragedia y sátira”, como apunta Valeriano Bozal en su magistral tratado.

Son muchas las interpretaciones que se han dado al conjunto. Unas se centran en la ancianidad del pintor para apreciar su preocupación por el paso del tiempo y la muerte. Otras en ese espíritu inquieto que interpreta en clave mitológica y bíblica la sociedad atrasada y las supersticiones de su tiempo. Pero de lo que no cabe duda es que representan el grito desesperado de un alma atormentada en la recta final de su vida. 

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