viernes, 7 de julio de 2023

LA CASA AL FINAL de NEEDLESS STREET - de Catriona Ward



La casa al final de Needlees Street es la galería de los horrores en que nos puede sumir el dolor. La autora nos introduce en la mansión del monstruo donde nos encontramos con que está llena de laberintos, algunos malsanos y tétricos, otros tristes y conmovedores. Catriona Ward nos conduce por el laberinto mental de Ted Bannerman hasta la guarida del verdadero horror...y es que cada monstruo tiene su propia historia.

El detonante del relato es la desaparición de la Niña del Helado hace once años, durante una excursión al lago con su familia. Su hermana Dee quedó muy marcada y su familia se fue derrumbando. Ella "se siente como una habitación grande, oscura y vacía" y su vida está centrada en encontrar a Lulu. Ted, por su parte, es un extraño muchacho que vive aislado en una casa desvencijada cerca del bosque. Aunque fue investigado como sospechoso finalmente fue exculpado. Vive con su gata Olivia y su hija Lauren y su cabeza es un caos. De niño sufrió un maltrato brutal que le ha dejado secuelas en forma de costurones físicos y una mente fracturada.

El libro está narrado alternando los puntos de vista de cada uno de estos personajes; Ted, Dee, Lauren y hasta ¡la gata Olivia! nos van desgranando la historia desde su perspectiva. Sobre estas voces la autora construye un puzzle primorosamente armado hasta completar un enigma tan siniestro como envolvente.


Durante el primer tercio del libro parece que hemos aterrizado en la casa de un nuevo Norman Bates (Psicosis, Alfred Hitchcock); un tipo grandote y abstruso, que vive encerrado en una casa con las ventanas tapiadas por paneles de madera y que sufre lapsus en los que su consciencia de ausenta. “La señora del chihuahua no se ha dado cuenta de que yo me había ausentado.”
“Empecé a sentirme muy alterado. Así que me metí en el viejo arcón congelador. Una vez dentro, bajé la tapa, e inmediatamente me encontré mejor.
Luego tuve una pérdida de tiempo. Cuando volví, seguía en el congelador, o quizá estaba otra vez en el congelador, que era lo más probable. Oí la voz de la señora del perro salchicha. El olor del humo de cigarrillos se colaba por la rendija bajo la puerta de la cocina. La cocina estaba diferente. Los tulipanes del alféizar ya no estaban en el alféizar. las paredes parecían más sucias.
(...)
No era el mismo día en que dejé de ir al colegio para siempre. (...)
Percibí las diferencias en mi cuerpo. Era más grande. Mucho, mucho más grande. me pesaban los brazos y las piernas. Tenía pelo rojizo en la cara. Y más cicatrices. Las notaba en la espalda; me picaban por debajo de la camiseta”.
La novela nos hace vivir dentro de la cabeza de Ted y es como estar en una cueva de pesadilla. El pobre se enfrenta a una realidad líquida: “las cosas se me están escapando de las manos. Tengo que entender qué es Lauren. En realidad, qué son todos ellos.” Pero el valor del libro estriba en que la autora sabe llegar más allá de Norman Bates. El relato nunca deja de avanzar. En la segunda parte Ward es capaz de abrir nuevos derroteros hasta sondear espeluznantes sótanos habitados por seres rotos por la tortura y el dolor. En el Epílogo dice “Voy a contar cómo nació un libro que trata sobre la supervivencia, disfrazado de un libro que trata sobre el horror.” Efectivamente el libro trata sobre cómo la mente se enfrenta al miedo y a un sufrimiento insoportable.

Ted, Olivia y Dee son tres bichos raros. Seres obsesivos que tienen dificultades para relacionarse con la realidad. Siempre los escuchamos hablar desde dentro, ajenos a un mundo que perciben amenazante. En su voz siempre resuena el miedo o la urgencia. La realidad que reflejan es caótica, malvada y sórdida; aunque Ted se considera bondadoso porque cuida de Lauren y... de los dioses. Unos enterramientos en el bosque donde se cifra toda su historia.
“Había intentado mover a los dioses. Llevan en su lugar de descanso más de un año. No deberían quedarse en el mismo sitio más de un par de meses, porque luego empiezan a atraer a la gente. Así que fui a desenterrarlos... Pero el bosque tiene otras intenciones, sobre todo de noche.”
Desde que murió su madre Ted se ha abandonado, se emborracha, tiene una barriga enorme y una barba que le llega hasta el pecho. Suele visitar al “hombre bicho”, un psiquiatra, al que no suelta prenda mientras se nutre de sus pastillas. Dee está obsesionada con su hermana. Un día se echó agua hirviendo en el antebrazo y se quedó mirando para ver cómo surgían las ampollas. Olivia sueña con huir de la casa de Ted, pero cada vez que lo intenta es presa del pánico hacia ese exterior terrorífico contra el que Ted le previene. Está obsesionada con la Biblia y cuando tiene problemas la tira al suelo para dejar que surja una frase que le ayude a orientarse.

Locronan, Bretaña, Francia


La familia de Ted proviene de Locronan, en la Bretaña francesa, y arrastra mitos antiguos como el ankou, un ser mítico que estaba labrado en el altar de las iglesias: 
“Mamá me contaba a menudo la historia del ankou, el dios de muchos rostros que habita en los cementerios donde nació. Tener más de una cara da mucho miedo. ¿Cómo sabes quién eres de verdad?”.
También arrastra el estigma de la malignidad de su abuelo que contaba con una gruta secreta donde tenía encerradas a sus “mascotas”, niños y perros. El abuelo de Ted fue quemado y su madre expulsada: “sentí que el ankou me seguía al cruzar el océano, al cruzar las tierras, hasta esta costa lejana. Una vez te ha visto, ya no te deja escapar. En Locronan sabemos estas cosas. Este nuevo mundo las ha olvidado. El día que se acerque a mí con los brazos abiertos y tenga mi rostro estaré preparada”. Así que la madre de Ted le ha grabado a fuego el sigilo y la reserva: “No permitas que nadie vea lo que eres”.

Aunque Ted no es el único laberinto que se pierde por subterráneos tenebrosos. También Dee tiene fantasmas que le visitan en los momentos de tensión. Como cuando huye por el bosque, herida por la mordedura de una serpiente. En su delirio se le aparece la policía encargada de la desaparición de su hermana: “¿Seguro que me has contado todo lo que pasó aquel día, Delilah?”

Pero sin duda la coprotagonista de la novela junto a Ted es Olivia, la gata. ¿De verdad hablan los gatos? Cuando sale a escena, tanto Ted como los lectores nos quedamos confusos... pero expectantes. El relato de su nacimiento y primeros días bajo una tormenta están narrados con un gran colorido. Luego Olivia recuerda cómo un cordón de luz la ligó a Ted. “La luz se me enroscó al cuello, me enlazó con su corazón. No dolió. Nos unió. ¿Lo notaría él también? Creo que sí”. Luego la llevó a su casa “que ahora es sólo para nosotros. Nadie más puede entrar, aparte de Nocturno, claro, y los niños verdes, y Lauren”. Hummmm.



Olivia me recuerda a los gatos de Haruki Murakami, tiene una voz interior muy humana y vivaz. Mientras todos los indicios delatan a Ted como un monstruo perturbado, Olivia nos ofrece el contrapeso de su visión, la de un ser humano atormentado, con unas dificultades enormes para colegir la realidad. De hecho, Olivia adora a Ted y sabe que su misión es tranquilizarlo en esos momentos en que el caos parece que va a tragárselo.
Aunque Olivia también tiene su lado oscuro.
“Soy la gatita de Ted y trato de hacerlo feliz porque el SEÑOR me lo ordenó, y en eso se basan las relaciones ¿no es cierto? No me gusta matar. Pero tengo mucha hambre.
Cierro los ojos y enseguida lo percibo. Siempre está ahí, a la espera, negro, agazapado al fondo de mi mente.
-¿Me toca a mí? –pregunta.
-Sí –respondo de mala gana-. Te toca.
-Soy la gatita de Ted, pero tengo mi otra naturaleza. Puedo permitir que ese lado tome el control de manera temporal. Puede que todos tengamos una personalidad salvaje y secreta. La mía se llama Nocturno.”
Hay una serie de escenas que me parecen cruciales y que siendo un tanto abstractas, están narradas con inusitada potencia. Como cuando Lauren está encerrada en el arcón y convence a Olivia para que retire las pesas que le impiden abrir la puerta para escapar. Momento clave en la historia. O cuando Ted está a punto de morir y su mente inicia un descenso hacia la nada tan onírico como fascinante.



En cuanto al estilo, la novela es el reino del narrador poco fiable y alberga en su interior deslumbrantes giros de trama. La novela acumula múltiples capas que se revelan paulatinamente hasta la gran revelación final.

Quizás los personajes de Dee o del “hombre bicho” no obtienen todo el desarrollo que merecerían (recordemos que el psiquiatra ha seguido a Ted para averiguar dónde y cómo vive). También el final, tras el desenlace, peca de expositivo, cosa que queda muy bien en el Epílogo. Pero también creo que Catriona Ward ha sabido dar a cada uno de los narradores su propia voz distintiva y así Ted aparece inconexo y con muchas lagunas, mientras Dee se muestra decidida, Lauren rebelde y Olivia, como cualquier gato, vanidosa y desprendida. Otra habilidad muy juguetona es ir sembrando las páginas con pequeñísimos detalles que, como miguitas de pan, señalan al lector avispado por donde continúa el camino en este bosque inescrutable.
“A veces el señor llega a través de la pared de la cocina, o flota en el rellano de las escaleras, en la luz que entra por el techo. Se vuelve y me mira con ojos redondos de pez, o con los facetados de una mosca. Es un fragmento de la imaginación de Ted. Mamá hablaba tanto del ankou que al final el ankou vino a nosotros. El dios de mamá llegó desde una aldea en la Bretaña a través de Ted hasta el mundo de Olivia. Así viajan los dioses, a través de las mentes”.







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Catriona Ward se ha establecido estos últimos años como una auténtica reina del terror. Nació en Washington DC y creció entre Estados Unidos, Kenia, Madagascar, Yemen y Marruecos. Estudió en Oxford y realizó el máster de escritura creativa en la Universidad de East Anglia. 
Su primera novela, "Rawblood", consiguió el premio August Derleth de los British Fantasy Avwards en 2016 y su segunda novela, "La pequeña Eve", repitió premio en 2019. Con esta última y también con "La casa al final de Needless Street" obtuvo además el premio Shirley Jackson.
Catriona Ward escribe en un ámbito del terror muy relacionado con las vivencias de las personas. 
Su última novela publicada recientemente es "Sundial", donde vuelve a jugar con familias disfuncionales, casas siniestras y mentes incapaces de distinguir recuerdos, fantasías y realidades. Para el próximo otoño la colección Runas de Alianza Editorial nos hará llegar su última pesadilla, "La bahía del espejo".

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