jueves, 27 de julio de 2023

PEQUEÑO VALS VIENÉS - de Federico García Lorca







Federico García Lorca es un poeta inmenso. Su poesía tiene una cadencia y un misterio únicos. Es popular y surrealista, oscura y colorida, desgarrada y musical. El cantante y poeta Leonard Cohen lo adoraba hasta tal punto que llamó a su hija Lorca. En 1988 puso música al poema "Pequeño Vals Vienés". La canción se titula "Take This Waltz" y está incluida en el disco "I´m your man". Dos años después el gran Enrique Morente hizo su propia versión con la música de Leonard Cohen y el texto original de Lorca. El tema forma parte del rompedor disco "Omega". Finalmente Silvia Pérez Cruz también grabó este tema en 2014, incluyéndolo en un álbum de bellísimas versiones titulado "Granada".

Esta entrada es para volver a paladear el apasionado y apasionante poema original de Lorca que acompaño, al final, con la sentida interpretación de Silvia Pérez Cruz.

El poema pertenece al libro Poeta en Nueva York, publicado en 1940, tras la muerte del poeta; y figura en el epígrafe IX. Huida de Nueva York, con el subtítulo Dos valses hacia la civilización.



PEQUEÑO VALS VIENÉS



En Viena hay diez muchachas,
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.
Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals con la boca cerrada.

Este vals, este vals, este vals,
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.

Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio,
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals de quebrada cintura.

En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas de llanto.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.

Porque te quiero, te quiero, amor mío,
en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals del “Te quiero siempre”.

En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orilla tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals.


Federico García Lorca
en el libro Poeta en Nueva York











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Durante el curso 1929-30, Lorca residió en Nueva York impartiendo unas conferencias en la Universidad de Columbia. El contacto con esa ciudad gigantesca y deshumanizada, de "geometría y angustia" dijo él, junto con el impacto que le produjo el sufrimiento de los marginados ("la esclavitud del hombre y la máquina juntos") y el descubrimiento del surrealismo hizo surgir en el poeta un lenguaje nuevo de enorme capacidad simbólica  y carácter alucinante. Los poemas escritos en esta época fueron recogidos en el volumen Poeta en Nueva York y reflejan un estado de horror, caos y angustia. En ellos Lorca denuncia la injusticia, la discriminación y la deshumanización de la sociedad moderna. A través de un ritmo quebrado y unas poderosas imágenes surrealistas, los poemas resultan muchas veces crípticos, pero de una belleza incontestable y misteriosa. Dentro de la estructura del libro, el poema Pequeño Vals Vienés ocupa la antepenúltima posición y representa la huida y liberación de la ciudad de los rascacielos.  

El poema refiere la dolorosa pérdida del amor, por lo que el poeta percibe una Viena vacía, tan elegante como fría. Un "museo de la escarcha" donde hasta las palomas están disecadas. Así imagina este vals melancólico de "muerte y de coñac". 
Al grito de "te quiero, te quiero, te quiero", el poeta rememora las estancias (pasillo, desván, cama) donde vivieron su amor y que ahora están vacías, tan sólo iluminadas por la luna. 

 

La realidad luminosa de la ciudad le parece ahora hueca y triste (espejos, "muerte para piano", mendigos); aunque el poeta se reafirma en su amor -"te quiero para siempre"- y se imagina bailando con él eternamente en Viena. La pérdida queda reflejada en el verso "¡Mira qué orilla tengo de jacintos!", el cual hace referencia al final de la historia de amor mitológico entre el dios Apolo y el hermoso Jacinto, hijo del rey de Esparta. 
En la última estrofa el poeta construye un cenotafio de "fotografías y azucenas" a un amor al que siempre estará entregado ("dejaré mi boca entre tus piernas").

 


G. Tiépolo -"La muerte de Jacinto"- Museo Thyssen Bornemisza, Madrid

La representación de La muerte de Jacinto es un icono de la homosexualidad, aunque en la mitología tiene varias versiones. En Las Metamorfosis de Ovidio (Libro X) se cuenta que Jacinto murió víctima de su torpeza al lanzar con mucho ímpetu un disco que rebotó hiriéndole mortalmente. Otra versión cuenta que fue el viento Céfiro el que, celoso por no ser correspondido por Jacinto, desvió el disco lanzado por Apolo hacia el joven mortal. El dios Apolo, ante su incapacidad para devolver la vida a Jacinto, decidió inmortalizarlo transformándolo en una flor, tal y como aparece en el ángulo inferior, al lado de la raqueta. Tiépolo cambió el disco por la raqueta de Pallacorta, un juego que estaba de moda en su época.

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