El que siga un poco este blog ya sabe que soy de los que prefiere leerse el libro antes de ver la película. El libro te ayuda a apreciar la película en varias dimensiones y no te roba nada. Mientras que habiendo visto la película antes, inevitablemente condiciona tu lectura y te la restrinGE.
De modo que lo primero que hay que decir de esta película es que ha tenido la osadía de adaptar una novela de las consideradas inadaptables, por su compleja y laberíntica trama; pero el guión de Javier Gullón (que ya adaptó El hombre duplicado de Saramago para que Denis Villeneuve rodara Enemy) es muy solvente, aportando una claridad narrativa inusitada siguiendo, además, la novela al milímetro e incluso utilizando párrafos y diálogos enteros.
Una mujer (Pilar Castro) vuelve en tren tras ingresar a su marido en un psiquiátrico del norte. En el asiento de enfrente coincide con un psiquiatra del mismo centro, Ángel Sanagustín (Ernesto Alterio), que investiga trastornos de la personalidad a través de los escritos de sus pacientes. Sorprendentemente se presenta a la mujer de una forma tan peregrina como "¿le apetece que le cuente mi vida?". A partir de ahí se inicia una cadena de relatos interconectados a cual más delirante, sobre casos de pacientes con esquizofrenia y paranoia que inevitablemente los acaba incluyendo. Ernesto Alterio demuestra ser el actor ideal para dar al personaje ese toque necesario de ambigüedad y vesania de quien repasa con su vecina de asiento algunos casos clínicos... a la vez que le advierte de que desconfíe de los fabuladores.
El hilo narrativo está perfectamente trazado. El psiquiatra le cuenta a Helga uno de sus casos más renuente, el de Martín Urales de Úbeda (Luis Tosar); un enfermo esquizofrénico con gran poder de convicción en su narrativa neurótica, obsesionado con una conspiración del gobierno para ejercer el control a través de la recogida y análisis de la basura. La protagonista, Helga Pato, también ha estado inmersa en una relación enfermiza con un marido coprófago.
Pero el caso es que en una parada del tren, el doctor Sanagustín baja a comprar unos sandwiches y el tren arranca sin darle tiempo a volver. Sobre el asiento ha quedado una carpeta roja con un montón de fichas y escritos de pacientes. A partir de ese momento Helga iniciará una pesquisa para encontrar al doctor Sanagustín en el curso de la cual su figura se difuminará y mezclará irremediablemente con el quimérico Martín Urales.
El quid de la película y la novela es una estructura de historias dentro de otras historias con un tono entre onírico y fabuloso que permanentemente te induce a sospechar si son una invención o un delirio. No en balde tanto la novela como la película comienzan con un "Imaginemos a una mujer...." que nos remite claramente a la fabulación.
Dado que a la pesquisa de Helga se superponen los relatos de Martín Urales y de los otros pacientes contenidos en la famosa carpeta roja, la película corre el riesgo de enredarse. No es el caso. Hay una secuencia magnífica, de unos pocos segundos, en la que el director ha resumido certeramente el espíritu de esa novela cuyas historias se incluyen unas a otras sucesivamente como si fuesen una matrioshka.
Dado que a la pesquisa de Helga se superponen los relatos de Martín Urales y de los otros pacientes contenidos en la famosa carpeta roja, la película corre el riesgo de enredarse. No es el caso. Hay una secuencia magnífica, de unos pocos segundos, en la que el director ha resumido certeramente el espíritu de esa novela cuyas historias se incluyen unas a otras sucesivamente como si fuesen una matrioshka.
Ese momento ocurre cuando Martín está (¿estuvo realmente?) en Bosnia con una doctora que a duras penas mantiene abierto un hospital para huérfanos de guerra. Para no tener que cerrarlo ha llegado a prostituirse con altos cargos de la ONU, la Unión Europea y la Iglesia ¡! (realmente la novela no da puntada sin hilo). Las subvenciones han llegado pero cada mes desaparece un niño, de modo que el amigo que le proporcionó los contactos con las altas esferas investiga el asunto. En ese instante el director coloca una serie de planos sucesivos de los narradores delegados (el amigo, la doctora, Martín, Amelia...) para que veamos cómo alguien está contando una historia que a su vez está siendo contada por otro, etc, etc. plasmando de un plumazo la estructura del relato.
El amigo de la doctora le está relatando a ella los horrores a los que someten a los niños, que es la historia que la doctora le está contando a Martín para explicarle por qué teme por su vida; el cual a su vez se lo está contando a su familia, sentados todos a la mesa, para explicarles por qué ha vuelto de Bosnia expulsado por el ejército; todo lo cual a su vez está referido en la carta que la hermana de Martín, Amelia, le ha remitido al doctor Ángel Sanagustín, quien a su vez se lo está contando a Helga Pato en el tren como ejemplo de esquizofrenia hebefrénica, esa tendencia extraña e irreprimible a narrar la propia vida.
Magnífico.
La película se desenvuelve en el tono de comedia absurda con la voz en off, los títulos de los capítulos y la paleta visual y cromática a lo Wes Anderson. De hecho es mejor cuanto más se parece al Gran Hotel Budapest o al P. Tinto de Javier Fesser e incluso a la Amèlie de Jean Pierre Jeunet. Pero Aritz Moreno no ha conseguido redondear la función. Quizás por el obligatorio carácter episódico de la cinta y también porque tanto el episodio obsesivo del hombre que obliga a su mujer a comportarse y vivir como un perro o el de la pederastia de los niños en Bosnia pecan de largos y demasiado oscuros, llegando a romper el carácter estrambótico y juguetón de la película.
De todos modos es una cinta notable y muy divertida que cuenta, además, con un elenco extraordinario de actores. Aparte de los citados aparecen, Quim Gutiérrez, Macarena García, Javier Godino y Javier Botet en uno de los escasos papeles sin las prótesis de monstruo que lucía en Mamá, It, REC o La Cumbre Escarlata.
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