martes, 12 de mayo de 2020

EL BOXEADOR POLACO - de Eduardo Halfon




¿Qué hay en el cruce entre literatura y realidad?
Lo más seguro es que sea un vórtice, una realidad caleidoscópica en permanente construcción donde se cruzan y entreveran tramas e historias, personas y personajes, sueños y leyendas. 
Eduardo Halfon vive en esa encrucijada. 
El protagonista del volumen también se llama Eduardo Halfon, también es guatemalteco, también judío, también profesor. Gran parte de su obra se podría considerar una continua indagación sobre la identidad, una excavación en los vericuetos familiares para saber quién es y de dónde viene. De modo que el relator de todas estas historias es un tal Eduardo Halfon al que encontramos al inicio del primer cuento en medio de una clase en la universidad, impartiendo un semestre sobre el cuento contemporáneo. Pura autoreferencia. 

El libro nos ofrece un posible resumen de su universo en uno de los párrafos del tercer relato, Twaineando, donde nos encontramos de nuevo a este profesor Halfon ofreciendo una conferencia en un simposio sobre Mark Twain:
"El narrador, que en este caso se llama Huckleberry Finn, cita una obra anterior llamada Las aventuras de Tom Sawyer. Y leí en voz alta: Ese libro fue escrito por el señor Mark Twain, y él dijo la verdad, en su mayoría. Truco cervantino, señores, de la autoreferencia por parte del autor. Silencio. Unas cuantas páginas más adelante, continué mientras todos buscaban la página en cuestión sin que yo la hubiese dicho, le comenta Tom Sawyer al narrador que si él, o sea, Huck Finn, no fuera tan ignorante y hubiese leído un libro llamado Don Quijote de la Mancha, sabría que todo fue hecho por encantamientos. Fíjense ustedes que el mismo Twain cita a Cervantes, dije y esperé en vano alguna reacción, ..."
No en vano la cita que abre el libro ya es una declaración de intenciones: "He pasado la máquina de escribir al otro cuarto, donde puedo verme en el espejo mientras escribo", Henry Miller. Otra declaración es que el protagonista y su familia se confunda con el autor. De hecho los dos Halfon comparten la historia de su abuelo, chispazo en el que se funda el libro; que se fue a Guatemala donde nunca volvió a pronunciar una palabra de polaco después de sobrevivir en Auschwitz gracias a las orientaciones de un boxeador polaco.

Lo primero que hay que decir de este libro publicado por Libros del Asteroide (2018), es que es muy distinto de aquel que con el mismo título puso a la venta en 2008 la Editorial Pre-textos. Aquel libro no pasaba de ser una colección de relatos sobre diversos encuentros y recuerdos en la peripecia vital del protagonista, Eduardo Halfon: un semestre impartiendo clases en una universidad para indiferentes niños ricos donde encontrará a un poeta verdadero que acabará perdido en el tiempo y la necesidad ("Lejano"). Un encuentro con el mayor experto en Mark Twain, el cual ofrece una lección de humorismo ("Twaineando"). Los recuerdos de su abuelo judío en Auschwitz, donde un boxeador polaco le enseñó lo que tenía que decir o callar en los interrogatorios de los alemanes para salvar la vida ("El boxeador polaco"). O el encuentro con una seductora hippie israelí viajando por Centroamérica ("Fumata blanca"). Y, sobretodo, el encuentro con un pianista serbio de música clásica, con alma gitana y una concepción muy visceral de la música ("Epístrofe", "Fantasma" y "Postales").


Pero en esta nueva edición el autor ha integrado una novela corta que viajaba independiente y que sin duda pertenecía a este corpus vital y literario, La Pirueta
Este añadido, que da continuidad a los relatos Ephistrophe, Fantasma y Postales, donde el protagonista encuentra y pierde al pianista Milan Rakic,  dota al libro de un nuevo vuelo, más definitivo, profundo y elevado. El propio autor lo justifica con un Prefacio. 
PREFACIO DE ESTAÑO
"Esta nueva edición de El boxeador polaco, que marca el décimo aniversario de la original, recupera el mismo esquema que seguí cuando estaba escribiendo las primeras historias de su narrador, ese otro Eduardo Halfon, que en aquel entonces apenas nacía y que hoy aún me acompaña; un esquema que, por decisiones de carácter temporal o editorial, se había partido en dos. De pronto, un proyecto de escritura se vio transformado en dos libros: El boxeador polaco y La pirueta. Pero ahora, diez años más tarde, ese esquema o proyecto original vuelve a unirse, imponiéndose con tesón, y yo, como siempre, le obedezco. Al menos por el momento, para esta su edición de estaño. Quién sabe qué imposiciones suyas me esperan en el futuro. Y es que el paso de los años hace con la literatura lo mismo que con nosotros. Algunas historias crecen y maduran con galantería, otras se empequeñecen, otras se deforman, y aun otras desaparecen por completo. La literatura sólo es literatura si la dejamos morir."
De este modo el libro completa el círculo que parte del encuentro de Eduardo Halfon con Milan Rakic ("Epístrofe"), continúa con la pérdida del pianista dando tumbos por el mundo ("Postales") y finaliza con su búsqueda por un extraño Belgrado, posbélico y casi onírico ("La Pirueta"). En estos relatos encuentro lo mejor del libro, su inclinación al viaje interior, a la búsqueda. La palpitación de una vida entregada a su destino: 
"Sólo mi padre es gitano. Mi madre no. Yo me parezco más a ella, es decir, mis facciones son más serbias que gitanas. No dije nada. No sabía qué decir. Desde que tengo memoria, mi padre ha luchado por alejarme de su mundo y su música, por prohibírmela. Pero, como dijiste ayer del jazz, yo traigo la música gitana entre las gónadas."
También la melancolía del desubicado. A pesar de que, visto en su conjunto, el libro semeja un reportaje de viajes (de la Universidad en Guatemala al simposio en Durham, luego a Lisboa y finalmente a Belgrado); el protagonista reconoce que su máximo interés es el viaje interior:
"A mí me cautivan más las revoluciones de dentro que las de fuera. Me obsesionan. Por ejemplo, me interesa más el viaje interno y en motocicleta que hizo el Che Guevara a los veinticuatro años —donde se gestaron tantas de sus ideas y donde algo mágico se incubó en él por primera vez— que todas las revoluciones que luego promovió por Latinoamérica y África. Hasta cierto punto, cómo y por qué alguien es empujado hacia una revolución del espíritu, ya sea ésta artística o social o de cualquier otro tipo, me parece una búsqueda más sincera que todo el espectáculo que viene después. Porque todo lo que viene después, Milan, no es más que un espectáculo. Todo. Pintar un lienzo no es más que un espectáculo. Y escribir una novela no es más que un espectáculo. Y tocar el piano no es más que un espectáculo. Y la revolución cubana no es más que un espectáculo."
Obra de Gaby Jiménez, 
Cada uno de los tres relatos es excelente por distintos motivos y los tres textos componen una sinfonía sutil, compleja y misteriosa, donde podemos ver reflejados los tres talentos que Milan Rakic apunta en una postal: "Los gitanos, Eduardito, poseemos tres grandes talentos. Hacer música. Contar cuentos. Y el tercero, es un secreto". 

"Epístrofe" es la música, significa el encuentro entre estos dos aficionados al jazz en general y a Thelonious Monk en particular, con su album Epistrophy a la cabeza. Sus conversaciones sobre música resultan cautivadoras.
"Le pregunté si había diferencia entre los estudios de música clásica en Estados Unidos y en Europa. Muchísima, hombre. Y se sentó en el banquito de Lía. Mirá, dijo, a los americanos les gusta que se toquen las composiciones clásicas como si uno fuese una máquina o un robot. Sin ningún tipo de emoción personal. Sin uno estar presente. La música siempre igualita. Quieren, dijo, eliminar por completo la personalidad del intérprete. Encendió un cigarro y, sonriéndole a la señorita morena, se quedó pensando un momento. ¿Vos sabés quién fue Lázar Berman? Ni idea. Un gran pianista, dijo. Un experto de la música de Liszt, dijo. Un judío ruso peleado con la música del polaco Chopin, dijo, y yo de inmediato desordené sus palabras y pensé en el boxeador polaco peleando cada noche, luego pensé en mi abuelo peleando con las palabras polacas. De niño, dijo Milan, yo estudié con Berman, en Italia. ¿Querés?, y le acepté un cigarro. Recuerdo que el primer día, en su estudio, toqué la Sonata en B menor, de Liszt, una pieza muy complicada, y el viejo judío, sentado en un enorme sofá de terciopelo rojo, no dijo ni mierda. Nada. El segundo día, volví a su estudio, empecé a tocar la misma pieza y, de pronto, Berman se puso de pie y empezó a somatar la ventana con su bastón, así, suavecito. Milan, tras tomar un largo sorbo de vino, se secó los labios con la manga de su camisola. Estás tocando la pieza igual que ayer, muchacho, me gritó el viejo en ruso. Y yo me quedé callado mientras Berman seguía somatando la ventana con su bastón. Pensé que el tipo estaba loco, ah. Pero luego, muy lento, caminó hacia mí, puso una mano sobre mi hombro y, con una sonrisa de diablo, me susurró: Es que no ves que hoy está lloviendo, muchacho. Una gran diferencia"
Por su parte el relato "Postales" es sencillamente maravilloso. Un legendario libro de hojas sueltas con mil cuentos desparramados. O mensajes en la botella de un náufrago. Milan Rakic se ha ido para continuar su permanente gira por el mundo como pianista clásico. También para seguir esa vida nómada a la que le empuja su sangre gitana. No le gusta mantener contacto, no le gusta que le escriban. De hecho no tiene ni dirección: 
"Dijo: vivo en el lungo drom, que en gitano significa el largo camino, sin rumbo fijo y sin vuelta atrás. Dijo: Viajo en una caravana de uno. Dijo: sobre el camino, para mis amigos, voy dejando patrin, que en gitano significa hojas, pero que también significa señales en el camino, como un tronco quebrado de cierta manera o un manojo de ramitas amarradas con una pañoleta celeste o un hueso de cabra ensartado en la tierra. Dijo: las postales son mi patrin."


Y esas docenas de postales que va recibiendo el narrador constituyen una detallada cartografía de un mundo y de un hombre que busca su destino como gitano. ¡Cuántas historias va destilando Milan en estas Postales, que Halfon recoge en su avaricioso regazo!. La del mejor cantante gitano de todos los tiempos que desertó del ejército de Tito por amor y fue condenado a una isla desnuda para acabar deambulando por el mundo sin lazos, apareciendo sorpresivamente en algún festival o en algún cafetín. La del rey que era el dueño del abecedario gitano, la de la arpista gitana Papusza que fue expulsada de su caravana porque un poeta fascinado con sus canciones las recopiló y publicó en una revista. La del acordeonista Yusef que sobrevivió cuatro años en un campo de extermino nazi tocando una canción cada noche por cada gitano muerto ese día, hasta llegar a la colosal cifra de treinta y cinco mil piezas. La de Django Reinhardt, creador del Gipsy Jazz o Manouche que llegó a ser el mejor guitarrista de la historia teniendo la mano izquierda atrofiada. O la de Ellen la Negra, gitana que vivía en Gales y era experta en contar cuentos que podían durar toda una noche. 

Cientos de historias de gitanos desperdigados por el mundo que confirman su genio para los cuentos y la música.
"El origen ancestral de los gitanos, Eduardito, es eminentemente musical. Sucedió así: Alrededor del año 428, los gitanos llegaron a Persia porque Bahram Gur, el sah, queriendo complacer a sus súbditos, importó doce mil músicos de la India. Pero no..
(...)
Sucedió así: Había una vez una muchacha muy hermosa que estaba enamorada de un campesino alto y fuerte y muy trabajador, pero que jamás se fijaba en ella. Una tarde, mientras la muchacha caminaba por el bosque sintiéndose triste y sola, se le apareció un hombre muy grande y de ojos purpúreos y vestido de rojo y con dos cuernitos en la cabeza y una pezuña en vez de un pie: el diablo, quien, acariciándole a ella los labios con una larga y afilada uña, le prometió conseguirle el amor del joven campesino si ella le entregaba a él, al diablo, su familia entera. La muchacha felizmente accedió. Le entregó a su padre, y el diablo lo convirtió en un violín. Le entregó a su madre, y el diablo la convirtió en un arco y de su cabellera gris hizo las cerdas del arco. Le entregó a sus cuatro hermanos, y el diablo los convirtió en las cuatro cuerdas. Luego el diablo le enseñó a la muchacha a tocar el violín y ella llegó a tocarlo tan dulce y tan tierno y tan bello que, cuando el joven campesino la escuchó, quedó inmediatamente enamorado. Y se casaron y vivieron juntos y contentos por muchos años. Pero un día, después de tocar y bailar en el bosque, ambos se fueron a buscar frambuesas y dejaron el violín olvidado sobre el forraje. Al regresar, ya no lo encontraron. El diablo bajó entonces de un cielo nublado en una carroza tirada por cuatro caballos negros y se llevó para siempre a la desdichada pareja. Durante mucho tiempo el violín permaneció en el bosque, escondido bajo hojas secas y musgo y más hojas secas. Una noche, gitanos acampando en el bosque mandaron a un niño a buscar leña para la fogata y, sin querer, mientras pateaba un montículo de hojas, el niño encontró el violín. Lo golpeó con una ramita y el violín produjo el sonido más perfecto que jamás se hubiese oído. El niño recogió el violín y el arco y se marchó de vuelta a su caravana. Así fue como los gitanos descubrieron la música."
El tercer talento es un secreto, La pirueta que hace Milan al desaparecer y que provoca la búsqueda de Halfon. Desvanecimiento y búsqueda, dos caras de la misma moneda. Ambos relatos se complementan y vigorizan.

El libro está impregnado del espíritu artístico y nómada de los gitanos. Las Postales trasudan dolor, melancolía y un exilio interior imposible de zanjar. El propio autor/protagonista, hijo de un judío polaco y de una libanesa se siente sin lugar en el mundo. De ahí que persiga con denuedo esa pirueta final de su amigo, ansiando descifrarla.  

Me llama la atención que el libro comience y concluya del mismo modo, con una lección sobre literatura (en "Lejano", unas clases sobre el cuento contemporáneo y en "Discurso en Póvoa" una conferencia sobre literatura y realidad). En ellos nos muestra Halfon (¿pero qué Halfon?) sus reflexiones sobre lo esencial de la literatura. Y podemos pensar que, lo que se narra entre medias, constituye la lección práctica.
"La literatura no es más que un buen truco, como el de un mago o un brujo, que hace a la realidad parecer entera, que crea la ilusión de que la realidad es una. O tal vez la literatura necesita construir una realidad destruyendo otra -algo que, de un modo muy intuitivo, ya sabía mi abuelo-, es decir, destruyéndose a sí misma y luego construyéndose de nuevo a partir de sus propios escombros. O tal vez la literatura, como sostenía un viejo amigo de Brooklyn, no es más que el discurso atropellado y zigzagueante de un tartamudo."
El estilo de Halfon es un delicia. Es de una precisión increíble y fluye con una naturalidad pasmosa. No hay párrafos hueros. La reflexión o la cita siempre aparecen con oportunidad. Sus personajes y cuitas siempre interesan. Y eso que el protagonista y narrador es un tipo inseguro, fumador empedernido que tiende a la indolencia y la incertidumbre. En muchísimas ocasiones se expresa a través de oraciones disyuntivas e incluso contradictorias. 
"A veces la olvido, o quizás decido olvidarla o quizás, absurdamente, me aseguro a mí mismo que ya la he olvidado por completo."
Hasta su concepto de la literatura se basa en la incertidumbre: La literatura es balbucear nos dice: "Al escribir sabemos que hay algo muy importante que decir con respecto a la realidad, y que tenemos ese algo al alcance, allí nomás, muy cerca, en la punta de la lengua, y que no debemos olvidarlo. Pero siempre, sin falta, lo olvidamos."
No Eduardo Halfon, cuyos relatos nos transmiten emoción y autenticidad.

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