Encuentro esta InCitación en el estupendo blog del escritor y crítico Juan Francisco Ferrer. Reproduzco unos extractos.
Kenkõ era hijo de un alto funcionario del Gobierno y él mismo se convirtió en un hombre poderoso dentro del Palacio Imperial. Algo le impulsó al retiro: quizás una decepción amorosa, quizás una disputa política o quizás una revelación. En los 243 textos del libro se puede apreciar una mirada centrada en lo esencial.
Si nunca desaparecieran las gotas de rocío en Adashino, si se mantuviera siempre inmóvil el humo sobre la colina de Toribe y viviésemos eternamente, sin cambio ni transformación, ¿nos conmovería el frágil y delicado encanto de las cosas? Las cosas son bellas precisamente porque son quebradizas y pasajeras.
La efímera no llega a ver la noche del día en que nació. ¿Y no muere la cigarra del estío sin conocer la primavera ni el otoño?
¡Qué afortunados los que puedan vivir despacio y despreocupados aunque sea un solo año! Pero si uno no se siente insatisfecho y no se conforma con el paso de las horas, todo el tiempo, aunque viva mil años, le parecerá tan breve como una noche, como un sueño.
No podemos vivir para siempre en este mundo. ¿Qué sentido tiene, por tanto, esperar la decrepitud de la vejez? Cuanto más larga es la vida, tanto mayor es la confusión. Morir antes de cumplir los cuarenta es el mejor modo de vivir sin tener que saborear la vergüenza. Pasada esa edad, uno ya no se ruboriza de su fealdad y no ve objeción para alternar con uno u otro. En el ocaso de sus días uno mima a sus hijos y nietos, y desea algunos años más para verlos prosperar. El apego al mundo es cada vez mayor, más arraigado, mientras se va perdiendo la capacidad para sentir el encanto de las cosas frágiles y efímeras. ¡Qué lástima!
"En la literatura japonesa clásica existe un género original que se llama "zuihisu" y que consiste en reflexiones fragmentarias que guardan relación con la vida y el entorno del autor. El nombre del género significa, en ideogramas chinos, pensamiento libre o espontáneo. Este modelo de escritura aspira a atrapar en el papel la esencia fluida de la vida usando la habilidad del pincel y la tinta. Insribir con estilo suelto las ideas y sensaciones del yo como respuesta a la volatilidad de la experiencia y la fugacidad del tiempo.
El primer maestro de esta modalidad literaria fue una mujer, una gran cortesana del período Haian (s. X), la famosa Sei Shõnagon, autora de una memorable colección de anotaciones titulada "El libro de la almohada". En el siglo XII, con los cambios históricos y sociale,s ya no fue un cortesano en activo sino uno caído en desgracia y reconvertido en ermitaño budista, Kamo no Chõmei, quien escribió retirado del mundanal ruido otro paradigma del género ("Pensamientos desde mi cabaña"), donde se fijan los rasgos de un modo de vida (soledad, desapego, contemplación mística, humor, meditación trascendental) que se transforma en método de escritura. Otro maestro de este programa moral y artístico fue Yoshida Kenkõ (1284-1350).
En el breve prefacio a este fabulosos libro ("Pensamientos al vuelo"), Kenkõ expone con desenfado los princios de su escritura. Podrían glosarse así: apartado del mundo, contando con ocio suficiente y plácida serenidad, me entretengo pintando estos signos de tinta que representan ocurrencias que cruzan veloces por mi cabeza como las aves por el cielo y los peces por las aguas del río y me sorprenden hasta a mí mismo por su audacia e ingenio. La leyenda no desmentida cuenta que los papeles emborronados por Kenkõ decoraban las paredes de su humilde cabaña en el bosque, esto le permitía usarlos como recordatorio de sus enseñanzas e ideas.
La mirada desengañada de la vida urbana y cortesana delata un escepticismo que aflora en numerosas anécdotas y observaciones críticas respecto de la degradación cultural y la necedad del poder. Como budista convencido, aunque irónico, Kenkõ celebra la frágil belleza de los seres y las cosas como expresión natural de su caducidad e intrascendencia."
Detalle de una obra de Yamamoto Shunkyo |
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Kenkõ era hijo de un alto funcionario del Gobierno y él mismo se convirtió en un hombre poderoso dentro del Palacio Imperial. Algo le impulsó al retiro: quizás una decepción amorosa, quizás una disputa política o quizás una revelación. En los 243 textos del libro se puede apreciar una mirada centrada en lo esencial.
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Si nunca desaparecieran las gotas de rocío en Adashino, si se mantuviera siempre inmóvil el humo sobre la colina de Toribe y viviésemos eternamente, sin cambio ni transformación, ¿nos conmovería el frágil y delicado encanto de las cosas? Las cosas son bellas precisamente porque son quebradizas y pasajeras.
La efímera no llega a ver la noche del día en que nació. ¿Y no muere la cigarra del estío sin conocer la primavera ni el otoño?
¡Qué afortunados los que puedan vivir despacio y despreocupados aunque sea un solo año! Pero si uno no se siente insatisfecho y no se conforma con el paso de las horas, todo el tiempo, aunque viva mil años, le parecerá tan breve como una noche, como un sueño.
No podemos vivir para siempre en este mundo. ¿Qué sentido tiene, por tanto, esperar la decrepitud de la vejez? Cuanto más larga es la vida, tanto mayor es la confusión. Morir antes de cumplir los cuarenta es el mejor modo de vivir sin tener que saborear la vergüenza. Pasada esa edad, uno ya no se ruboriza de su fealdad y no ve objeción para alternar con uno u otro. En el ocaso de sus días uno mima a sus hijos y nietos, y desea algunos años más para verlos prosperar. El apego al mundo es cada vez mayor, más arraigado, mientras se va perdiendo la capacidad para sentir el encanto de las cosas frágiles y efímeras. ¡Qué lástima!
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