"Se lamenta (Proust) de que determinadas personas, algunas incluso muy doctas, desconociendo la composición rigurosa aunque velada de Por el camino de Swann creyeran que la novela era una especie de libro de recuerdos, entrelazados según las leyes fortuitas de la asociación de ideas. "En apoyo de esta mentira", dice Proust, "citaron páginas en las que unas migajas de magdalena mojadas en una infusión me recuerdan toda una época de mi vida. Ahora bien (...), para pasar de un plano a otro me valí sencillamente no de un hecho, sino de lo más puro y valioso que hallé como juntura, un fenómeno de memoria."
Pasa entonces Proust a pedirnos que leamos, por ejemplo, Las memorias de ultratumba, de Chateaubriand, donde nos dice que puede verse perfectamente cómo este autor conocía también ese procedimiento de brusca transición, ese fenómeno de memoria. Estando Chateaubriand en Montboissier, de pronto, oye cantar un tordo. Y ese canto que tanto escuchaba en su juventud, lo retrotrae de inmediato a Combourg, lo incita a cambiar, y al lector con él, de tiempo y de provincia. De inmediato, el lugar de la narración se desplaza.
Manuscrito de Por el camino de Swann - M. Proust - |
Ese consejo técnico, este fenómeno de memoria, este procedimiento de brusca transición me ha parecido esta mañana emparentado con la sencillez abrumadora de un procedimiento del que tuve noticia a través de Jean Echenoz, el novelista francés que una noche, en Aviador -un bar de Barcelona, decorado con hélices y escudos, restos de aeropuertos y de catástrofes aéreas-, me habló de bruscas pero eficaces transiciones en sus relatos. "Pasa un pájaro", me dijo. "Lo sigo. Eso me permite ir a donde quiera en la narración." Me pareció una lección muy interesante y a tener en cuenta y recuerdo que me dije que, vistas así las cosas, cualquier línea de un relato podía transformarse, por ejemplo, en un ave migratoria. Tomé nota de todo esto porque me pareció un muy buen recurso para pasar, en el breve instante que dura una frase escrita, a escuchar, sin más, otras voces y otros ámbitos. De hecho, Echenoz aplica su teoría en La aventura malaya, donde el duque Pons maneja unos prismáticos al sur de Asia y al graduarlos ve -de un modo que recuerda esas minúsculas señales que a Gombrowicz le van indicando en Cosmos la dirección del vuelo de la narración- el vuelo de unas aves migratorias que, ordenadas en punta de flecha -que parece señalar hacia el siguiente capítulo-, van directas hacia París. En consecuencia, y ante semejante desplazamiento instantáneo de la acción, también el lector se ve obligado a hacrse con unos buenos prismáticos.
Esta lección de Echenoz en el bar Aviador la utilicé años después en El mal de Montano para trasladar con rapidez la acción de un paisaje chileno a Barcelona: "Ya en tierra, al mirar hacia lo alto, hacia el cielo sin nubes de San Fernando, vi pasar un pájaro. Lo seguí. Y me pareció que seguirle me permitía ir a donde quisiera, utilizar mentalmente toda mi movilidad posible. No muchas horas después, volaba yo hacia Barcelona...".
pág. 168 y 169 de El mal de Montano.
Enrique Vila-Matas. Ed. Anagrama. Barcelona. 2002.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.