de León Tolstoi
Este libro es un regalo en su concepción. Hay que agradecer a la estupenda editorial Nórdica la publicación de estos dos extraordinarios textos en un formato tan elegante, con una tipografía y un papel dignos de elogio.
Jadzhi Murat es un relato terso en su escritura y palpitante en su peripecia que nos presenta a un orgulloso e íntegro guerrero sometido a los avatares de las guerras. Es famoso el preámbulo donde Tolstoi paseando encuentra un "cardo tártaro" en flor. Al intentar arrancarlo para añadirlo a un ramo, el cardo se resiste, lastima sus manos y finalmente queda mustio. Esta anécdota le inspira el recuerdo y el valor de Jadzhi Murat. Aparte de los valores literarios, me llama la atención que la obra trate de un guerrero checheno luchando contra los rusos, tal y como casi ayer mismo podíamos leer en el periódico, ¡siglo y medio después!
Es una novela crepuscular que comienza con la huida del héroe para unirse al enemigo ruso. Los enfrentamientos entre clanes chechenos son constantes y la obligación de la venganza los somete a un eterno círculo belicoso.
A pesar de ser una novela corta centrada en la última parte de la vida del guerrero tártaro, Tolstoi nos brinda todo el espectro de estas guerras, desde el más humilde soldado hasta el orgulloso emperador. En una reyerta un soldado anónimo resulta herido y Tolstoi nos conduce hasta su cama de moribundo y nos refiere los problemas en los que está sumida su familia.
Igualmente el narrador nos hace acompañar a la misiva que anuncia la entrega de Jadzhi Murat al zar Nicolás I. Con ella penetramos en el palacio y asistimos a las rencillas y miserias de los ministros y del propio zar, voluble e incompetente. Y volvemos con la misiva de órdenes imperiales y el propio Jadzhi a la frontera.
Jadzhi es prisionero de sus tradiciones. Debe vengar la muerte de su Jan, lo que le lleva a enfrentarse al imán Shamil. Es un héroe solitario, orgulloso y justo, que obtiene el respeto incluso de sus enemigos.
Ambos relatos asumen la fatalidad. En un momento dado le preguntan a Jadzhi qué le va a ocurrir y responde ocurrirá lo que Alá quiera que ocurra. En El cupón falso, cuando un asesino sale de la cárcel y le auguran su vuelta, se encoje de hombros y dice: Bueno, ocurrirá lo que tenga que ocurrir.
Tolstoi expone magistralmente la acción, no juzga a sus personajes. Hay crímenes, se multiplican los borrachos y ladrones pero él sólo expone el curso de los acontecimientos.
La religión está presente en ambos relatos. Jadzhi rezando sin saltarse ninguna hora. En el segundo, el sastre prisionero crea una secta donde siguen rectamente las enseñanzas de Jesús, adorando a Dios "en espíritu y verdad" (pág 265). El clero oficial maniobra para aherrojarlos: hay que obedecer ciegamente a los popes y adorar los iconos de madera.
El cupón falso es una obra de filigrana. La falsificación del cupón es la espoleta. A partir de ahí las acciones de unos implican a otros y como resultado provocan un cambio que afecta a terceros, etc. De este modo vamos conociendo a multitud de personajes: unos se abocan al fracaso y la bebida, otros triunfan, unos medran, otros caen en la depravación. La lista es interminable, todos bien trabados se cruzan en algún momento y a partir de ahí conoceremos sus andanzas. Al final el destino los va congregando alrededor de una cárcel y un juicio: el juez resulta ser aquel estudiante que inicialmente falsificó el cupón.
En ambos relatos Tolstoi nos presenta hombres libres, de moral superior.
"(El juez) había intuido que aquel hombre aherrojado, con la cabeza rapada, conducido y escoltado por dos soldados, era un ser humano completamente libre y muy superior a él desde un punto de vista moral" (pág. 273)
Jadzhi Murat también es un hombre libre que sigue la ley inveterada y natural. Es recibido por los príncipes y comandantes como un ser ajeno a las miserias terrenales, a las rencillas miserables.
Muchos personajes se encuentran descolocados. "Era consciente de la falsedad de su posición"(pág.287). La joven Liza que quiere deshacerse de su dinero y ser pura. Misail, el profesor de religión del instituto que, aun habiendo perdido la fe, acaba mirando para otro lado con tal de ascender en el escalafón. Incluso cuando aparece el zar en ambos relatos, es consciente de su falsedad. Admite que sólo tiene a su favor el aparato del cargo, y se reconoce moralmente incompetente, para acabar escudándose en "la ley es la ley" y lo que él diga, por injusto que sea, ha de ejecutarse.
La forma de narrar de Tolstoi es diáfana, directa aunque relate hechos terribles. El resultado es de una viveza y hondura ejemplar.
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