viernes, 5 de noviembre de 2010

Déjame entrar



Déjame entrar


Tengo que referirme a las dos películas, tanto a la original noruega dirigida por Tomas Alfredson y que adaptaba el libro de John Ajvide Lindqvist como a la revisitación que hace Matt Reeves ("Monstruoso"). Son como dos hermanas gemelas, potentes y perturbadoras. La primera tiene el plus de ser la original, pero la segunda no se queda a la zaga y siendo absolutamente respetuosa se nos ofrece igual de apetecible.

Como primer apunte me quedo con el tono. Lo que era un acierto elocuente en la primera, en la segunda se respeta y acentúa. Un tono que refleja muy bien el rostro de la niña protagonista: el cansancio de los decenios siendo un monstruo, pero vivendo un día tras otro en este mundo tan áspero.

El tono es producto de dos elementos: el naturalismo con que se narran hechos fantásticos y la mirada infantil, curiosa y desprovista de prejucios hacia lo extraño que nos hace plantearnos hastá qué punto podremos introyectarlo. El naturalismo es tan absoluto (no se ven vuelos, transformaciones, etc) que deja con limpidez en primer plano la relación entre los dos niños, extraños en un mundo extraño. De hecho la escena más típicamente vampírica resulta un poco fuera de contexto por su propia evidencia: la muerte de la vecina que muere en el hospital quemada por el sol.

La línea narrativa tan determinada, el crescendo dramático tan acusado las convierte en películas de una intensidad morbosa. Destacaré tres escenas: la niña entra en casa del niño sin invitación y todo su cuerpo empieza a sangrar hasta que él verbaliza la invitación a entrar. Aquí se ve hasta dónde está dispuesto a llegar cada uno: el niño a aceptarla tal y como es, ella a mostrarse sin ambages, ofreciéndose. Otro plano tiene que ver con el protector adulto. Agotadas sus prestaciones y mutilado en el hospital aún le ofrece su último néctar sangriento para que inicie con fuerzas su nuevo viaje. Finalmente cuando están, niño y niña, en el escondite subterráneo de juego y el niño se corta un dedo: vemos que el animal que tira de las entrañas de la niña es quien manda.

Juntar ternura y horror, juntar niños con bestias desgarradoras, juntar lo horrible de una maldición con los horrible de una sociedad (el niño es triste e inadaptado, su madre se está separando, un grupo de niños abusa de él en el colegio) nos depara una obra malsana y gozosa.

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