Tras leer el libro no he podido resistirme a incluir aquí algunas de ellas.
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"—Oiga, lo único que quiero es que me dé algunos consejos. Para aprender a escribir mejor.
—¿Consejos? ¡No hay consejo que sirva para que un escritor mejore! Si tuvieras dos dedos de frente, ya te habrías dado cuenta solito.
—Dedicarle un poco de atención a los demás no hace daño a nadie.
—Nadie puede enseñarte a escribir. Es algo que tienes que aprender solo.
Fawles se quedó pensativo y bajó la guardia un momento para acariciarle la cabeza al perro antes de proseguir:
—Bueno, querías un consejo y te lo he dado. Y ahora, largo de aquí."
En el libro se reproducen varias entrevistas con el escritor retirado, en una de ellas habla sobre el anhelo de conocer a la persona que hay tras el escritor, cosa que él deplora:
"—Al igual que Margaret Atwood, opino que querer conocer personalmente a un escritor porque te gustan sus libros es como querer conocer a un pato porque te gusta el fuagrás.—Pero ¿no resulta legítimo el deseo de preguntarle a un escritor sobre el significado de su trabajo?—No, no es legítimo. La única relación válida con el escritor es leerlo."
"Fawles negó con la cabeza.
—Son falsas. Emociones artificiales, las peores…
Hizo crujir los dedos y detalló lo que pensaba:
—Una novela es emoción, no intelecto. Para provocar emociones primero hay que vivirlas. Tienes que sentir físicamente las emociones de tus personajes. De todos tus personajes: tanto héroes como villanos.
—¿En eso consiste realmente el oficio del novelista? ¿En crear emociones?
Fawles se encogió de hombros.
—Al menos, eso es lo que me espero yo cuando leo una novela.
—Cuando vine a pedirle consejo, ¿por qué me contestó que me dedicara a algo que no fuera querer convertirme en escritor?
Fawles suspiró:
—Porque no es un trabajo para los que tienen la mente sana. Es un trabajo para esquizofrénicos. Una actividad que requiere una disociación mental destructiva: para escribir tienes que estar a la vez en el mundo y fuera de él. ¿Entiendes lo que quiero decir?
—Creo que sí.
—Sagan lo formuló a la perfección: «El escritor es un pobre animal encerrado consigo mismo». Cuando escribes, ya no vives con tu mujer, tus hijos ni tus amigos. Más bien, finges que vives con ellos. Pero, en realidad, te pasas la existencia con tus personajes durante un año, o dos, o cinco…
Ya estaba lanzado:
—Ser novelista no es un trabajo a tiempo parcial. Si eres novelista, lo eres veinticuatro horas al día. Nunca tienes vacaciones. Siempre estás en guardia, siempre al acecho de una idea, de una expresión, de un rasgo de carácter que podría nutrir a un personaje."
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"—Pero falta lo esencial.
«Claro, cómo no…».
—¿Y qué es lo esencial? —pregunté, ofendido.
—¿A ti qué te parece?
—No lo sé. ¿La originalidad? ¿Las ideas nuevas?
—No, a las ideas que les den, las hay por todas partes.
—¿El motor de la historia? ¿La adecuación entre una buena historia y unos personajes interesantes?
—El motor déjaselo a los mecánicos. Y las ecuaciones, a los matemáticos. Eso no te va a convertir en un buen novelista.
—¿Dar con la palabra justa?
—Dar con la palabra justa viene bien en las conversaciones —se burló—. Pero un diccionario lo puede usar cualquiera para trabajar. Piensa, ¿qué es lo que importa de verdad?
—Lo que importa es que al lector le guste el libro.
—El lector importa, cierto. Escribes para él, estamos de acuerdo, pero intentar gustarle es la mejor forma de que no te lea.
—Bueno, pues entonces, no lo sé. ¿Qué es lo esencial?
—Lo esencial es la savia que irriga la historia. La que tiene que poseerte y recorrerte como una descarga eléctrica. La que tiene que quemarte las venas para que no tengas más remedio que llegar al final de la novela como si tu vida dependiera de ello. Eso es escribir. Eso es lo que va a cautivar y sumergir al lector hasta perder sus puntos de referencia y acabar tan metido en la historia como tú."
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Finalmente incluiré dos extractos, uno sobre el eterno debate entre estilo y argumento y otro sobre las emociones de lector que todos ansiamos:
"Los mil euros que había pagado por aquella lección de escritura (en tres sesiones de cuatro horas) me habían dejado tan irritado como arruinado. Puede que Dufy tuviera razón, pero, personalmente, yo opinaba todo lo contrario: el estilo no era un fin en sí mismo. La primera virtud de un escritor es saber cautivar al lector con una buena historia; un relato capaz de arrancarlo de su existencia para arrojarlo al meollo de la intimidad y de la verdad de los personajes. El estilo solo era el medio de inervar la narración y de volverla emocionante"
"Con esa forma de escribir única, me parecía que Fawles se dirigía directamente a mí. Sus novelas tenían vida, eran fluidas e intensas. Aunque no soy admirador de nadie, me había leído y releído sus libros porque me hablaban de mí, de mi relación con los demás, de lo difícil que me resultaba gobernar mi vida, de lo vulnerables que son los hombres y de lo frágil que es nuestra existencia."
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