domingo, 21 de enero de 2024

LA TORRE del HOMENAJE - de Jennifer Egan


Esto va de búsqueda de redención y de cómo encontrar nuestro lugar en el mundo, pero envuelto en una ficción realmente entretenida. Por momentos la aventura tiene ribetes góticos, dado que una parte importante de la novela se desarrolla en un misterioso castillo; pero la autora fía la potencia del libro a unos personajes con una buena ración de traumas y una estructura narrativa en la que se acumulan las historias, los puntos de vista y los transvases entre realidad y ficción de una forma muy gozosa.

La novela tiene una estructura doble. En la historia principal Danny nos cuenta su llegada a un castillo en un lugar perdido de Polonia. Su primo Howard le ha llamado para que se incorpore a un difuso proyecto de convertir el castillo en una especie de hotel /retiro espiritual donde la gente se reconcilie consigo misma. A los pocos capítulos Danny nos confiesa que prácticamente ha tenido que huir de Nueva York por un problema con la justicia y que, de niños, consideraba a su primo un bicho raro y le hizo una jugarreta, abandonarlo en una gruta en la que permaneció tres días. En esta situación Danny nos arrastra hacia su propia neurastenia, provocada por encontrarse en un lugar sin wi-fi -cosa que le agobia- y con la mosca detrás de la oreja por si su primo todavía busca vengarse.

Pero en el capítulo 6 se nos revela que la historia de Danny se la está inventando Ray desde su celda en la cárcel, ya que asiste allí a un taller de escritura creativa. La aventuras de Danny le están ayudando a liberar presión mental y a establecer una extraña relación con su profesora.



Estas dos líneas narrativas se van entrelazando de tal modo que por momentos nos asalta la duda de lo que es real o imaginario. Agudizado todo ello por el paralelismo que se da entre situaciones y personajes. Danny es un trasunto neurótico de Ray y ambos están marcados por una mujer. Para Danny no existen nadie más que Martha, ella es su ancla en la realidad, el tesoro que guarda en su particular torre del homenaje. Mientras que el sostén de Ray es Holly, su profesora. Este juego de reflejos y vasos comunicantes entre las dos líneas tiene su punto culminante en una secuencia mágica que comienza en un túnel del castillo y desemboca asombrosamente en la celda donde está Ray.

La novela es sumamente entretenida y extrañamente fascinante; pero me parece que la autora ha reunido sus brillantes materiales sin haber elegido del todo un objetivo final. Egan demuestra una vigorosa inventiva y sabe seducir tanto por lo que cuenta como por cómo lo cuenta. Su mezcla de neogótico con metaliteratura y neuras del siglo XXI es muy estimulante... pero algunos capítulos resultan insustanciales, como la caída de Danny desde una ventana que lleva a Howard a despertarlo cada dos horas para que no caiga en un "sueño absorbente"; mientras que otros caminos más cautivadores que nos descubre la autora, acaban perdidos en un limbo como pompas de jabón. Por ejemplo la historia de la anciana condesa, última de su linaje, enrocada en la torre del castillo en defensa de los derechos de su estirpe que lo habita desde el siglo XII. Primero tiene un perturbador encuentro con Danny mientras éste la ve como una joven lozana, y posteriormente logra tender una celada a Howard y todo su séquito encerrándolos en las mazmorras subterráneas... pero su historia no va a ningún lado, sólo acompaña.

Lo mismo ocurre con uno de los capítulos más inquietantes del libro, el de Danny huyendo neurótico del castillo para llegar al pueblo y descubrir que no puede salir de él. Verlo recorrer las calles que de modo indefectible lo devuelven a la plaza, mientras sus aldeanos lo observan enmudecidos, me provoca un grato escalofrío que me lleva hasta Kafka.
"Howard se volvió hacia Danny. ¿Qué, empiezas a pillar la idea?
Danny: ¿Qué idea?
Sobre este sitio.
Pues... supongo que empiezo a asimilarlo, sí.
Howard: No me refiero a nada material, a los edificios, las habitaciones y todo eso, sino a la sensación. A toda la... historia que emana del subsuelo."

Tras alternar a los dos narradores, la historia paralela de Danny y Ray busca su culminación con un narrador nuevo, Holly. Ella es quien toma la voz en la última parte, una vez que Ray ha huido de la cárcel (tanto física como mental). Y esto es coherente puesto que Holly es un personaje tanto de la historia de Danny como de la de Ray. Ella también busca su propia redención. De niña imaginó una vida para sí a la que ni siquiera se acercó por causa de las drogas y de un matrimonio frustrante. Como se ve cada uno de los personajes debe afrontar sus propios traumas y cautiverios psicológicos.

La novela, publicada en 2006, ya registra el estilo característico de Egan que ha afilado en sus novelas posteriores: gusta de utilizar estructuras narrativas poco convencionales para componer novelas polifónicas y fragmentadas en las que se acumulan puntos de vista e historias dentro de historias que viajan en el espacio y el tiempo.

Durante la primera mitad del libro la impresión es de ligereza, como de juego. Es a partir de que Ray es apuñalado en la cárcel y Holly lo visita en el hospital, cuando la trampilla cede bajo nuestros pies y todo empieza a cobrar profundidad. Ray le confiesa que mató a un amigo y por eso está preso. Holly deja entrever que su vida tampoco ha sido un camino de rosas. Traspasamos la cortina del juego y poco a poco penetramos en el drama que se escondían tras las historias. 



Para mí, curiosamente, el personaje ficticio de Danny acaba siendo el personaje principal. Aquí tenemos a un tipo complejo y neurótico cuya personalidad permea toda la novela. Danny percibe su vida como una marejada permanente. Es una especie de hipster, adicto a la conexión wi-fi y a los teléfonos, hasta el punto de evitar los lugares carentes de wi-fi. De hecho aparece en el castillo portando su propia antena parabólica.
"Danny no tenía ni idea de qué esperaba. Lo único que sabía era que vivía poco más o menos que en un estado de expectación constante, pendiente de algo que iba a suceder cualquier día, en cualquier momento, y que lo cambiaría todo, que pondría el mundo patas arriba y colocaría la vida de Danny bajo un nuevo prisma, convertida en una historia de éxito absoluto, pues cada paso y cada viraje, cada traspié y cada cagada lo habrían conducido hasta allí.
Su vida se rige por dos palabras clave: Altus y Anaconda. La primera tiene que ver con dominar la situación, "estar en el ajo". Para él disponer de información, saber lo que se cuece entre el personal otorga poder.
"conceptos como «perspectiva», «visión», «conocimiento» o «sabiduría» eran o demasiado profundos o demasiado superficiales. Así pues, Danny y sus amigos se habían inventado un nombre: Altus. El verdadero altus operaba en dos sentidos: veías pero al mismo tiempo te veían, conocías y te conocían. Era un reconocimiento de doble sentido."
La segunda palabra define la angustia que se te cuela por los intersticios cuando no controlas la situación, cuando tu necesidad de comunicación se encuentra con el vacío, cuando dejas de sentirte parte del mundo y sientes la amenaza de ser invisible: "así era como entraba la anaconda".


Ese ansia tan contemporánea de hiperconexión y "estar en la conversación" que domina a Danny le acaba provocando un sentimiento paradójico ya que en ningún lugar se siente plenamente en casa: "Estar en un sitio pero no por completo: eso era lo que hacía que Danny se sintiera en casa". Aunque esta hiperconexión, tan actual y virtual, nos es más que una entelequia para Howard.
«Howard se le acercó y, en voz baja, como si estuviera confesándole un secreto, dijo: No hay nunca nadie, Danny. Estás solo. Esa es la verdad».
«¿Se puede saber qué te dan las máquinas? Sombras, voces incorpóreas. Palabras escritas y fotos si estás conectado a Internet. Nada más, Danny. Crees que estás rodeado de personas, pero en realidad te las inventas».
Finalmente, yo creo que hay un asunto que recorre el subsuelo de esta novela. Una loa a la imaginación. Se puede decir que la novela se origina en un hecho que resulta trascendental tanto para Danny como para Ray, cuando Holly les abre la "puerta" de la mente. 
"Así pues, cuando Danny divisó finalmente una luz en el sótano del castillo y se dio cuenta de que era una puerta cerrada bordeada por un halo luminoso, cuando notó que algo le estallaba en el pecho y se acercó a la puerta, la empujó y de pronto se encontró ante una escalera curva con una lámpara encendida, sé perfectamente cómo se sintió. No porque yo sea Danny, ni porque él sea yo, ni por ninguna de esas mierdas: esto son solo cosas que alguien me contó. Lo sé porque cuando Holly mencionó lo de que tenemos una puerta en la cabeza, me sucedió algo. La puerta no era real, no existía, solo era «lenguaje figurado». No era más que una palabra, vamos. Un sonido. «Puerta.» Pero yo la abrí y la atravesé."
Esa puerta le permitió a Danny llegar hasta el castillo y a Ray concebir toda la historia en la que, por cierto, el primo Howard aparece como un adalid de la imaginación. 
"Howard: ¡La imaginación! A mí me salvó la vida. Yo era un niño gordo, adoptado, sin demasiados amigos. Pero me las apañé. Dentro de la cabeza tenía una vida que no guardaba ninguna relación con la vida que llevaba. ¿Y qué me dices de la gente de la época medieval? Se pasaban la vida entera en un pueblucho de mala muerte, sus hijos pillaban un catarro y se morían, y para cuando cumplían los treinta no les quedaban más que tres dientes sanos. La gente tenía que hacer algo para distraerse un poco; si no, sucumbían a la miseria y al aburrimiento. Por eso Jesús los acompañaba durante la cena. Había brujas y duendes escondidos en los rincones. La gente miraba al cielo y veía ángeles. Y mi idea…, mi, mi… plan, mi…
Mick: Misión. Lo dijo sin dejar de restregar el suelo por un solo instante.
Mi misión consiste en recuperar parte de todo eso, que quienes vengan se conviertan en turistas de su propia imaginación. Y, por favor, no digas «como en Disneylandia», porque se trata justamente de lo contrario.
Danny: No lo iba a decir.
Howard: La gente está aburrida. ¡Está muerta! Ve a un centro comercial y fíjate en sus caras. Yo lo hice durante años: los fines de semana iba a los centros comerciales y me dedicaba a estudiar a la gente, en busca de una respuesta. ¿Qué les falta? ¿Qué necesitan? ¿Cuál es el siguiente paso? Y de repente lo supe: la imaginación. Hemos perdido la capacidad de inventar cosas. Hemos dejado esa tarea en manos de la industria del ocio; lo único que hacemos es esperar sentados, babeando."
Pues eso. 
Yo también quiero ver ángeles. 

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