Esta es una película pequeña pero hecha con mucho gusto. Narra una visita científica a los páramos del fanatismo religioso en una remota aldea irlandesa durante 1860. Lo mejor es su tono, aséptico y duro como un diamante que va cortando el cristal de la superchería.
La filmografía del chileno Sebastián Lelio tiene unas constantes que se repiten en esta película: protagonistas femeninas en trance de rebeldía ante la vida o la sociedad como en Gloria (2013); o ante una comunidad cerrada que las asfixia, como en Disobedience (2017), con la que esta guarda alguna concomitancia.
La historia es sencilla y directa. Estamos en Irlanda, en 1860, y la enfermera inglesa Lib Wright (Florence Pugh) es llamada a una aldea para evaluar el proceder de una niña de 11 años que lleva más de cuatro meses sin comer nada, pero manteniéndose inopinadamente sana. La joven Anna O´Donnell (una impresionante Kíla Lord Cassidy) es dulce y bondadosa y está entregada a su familia y a sus creencias religiosas. Aduce que lo que la mantiene es el maná de Dios (¿¡). Su familia la cree y cuida de ella amorosamente. Viven con sencillez y sólo pretenden gozar del calor que les proporciona un fervor religioso que los alivia del duro trabajo y miseria.
La película está basada en la novela homónima de Emma Donnague, publicada en 2016, e inspirada en hechos reales ocurridos en la época victoriana. En ese entonces, un grupo de niñas decidieron que no se alimentarían y que se mantendrían solo tomando agua. A este grupo se le denominó fasting girls.
Una comisión de hombres notables de la ciudad (médico, alcalde, sacerdote) decide que hay que vigilar a la joven día y noche para lograr esclarecer los hechos. Entre ellos la mayoría cree que puede haber milagro, mientras que algún otro espera una explicación científica o directamente un engaño. Las normas para el trabajo de la enferma son claras: ha de observar la vida diaria de la joven y tomar notas, pero en ningún momento podrá intervenir. Esto se convertirá en un problema cuando la niña empiece a enfermar y Lib –ante la obstinación de la niña- pretenda convencer a todos de que hay que obligarla a tomar alimento ante el riesgo de muerte.
La convivencia tan íntima entre niña y enfermera las lleva hasta las confidencias y Lib descubre así el oscuro secreto que alienta la exaltación de la adolescente: tuvo un hermano que abusó de ella durante años antes de morir y ella cree que sólo inmolándose podrá salvar el alma de su perverso hermano. También le cuenta que cree en otra vida, en la que será más feliz, para la que ha elegido hasta el nombre que tendrá, Nan.
Bloqueada en su investigación y presionada por el cura y el médico para que confirme el milagro, Lib recibe el refuerzo del periodista Will (Tom Burke), originario de esa misma aldea y representante de la prensa amarillista. Él la convence de que sin duda todo es un fraude, lo que ayuda a Lib para redoblar su investigación. Aísla completamente a la niña y es entonces cuando su salud comienza a deteriorarse. La cuestión es que tanto ella como su familia y la comisión se muestran dispuestos al sacrificio final en aras del supuesto milagro.
Las dos jóvenes defienden sus posturas con pasión y dado que Lib tuvo un hijo que murió a las pocas semanas, no está dispuesta a perder a quien ha reavivado en ella el instinto maternal. Apoyándose en la creencia de Anna para acceder a otra vida, idea un plan: convence a la niña de que en su situación no tardará en morir, pero que efectivamente renacerá y se llamará Nan. A continuación le ofrece un poco de leche (que contiene opioides) y cuando ya está dormida la traslada a un lugar junto a una fuente que ella consideraba mágico en su infancia. Al recuperar la consciencia Lib utiliza su ingenuidad para convencerla de que ya es Nan y que tiene una vida por delante. Incendia la casa familiar para destruir cualquier prueba y escapa llevándose a la niña con la ayuda del periodista.
¡Qué solución tan audaz! Utilizar las propias creencias de la niña para salvarla y hacerlo con una pira de fuego liberador.
La película retrata la ardua batalla entre los hechos y la fe para revelar la causa de esta anorexia mirabilis. Y lo hace a fuego lento, con una puesta de escena elegante y pictórica. Quizás se centra tanto en la enfermera que desatiende el contexto histórico o social de esa pequeña comunidad. Por ejemplo, poco o nada se desarrollan los personajes de la comisión local a pesar de contar con grandes actores como Toby Jones o Ciarán Hinds.
He dicho que lo mejor es su tono, frío y atento a las turbulencias del alma. Pero hay dos asuntos más que añadir. Uno es la admirable interpretación de Florence Pugh, sentida y austera al mismo tiempo, aportando una gran credibilidad. Es una actriz joven pero ya muy contrastada como hemos podido ver en películas como Lady Macbeth (William Olroyd, 2016), Midsommar (Ari Aster, 2019), No te preocupes querida (Olivia Wilde, 2022) o en la estupenda serie La chica del tambor (Park Chan-wook, 2018).
El otro asunto a destacar es la fotografía de Ari Wegner que retrata con un innegable estilo pictórico esos espacios interiores de aspecto tenebrista, o esos páramos desoladores por donde pasean las dos protagonistas.
Finalmente hay que hablar del apunte metatextual que el director coloca tanto al principio como al final de la película. El film se inicia en el interior de un gran estudio y la cámara se dirige a la zona donde está montado el decorado en que nos sumergimos en Irlanda 1860. Mientras tanto una voz en off nos dice: "Hola, esto es el principio de una película llamada El Prodigio. La gente que vais a conocer, los personajes, creen en sus historias con total devoción. No somos nada sin historias. Así que os invitamos a creer en esta."
Del mismo modo, al final, la cámara se dirige al personaje que inició la película con su voz en off , el cual de pronto rompe la cuarta pared mirando a la cámara mientras dice, "dentro, fuera, dentro, fuera." Este mismo personaje, durante la película, le ha recordado a la científica enfermera que no somos nada sin historias: "Usted también necesita cuentos, los escribe en ese libro que lleva consigo".
No creo que esto añada gran cosa a la película, pero es verdad que se trata de una interesante reflexión metatextual sobre el tema central que trata: las creencias y el artificio que supone la suspensión de la incredulidad. Por no hablar de nuestra necesidad de historias. Me quedo con que nosotros, como espectadores, no estamos muy lejos de esos personajes que desean creer, aunque sepamos que en el fondo tiene que haber un truco.
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