martes, 31 de enero de 2023

EL ROSTRO en EL ESPEJO y otros relatos... - de Mary E. Braddon



La Biblioteca de Carfax sigue desempolvando autor@s de terror que permanecían olvidados para goce del buen aficionado. Y si se trata de cuentos de fantasmas nada mejor que bucear en la época victoriana.

Esta antología de Mary Elizabeth Bradddon contiene seis historias de terror gótico que bajo su terciopelo opulento y añoso nos descubren maldiciones, fantasmas y casas encantadas en la mejor tradición inglesa. Los relatos son excelentes ejemplos de cómo crear una atmósfera inquietante y situaciones perturbadoras que nos llevan inexorablemente hasta la aparición espectral.

Un aspecto que llama la atención es que todas sus protagonista son mujeres y otro que las apariciones o amenazas son asumidas por los protagonistas como algo fatal e inevitable. Lo que se contradice con el hecho de que Mary Elizabeth Braddon fuera en su época una mujer transgresora que vivió bajo sus propias normas.  

Uno de los elementos que se repite en varios relatos es el espejo, objeto que cuenta con una gran tradición en la literatura fantástica. El espejo no sólo nos devuelve y multiplica la realidad hasta el horror, según Borges; sino que también puede arrastrar con él una maldición antigua e incluso pueden constituir una puerta de acceso para monstruos y fantasmas. 


En los relatos de Braddon nos anuncian aquello que no queremos (o debemos) saber. En el primero, "El rostro en el espejo", a través del azogue se nos anuncia la inminencia de nuestra muerte, mientras que en el segundo, "Ella", una joven descubre, en el estudio de una villa italiana heredada, un espejo veneciano que le muestra su futura decrepitud. El contraste entre el escenario idílico de Orange Grove y la sensación de fatalidad es enorme.
"Ayer, durante el crepúsculo, levanté la mirada de mi libro y la posé de manera casual en el antiguo espejo veneciano que está enfrente de mi escritorio y, gradualmente, abriéndose paso sobre la borrosa superficie, vi una cara que me observaba."
La joven Lotta caerá en la misma amarga curiosidad que su abuelo por "saber qué es lo peor que esa visión de futuro puede mostrarme". Y eso que el diario de su antepasado ya recoge la advertencia del poeta Horacio: "Tu ne quaesieris, scire nefas" ("No quieras saber, porque no está permitido".
Este relato de una mansión que te absorbe la vitalidad me recordó, de algún modo, a otro extraordinario de Elia Barceló, La Maga.

El tercero es uno de los mejores del volumen, "La sombra en la esquina", y nos traslada a la casona de un terrateniente en medio del campo inglés, en la que el hacendado se suicidó. Ahora vive allí un heredero de mente científica que busca una explicación para la maldición que se abre camino desde un rincón de la habitación del suicida. No se trata de una presencia o un fantasma, sino de una opresión, una invasión psicológica que te arrastra a las simas de la desesperación.

En otros relatos la amenaza viene determinada por una maldición o una venganza, como en "El visitante de Evelyn", una historia de venganza más allá de la muerte mezclada con unos visos de tentación. Aquí encontramos al joven Hector de Brissac que recibe la maldición de su primo André tras batirlo en duelo: volverá de la otra vida para atormentarle e interponerse ante todo lo que le suponga felicidad. Cuando Hector se casa con la joven e inocente Evelyne, ésta no sospecha que un hombre fantasmal la acechará constantemente hasta que ella misma acabe obsesionada con él. Aquí podemos apreciar ese principio de modernidad que la autora plasmó en sus ficciones; puesto que la presencia primero supone amenaza, pero posteriormente convertirse en una sensual tentación que embruja a la virginal Evelyn. 
Vendré a ti cuando tu vida parezca brillar. Me interpondré entre tú y lo que ames con más intensidad y consideres más preciado. Mi mano fantasmal verterá una gota de veneno en la copa de tu felicidad. Mi sombría forma apagará la luz del sol de tu vida. Hombres con una voluntad de hierro como la mía pueden hacer lo que les plazca, Hector de Brissac, y es mi voluntad atormentarte desde la muerte."
Ese atisbo de modernidad y cientifismo del que he hablado se puede apreciar en uno de los mejores relatos del libro, "La buena lady Ducayne", en cuyo comienzo encontramos a la jovencita Bella, de 18 años, que quiere ayudar a la economía familiar, pero en vez de ponerse a buscar un marido de posibles, acude a la oficina de empleo de la señorita Torpiner. La alegría de Bella es enorme cuando le anuncian un trabajo como dama de compañía de Lady Ducayne ¡por 100 libras al año!...lástima que una sombra se cierna sobre el asunto: todas las damas anteriores han muerto a los pocos meses a pesar de su juventud y lozanía. 
"Las personas que viven tanto como ella se convierten en esclavos de la vida. Me atrevería a decir que es generosa con esas pobres muchachas pero no puede hacerlas felices. Ellas mueren a su servicio."
Es un retrato sin fantasmas pero con un indudable deseo de posesión por parte de esta anciana que roba, como un vampiro, el vigor de sus doncellas.  


Braddon fue una autora superventas en su época y una mujer independiente y empoderada avant la lettre. Muy crítica con la sociedad que le tocó vivir; utilizó sus novelas para poner en entredicho la rigidez de su época. 

Escribió casi noventa novelas, más de ciento cincuenta relatos cortos, nueve obras de teatro y una colección de poesía. Comenzó su carrera en la década de 1860 y escribió durante los cincuenta años siguientes, por lo que experimentó los avances sociales, políticos e intelectuales de la Gran Bretaña victoriana. "Se adscribió a la "escuela sensacionalista", un género que desestabilizó la época victoriana al remover los ideales de género, raza y clase de la clase media. Junto con "La mujer de blanco" de Wilkie Collins (1860) y "East Lynne"  de Ellen Wood (1861), "El secreto de Lady Audley" de Braddon (1862) completa el trío de novelas que cambiaron la trayectoria de la ficción inglesa para siempre".*

Es evidente que estos relatos resultan ajenos a su vena más provocadora, aunque hay destellos de los estudios científicos y psicológicos que tuvieron lugar con el cambio de siglo. En "La buena Lady Ducayne" es el doctor Parravicini quien utiliza la ciencia para prolongar la vida de la vieja dama; mientras que en "La sombra en el rincón", el nuevo propietario de la mansión Wildheath Grange afronta con mente científica los terrores que provoca la habitación de su antepasado suicida: "un gramo de pruebas es mejor que un kilo de argumentaciones", piensa antes de ocupar él mismo la habitación.  
Los fantasmas y la atmósfera inquietante siguen contando pero ya los protagonistas no son tan crédulos como a principios del siglo XIX. 

Las críticas al papel de la mujer y a las convenciones sociales aparecen en el relato "Su última aparición", en el que una bella y misteriosa actriz apenas se deja ver en público a pesar de su enorme éxito, lo que provoca todo tipo de rumores. Bárbara está casa con un crápula que la golpea y maltrata, pero cuando sir Phillip comienza a pretenderla para rescatarla no obtiene el respaldo necesario.
"Este capitán Montagu era un hombre valioso y conocía bien los teatros y a la mayoría de los actores, entre ellos, a Jack Stowell (el marido de Bárbara)
-Es un tipo de lo mejor -le aseguró a sir Philip-. Una compañía excelente.
-Puede ser -contestó el caballero-. Pero golpea a su mujer y yo pretendo devolverle el golpe.
-¿Acaso, Philip, vas a convertirte en Don Quijote y enfrentarte a molinos de viento?"
Pero lo que nos ha traído hasta aquí es ese ambiente tétrico que tan bien se refleja "El rostro en el espejo"
"Desde aquel suceso, el ama de llaves juraba que, siempre que había tormenta en el mar, el viento, como un alma en pena, aullaba y se lamentaba por los largos pasillos de la mansión y que un espantoso sonido de agua goteando se dejaba oír en la habitación donde el malaventurado cadáver había yacido en espera de su funeral. Existían también unos misteriosos aposentos cuyas puertas desaparecían cada cierto tiempo, por lo que durante meses no se podía acceder a ellos. Cuando finalmente las puertas reaparecían, los muros de las estancias estaban cubiertos con diabólicos dibujos y sus muebles distribuidos de forma extraña."


*Extracto del prólogo de Janine Hatter de la Universidad de Hull

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