La directora y guionista Ruiz de Azúa logra colar su cámara en la habitación más íntima de dos madres de distinta época para contarnos una historia que acaba en el mismo callejón sin salida.
Amaia (Laia Costa) es una joven profesional que trabaja a nivel internacional y ante ella se abre un futuro halagüeño, pero de pronto todo queda en suspenso. Va a ser madre y su vida dará un vuelco. Su marido sigue trabajando mientras ella tiene que parar. Durante muchos momentos del día está sola y agobiada porque descubre que nadie le ha enseñado a ser madre. Para sentirse más arropada se muda a casa de sus padres (interpretados por unos impagables Susi Sánchez y Ramón Barea) en el País Vasco. Allí recibe un poco de consuelo y ayuda; pero descubre con sorpresa la amargura que corroe a su madre ante una vida vacía y un matrimonio que ya solo tiene costumbres.
Su madre trata al marido como a un trasto molesto. Afloran con contundencia la rutina y la frustración. También se atisba una aventura que tuvo con un vecino del pueblo. A Amaia todo lo de su madre le habla de insatisfacción y sueños rotos, mientras ella trata de lidiar con una maternidad absorbente y con un marido cada vez más alejado de ella, centrado en su trabajo.
Mientras que el paralelismo que se establece entre las dos madres está desarrollado de forma sutil y compleja, la relación entre los dos jóvenes padres tiene un desarrollo más estereotipado. Ella está desbordada, tiene que decidir a cada instante cómo afrontar una maternidad que por momentos la supera. Mientras que él evade sus responsabilidades por causa del trabajo y su ausencia casi permanente.
Lo que vemos en pantalla es a una madre primeriza con todas las alegrías, sinsabores y contradicciones que supone hoy en día. Amaia cree que su preparación y el mundo moderno le ofrecerían todo tipo de posibilidades; pero la maternidad la fuerza a sentirse cada vez más presa e impotente. No se lo puede creer.
Sin embargo su frustración le ayudará a entender mejor a su madre. Ese duro aprendizaje es la esencia de esta película sencilla a más no poder y, por eso mismo, profunda e intensamente emotiva. Todo ello gracias a un guión transparente y unos actores que parecen vivir y no interpretar.
Contraponer la maternidad de hoy con la de ayer nos revela que después de hablar durante mucho tiempo de conciliación, realmente es un asunto que socialmente está sin resolver y, lo que es peor, que cada mujer la afronta en solitario, buscando un imposible equilibrio entre aspiraciones, precariedad e incertidumbre.
La directora declaraba que su empeño "consiste en anclar el cine a la verdad" y ese empeño lo logra con grandes dosis de autenticidad, emoción y honestidad.
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