lunes, 4 de julio de 2022

UN HOMBRE MUERTO - de Ngaio Marsh



Un hombre muerto (A man lay dead, 1934) es un clásico de la edad de oro de la ficción detectivesca sobre el todavía más clásico misterio de un asesinato en una mansión de la campiña inglesa durante el típico week-end. Para añadirle una pizca de picante a este cluedo netamente inglés, cabe decir que Ngaio Marsh fue una conspicua escritora... neozelandesa de novelas de crimen y misterio que rivalizaba con las mismísimas Agatha Christie y Margery Allingham. A lo largo del libro no hay ningún indicio de su tierra de origen ya que tanto el escenario como los personajes, incluida una multitud de criadas, así como las relaciones que entre ellos mantienen exhiben un color estrictamente británico.

Nigel Bathgate es un periodista que asiste con su primo Charles Rankin a su primera fiesta en la casa de campo Frantock. Ha oído decir que sir Hubert Handesley es un inmejorable anfitrión que mantiene la tradición de que todos sus invitados participen en el Juego del Asesino. 
—Se trata de lo siguiente —empezó sir Hubert cuando Vassily hubo terminado de servir el combinado. Todos ustedes conocen ya el juego del crimen. Una persona es elegida como criminal sin que los demás jugadores lo sepan. Se separan todos y el criminal elige el momento para hacer sonar un timbre o un gong. Eso simboliza la comisión del crimen. Entonces se reúnen todos otra vez y celebran un juicio haciendo que uno de los jugadores actúe de fiscal y, por medio de numerosos interrogatorios, descubra al «asesino». pág. 20
El hecho es que tras sonar el gong y apagarse las luces, lo que aparece es el auténtico cadáver de uno de los invitados con una extraña daga clavada en el corazón. El juego teatral se acaba de convertir en un crimen del que todos son sospechosos. 

Esta es la primera novela de Ngaio Marsh y sirve de presentación al detective inspector del Scotland Yard, Roderick Alleyn, protagonista de las 32 novelas que escribió. Aunque se trata de la primera aparición del detective éste ya cuenta con todo un bagaje de investigador reputado, culto y minucioso. Se presenta a sí mismo como alguien con muy mala memoria, pero su bloc de notas acabará convertido en un completo dossier con los más mínimos detalles del caso, así como las circunstancias actuales y pasadas de cada uno de los implicados. Alleyn, admirador confeso de Sherlock Holmes, tendrá en Nigel Bathgate a su Watson particular que le ayudará a afinar sus armas para la resolución del caso.  
—¿Imagina usted…? —empezó Nigel.
—No imagino —replicó Alleyn—. Los policías no podemos imaginar.
Alleyn llega a Frantock la mañana siguiente al asesinato y le fastidia descubrir que el cuerpo ya ha sido trasladado. Le gusta inspeccionar las cosas por sí mismo y reconstruir los hechos jugando con los mismos invitados, a los que suele tender celadas. El propio Nigel Bathgate es utilizado por Alleyn en una especie de misión secreta con mensajes y encuentros misteriosos que le hacen dudar de si está colaborando con el inspector o él mismo está siendo investigado.

El elemento teatral está muy presente en la obra ya que Alleyn mantiene la estructura del juego para interrogar a los testigos.
¿Qué hubieran hecho ustedes si el juego hubiera seguido de una manera normal?
Al preguntar esto, Alleyn volvióse hacia Wilde.
—Nos hubiéramos reunido en seguida para celebrar una parodia de juicio —explicó Wilde—. Hubiéramos tenido un juez, un fiscal, y cada uno de nosotros hubiera tenido derecho a interrogar a los testigos. Nuestro objeto hubiera sido encontrar al «asesino», o sea, a aquel de nosotros a quien Vassily le hubiera entregado la placa roja.
—Muchas gracias. Ya comprendo. ¿Han celebrado ya ese juicio?
—¡Por Dios, inspector! —exclamó Nigel—. ¿Por quiénes nos ha tomado usted?
—A uno de nosotros lo considera un asesino —declaró lentamente Rosamund.
—Creo que el juego del crimen debe jugarse hasta el fin —siguió Alleyn—. Propongo que celebremos el juicio tal como se pensaba celebrar."
Este elemento escénico en el que Alleyn reincide en la resolución del caso tiene continuidad en la segunda novela de Marsh, Un Asesino en Escena, donde los mismos protagonistas, Alleyn y Nigel Bathgate acuden al teatro y son testigos del asesinato de uno de los actores. Todo lo cual no es de extrañar ya que el teatro fue otra de las pasiones de Ngaio Marsh, quien obtuvo un merecido reconocimiento por su labor como directora escénica produciendo novedosos montajes de Otelo, Hamlet y Seis personajes en busca de autor.


La novela supone un placentero entretenimiento y se sigue con interés gracias a una lograda ambientación y al atractivo de unas cuantas historias que surgen del pasado de los personajes. A pesar de que su publicación fue hace casi noventa años, en modo alguno resulta anticuada. En la investigación ya están presentes las huellas dactilares y tanto la comprobación de las coartadas como los apuntes psicológicos nos ofrecen una novela meticulosamente construida. 

Además la intriga aumenta cuando sobre el crimen planea "la amenaza rusa". No hay que olvidar que en la década anterior a la publicación de la novela el miedo al comunismo ruso se había extendido por toda Europa. Así nos encontramos con que Vassily, mayordomo de confianza de sir Hubert Handesley durante más de veinte años, de pronto desaparece el mismo día en que se encuentra el cadáver. A lo que hay que sumar la presencia del doctor Foma Tokareff, amigo de Handesley desde sus tiempos de embajador en Petrogrado.
"El lunes pasado interrogué a los ocupantes de esta casa. Primero particularmente y luego en conjunto. Después del «juicio» llevé a cabo un meticuloso examen de la casa. Con ayuda de Bunce reconstruí el crimen. La posición del cadáver, de la daga, de la coctelera, me llevaron a la conclusión de que a Rankin le habían apuñalado por la espalda y desde arriba. No es fácil llegar al corazón mediante una puñalada dada en la espalda. Sin embargo, en ese caso se logró y tanto el doctor Young como yo sospechamos que el asesino tenía algunos conocimientos de anatomía. ¿Quién de los aquí reunidos poseía tales conocimientos? El doctor Tokareff. Su motivo para cometer el crimen quedaba reforzado por el asesinato de Krasinski, a quien mataron sus cómplices por haber profanado la daga sagrada."


Aunque el robo de unas cartas personales y el rastro del cierre metálico de un guante nos ofrecen líneas de investigación muy seductoras, el misterio mejor forjado es el de la extraña daga, herramienta del asesinato, cuya oscura pista nos lleva hasta una antigua sociedad secreta rusa. El propio muerto la había llevado a Frantock para que sir Hubert, reconocido coleccionista de armas y antigüedades, la evaluara. En este sentido seguro que estaremos de acuerdo con lo que escribió P. D. James sobre Ngaio Marsh:

“Los lectores en los años dorados exigían no solo que la víctima fuera asesinada, sino que él o ella fuera, intrigante y extrañamente asesinado… el método de asesinato en una novela de Ngaio Marsh tiende a permanecer en la memoria”.
Ngaio Marsh fue la última en unirse al póker de Reinas del Misterio que rigió durante la Edad de Oro. En 1934, cuando Marsh publicó su primer libro, Un hombre muerto, las otras tres ya estaban en su mejor momento: Agatha Christie publicó ese año Asesinato en el Orient Express, Dorothy L. Sayers Nueve Sastres y Marguery Allingham La muerte de un fantasma.

Ngaio Marsh
En una de las visitas de Marsh a Inglaterra, fue invitada a asistir a la cena mensual del Detection Club en Grosvenor House, la sociedad de escritores de género criminal más antigua del mundo, algunos de cuyos primeros miembros fueron Chesterton o Agatha Christie. Todavía actualmente se reúnen en selectos clubes, y mantienen tétricos rituales de iniciación. Después de aquella cena, el grupo se retiró a un salón para llevar a cabo la ceremonia de juramentación de E.C. Bentley, cuya maestra de ceremonias fue Dorothy Sayers. Las luces se apagaron, la puerta se abrió y Sayers, vestida con su túnica académica y sosteniendo una sola vela, encabezó la procesión hacia la sala. Oculto en su vestido había un revólver. De hecho, todos los miembros portaban un arma. El último miembro de la procesión llevaba una calavera llamada “Eric” sobre un cojín. 
Como se ve lo teatral siempre corre parejo con el misterio y el ritual. 

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