Esta novela tiene el regusto del folletín y de esas aventuras publicadas por capítulos (como lo fue ella misma) en las que se suceden situaciones extremas que enganchan al lector hasta la nueva entrega. También tiene ese sabor pulp y bizarro que proporcionan los giros imposibles, la maestría para el disfraz que ostentan los protagonistas y las maquinaciones y huidas tan audaces como inverosímiles. Pero de lo que no cabe duda es que se trata de una lectura tremendamente entretenida, con ese punto entre pervertido y siniestro que aporta una malvada de lujo, la señora Midorikawa, la hermosísima jefa del hampa en la ciudad Imperial.
El Lagarto Negro fue publicada en el año 1934 y comparte con las obras de Conan Doyle y de Edgar Alan Poe la creación de un detective imbatible por su arrojo y aguda inteligencia, el detective Kogorō Akechi. La archienemiga en este caso será la astuta y despiadada madame Midorikawa, líder criminal conocida como el Lagarto Negro, por el espectacular tatuaje que luce en su brazo. Esta perversa y hermosa mujer tiene la obsesión enfermiza de coleccionar los objetos más hermosos del planeta y un importante joyero de Osaka posee dos que le interesan sobremanera, el mayor diamante de Japón, la Estrella de Egipto, y una joven hija angelical.
"Lo que yo busco no es su dinero. Lo que yo deseo es reunir todas las cosas bellas de este mundo. Joyas, obras de arte, personas hermosas...-¿Cómo? ¿Personas también?-Sí. Una persona bella es superior a cualquier obra de arte."
Para enfrentarse a semejante reto el joyero ha contratado al famoso detective Kogorō Akechi, y es que la propia madame Midorikawa le ha avisado de sus intenciones; lo que da al enfrentamiento ese carácter de juego que a Holmes tanto excitaba. "Comienza la partida" solía decir cuando atisbaba un misterio a la altura de su intelecto.
"He sido yo quien lo ha puesto sobre aviso. Yo, ¿sabes, Jun-chan? no soy tan cobarde como para atacar por sorpresa. Jamás he robado sin avisar antes. Advierto a mis víctimas, como debe ser; dejo que se prevengan convenientemente y así nos batimos en igualdad de condiciones. Si no, para mí no tiene el menor interés. De hecho, más que el objeto sustraído, lo que vale la pena es el combate.
-Entonces ¿también los ha avisado esta vez?
-Sí. Les puse sobre aviso en Osaka... ¡Oh, sólo de pensarlo me retumba el corazón! Kogoro Akeshi será un digno contrincante. Me divierte mucho imaginar que voy a librar con él esta batalla singular." pág. 28
Aunque más que al detective victoriano, esta partida recuerda a las andanzas de Arsenio Lupin, por el carácter insólito y espectacular de muchas acciones, el gusto por el disfraz de ambos contendientes y lo rocambolesco de sus aventuras. Por ejemplo cómo logró el Lagarto Negro raptar a la joven cuando toda la casa estaba rodeada de vigilantes y el propio Akechi custodiaba el dormitorio desde la sala contigua. O dónde logró esconderse Akechi en el barco de madame Midorikawa cuando sus esbirros removieron cada rincón y sentina sin encontrarlo.
La acción siempre es trepidante y la trama se convierte en una persecución constante trufada por todo tipo de artimañas. La novela se desarrolla en cuatro escenarios donde se producen escaramuzas y victorias parciales que rápidamente son enjugadas. El primero es un hotel de lujo donde Midorikawa logra raptar a la joven que al poco tiempo es rescatada por Akechi; el segundo es la mansión del joyero, el tercero es el barco donde Midorikawa traslada en secreto su botín y el último es la mismísima boca del lobo, la guarida de El Lagarto Negro, sede de su Museo del Terror. En todos y cada uno de ellos Akechi y Midorikawa ponen en juego su intrepidez y lógica detectivesca.
El carácter aventurero de la obra hace que nos bebamos las páginas como un refresco y volvamos a sentirnos como unos adolescentes siguiendo los lances de este entretenidísimo duelo. Porque en cada celada que se tienden lo que sale a relucir es la admiración y fascinación mutua que se profesan. Hasta se llegan a retar de forma temeraria, haciendo apuestas sobre quién de ellos ganará. La naturaleza aventurera del relato se subraya cuando el narrador se hace presente para llamar la atención del lector sobre algún asunto y así ganarse su complicidad.
"Estimados lectores, graben en su memoria las palabras de Akechi ¿podrá el famoso detective mantener su promesa? ¿No será de nuevo derrotado? Porque, si tal cosa llegara a suceder, no tendría otra salida que sacrificar su profesión."
Si la acción vibrante y las constantes argucias nos llevan en volandas por las páginas, el libro cuenta además con una atmósfera siniestra -la morgue, los clubs, los puertos y las guaridas- digna de las mejores películas de serie negra de los 40. A ello contribuye una pérfida y sensual Midorikawa que en la mayor parte de la novela ocupa el primer plano de la narración.
Edogawa Rampo es el seudónio de Tarō Hirai, quien fue un gran admirador de escritores de misterio occidentales como Edgar Allan Poe, Arthur Conan Doyle o Maurice Leblanc. De hecho su seudónimo se corresponde con la transcripción fonética al japonés de su estimado Edgar Allan Poe. Rampo fue el introductor y creador de historias de detectives en Japón y llegó a escribir 67 novelas y 76 relatos que gozaron de gran popularidad. A pesar de que murió en 1965 sus historias siguen reeditándose contantemente y son adaptadas una y otra vez al manga y la televisión. También fue el principal impulsor de la asociación de escritores japoneses de misterio, que, en su honor, creó el premio que lleva su nombre, el más antiguo y prestigioso de su país.
Hay que recordar que existe otro autor japonés que también quiso emular la figura de Sherlock Holmes. Se trata de Okamoto Kido, (1872-1939), aunque situó a su detective samurai, Hanshichi, en una época remota, al final del período Tokugawa o Edo, entre 1840 y 1860. Kido también dota a su detective de las dotes deductivas de Holmes, pero aprovecha para hacer un retrato fascinante de la vida y costumbres feudales que se daban en la ciudad de Edo.
Aunque no muy abundante, este recorrido de influencias criminales y detectivescas también se produjo desde Oriente a Occidente, como lo prueban el villano Fu-Manchú creado por Sax Rohmer, cuya primera aparición data de 1913, obteniendo un gran éxito tanto en sus adaptaciones al cine como al cómic. Y por supuesto uno de mis detectives favoritos, el Juez Di escrito por Robert van Gulik, un magistrado sumamente sagaz y educado que ejerce la judicatura en la capital imperial de China en el siglo VII. Van Gulik escribió sus casos basándose en manuscritos donde se relataban hechos criminales y sus actas de investigación.
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