Tengo que decir que las utopías y distopías no son lo mío. Pergeñar todo un sistema social, económico y judicial con sus usos y costumbres particulares es un asunto demasiado complejo y considero que en muchas obras su presentación adolece de simple y esquemática. Más si encima la sociedad se presenta con calles vacías de cualquier ajetreo y con grupos de personas silenciosas y uniformes que, como zombis, apenas siguen cuatro directrices: obedece, admira al líder, come, duerme. Esas sociedades me parecen poco menos que caricaturas y excesivamente artificiales.
Me interesan más las partes de estos relatos que se centran en un protagonista alienado que desconoce el mapa general del sistema. Y todavía me interesa más el camino que sigue hasta descubrir las rendijas de los muros y romper su condicionamiento social e intelectual para apreciar las férreas normas que lo atenazan.
Todo esto lo encuentro en esta novela de Evgueni Zamiátin. Los apuntes generales del sistema son escuetos y generales, pero aquí tienen el atractivo de delatar una profunda sátira sobre la colectivización uniforme y adormecedora: el Estado Único, el día de la Unanimidad o las Tablas de la Ley como panacea para resolver todas las inquietudes humanas (guerra, pobreza, miedos o inseguridad) parecen un gran sarcasmo. En el libro podemos leer: «¿Con qué sueña la gente? Con alguien que les diga de una vez por todas en qué consiste la felicidad y que luego les encadene a ella».
"Las Tablas de la Ley hacen de cada uno de nosotros el héroe de acero de un gran Poema. Cada mañana, con matemática precisión, nosotros, una legión de millones, nos levantamos como un solo hombre, a una misma hora, a un mismo minuto. A un mismo tiempo comenzamos nuestro trabajo y en el mismo instante lo acabamos. Así, fusionados en un cuerpo con millones de brazos, nos llevamos la cuchara a la boca en el momento determinado por la Tabla, a un mismo tiempo salimos a pasear y vamos al auditorio y a la sala de ejercicio de Taylor. A un mismo tiempo nos acostamos..." pág. 111
Después de la guerra de los Doscientos Años el Estado Único ha logrado una sociedad perfecta que permanece aislada del exterior por un Muro Verde. Fuera está lo salvaje, lo libre, lo ilógico; dentro rige la lógica que nos lleva a la paz y la felicidad. Ya no hay personas sino números y cada uno ocupa un puesto satisfactorio en un engranaje perfecto. El Estado Único está regido por el Benefactor, el cual se somete cada año al Día de la Unanimidad, elección a mano alzada donde todos los ciudadanos lo ratifican, entregándole "las llaves de la infranqueable fortaleza de nuestra felicidad".
"Nada que ver, desde luego, con las caóticas elecciones de los antiguos, cuyos resultados (resulta ridículo contarlo) no se conocían de antemano. ¿Qué puede haber más disparatado que fundar un Estado sobre la base de una ciega casualidad, absolutamente impredecible?" pág 224
En la ciudad de cristal y acero del Estado Único los hombres-número viven y trabajan con horarios fijos, siempre a la vista de todos, sin vida privada: el "yo" ha dejado lugar al "nosotros". La sociedad funciona sobre la base de unas Tablas de la Ley que regulan de forma estricta todas las acciones del día y de la noche: la hora de dormir, la hora destinada a pasear, el número de masticaciones que hay que hacer, las relaciones sexuales que hay que mantener..... La sociedad está guiada por la más estricta lógica como medio seguro para resolver cualquier aspiración humana. Se puede decir que, por la época en que fue escrito y su matemática regulación de todo, la obra es una burla de las pretensiones cientifistas del materialismo histórico.
"Seré sincero: aún no hemos encontrado una solución definitiva para el problema de la felicidad. Dos veces al día, de las 16 a las 17 y de las 21 a las 22 horas, el gigantesco organismo se divide en células individuales. Son las Horas de Asueto Personal que establecen las Tablas de la Ley. A esas horas, verán que los estores de algunas casas están castamente corridos, que unos marchan rítmicamente por la avenida al metálico son de la Marcha del Estado Único, otros (como yo ahora) están trabajando en su escritorio. Pero creo firmemente -llámenme idealista o soñador- que tarde o temprano encontraremos sitio para estas horas en la fórmula general. Algún día las Tablas de la Ley abarcarán los 86.400 segundos del día." pág. 111
Efectivamente el Estado Único se encarga de llevar a cabo las aspiraciones mesiánicas del estalinismo totalitario: la prioridad incondicional de la colectividad sobre el individuo, la primacía de la igualdad sobre la autonomía moral. Como buenos miembros del Estado Único los números deben suprimir todo sentimiento y deseo personal para entregarse sin reserva al ideal de una sociedad perfecta y armoniosa. En este Edén uniforme las garantías individuales, la autonomía moral o el orden jurídico se desprecian en aras de una conciencia de racionalismo extremo en favor del líder y de la colectividad.
Mucho antes de que Orwell imaginara su 1984 inundado de "telepantallas", Zamiátin ya nos presentó una ciudad con viviendas de cristal, en cuyas habitaciones totalmente transparentes sólo se cerraban las cortinas en la hora marcada para el sexo.
«A través de las paredes de cristal, a derecha e izquierda, creo ver mil veces repetida mi propia figura, mi habitación, mi traje y mis movimientos. Esto me anima: me veo como parte de algo enorme, potente, único. ¡Qué belleza tan precisa! Ni un gesto, curvatura o giro de más». pág. 129
Pero como dije más arriba, lo que más me interesa es la vivencia del protagonista y este D-503 que nos relata su experiencia nos ofrece un perfil denso y paradójico. Por un lado está más que satisfecho con su vida mecánica y ordenada en el Estado Único. Es el Ingeniero Constructor de la nave Integral, la que llevará ese mundo feliz hasta otros mundos y llega a decir del Benefactor, "nos ha atado sabiamente de pies y manos con los bienhechores lazos de la felicidad". Pero por otro lado, cuando conoce a I-330, una mujer independiente y de gran vitalidad, atisba la opresión en la que vive. Eso que bulle en su pecho va más allá de las Tablas de la Ley y de la lógica. Zamiátin presenta al amor como el elemento redentor de su protagonista. Aquí el amor equivale a rebelión y el instinto sexual al deseo de libertad.
El soplo que insufla autonomía en D-503 es de uno de los momentos más poéticos de la novela. Después de besar a I-330, D-503 se siente tan independiente como un planeta flotando en el vacío de la libertad.
"Sus labios insoportablemente dulces (supongo que por el sabor del licor) vertieron en mi boca un sorbo de aquel veneno abrasador, luego otro más, y otro. Caí de la tierra al vacío y, como un planeta independiente, empecé a girar, descendiendo cada vez más y más hondo, describiendo una trayectoria imprevisible." pág 150-51
No es el único número que acaba en una encrucijada. Hay otro personaje a través del que Zamiátin subraya la libertad y plenitud que ofrece el amor. O-90 está asignada como amante esporádica de D-503, pero finalmente, por encima de las prohibiciones de las Tablas de la Ley, quiere tener un hijo suyo. El deseo llega a ser tan intenso que persigue y ruega a D-503 por ese acto de amor.
Pero que nadie piense que D-503 es un ser unidimensional. El combate entre su amor y su condicionamiento es épico, con victorias parciales en cada bando. Sus notas se contradicen de un día para otro. Su deseo de seguridad planta cara a la vida "ilógica" y salvaje: "La quiero y por lo tanto quiero irme con ella, pero eso es delito", llega a escribir.
"Resulta asombroso comprobar hasta qué punto siguen activos los instintos criminales en la raza humana. Lo digo conscientemente: criminales. La libertad y la criminalidad están indisolublemente ligadas entre sí, como..., pues, como el movimiento de un aerotransportador y su velocidad. Si la velocidad es = 0, el aerotransportado no se mueve. Si la libertad del hombre = 0, este no cometerá crímenes. Está claro.
El único medio de preservar al hombre del crimen es eximirle de la libertad." pág. 131
D-503 asume de tal modo la lógica del rebaño que incluso después de haberse entregado a I-330 y haber traspasado el Muro Verde, el raciocinio de la seguridad y la obediencia lo atenaza. Su combate interno se hace tan evidente que un compañero le dice con ironía: "malo, muy malo. Por lo visto se le ha formado un alma". Esa conciencia del yo acaba trayéndole por el camino de la amargura hasta llegar a cuestionarse "¿cómo explicar la enfermedad que describo en estas páginas?"
La novela adopta la forma de un diario íntimo que D-503 redacta, con la idea de que la Integral lleve esas notas hasta otros planetas explicando el "bienhechor yugo de la razón".
"Tenéis por delante la tarea de imponer el bienhechor yugo de la razón a los ignotos seres de otros planetas -quizá aún en estado de salvaje libertad-. Si no comprenden que llevamos la felicidad matemáticamente infalible, nuestro deber es obligarles a ser felices."
Y es que D-503 es un firme defensor de la razón. Como buen ingeniero tiende a verlo todo como un gran engranaje donde cada pieza tiene su función.
"Por la mañana estaba en el hangar donde se construye la Integral, cuando, de pronto, me fijé en las máquinas: con los ojos cerrados, los rodamientos de los reguladores giraban abstraídos; las manivelas, relucientes, se doblaban a derecha e izquierda; el balancín funcionaba soberbio en los ejes; la tijera del torno taladraba al ritmo de una música imperceptible. entonces se me reveló la belleza de aquel grandioso ballet mecánico que anegaba un tenue sol azul.
Me pregunté enseguida: ¿Por qué es bello? ¿Por qué es bella esa danza? Respuesta: Porque es un movimiento no libre, porque el sentido de esa danza subyace en su absoluta subordinación estética al ideal de la no libertad. Si es verdad que nuestros antepasados, en los instantes de mayor entusiasmo (misterios religiosos, desfiles militares) se abandonaban a la danza, esto solo puede significar una cosa: el instinto de la no libertad es, desde tiempos inmemoriales, innato en el hombre. La única diferencia es que nosotros, en la vida actual, lo hacemos de manera consciente..." pág 103-4
Pero esta danza de bielas choca con las pulsiones de amor y libertad que asaltan a D-503 desde que conoce a I-330. Siendo un convencido seguidor de los principios morales del estado, siente sus emociones como una traición. Por eso la voz del relato -apasionada y contradictoria- es uno de sus mayores aciertos. Por ejemplo, cuando I-330 logra acercarle hasta el mismísimo Muro Verde se produce uno de esos momentos mágicos cercanos a la revelación.
"El hombre dejó de ser un animal salvaje cuando construyó el Muro, cuando gracias a él pudimos aislar nuestro perfecto mundo mecánico del irracional y grotesco mundo de los árboles, los pájaros y las bestias.
A través del cristal, entre la niebla y con escasa luz, pude ver el tosco morro de un animal que me miraba, unos ojos amarillos que repetían tercamente una idea incomprensible para mí. Nos miramos durante un buen rato a los ojos, esos pozos a cuyo fondo se penetra desde el mundo exterior. Entonces me picó la curiosidad: "¿Y si ese ojos-amarillo, con su absurdo y sucio lecho de hojas secas, y su imprecisa vida, fuera más feliz que nosotros?" pág. 185
La novela convoca muchos asuntos de gran interés, como el mito del buen salvaje, el vértigo de la libertad o el carácter mesiánico de muchas ideologías. De hecho el estudioso puede leer este libro rastreando los hechos históricos y las teorías sociales de la época (como el taylorismo), así como también su traslado a la actualidad. Y es que la alegoría que plantea tiene un amargo reflejo en nuestros días; en las veleidades absolutistas del neoliberalismo económico y en el ataque a la intimidad y a los derechos en aras de la seguridad.
Pero la novela también es una aventura que se lee con ligereza. El drama humano que aflora en D-503 posee intensidad psicológica y moral, del mismo modo que todo lo referente a la Casa Antigua rezuma misterio o sentimiento de amenaza la vigilancia extrema a la que son sometidos. Qué no decir de la intriga que suscitan los preparativos de la rebelión.
El punto de inflexión lo consigue Zamiátin cuando el Estado lanza la campaña de la Gran Operación a la que todos deben someterse para extirpar la fantasía.
"(La fantasía) es una fiebre que os espolea a correr cada vez más adelante, aunque este avanzar comience ahí donde acaba vuestra dicha. La fantasía es la última barricada en el camino hacia la felicidad.
Pero alegraos, este obstáculo ha sido eliminado. La vía está libre.
El Estado Único ha localizado el centro de la fantasía (es su descubrimiento más reciente): un lamentable nudo en la región craneal del puente de Varolio. Pues bien, una triple irradiación aplicada sobre este nudo os curará para siempre de la fantasía.
Sois perfectos como máquinas. El camino hacia la plena felicidad está libre. Pág. 261
No quiero finalizar mi comentario sin señalar el continuo paralelismo que la obra establece entre el Estado Único y el cristianismo.
"En el viejo mundo, los cristianos, nuestros únicos aunque imperfectos predecesores, sabían que la humildad es una virtud y el orgullo un vicio. El "NOSOTROS" procede de Dios. "YO", del Diablo" pág 216.
Las referencias son constantes y nada veladas. El propio Benefactor se erige, como un dios, en suma autoridad moral y juez implacable (los castigos son públicos y terribles -en la Plaza del Cubo- para abortar cualquier vacilación). También I-330 aparece como una Eva díscola en el Paraíso, mostrándole otro tipo de vida más llena de emociones y libertad. Asimismo la Integral puede verse como la diáspora de los Apóstoles para llevar la buena nueva a todos los pueblos.
"—Comprenda, es la antigua leyenda del Paraíso... Pero adaptada a nuestra realidad. ¡Sí, piense en ello! A aquellos dos, en el Paraíso, se les presentó una alternativa: o dicha sin libertad o libertad sin dicha. No se les dio una tercera opción. Y ellos, unos zoquetes, eligieron la libertad. Así, es comprensible que durante siglos añoraran las cadenas. Las cadenas, ¿comprende?, ahí tiene en qué consistió el dolor del mundo. ¡Durante siglos! Solo nosotros supimos recuperar la felicidad... (…)
De nuevo somos pobres de espíritu, inocentes, como Adán y Eva. No hay confusión sobre el bien y el mal. Todo es imple, paradisíaco, cosa de niños. El Benefactor, la Máquina, El Cubo, la Campana de Gas, los Protectores... Todo es solemne y puro, majestuoso, noble, elevado, cristalino y transparente. Porque protege nuestro estado de no libertad, es decir, nuestra felicidad." pág 156
Aunque hay ejemplos en los que el poder se basa en una religión existente (El cuento de la criada, de Margaret Atwood, por ejemplo), en la mayoría de las distopías la religión ha sido sustituida por el Estado.
"A juzgar por las descripciones que han llegado hasta nosotros, los antiguos experimentaban algo similar durante sus «misas». Aunque, claro, ellos le rendían culto a un Dios absurdo y desconocido. En cambio, nosotros servimos a una divinidad racional y conocida de la forma más precisa. Su Dios no les dio nada, a excepción de una búsqueda eterna y tortuosa. A su Dios no se le ocurrió nada mejor que ofrecerse en sacrificio por un motivo ignoto. Pero nosotros brindamos a nuestro Dios, el Estado Único, un sacrificio sereno y juiciosamente razonado.
Sí, una solemne liturgia para el Estado Único, la conmemoración de la Guerra de los Doscientos Años, la grandiosa victoria de la masa contra el individuo, de la suma sobre la cifra...". pág. 140
La incertidumbre que provocan las emociones y el libre albedrío es algo esencialmente humano. Como ingeniero, D-503 lo vislumbra con una gran intensidad gráfica:
"Me diluía, era infinitamente pequeño, un punto...
A fin de cuentas, esta sensación tenía su lógica el día de hoy: el punto está cargado de incertidumbre; cuando se pone en movimiento es capaz de transformarse en miles de curvas distintas y en centenares de cuerpos.
Me aterroriza moverme: ¿en qué me convertiré?" pág 233
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Evgeueni Ivánovich Zamiátin antes que escritor fue un brillante ingeniero naval. Estudió en el Instituto Politécnico de San Petersburgo y viajó por toda Rusia además de visitar ciudades extranjeras como Constantinopla, Esmirna, Salónica, Beirut, Jerusalén y Port Said. Simpatizante del partido bolchevique desde sus inicios, se encontraba casualmente en Odessa en 1905 cuando tuvo lugar la rebelión de los marineros del acorazado Pótiomkin. Durante el transcurso de la I Guerra Mundial fue enviado a Inglaterra para acometer la construcción de buques rompehielos. Allí vivió en un suburbio de Newcastle llamado Jesmond y tuvo la oportunidad de conocer la obra del iniciador de la ciencia-ficción H.G. Wells. Él fue su inspiración para escribir Nosotros. Los planos y especificaciones de su nave favorita, el Alexander Nevski (más tarde rebautizado como Lenin), llevan la peculiar firma de D-503, I-330 y O-90: los principales protagonistas de Nosotros. Su estancia en los alrededores de Newcastle supuso el contacto con el taylorismo, un sistema de eficiencia en el trabajo industrial que le causó profunda inquietud.
Zamiátin fue un convencido revolucionario pero no se dejó tentar por el pensamiento único. Por su personalidad crítica e indomable era conocido como "El hereje" entre los críticos y estudiosos. "Después de publicar Nosotros le condenaron al ostracismo. Zamiátin participó activamente en un grupo de filósofos y escritores conocido como los escitas que defendían la libertad sin rumbo, lo salvaje y lo apasionado. Una posición que superaba los dogmas de la ideología dominante. Para Zamiátin dicha visión no se oponía al movimiento revolucionario. Sin embargo tanto él como sus compañeros fueron tachados de subversivos y antirrevolucionarios. También se vinculó a un grupo de notable influencia, los Hermanos Serapion, comunidad de escritores y académicos formada en Petrogrado en 1921, cuya principal seña de identidad se fundamentaba en la exigencia de que "el arte se mantuviera apartado del compromiso político, con una postura aún más alejada de la moda cultural que la defendida por los para entonces extinguidos escitas" pág 21 del Prólogo.
Nosotros fue escrita en ruso en 1920 pero se publicó primeramente en inglés en 1924. No se pudo leer en ruso en la Unión Soviética hasta 1988, año en que salió a la luz al mismo tiempo que 1984, de G. Orwell. Estas dos obras junto con a Un Mundo Feliz de Aldous Huxley forman el triunvirato de distopías que definen el siglo XX. El mundo imaginado por Zamiátin influyó en todos ellos. Huxley es claramente deudor, en su obra un "Estado Mundial" omnipotente se esfuerza por estandarizar al género humano con el objetivo de generar una sociedad ordenada y cómoda. Los seres humanos son procreados en una cadena de montaje y condicionados genéticamente para ser incluidos en una de las cinco castas, donde deberán sentirse realizados. El Estado se sirve de cuatro técnicas para asegurar el orden: la eugenesia (al crearlos en tubos de ensayo se busca la uniformización del producto humano); el condicionamiento psicológico (hipnopedia) para aceptar sin crítica tu status y ames tu inevitable destino social; el sistema científico de castas para que te sientas adecuadamente satisfecho; y el uso de drogas (el soma) para controlar la frustración o pensamientos alternativos.
"Según los ojos con que se mire, Un mundo feliz retrata una utopía perfecta o su horrendo opuesto, una distopía: sus hermosos habitantes viven seguros y libres de enfermedades y preocupaciones, pero lo hacen de un modo que, queremos creer, sería inaceptable para nosotros."
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