sábado, 27 de julio de 2019

Los PAPELES SALVAJES - de Marosa di Giorgio



Marosa di Giogio fue una de las grandes innovadoras de la literatura uruguaya. Nació en Salto, el 16 de junio de 1932 y murió en Montevideo en 2004.

"Vine a la luz en este florido y espejeante Salto del Uruguay, hace un siglo, o ayer mismo, o mismo ahora, porque a cada instante estoy naciendo. Era por junio y por domingo y a mitad del día. Imagino el rostro pálido de mi madre, y más allá a los campos con la escarcha crecida –como mármol levísimo, lúcido, adecuado sólo para construir estatuas de ángeles- y con las telarañas cargadas de perlas, y las naranjas como bombas de oro, olvidado ya el azaharero origen.”

Era tímida pero deslumbrante. Tenía una melena roja llameante, vestía túnicas y largos collares que la convertían en una especie de sacerdotisa. Se encendía cuando recitaba sus poemas. Recorrió el mundo actuando en unos recitales poéticos que dejaban al personal anonadado. De ello pueden dar cuenta Europa, Estados Unidos y Latinoamérica. Era carismática, visionaria y lírica. “Su estilo es muy peculiar, se lo reconoce a la lectura de una línea cualquiera; y no se parece a nadie”, afirma César Aira en Diccionario de autores latinoamericanos. Su voz poética rehúsa cualquier tipo de clasificación, sólo es idéntica a sí misma. En su estilo no hay evolución, nació formado. Su lenguaje es poderosamente visual y metafórico, en él suele reverberar la infancia.

"Yo escribo sin rumbos, ni proyectos, ni fin alguno. Soy una princesa desnuda y descalza, una monja un poco gitana, esperando que le caiga, desde el cielo, algo a las manos. Algo, como ser, una vara de gladiolo, una rata. No necesito más." Declaró la poetisa.

De apariencia sencilla y con la forma de la prosa, su obra resplandece con una especie de panteísmo extravagante donde se agitan y mezclan lo animal y lo vegetal con lo sagrado y lo erótico. En sus poemas la vida, el sexo y la muerte se observan con una despojada inocencia infantil. Los animales y las plantas aparecen como seres exaltados que, visitados por ángeles y duendes, alimentan un sustrato mitológico propio. Su poesía es una mezcla de lirismo, surrealismo y poder alucinatorio. Como una diosa o "una sacerdotisa gaélica" es capaz de convocar a seres y poderes ocultos, genealogías imaginarias y una naturaleza exuberante que se enardece bajo su conjuro.

Publicó su primer libro, Poemas, en 1953. Luego le siguieron Humo (1955), Druida (1959), Historial de las violetas (1965), Magnolia (1965), La guerra de los huertos (1971) y un puñado más de títulos de poesía que han sido compilados en Los papeles salvajes (Adriana Hidalgo Editora). También escribió relatos eróticos (Misales y Camino de las pedrerías) y una sola novela, Reina Amelia.

Marosa di Giorgio decidió reunir su obra poética bajo el titulo Los Papeles Salvajes. El libro fue inicialmente editado en Montevideo, en dos volúmenes, a finales de los ochenta. Posteriormente, a partir de 2008, se editó en un solo volumen que difiere de las ediciones anteriores tanto en extensión como en contenido. En dicho volumen se incluye, a manera de prólogo, un texto recuperado de 1959 y a manera de epílogo una síntesis biográfica realizada por el encargado de la edición. Se publica por primera vez, además del conjunto de los 14 poemarios de la autora, el texto íntegro de Diamelas… y su libro póstumo, Pasajes de un memorial al abuelo toscano Eugenio Médici, concluido meses antes de su fallecimiento. 














 

Mi alma es un vampiro grueso, granate, aterciopelado

 

Mi alma es un vampiro grueso, granate, aterciopelado. Se
alimenta de muchas especies y de sólo una. Las busca en la
noche, la encuentra, y se la bebe, gota a gota, rubí por rubí.
Mi alma tiene miedo y tiene audacia. Es una muñeca grande,
con rizos, vestido celeste.
Un picaflor le trabaja el sexo.
Ella brama y llora.
Y el pájaro no se detiene.


                                  ✱✱✻✱✱



Los hongos nacen en silencio; algunos nacen en silencio...

Los hongos nacen en silencio; algunos nacen en silencio;
otros, con un breve alarido, un leve trueno. Unos son
blancos, otros rosados, ése es gris y parece una paloma,
la estatua de una paloma; otros son dorados o morados.
Cada uno trae –y eso es lo terrible-- la inicial del muerto
de donde procede. Yo no me atrevo a devorarlos; esa carne
levísima es pariente nuestra.
Pero, aparece en la tarde el comprador de hongos y
empieza la siega. Mi madre da permiso. Él elige como un
águila. Ese blanco como el azúcar, uno rosado, uno gris.
Mamá no se da cuenta de que vende a su raza.



                                  ✱✱✻✱✱



Anoche entró, sin abrir la puerta, la sacerdotisa gaélica, de la cual soy viva reencarnación. Traía un traje azul o bermellón; no pude ver. Lleno de inscripciones. Y las varillas de nogal, más numerosas que los dedos, con las cuales trazó las palabras rúnicas de la gloria y la soledad. 
No quería mirarla ni preguntarle, pues, era yo, y tenía miedo de que se insumiera en mí. 
Giraba lentamente como en una representación. 
Hubo un rotundo olor a muérdago y manzanar. 
Hasta que le vi el pie de fuego y se fue sin abrir la puerta. 
Una pequeña víbora destellante puso un huevo, pequeño, sobre el que había la mismísima inscripción. 
Después de unos segundos como siempre me dormí. 
Y, como siempre, cuento lo que vi.



                                 ✱✱✻✱✱




Empezaron a caer mariposas, redondas, chicas, con más hojas de las necesarias, color verde manzano, manzana muy verde, rosa leve, rosa granate. Caían por toda la mesa, las sillas, el piso y el sofá. Caían afuera y dentro, perpetuamente.

Haciendo un rumor de hojas secas, de papeles; parecían hablar entre ellas. Llegaron del este, en bandadas; del sur, en grandes bandas; del oeste, en polvareda; del norte, en llamaradas.

Hasta que bajaron al caldo y a los platos. Dimos un grito. Y nos acostumbramos a que formaran parte del caldo. La abuela —tan diestra— las trató con azúcar y las ponía sobre los postres, integrándoles.

Mamá las cosió —porque se podía—, en los ruedos; e hizo con ellas guías, mosquiteros y coronas.

Unos dijeron que no íbamos a sobrevivir.

Otros dijeron que era una negra desgracia.

Otros que era una desgracia fina y exquisita.

Y otros gritaron que simplemente no era cierto.

Que veíamos todo eso porque ya estábamos muertos.




                                  ✱✱✻✱✱




Anoche llegaron murciélagos


Anoche llegaron murciélagos.

Si no los llamo, ellos, igual, vienen.

Venían con las alas negras y el racimo.

Cayeron adentro de mi vestido blanco. De todas las rosas y camelias que he reunido en estos años. Y en la canasta de claveles y de fresias. La Virgen María dio un grito y atravesó todas las salas; con el pelo hasta el suelo y las dalias.

Las perlas, almendras y pastillas, las frutas de cristal y almíbar, que vivían en fruteras y cajas de porcelana, quedaron negras, y volvieron a ser claras, pero como muertas.

Yo me erguí. Goteaban sangre mi pañuelo blanco y mi garganta.





                                  ✱✱✻✱✱




Deja tu comarca entre las fieras y los lirios


Deja tu comarca entre las fieras y los lirios. Y ven a mí esta noche oh, mi amado, monstruo de almíbar, novio de tulipán, asesino de hojas dulces. Así, aquella noche lo clamaba yo, de portal en portal, junto a la pared pálida como un hueso, todo llena de un miedo irisado y de un oscuro amor. Ya era la edad en que las abuelas habían retrocedido a moradas de subtierra y sólo sus almas perduraban encadenadas a las lámparas estremeciendo mariposas verdes y amarillas a la hora de los fuegos y los rezos. ¡Oh, mi amor!— lo clamaba yo, de puerta en puerta, de muro en muro- perdí mis trenzas, estoy desnuda, se cayó el sándalo de los medallones, la luna paró sobre las chimeneas su trineo de coral. Y no vienes, hombre, rosa, crimen, corazón. Voy a quebrar las almendras, a comer alabastro amargo. Voy a matar los panales. Me has hecho imaginar inútilmente tus médulas de sándalo, tu corazón de fuego. Ahora, reirán de mí las muertas que se acuerdan de tu amor. Así mentía yo, abrazada a su melena de oro, a su terrible miel. Él hablaba una lengua casi inteligible; pero, un rocío voraz, una lepra de flores, le terminaba el rostro. Y dentro estaban el azúcar y las cruces y los espejos con olor a jacintos. Nos acercamos a la mesa. Las abuelas renacieron en las lámparas. Le dije que iba a guardarlo, que iba a besarlo, que iba a guardar su corazón entre las piñas y los licores y las medallas. Otra vez jardín y sombras y columnas rotas y los cisnes serios como hombres. Empecé a matarlo. Porque no digas mi amor a nadie—a entreabrirle los pétalos del pecho, a sacarle el corazón. Él se apoyó en mi brazo, le latía con locura el almíbar de los dedos. Empezó a morir. Cerca del bosque empezó a morir. Rompí a llorar. Voy a matar los panales; voy a quebrar las almendras, a comer alabastro amargo. Su muerte siguió a lo largo del bosque. Quise recogerla en mi saya, reunirla en mis brazos, abrazarla. Voy a tener hijos de almíbar y de pétalos y no podrán besarte, oh, mi novio de miel, mi tulipán. Lloraba desesperadamente. Quería juntar los pétalos, reconstruir la miel, sacarlo de la muerte, ganarlo para siempre, que no tuviera fin este poema.





                                    ✱✱✻✱✱


Había nacido con zapatos. Rojos, finos, de taco alto


Había nacido con zapatos. Rojos, finos, de taco alto,
que fueron la desesperación de todos los que vivimos juntos
en aquel tiempo.
Y en la cara tenía varias dentaduras, y lentes celestes como
el fuego.
Al pasar, por la tarde, parecía el ángel de la devoración con
pie punzó.
Mas, en realidad, amó la luz solar. Comía guindas, llevándose
una a cada boca.
Y sentía temor y amor hacia el Maestro Tigre que llegaba
en la noche a buscar doncellas.
Y nunca la eligió.


                                    ✱✱✻✱✱



Toda la muerte y la vida se colmaron de tul
 
Toda la muerte y la vida se colmaron de tul.
Y en el altar de los huertos, los cirios humean. Pasan los animales del crepúsculo, con las astas llenas de cirios encendidos y están el abuelo y la abuela, ésta con su vestido de rafia, su corona de pequeñas piñas. La novia está todo cargada de tul, tiene los huesos de tul.
Por los senderos del huerto, andan carruajes extraños, nunca vistos, llenos de niños y de viejos. Están sembrando arroz y confites y huevos de paloma. Mañana habrá palomas y arroz y magnolias por todos lados.
Tienden la mesa; dan preferencia al druida; parten el pastel lleno de dulces, de pajarillos, de perlitas.
Se oye el cuchicheo de los niños, de los viejos.
Los cirios humean.
Los novios abren sus grandes alas blancas; se van volando por el cielo.




                                      ✱✱✻✱✱



Los leones rondaban la casa 
 
Los leones rondaban la casa.
Los leones siempre rondaron.
Siempre se dijo que los leones rondaron siempre.
Parecían salir de los paraísos y el rosal.
Los leones eran sucios y dorados.
Ellos eran muy bellos.
Los ojos como perlas. Y un broche brillante en el pecho
entre aquel pelo áureo.
Los leones entraron a la casa.
Corrimos a esconder los floreros de sal, de azúcar, el cometa
Halley, las queridísimas sábanas nevadas, la
colección
estampillas. Y a traer los sudarios.
Los leones eran al mismo tiempo, presentes e invisibles, al
mismo tiempo, visibles e invisibles.
Se oía el rumor de la leche que robaban, el clamor de la miel
y la carne que cortaban.
Llevaron hacia afuera a la abuela oscura, la que tenía una
guía de rositas alrededor del corazón.
Y la comieron fríamente. Como en un simulacro.
Y -como si hubiese sido un simulacro!- ella tornó a la
casa y dijo: -Los leones rondaron siempre. Están delante
de los paraísos y el rosal. Dijo: -Los leones están acá.



                                       ✱✱✻✱✱




Estoy sentada en medio de la soledad del bosque
 
Estoy sentada en medio de la soledad del bosque. Los nogales –con qué precisión– acomodan sus frutos exquisitos dentro de las bolsitas de madera. Se oye el breve alarido de las martas que buscan amores. En la casa todos descansan y parece que no hay nadie. Sólo yo, como siempre, no puedo dormir; ando con la pequeña lámpara de librium; pero, igual no puedo dormir.
De pronto, se retrae el trabajo de los robles y el amor de las martas.
Es que cruza un navío de otros mundos con su luz conmovedora.
No sé por qué, me da miedo, e intento huir.
Pero, la nave astral ha hecho crecer nuevas cosas.
Y un duro cantero de azucenas me detiene.



                                       ✱✱✻✱✱



Árbol de magnolias


Árbol de magnolias,
te conocí el día primero de mi infancia,
a lo lejos te confundes con la abuela, de cerca, eres el aparador
de donde ella sacaba el almíbar y las tazas.
De ti bajaron los ladrones;
Melchor, Gaspar y Baltasar;
de ti bajaban los pastores y los gatos;
los pastores, enamorados como gatos,
los gatos, serios como hombres, con sus bigotes y sus ojos de enamorados
Esclava negra sosteniendo criaturitas, inmóviles, nacaradas.
Virgen María de velo negro,
de velo blanco, allá en el patio.
Eres la abuela, eres mamá, eres Marosa, todo eres, con tu
eterna
juventud, tu vejez eterna,
niña de Comunión, niña de novia,
niña de muerte.
De ti sacaban las estrellas como tazas,
las tazas como estrellas.
Estuvo oculto en tus ramos el Libro del Destino.
Te has quedado lejos, te has ido lejos.
Pero, voy retrocediendo hacia ti,
voy avanzando hacia ti.
Te veré en el cielo.
No puede ser la eternidad sin ti.

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