Dos sentimientos me asaltan según veo los capítulos.
Por un lado la repulsa ante la estupidez criminal de las altas instancias de la URSS, más preocupadas por preservar su poder y esconder su inoperancia, que de afrontar con realismo una situación trágica que condenaría a miles de sus compatriotas. Por otro lado el asombro ante la candidez de una población que como corderitos van y vienen dócilmente, ignorantes de que están inhalando su muerte.
Sin planes de emergencia ni contención, familias enteras y niños se acercaron hasta el puente de las vías, "para ver mejor" el espectáculo de la explosión en una central nuclear. El "puente de la muerte" se denominaría posteriormente a ese letal mirador. Todo el que acudió allí murió en un corto plazo de tiempo.
La miniserie de 5 episodios resulta modélica. Tratándose de una narración dramática adopta el tono y la textura de un documental, cuya desapasionada exposición de los hechos te estremece. La reproducción de los escenarios (la propia central, los despachos, las viviendas) está muy lograda. Todo es gris, frío, homogéneo. Ni tan siquiera el negro es muy negro. Impera el gris ceniza.
Por otro lado muchas secuencias transcurren desnudas, sin música. Y cuando por fin aparece es metálica y estridente, como si reprodujesen los quejidos metálicos de las conducciones que se retuercen. El silencio deja a los protagonistas huérfanos en circunstancias terribles. A los espectadores nada nos dulcifica lo que se narra. La explosión ocurrida en la madrugada del 26 de abril de 1986 se despliega ante nosotros durante todo el primer capítulo como un hecho irrefutable, a la vez terrible e indiferente.
La miniserie de 5 episodios resulta modélica. Tratándose de una narración dramática adopta el tono y la textura de un documental, cuya desapasionada exposición de los hechos te estremece. La reproducción de los escenarios (la propia central, los despachos, las viviendas) está muy lograda. Todo es gris, frío, homogéneo. Ni tan siquiera el negro es muy negro. Impera el gris ceniza.
Por otro lado muchas secuencias transcurren desnudas, sin música. Y cuando por fin aparece es metálica y estridente, como si reprodujesen los quejidos metálicos de las conducciones que se retuercen. El silencio deja a los protagonistas huérfanos en circunstancias terribles. A los espectadores nada nos dulcifica lo que se narra. La explosión ocurrida en la madrugada del 26 de abril de 1986 se despliega ante nosotros durante todo el primer capítulo como un hecho irrefutable, a la vez terrible e indiferente.
Sala de Control del Reactor IV |
Me comentaba mi mujer, durante los primeros capítulos, que la serie no le transmitía la tragedia de los hechos. Que sentía las imágenes como algo adormecido y lejano. Efectivamente ese es el clima que transmite la serie. Así vemos reaccionar a las personas de a pie y sobre todo a los directivos políticos. Casi con indiferencia. Y por eso resulta más perturbador.
Me impresiona el estilo sencillo y directo con que está narrada. Hay tres escenarios básicos: las viviendas, la Sala de Control de la Central y las instancias del poder (bien sea las reuniones del soviet supremo con la presencia de Gorbachov o bien la Sala de Juntas de la Central).
La acción sigue sobre todo a cuatro personajes.
A la mujer de uno de los primeros bomberos que acudió. A través de sus ojos horrorizados veremos las consecuencias tan inmediatas como agresivas de la radiación. Otro protagonista es Boris Shcherbina, viceprimer ministro y jefe de Energía (interpretado con su solvencia habitual por Stellan Skarsgård). A él le encarga el Secretario General la resolución del problema. Y, finalmente, los dos científicos, Valery Legasov (Jarred Harris) que dirigió la estrategia para atajar las consecuencias del accidente; y Ulana Khomyuk, (Emily Watson), la científica que colabora con él investigando los antecedentes de la central y las decisiones de sus mandos. Es el único personaje que no es histórico. Los guionistas han querido personificar en ella a las docenas de científicos que ayudaron y asesoraron a Legasov.
La cámara está presente en la Sala de control y vemos la impericia de los técnicos, más preocupados por la sumisión al camarada jefe y a las directrices políticas que a la realidad del problema. Vemos llegar a los bomberos con sus escasos medios. Asistimos a las reuniones del comité de crisis y vemos que actúan completamente sesgados por el interés político. "Que despierten al comité ejecutivo y ya nos dirán qué hacer", dice tranquilamente el director de la central cuando todo ha explotado y la radiación sale a borbotones. Vemos el hospital más cercano donde una doctora se percata del problema que se avecina y pregunta por las pastillas de yodo. ¿Yodo?, le responde su jefe, ¿para qué? Las centrales rusas no fallan. (...) Esta estúpida obediencia ciega tiene su contrapeso en el chiste que un operario cuenta: "¿Qué es una máquina que funciona con gasoil, echa mucho humo y corta una manzana en tres trozos? ¡Pues una máquina rusa hecha para cortar la manzana en cuatro trozos!".
En este contexto tanto Legasov como Shcherbina son los verdaderos héroes simplemente por reconocer la realidad. El ministro, aunque en primera instancia intentó seguir el manual del buen soviético, pronto aceptó los hechos y trabajó con denuedo. Pero no hay que olvidar a las más de 600.000 personas que fueron movilizadas por las autoridades, a los que a la postre se los conoció como liquidadores: bomberos, mineros, técnicos, obreros y científicos. Muchos de ellos sin saber el riesgo que corrían; pero también muchos de ellos plenamente conscientes de que estaban entregando su salud o su vida; como los técnicos que corrían por las galerías devastadas cantándose a gritos las lecturas de los contadores Geiger mientras restablecían conexiones y bloqueaban canalizaciones con una radiación de 20.000 roentgens/hora. O los conocidos como "bio-robots", trabajadores que llegaban donde no lo hacían las máquinas y que en turnos de 90 segundos por la alta radiación, se encargaron de retirar del tejado del reactor los escombros de grafito. Su presencia amenazaba con provocar una reacción todavía más devastadora.
Y sobretodo los conocidos como los tres héroes de Chernóbil: Alexei Ananenko, Valeri Bezpalov y Boris Baranov asumieron voluntariamente una tarea tan crítica como desesperada: El agua utilizada para apagar los múltiples incendios e intentar en vano mantener frío el reactor, se había acumulado en las piscinas inferiores mientras el reactor se fundía lentamente en forma de lava de corio a 1.660 ºC. En cualquier momento podían empezar a caer grandes goterones de esta lava, poderosamente radioactiva, provocando enormes explosiones de vapor que habrían multiplicado a gran escala la contaminación, destruyendo el lugar e incluso provocando una reacción en cadena que hubiese afectando gravemente a toda Europa. Con todos los sistemas electrónicos destruidos sólo cabía abrir manualmente las válvulas para vaciar estas piscinas. El problema es que las válvulas estaban bajo el agua y rodeadas de escombros altamente radioactivos que hacían brillar el fondo con un tenue color azul por la radiación Cherenkov. El final del episodio 2 recoge el momento en que estos tres voluntarios ingresan en las piscinas mientras la pantalla se funde a negro y el repiqueteo de los contadores Geiger se hace ensordecedor. La escena sobrecoge.
La estructura narrativa siempre es franca y directa, desde el mismo comienzo. En los primeros minutos asistimos a la grabación del informe verídico y su envío a escondidas por parte de Legasov. A continuación se suicida. El siguiente plano nos lleva dos años atrás, a la misma noche de la explosión. El showrunner nos lo explica:
En este contexto tanto Legasov como Shcherbina son los verdaderos héroes simplemente por reconocer la realidad. El ministro, aunque en primera instancia intentó seguir el manual del buen soviético, pronto aceptó los hechos y trabajó con denuedo. Pero no hay que olvidar a las más de 600.000 personas que fueron movilizadas por las autoridades, a los que a la postre se los conoció como liquidadores: bomberos, mineros, técnicos, obreros y científicos. Muchos de ellos sin saber el riesgo que corrían; pero también muchos de ellos plenamente conscientes de que estaban entregando su salud o su vida; como los técnicos que corrían por las galerías devastadas cantándose a gritos las lecturas de los contadores Geiger mientras restablecían conexiones y bloqueaban canalizaciones con una radiación de 20.000 roentgens/hora. O los conocidos como "bio-robots", trabajadores que llegaban donde no lo hacían las máquinas y que en turnos de 90 segundos por la alta radiación, se encargaron de retirar del tejado del reactor los escombros de grafito. Su presencia amenazaba con provocar una reacción todavía más devastadora.
Y sobretodo los conocidos como los tres héroes de Chernóbil: Alexei Ananenko, Valeri Bezpalov y Boris Baranov asumieron voluntariamente una tarea tan crítica como desesperada: El agua utilizada para apagar los múltiples incendios e intentar en vano mantener frío el reactor, se había acumulado en las piscinas inferiores mientras el reactor se fundía lentamente en forma de lava de corio a 1.660 ºC. En cualquier momento podían empezar a caer grandes goterones de esta lava, poderosamente radioactiva, provocando enormes explosiones de vapor que habrían multiplicado a gran escala la contaminación, destruyendo el lugar e incluso provocando una reacción en cadena que hubiese afectando gravemente a toda Europa. Con todos los sistemas electrónicos destruidos sólo cabía abrir manualmente las válvulas para vaciar estas piscinas. El problema es que las válvulas estaban bajo el agua y rodeadas de escombros altamente radioactivos que hacían brillar el fondo con un tenue color azul por la radiación Cherenkov. El final del episodio 2 recoge el momento en que estos tres voluntarios ingresan en las piscinas mientras la pantalla se funde a negro y el repiqueteo de los contadores Geiger se hace ensordecedor. La escena sobrecoge.
La estructura narrativa siempre es franca y directa, desde el mismo comienzo. En los primeros minutos asistimos a la grabación del informe verídico y su envío a escondidas por parte de Legasov. A continuación se suicida. El siguiente plano nos lleva dos años atrás, a la misma noche de la explosión. El showrunner nos lo explica:
"Siempre sentí que la historia tenía que contarse de cierta forma, y que de esa forma sería respetuosa con la audiencia. Tenía que ser así para poder decir: 'todos sabéis que la central explotó. No os haré esperar cinco episodios para esperar a que algo explote'. No se trata de la explosión. Quería mostrar de qué se trataba realmente y contar la historia a través de la gente".Me encorajina una situación donde la mentira y la censura resultan inquebrantables a pesar de la devastadora emergencia:"El recuento oficial de víctimas, sin modificar desde 1987 es de 31". Nos comunican al finalizar la serie. Mentira sobre mentira.
De hecho ahora mismo el Kremlin de Putin está intentando prohibir la serie y hasta denunciarla. Prometen hacer "su" serie y proclamar "su" verdad. Irónicamente, en la serie se reproduce una postura semejante. Cuando la situación ya está controlada y Legasov está exigiendo la reparación de todos los reactores de la Unión Soviética, el jefe del KGB le responde: "Primero el juicio. Cuando termine tendremos villanos, a nuestro héroe y nuestra verdad. Y después se arreglarán los reactores." Estas son las prioridades: primero culpar a alguien, luego proteger al estado aunque sea con mentiras y luego ya se verá.
Ya desde la primera reunión del Comité de crisis, la policía política condicionó la forma de actuar. El discurso de este personaje, invitando a cerrar la ciudad y evitar la información, resulta de lo más espeluznante por el cinismo de quien dice defender al pueblo cuando lo está sacrificando en el altar de un aberrante estado.
Por cierto que escuchando a este policía político me acordé del actual alcalde de Madrid paralizando la iniciativa de Madrid Central. Está claro que la estupidez ideologizada ataca a políticos de todo pelaje y condición.
"Nuestra fe en el socialismo soviético siempre será recompensada . Si el estado nos dice que la situación no es peligrosa ¡tengan fe camaradas! Lo que quiere el Estado es evitar el pánico. Lean entre líneas . Es cierto, cuando el pueblo vea a la policía se asustará. Pero mi experiencia me dice que cuando el pueblo hace preguntas que es mejor que no sepan es mejor que dejen los asunto de estado al estado. Sellemos la ciudad. Que nadie salga. Corten los teléfonos. Contengan la propagación de desinformación. Así evitaremos que el pueblo eche por tierra su trabajo. Sí camaradas, seremos recompensados por lo que hagamos esta noche. Es nuestra oportunidad de brillar."
Reproduzco a continuación la reflexión final de Legasov:
"Ser científico es ser un ingenuo. Nos obcecamos tanto en descubrir la verdad que nos olvidamos que muy pocos quieren que lo hagamos. Pero la verdad siempre está ahí, la veamos o no, la elijamos o no. A la verdad no le importa lo que necesitamos. No le importan los gobiernos ni las ideologías, ni las religiones. Nos esperará eternamente. Y éste, al menos, es el regalo de Chernobyl. Antes temía el precio de la verdad. Ahora sólo me pregunto cuál es el precio de la mentira."
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Datos:
* Valery Legasov se quitó la vida dos años después de la explosión de Chernóbil.* Boris Shcherbina murió 4 años y 4 meses después de ser enviado a Chernóbil.
* El creador de la serie, Craig Mazin, tiene un recomendable podcast donde desgrana todos sus entresijos. Para desarrollarla dramáticamente se basó en el libro "Voces de Chernobyl", de la escritora bielorrusa y Premio Nobel de Literatura, Svetlana Aleksiévich. En el libro se recopilan decenas de testimonios de las víctimas del desastre.
* La Central Nuclear de Chernóbyl en realidad se llama V.I. Lenin y se encuentra a 4 km. de la ciudad de Pripiat, en Ucrania.
* La Central Nuclear de Chernóbyl en realidad se llama V.I. Lenin y se encuentra a 4 km. de la ciudad de Pripiat, en Ucrania.
* El techo del reactor número cuatro de Chernobyl saltó por los aires a la 01:24 de la madrugada del 26 de abril de 1986. Los incendios y las desesperadas tareas de contención duraron 10 días.
* Todavía a día de hoy, 33 años después, existe una zona de exclusión entre Ucrania y Bielorrusia de más de 2.400 km cuadrados.
* 36 horas después de la explosión, cuando ya era más que evidente el peligro de radiación, se ordenó la evacuación de la ciudad de Prípiat, donde vivían la mayoría de los trabajadores de Chernóbil. El Ejército movilizó 1.200 autobuses para transportar a sus casi 50.000 habitantes. Se les dijo que era solo por tres días. Hoy, Prípiat es, oficialmente, inhabitable. Y tras esta ciudad, que un día fue el sueño del desarrollismo soviético, se procedió a la evacuación de otras localidades en Ucrania y en Bielorrusia, hasta un total de más de 115.000 personas.
* Cientos de vehículos y aeronaves fueron abandonados en las inmediaciones de la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, epicentro de la catástrofe. El lugar donde está depositada toda esta maquinaria (alrededor de 1.350 vehículos), se encuentra dentro de la zona de exclusión, a 25 kilómetros al suroeste de la central, y se llama Rassokha.
* Ni siquiera el accidente puso fin al engaño y la negligencia. Meses después, se cubrió la central con una estructura para contener la radiación, un "sarcófago" que duraría toda "la eternidad", según dijeron las autoridades. A los cinco años, comenzaron a detectarse las primeras grietas.
* En 2017, el nuevo sarcófago llamado New Safe Confinement (NSC) cubrió definitivamente el edficio. El sarcófago contiene 200 toneladas de corio radiactivo, 30 toneladas de polvo altamente contaminado y 16 toneladas de uranio y plutonio.
* Todavía a día de hoy, 33 años después, existe una zona de exclusión entre Ucrania y Bielorrusia de más de 2.400 km cuadrados.
* 36 horas después de la explosión, cuando ya era más que evidente el peligro de radiación, se ordenó la evacuación de la ciudad de Prípiat, donde vivían la mayoría de los trabajadores de Chernóbil. El Ejército movilizó 1.200 autobuses para transportar a sus casi 50.000 habitantes. Se les dijo que era solo por tres días. Hoy, Prípiat es, oficialmente, inhabitable. Y tras esta ciudad, que un día fue el sueño del desarrollismo soviético, se procedió a la evacuación de otras localidades en Ucrania y en Bielorrusia, hasta un total de más de 115.000 personas.
* Cientos de vehículos y aeronaves fueron abandonados en las inmediaciones de la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, epicentro de la catástrofe. El lugar donde está depositada toda esta maquinaria (alrededor de 1.350 vehículos), se encuentra dentro de la zona de exclusión, a 25 kilómetros al suroeste de la central, y se llama Rassokha.
* Ni siquiera el accidente puso fin al engaño y la negligencia. Meses después, se cubrió la central con una estructura para contener la radiación, un "sarcófago" que duraría toda "la eternidad", según dijeron las autoridades. A los cinco años, comenzaron a detectarse las primeras grietas.
* En 2017, el nuevo sarcófago llamado New Safe Confinement (NSC) cubrió definitivamente el edficio. El sarcófago contiene 200 toneladas de corio radiactivo, 30 toneladas de polvo altamente contaminado y 16 toneladas de uranio y plutonio.
* Dos fotógrafos han colocado su nombre junto a esta Central Nuclear.
Igor Kostin fotografió la verdad de un desastre que la URSS quiso ocultar.
David McMillan ha visitado la zona de exclusión, incluyendo la ciudad de Pripyat, más de 20 veces a lo largo de 25 años. Ha recopilado sus fotografías en el libro Growth and Decay: Pripyat and the Chernobyl Exclusion Zone." Las fotografías muestran cómo el tiempo se ha detenido tras la marca de los residentes.
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