domingo, 21 de abril de 2019

LOS NADADORES NOCTURNOS - de Manuel Vilas

Nadadores Nocturnos, de Joan Bennassar

Manuel Vilas es un poeta y narrador excelente. Su estilo es leve y directo para llegar al fondo de las cosas. Sin duda por esa mezcla de narrador y poeta, muchos de sus poemas tienen la forma de una historia. Y en ocasiones estas historias son alegóricas, como en Los Nadadores Nocturnos: seres damnificados por la vida que se ahogan en su soledad y desesperación. No buscan una salida, ni se hablan. Su desolación vital resulta estremecedora. 
Considero el libro donde se incluye el poema, El Hundimiento (Ed. Visor, 2015) como la apertura de la etapa de madurez de su autor, volcada en una implicación autobiográfica total y un desgarro sincero que le hace cruzar el precipicio de la página en blanco sin red. Este proceso iniciado en la poesía culminó, por ahora, con su novela Ordesa (Ed. Alfaguara, 2018), un éxito donde la literatura y la vida van de la mano. 
 

LOS NADADORES NOCTURNOS

Voy a nadar al gimnasio, sí, prácticamente todos los días.
Bajo el agua parece que el fracaso no existe.

Miro a los otros nadadores de las otras calles de la gran piscina.

Nos miramos vagamente; las gafas de bucear impiden
ver el color de los ojos, ver los rostros torturados.

Nadamos y nadamos como fantasmas hasta las once de la noche,
cuando cierra el gimnasio.

Es obvio que no tenemos dónde ir.

Luego nos vemos en las duchas, desnudos.

Somos cinco o seis.

El encargado nos conoce.

Somos siempre los mismos, a veces falla alguno.

No nos hablamos.

Si falla alguno, pensamos con alegría que se ha atrevido,
que al fin alguno de nosotros lo ha hecho,
que se ha levantado la tapa de los sesos,
hasta que al día siguiente reaparece.

Nos hace ilusión pensar que ya quedamos menos.

Sabemos perfectamente por qué nadamos por la noche.

Hay un bar de copas al lado del gimnasio.

Ninguno de los nadadores nocturnos
quiere llegar a casa a las once y media.

No hay gimnasio con piscina
que abra hasta las seis de la madrugada.

En el bar nos encontramos, no nos hablamos.

Conocemos nuestros rostros, el color de nuestros bañadores,
el modelo de gafas, buenas y caras gafas siempre,
Adidas de competición rojas o azules,
la fuerza en la brazada, el estilo del crol
de cada uno de nosotros, los nadadores nocturnos.

Bebemos en ese bar, regentado por chinos casi muertos,
después de haber nadado hasta el agotamiento.

Bebemos y nadamos, esa es nuestra vida,
pero jamás, nunca jamás nos dirigimos la palabra,
es un pacto, un raro pacto entre samuráis hundidos.

Si alguno de nosotros necesita algo,
solo le prestaremos
el estilete más afilado de España.

La muerte nos gusta, por eso nadamos y nadamos
hasta que el gimnasio cierra y nos echan,
con los brazos convertidos en acero, músculos
tan atormentados, tan desesperados
como los planetas sin nombre,
dando tumbos en la estúpida oscuridad del universo.

Siempre estamos esperando
que alguno no venga nunca más,
pero resistimos como hijos de perra,
todo un misterio de los nadadores nocturnos.

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