viernes, 12 de abril de 2019

QUE DIFÍCIL es SER UN DIOS - De Aleksei German

Rusia, 2013

Una novela de ciencia ficción sobre un planeta extraterrestre sumido en una Edad Media oscura y sórdida. Y un grupo de científicos terrestres que desembarca allí con el ánimo de estudiar esa civilización, sin interferir el curso político e histórico de los acontecimientos.

Esto es lo que plantearon los hermanos Strugatski en su novela "Qué difícil es ser un dios" (1964) y que el cineasta ruso Aleksei German convirtió en película después de un proceso de creación que se alargó 14 años, incluyendo 6 de rodaje. La obra de toda una vida que terminó de postproducir su hijo, tras la muerte del director. 

A la película le bastan tres minutos para declarar su derrotero. En un blanco y negro sucio y texturizado la cámara nos sumerge en un universo fecal y nauseabundo, con un nivel de degradación moral y física que en muchas ocasiones te hace torcer el gesto con desagrado. Este universo tiene dos ciudades enfrentadas, como siempre, la más abierta Irukan, a la que están huyendo profesores e intelectuales, y la bárbara Arkanar, habitada por una masa embrutecida y venal que se apila en verdaderos antros nauseabundos llenos de mierda y barro. 




















En el inicio se nos avisa que la tiranía campa a sus anchas, que se está creando una Orden Sagrada para acallar a los disidentes, que la Universidad está siendo purgada, las libertades abolidas y que los que aspiran a una vida digna están huyendo a la vecina Irukan.
Podríamos poner nombres de países actuales a esta Arkanar.

El grupo de científicos terrestres están integrados en la forma de vida y sociedad. No deben inmiscuirse en el normal desarrollo de los acontecimientos. Tienen la hipótesis de que esta especie de siglo XIII oscuro y medieval genere un proceso similar al Renacimiento, que haga evolucionar esa sociedad dominada por la superstición, el fanatismo y la inmundicia.

Pero Don Rumata (uno de los observadores humanos) está asqueado (usa constantemente perfume y paños limpios sobre su cara, para intentar abstraerse de la mugre y la fetidez que le rodea) y duda qué papel adoptar. Se siente impotente como mero observador ante la represión y el embrutecimiento de la ciudad. Para asesorarse ha mandado llamar a Budakh, uno de los pocos sabios que quedan en Arkanar. El periplo de esta búsqueda lleva a Don Rumata (y a nosotros) a recorrer la ciudad, visitando todo tipo de antros infectos y atiborradas chabolas  que, como una cloaca de estiércol amenaza  con ahogarnos. Esa ruta de pesadilla estará jalonada por patíbulos, ahorcados y reatas de condenados que el director nos traslada con imágenes de una animalidad muy física. 
 

La película es muy distinta de la novela. Contando la misma historia, sigue otra estrategia. Releo la entrada que dediqué en el blog a la novela:

"Aunque hay páginas enteras de reflexiones sociológicas y políticas, la acción es trepidante y la intriga tersa. Un triángulo de personajes impulsan el movimiento. Don Reba, Ministro de Seguridad que saca las confesiones con torturas en la Torre de la Alegría. Tiene como contrincante al noble Don Rumata, intocable gracias a su enorme prestigio. Mientras en las sombras reina Vaga Kolesó, cabecilla del hampa, jefe de un ejército nocturno de más de diez mil hombres." 
En la película la acción es más simple y feroz. El director busca (y consigue) que vivamos una experiencia brutal. La película es  muy exigente, no regala nada. Te escupe a la cara o directamente te mete la cabeza en un excusado que rebosa mierda. Las calles son un cenagal de barro, mierda y nieve. Los espacios cerrados son agobiantes y pútridos. Tu expectativa de una trama inteligible pronto se ve frustrada, pero no puedes dejar de mirar. Quieres comprender este gigantesco cuadro de Brueghel donde reina lo orgánico, emético y nauseabundo. 
Brueghel -El triunfo de la muerte- Museo del Prado



Durante todos los años de preparación y rodaje, se dice que German se obsesionó con la posibilidad de reconstruir un mundo real y tangible. Una forma de vida que fuese como una alucinación hecha carne, donde constantemente se mezcla comida y vómito, cópula y excrementos, tortura y risa (¡Ay ese niño que coge un trozo de intestino de un cadáver eviscerado, para jugar!). El infierno es este mundo, cuando lo gobierna un tirano.

Durante casi tres horas el director nos sumerge en la barbarie y el caos para establecer una poderosa metáfora de la tiranía y el aplastamiento de cualquier atisbo de humanidad. Siervos y esclavos sólo quiere el déspota. ¿Estaría pensando en Vladimir Putin, el revolucionario Gelman? Yo creo que sí. O en cualquiera de los aprendices de brujo que transitan por muchos palacios presidenciales de Occidente sembrando el odio y la mentira.

Visualmente la película es una obra mayor. Los científicos observadores llevan cámaras miniaturizadas en la frente, como un ojo de dios que todo lo registra. Eso da pie al cineasta para construir una serie de virtuosos y abigarrados planos secuencias que logran inmiscuirnos en el mismo centro de la acción. Tan cerca estamos de sirvientes y soldados que nos miran a la cara (cámara) y sentimos su fétido aliento. La crítica que German vuelca sobre nosotros.

Entre esta técnica donde nosotros miramos y nos miran, y la escasa trama, se acentúa el carácter de la cinta como estudio etnográfico.

Hacia el final, cuando Don Rumata encuentra a Budakh, la película retoma la visión de un porvenir aciago, tal como se expresa en el libro.
-Dime Budakh ¿Tú qué harías si fueses dios?
-Eliminar las desigualdades.
-No sirve porque el fuerte siempre le quitará al débil.
-Entonces le diría que castigara al cruel, así el fuerte sabría que no debe ser cruel.
-Cuando los fuertes y crueles son castigados, el más cruel de los débiles ocupa su lugar. No me sirves de nada Budakh.
-Creador, si existes haz que volemos como polvo, como pus, ¡déjanos en nuestra podredumbre! ¡destrúyenos a todos, a todo el mundo!.

Una demanda que nos remite a otra pesadilla de destrucción e inhumanidad que encabezaba el comandante Kutz, río arriba de la desesperación. "¡Destrúyanlos a todos!". Apocalipse now.
Don Rumata y Budakh


Una última imagen. 
Cuando aparece por primera vez Don Rumata, se despierta en su pocilga (quizás está demasiado integrado) y entre restos de comida y borrachera encuentra una especie de flauta o burdo clarinete. Con amor deposita sus labios en ella y le arranca unas notas que no son en absoluto medievales; tienen un fraseo jazzístico muy reconocible. La evidencia de una alta cultura que se niega a hundirse en el fango. 

Contra el poder tiránico, la corrupción y la injusticia, ¿qué podría hacer un dios?

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