domingo, 8 de noviembre de 2015

BURLANDO a la PARCA - de Josh Bazell









Excitante novela que se plantea como una carrera contrarreloj del doctor Peter Brown, antes Pietro Brnwa, matón polaco de la Mafia. Trabaja en el Manhattan Catholic Hospital, dentro del Programa de Protección de Testigos y acaba de ser descubierto por un antiguo compinche.

Con un  estilo vibrante y muy cinematográfico seguimos las peripecias del doctor, no sólo afiladas por la amenaza de la Mafia, sino también por el caos que introduce su adicción a las drogas y un hospital superado por las circunstancias. 

Lo mejor es el tono, desenfadado, cínico y sarcástico; donde conviven un brutal realismo (sexo explícito, operaciones narradas con el bisturí en la mano), con toda una sucesión de giros argumentales que convierten la novela en un tobogán vertiginoso y apasionante.

Tiene un desarrollo dual, en los capítulos pares se nos relata la historia de Pietro Brnwa desde su adolescencia y su afiliación al mundo de los sicarios. Los capítulos impares siguen la actualidad, cuando el gordo Squillante ingresa por cáncer y al reconocerlo urde una extorsión: si le salva la vida todo seguirá igual; en cambio si muere, un allegado sabe la verdad y lo delatará.

Ambas líneas temporales corren en paralelo hasta llegar juntas al momento crucial, lo cual permite una amplia colección de tramas secundarias: la historia de sus abuelos (en Auschwitz) y su muerte (asesinados por dos matones), su captación por el abogado David Locano, el encargo de asesinar a los Karcher (familia rusa con una red de trata de blancas) y su posterior detención y juicio antes del ingreso en Protección de Testigos.  

Sometido al estrés de ser delatado y de su drogadicción, el relato a veces adquiere los tintes de una pesadilla. Los diálogos son vivaces y las descripciones brutales. Sus conocimientos de anatomía nos hacen vivir las peleas y las operaciones quirúrgicas con todo lujo de detalle. 
De modo que voy camino del trabajo, me paro a ver cómo una paloma se pelea con una rata en la nieve y un gilipollas intenta atracarme. Naturalmente tiene una pistola. Se me acerca por detrás y me la clava en la base del cráneo. Está fría, y en realidad produce una sensación agradable, como de digitopuntura.
  —Tranquilo, doctor —me sugiere.
  Lo que lo explica todo, al menos. Incluso a las cinco de la mañana, no soy la clase de tío al que se suele atracar. Soy como una estatua de estibador plantada en la Isla de Pascua. Pero el capullo me ve bajo el abrigo los pantalones azules del pijama sanitario y los zuecos de plástico verde perforados, así que piensa que debo de llevar drogas y dinero encima. Y que a lo mejor he hecho alguna especie de juramento de no patearle su culo de tonto del culo por tratar de asaltarme.
  Apenas tengo drogas y dinero suficiente para pasar el día. Y el único juramento que he hecho, según recuerdo, es el de no tener propósito de hacer daño. Me parece que ya hemos pasado de ese punto.
  —Vale —digo, alzando las manos.
  La rata y la paloma se han largado. Cobardicas.
  Me doy la vuelta, movimiento que me aparta la pistola de la nuca y me deja con la mano derecha levantada por encima del brazo del capullo. Lo agarro del codo y tiro bruscamente hacia arriba, haciendo que sus ligamentos salten como tapones de champán.
  Detengámonos un momento a contemplar el prodigio que llamamos codo.
  Los dos huesos del brazo, cúbito y radio, se mueven por separado, y también giran. Lo que pueden comprobar poniendo la palma de la mano hacia arriba, posición en la cual el cúbito y el radio se encuentran en paralelo, y volviéndola luego hacia bajo, postura en que se cruzan formando una equis. Necesitan, por tanto, un complejo sistema de anclaje en el codo, con los ligamentos envolviendo los diversos extremos óseos en unas tiras rebobinables semejantes a la cinta pegada en el mango de una raqueta de tenis. Es una pena romperlos.
  Pero el capullo y yo tenemos un problema más grave ahora mismo. Y es que mientras le machaco el codo con la mano derecha, la izquierda, que no sé cómo se me ha puesto a la altura de la oreja derecha, se precipita ahora hacia su garganta como el filo de una navaja.
  Si llega a darle, le aplastará los frágiles anillos de cartílago que le mantiene abierta la tráquea bloqueándole el conducto de aspiración de aire. Cuando intente respirar otra vez, la tráquea se le cerrará a cal y canto como un ano, y sólo le quedarán unos seis minutos para la visita de la Parca. Aunque me estropee el bolígrafo Propulsatil tratando de hacerle una traqueotomía.
  De modo que, implorando, rogando y engatusando a mi mano, logro corregir su trayectoria. Subiéndola más allá de la barbilla, e incluso de la boca —lo que habría sido asqueroso— hasta dirigírsela a la nariz.
  Que se aplasta como barro mojado. Arcilla húmeda con ramitas dentro. El capullo se desploma en la acera, sin conocimiento.
Así es el comienzo. Imposible abstenerse de este combinado entre House y Los Soprano. Toda la novela es pura acción, su estilo vivaz e innumerables peripecias la convierten en algo impredecible y palpitante. Tanto como la descripción de la operación de Squillante, el asalto a la casa de los Karcher o la forma en que Peter consigue un arma punzante mientras permanece encerrado en una cámara frigorífica. Páginas verdaderamente espeluznantes.

Se enriquece además con un aparato de notas -como si de un ensayo se tratase- donde, con brutal ironía, se nos aclaran aspectos alarmantes tanto del sistema legal, como del funcionamiento de un hospital desbordado. 
nota 8
"¿Creen que con más dinero no van a recibir una mala asistencia sanitaria? Olvídense de los ocho mil estudios que demuestran que Estados Unidos gasta el doble per cápita que cualquier otro país, con resultados que no lo incluyen entre los treinta y seis primeros. Fíjense en Michael Jackson"
No es menos mordaz la nota sobre la evolución de Auschwitz.
Nota 26]   I. G. Farben, la empresa de productos químicos que dirigía el campo de trabajo en "Auschwitz —«I. G. Farben» no era el nombre de nadie, sino las abreviaturas en alemán de «Compañía Internacional de Pinturas»—, siguió en actividad después de la guerra alegando que quería pagar compensaciones a sus antiguos esclavos, de quienes en un momento dado había utilizado a ochenta y tres mil. Luego se presentó a sí misma durante decenios como objeto de una injusta, codiciosa y vengativa persecución por parte de los judíos. En 2003 estuvo a punto de tener realmente que pagar doscientos cincuenta mil dólares (en total, no por persona), y para evitarlo se declaró en quiebra. Pero no antes de haber lanzado Agfa, BASF, Bayer y Hoechst (ahora dueña al cincuenta por ciento de Aventis, el gigante farmacéutico), empresas todas que siguen prosperando hoy en día."
Trepidante.

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