Esta película es un regalo que destila autenticidad por los cuatro costados. Más si cabe, con un tema tan peliagudo como el de las relaciones de pareja y rematado por el hecho de que la chica (Her) sea un Sistema Operativo de inteligencia artificial.
Theodore (Joaquin Phoenix) se acaba de divorciar y encuentra en un nuevo Sistema Operativo la pareja que lo revitaliza. Pero que nadie se llame a engaño, no es ciencia-ficción ni lo pretende. Apenas un ligero velo futurista e hipertecnológico en los entornos nos traslada a un futuro inmediato y reconocible. En lo que se centra el director es en bucear con arrojo en eso que llamamos corazón, y el S.O. autodenominado Samantha sirve perfectamente como sujeto experimental: es muy avanzado, increíblemente adaptativo y aprende e interactúa con el usuario de forma pasmosa.
Ese es el enorme talento de la película. Reproducir, con intensidad y de forma creíble, la montaña rusa que suelen ser las relaciones: descubrirse, apasionarse, compartir los mundos y la intimidad mientras todo sigue girando.
Muchos se fijarán en el aspecto futurista de la historia o en la posibilidad real de que esta relación híbrida ocurra; pero no creo que el objeto de la película sea ese. Más bien resulta una excusa perfecta dado el mundo virtual que nos rodea; porque, a la postre, el protagonista es Theodore y lo paradójico de su soledad en una sociedad hiperconectada. O la crítica a esa conectividad como solución. El substrato esencial de todo ello sigue siendo su necesidad de compartir, de conocerse a sí mismo, de expresar y gobernar sus emociones, de sobrevivir a la fatalidad del tiempo y del cambio como factores ineludibles. Éstas para mí son las líneas de fuerza de esta historia. "A veces pienso que ya he sentido todo lo que iba a sentir en mi vida", reflexiona un Theodore vacío y descolocado por tener que empezar de nuevo.
El director y guionista exhibe una enorme sensibilidad dibujando estas relaciones. La que Theodore concluye con su exesposa (Rooney Mara) a base de luminosos flashbacks y la nueva que empieza con Samantha, que evoluciona ante nuestros ojos. En ambas hay fantasía, ilusión y entrega mezcladas con miedo, extrañeza y frustración. Lo que sucede en la pantalla siempre resulta sincero y auténtico.
El guión demuestra una fortaleza increíble, huyendo de tonterías y vaguedades para no perder nunca el hilo de la más verdadera emoción. Las situaciones y los diálogos recorren el camino entero de una relación indagando hasta el rincón más insospechado. Jonze sabe plasmar en imágenes una difícil intimidad, toda vez que Theodore interactúa con una simple voz. Las imágenes son limpias y cálidas, el ritmo es pausado pero siempre significativo. No hay circunloquios, siempre se avanza y hace evolucionar este extraño vínculo que absorbe nuestro interés durante las dos horas del metraje.
Joaquin Phoenix nos conmueve con una sentida interpretación que va desde feliz a hundido y de soñador a desesperado; pero no le va a la zaga Scarlett Johansson dando vida (¡nunca mejor dicho!), con solo su voz, a una Samantha jovial, sensual y entrometida. Su interpretación es increíblemente vívida y fresca. De hecho ambos polarizan tanto mi atención que casi desaparecen en mi memoria las buenas interpretaciones de Rooney Mara, Amy Adams (la vecina y amiga) y Olivia Wilde (el rollito).
Hay dos momentos clarividentes en la película y en ambos aflora el tema del cambio. Uno se produce mientras recuerda y analiza la separación de su mujer y otro en una conversación con Samantha: el cambio ineluctable: "Es imposible que sigas siendo el de hace un minuto", escuchamos.
La ambientación es un personaje más. Habitando una ciudad plagada de rascacielos, nunca abruma. Las calles y los apartamentos son acogedores. Los colores siempre son cálidos y la banda sonora potencia el carácter íntimo del relato. La música es de Arcade Fire y el imprescindible tema central, The Moon song, es interpretado por Karen O, vocalista de los Yeah, Yeah, Yeahs.
La resolución es implacable en su fría lógica. La explicación de ese "espacio en blanco" donde se pierde Samantha es desoladora. La cibernética no hace sino subrayar la soledad esencial del ser humano. Mi admirado Carlos Boyero la describió como "una película tristísima". Y así es si te quedas en el corazón de Theodore. Pero yo prefiero el júbilo que supone la propia película. Spike Jonze ha sido capaz de insuflar vida a esta historia, de indagar sus potencialidades y mostrarnos una ficción absolutamente creíble y sincera hasta provocarnos un cúmulo de emociones y alguna reflexión.
Theodore trabaja redactando cartas de encargo para otras personas y todo el que las lee reconoce su habilidad para trasladar sentimientos. Quizás por eso contrasta más su fracaso. "Qué me pasa? -No lo sé." Este binomio aparece muy repetido en los diálogos.
Her habla de la relación del ser humano con la tecnología, pero más agudamente, de sus necesidades, miedos y frustraciones.
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