de Giussepe Tornatore
Abandono la sala y como resumen se va formando en mi mente el sedoso retrato de un personaje elegante y noble que en un ligero escorzo me mira. Es notorio un halo de misterio, quizás por esas manos siempre enguantadas, quizás por el brillo del iris que parece esconder una rúbrica.
Y es que sales de la película subyugado por el mundo del arte y el juego de sospechas entre originales y copias.
La película sugestiona con un toque de drama e intriga que gira alrededor de un tasador experto en subastas de arte. Geoffrey Rush como Virgil Oldman resulta impagable y hace que este maduro lobo solitario luzca en todo su esplendor: cultura exquisita, misógino pagado de sí mismo y dragón celoso de un secreto tesoro. Todo se tambaleará cuando Claire (Sylvia Hoeks) entre en su vida. Ella es la última descendiente de una aristocrática familia cuya villa languidece atestada de antigüedades. Claire solicita sus servicios para catalogar y subastar el ingente patrimonio, pero la relación entre ambos se enfrenta a una enorme dificultad. La joven padece una aguda agorafobia que la mantiene encerrada y sin ver a nadie desde hace lustros.
La inicial irritación de Virgil dará paso a un sincero interés. Esta relación caótica y de grandes altibajos evolucionará de forma cautivadora, llena de miedos y recelos por ambas partes.
Además la curiosidad de Virgil se verá acrecentada por el hallazgo de unas misteriosas ruedas de latón. Junto a su restaurador habitual descubrirá que son parte del mecanismo de un autómata.
La película es un juego de imposturas y verdades que se inscribe en otro juego, el de la seducción y la intriga.
La metáfora de toda ella es ese autómata que poco a poco va tomando cuerpo, encajando las piezas de la atracción y el misterio con los engranajes del engaño y las emociones genuinas: "En una falsificación siempre hay una pincelada auténtica." Se repite varias veces en la película.
La idea del fraude en el arte juguetea con la falsedad en la vida. Ambos planos se multiplican con un resultado fatídico. Para vencer su incertidumbre con las mujeres, Virgil pregunta a un empleado y éste le responde: "Vivir con una mujer es como las subastas, nunca sabes si tu propuesta va a ser la mejor."
Tornatore también firma el guión. Ha declarado que deseaba hacer una película de cine negro pero sin policías ni matones. Yo creo que lo ha conseguido. Rodada con un pulso excelente, Virgil nos hace prisioneros de su aventura. La evolución dramática de las escenas es muy precisa y la resolución magistral. Los cambios que se producen en Virgil, desde la soberbia inicial hasta el dolorido hombre final, están trazados con sentimiento e inteligencia.
En un artículo que señala la inanidad de las artes contemporáneas, mi siempre admirado Vicente Verdú hace un despreciativo resumen de la cinta, un simple "juego que juega con el juego de jugar", para denostar el vacío conceptual de la misma. Pero aunque es cierto que a veces se le ve la arquitectura, yo creo que el juego no es fútil si a través de él asoma el alma.
Quizás se desaprovechan dos elementos que concitan el misterio, la enana que espía la villa desde una cafetería sin dejar de recitar series de números y el propio autómata. Pero aún como meros accesorios, rinden su óbolo a una película resplandeciente.
Ya con La Desconocida, Tornatore había dado un giro más potente y oscuro a su filmografía que esta nueva cinta no hace sino confirmar. En ella podremos apreciar elegancia y suspense a raudales.
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