de Leonardo Sciascia
El subtítulo de la novela es "Una parodia", pero el asunto no es baladí, puesto que husmea en el engranaje de la Justicia y discute su propio concepto.
Desde el primer momento de la investigación ya se hacen presentes, mediante sugerencias y recomendaciones, todos los estamentos de la nación, jefe de Policía, Ministro del Interior, Tribunal Supremo y sin que falte la instancia eclesial. Todas las piezas de un gran juego de intereses, adobado con la manoseada Razón de Estado.
El Estado es sagrado y sus servidores oficiantes contra quien no cabe más que el sacrilegio. Vaya jeta.
El subtítulo de la novela es "Una parodia", pero el asunto no es baladí, puesto que husmea en el engranaje de la Justicia y discute su propio concepto.
"Concebí la historia de un hombre que mata jueces y de un policía que, a partir de un cierto momento, se convierte en su alter ego. Un divertimento. Pero se me fue para otro lado: ya que a partir de un determinado momento la historia empezó a moverse en un país totalmente imaginario, un país donde las ideas carecían de valor, donde los principios -todavía proclamados y reclamados- eran objeto de cotidiana befa, donde las ideologías se reducían en política a puras denominaciones en el juego de los diferentes papeles que el poder se atribuía, donde lo único que contaba era el poder por el poder." pág. 190
Hay un punto en que el policía se debate entre poner a un acusado en manos de la Ley o de la Justicia; siendo la justicia un poder más del estado susceptible de perversión. Sciascia siempre ilumina esos parajes de nuestra sociedad donde reina "la infamia, la ambigüedad política y el crimen sin culpable."
Los crímenes vienen motivados por una venganza debida a un error judicial. Si se admite que el error judicial es imposible son en verdad crímenes contra el Estado. Con lo cual empieza un nuevo juego entre enemigos políticos que buscan desprestigiarse o favorecerse unos a otros.
El policía Rogas acabará harto del intrusismo y orientará su investigación no a los simples asesinatos sino a los beneficios que unos y otros se apuntan.
"En la práctica se trataba de defender al Estado contra los que lo representaban, lo detenían. El Estado permanecía detenido y había que liberarlo Pero él también estaba detenido: sólo podía intentar abrir una brecha en el muro." pág. 130
Instruye enormemente leer hoy a Sciascia, tanto por lo que ha cambiado la sociedad y el estado como por lo que permanece. La época en que escribe Sciascia nos remite a un estado cerrado, endogámico, con todas sus instancias bien atadas. El "Engranaje" del que habla uno de los personajes. Hoy ni siquiera un mandatario como Berlusconi ha podido mantener en su garra el manubrio del engranaje. La Iglesia y los partidos callan y obedecen. Existe una nueva liturgia, un nuevo dogma. El mercado sin rostro que es capaz de torcer destinos y hasta naciones.
Sciascia adereza el texto con pizcas de su acerbo personal, en muchos casos irónicos; textos y autores que cita con voluntad hipertextual y que nos llevan de Savinio a Stendhal, pasando por Cernuda y Voltaire, sin que falte el Argumentun Ornithologicum hecho famoso por Borges. Parece que quisiera oponer una saludable ironía a los alambicados trazos de sus señorías.
El Ministro se sincera ante el policía:
"Yo también, ya se lo he dicho, cedería muy a gusto mi puesto al señor Amar. Pero, ven, este país todavía no ha llegado a despreciar al partido del señor Amar como desprecia al mío. En nuestro sistema el crisma del poder es el desprecio. Los hombres del señor Amar están haciendo todo lo posible para merecérselo: y lo conseguirán. Y en cuanto lo hayan conseguido, ya se las arreglarán para legitimarlo. Porque el sistema permite llegar al poder mediante el desprecio; pero es la iniquidad, el ejercicio de la iniquidad, lo que lo legitima." pág 117
"Tomemos por ejemplo, la misa: el misterio de la transubstanciación, el pan y el vino que se convierten en cuerpo, alma y sangre de Jesucristo. El sacerdote puede incluso ser indigno, en su vida, en sus pensamientos: pero el hecho de haber sido investido de su ministerio, es lo que hace que en cada celebración se cumpla el misterio. Nunca, fíjese bien, nunca, puede ocurrir que la transubstanciación no se produzca. Y lo mismo sucede cuando un juez celebra la ley: la justicia no puede dejar de desvelarse, de transubstanciarse, de cumplirse." pág 136
El Estado es sagrado y sus servidores oficiantes contra quien no cabe más que el sacrilegio. Vaya jeta.
Las citas colocadas en el frontispicio del libro suman una narración ya de por sí irónica:
"Hay que hacer como los animales que borran todas las huellas delante de su madriguera" (Montaigne)
"¡Oh Montaigne! tú que alardeas de franqueza y de verdad, sé sincero y veraz, si es que un filósofo puede serlo, y dime si existe un país en la tierra donde sea delito el mantener la palabra dada y el ser clementes y generosos; donde el bueno sea despreciado y ensalzado el malvado." (Rousseau)
¡Oh, Rousseau! (Anónimo)
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