de Mateo Gil
¡Qué regalo! Un western perfectamente escrito y rodado. Con todo el aroma. Hay que reconocer que tenemos un grupo de cineastas ahora mismo en España con un altísimo nivel artístico y técnico, capaces de rodar thrillers, westerns, ciencia ficción o películas históricas sin ningún tipo de complejo.
Está claro que el western posee unos códigos que lo identifican; lo cual puede ser una ventaja para su reproducción o una trampa en la que mueren los alumnos menos aventajados. Mateo Gil nos demuestra que es un alumno sobresaliente. El guión, las imágenes, los diálogos, el paisaje, el ritmo y los actores; todo en esta película tiene una medida exacta para disfrutar de un western con todas las de la ley.
Crepuscular forajido al final de su carrera, intento de rehabilitarse, nuevos problemas, viejos engaños, de nuevo los duelos y las persecuciones.
Es una película para disfrutar con pausa, como un buen whisky. Dejando que te penetre por los poros todo el pasado que acumula el gringo Blackthorne. La trama, todo el mundo lo sabrá, recoge la posibilidad de que Butch Cassidy -compañero de Sundance Kid en "Dos hombres y un destino" de Georges Roy Hill- no muriese en su última aventura en América del Sur.
Retirado del mundo en su pequeño rancho del Uruguay, asistimos a su última rentrée provocada por la idea de volver a su país y conocer a su hijo. La nueva peripecia se complica al cruzarse con un ingeniero español que esconde sus cartas como un buen tahúr.
Me llama la atención lo bien integrado que está en la historia el indigenismo del Uruguay, como una transposición certera de las injusticias que sirven de telón de fondo en el western norteamericano: expolio, pobreza, abuso de poder.
También llama la atención el poderío del paisaje: elevadas montañas, desiertos, salinas, poblachos. En el western, la naturaleza salvaje es una elemento esencial que cincela a los personajes. En Blackthorne es todo un hallazgo. Un acierto más de una película memorable.
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