En los procesos febriles que sufrí de niño, solía tener una pesadilla recurrente que yo la resumía con la expresión, "la realidad se vuelve de corcho".
Me encontraba casi siempre en lugares solitarios y las calles y los edificios se distorsionaban y hacían gigantescos. Las calles se empinaban, las aceras se despeñaban como precipicios y un agudísimo pitido acompañado de una ominosa sensación de peligro me apretujaba contra el suelo como un insecto.
Por ello desde siempre -creo que tenía 16 años cuando ví uno por vez primera- me han subyugado los cuadros de Chirico. También la escenografía onírica que Dalí montara para Hichtcock en "Recuerda" me resultaba familiar.
Un poco de lo mismo me ha sucedido con esta novela, donde un joven tiene un accidente con algo caido del cielo. En compensación por su silencio recibe 8 millones de libras. Este aspecto permanecerá para siempre en el misterio. Pero el accidente le deja secuelas neurológicas que distorsionan su percepción de la realidad. En una fiesta tiene un déjà vu al contemplar una grieta en la pared: todo un edificio con cada detalle arquitectónico, las calles adyacentes, las personas actuando.....Decide que ha de reproducir la escena, que en ello le va la vida.
El tiempo, el dinero, el vacío a su disposición; todo conspira hacia la reconstrucción obsesiva de estas escenificaciones. Compra y transforma edificios enteros, contrata figurantes, fija cada frase y cada acción con precisión milimétrica buscando un efecto revelador: saber quien es, quién fue o quien pudo ser.
La crítica inglesa habló de thriller existencial y crítica al consumismo. Creo muy acertado el adjetivo existencial. El libro llega a ser hipnótico si de verdad te sumerges en su propuesta. Y también puede ser vertiginoso si las percepciones que delata logran que te asomes al precipicio sobre el que la vida deambula.
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