Algo tiene que ver la literatura en la que se basan para que dos películas de dos directores tan distantes sean tan cercanas, tan maravillosas y profundas que nos arrastren cogidos por las entrañas hasta esos barrios, esas gentes que aparecen tan reales y con vidas en guerra constante contra la decrepitud de las horas y de la ética.
Clint Eastwood y Ben Affleck han acudido a la fuente de Denis Lehane y nos han colocado en pantalla las lúcidas, tiernas y terribles películas "Mystic River" y "Adiós, pequeña, adiós".
Ambas comparten un prólogo pausado y aparentemente inocente. En la de Eastwood el juego de unos niños en la calle, en la de Affleck escenas cotidianas de personas a la puerta de su casa, viniendo de la compra o echando un cigarrillo. A continuación entramos en las casas, en los bares, en las tiendas, en las vidas de cada personaje y vamos descubriendo a los lobos. Tim Robbins nos habla de lobos en una memorable y soberbia escena del film, Affleck los cita en su prólogo con voz en off: "cómo se puede ir al cielo viviendo en este barrio sin morir en el intento (...): sois ovejas entre lobos, sed sagaces como serpientes e ingenuos como palomas".
Las dos obras nos someten a vaivenes como el de lobos y palomas: los hombres que quieren reconducir sus vidas pero el horror sigue llamando a sus puertas, la inocencia de los niños sometida a la barbarie, la mediocridad de vidas comunes baqueteada por los más bajos instintos.
Este último vaiven nos da el ritmo, el tono de las películas: pausadamente entramos en los barrios, luego en las casas y finalmente en el corazón de las personas hasta llegar a lo más negro de su alma contrapuesto siempre al deseo de redención.
Ambas películas se enriquecen con una segunda trama paralela que actúa como detonante de la principal: en Mystic River es el crimen que comete Tim Robins, en Adiós, pequeña, adiós es el inmundo matrimonio de drogadictos.
Todo aderezado con pequeñas y terribles historias en busca de redención: en Mystic River la del padre del novio de la chica muerta, en Adiós, pequeña, adiós la del policía encarnado magníficamente -como siempre- por Ed Harris.
Magnífico todo: historia, guión, desarrollo, interpretación.
Cine de 24 kilates.
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