Espectacular y vibrante, la cámara de Iñárritu te sumerge de tal modo en la peripecia de un superviviente por los helados parajes de Dakota del Norte, que asistes a toda la película sobrecogido por el acoso de la naturaleza.
Una
forma de rodar muy personal, con largos planos secuencia que te impiden
abstraerte y el uso del gran angular para mantener la cámara pegada a los
personajes, logran implicarte sin
remedio en cada secuencia.
En
plena guerra contra los indios autóctonos por la conquista del territorio, una
avanzadilla de soldados y tramperos es diezmada. Los escasos supervivientes
intentan regresar al fuerte guiados por el explorador Hugh Glass; pero en un
desafortunado encuentro con un oso grizzlie, Glass es herido mortalmente. Sus
compañeros lo abandonan, dándole por muerto; pero su espíritu inquebrantable le
hará sobrevivir y recorrer más de 300 kilómetros hasta la salvación.
González Iñárritu se sirve de esta historia real, ocurrida en 1823 en Dakota del Norte, para sumergirnos con una enorme viveza en las ventiscas de nieve y la
hostilidad de las montañas heladas; tanto, que prácticamente nos entrega un
documental sobre supervivencia. La maravillosa fotografía de Emmanuel Lubezqui y la
implicación de todo el equipo para rodar en parajes naturales a temperaturas
bajo cero, hace que el protagonismo recaiga en gran medida sobre el medio.
"Puedo nombrar treinta o cuarenta secuencias que constituyen algunas de las cosas más difíciles que he tenido que hacer jamás", ha reconocido DiCaprio |
La
película es sobresaliente en sus imágenes, pero desciende a notable en el
guión. Se echa en falta alguna trascendencia en el protagonista más allá de
unos flashback pretenciosos y alguna elipsis en sus durísimos trabajos por sobrevivir. El director se recrea en una especie de bricolaje de la
supervivencia, reiterando las acciones, como buscando el más difícil todavía:
al hacer fuego le sucede el comer los tuétanos de los huesos que encuentra o el
quemar sus heridas con pólvora; al arrastrarse por un bosque nevado, le sucede el
dejarse llevar por las corrientes de un río helado o eviscerar un caballo para
buscar refugio. Donde mejor se ve la endeblez dramática es en el antagonismo
entre Glass y Fitzgerald (Tom Hardy), siendo espectacular resulta poco catártico.
Paradójicamente
esta lucha entre el hombre y la naturaleza se produce sin establecer una
relación entre ambos. Glass pasa por los ríos y los bosques prácticamente sin
mirarlos. La película nos remita irremediablemente al Jeremiah Johnson de
Sidney Pollack y al Dersú Uzala de Kurosawa. Pero mientras en ambas los desiguales
contendientes se comunican y entrelazan, este Renacido peca de ensimismado, obcecado únicamente en
sobrevivir para acometer su venganza.
Quizás sea el signo de los tiempos. Los indios, los franceses, los compañeros de Glass, a excepción del capitán Henry, son retratados como animales en busca de la supervivencia. Creo leer eso mismo en el rostro de un Glass hambriento mientras asiste al derribo de un búfalo por un grupo de lobos. Él está sin fuerzas, pero siente ese instinto básico animal que le empuja a comer y sobrevivir aunque sólo sea un día más.
Quizás sea el signo de los tiempos. Los indios, los franceses, los compañeros de Glass, a excepción del capitán Henry, son retratados como animales en busca de la supervivencia. Creo leer eso mismo en el rostro de un Glass hambriento mientras asiste al derribo de un búfalo por un grupo de lobos. Él está sin fuerzas, pero siente ese instinto básico animal que le empuja a comer y sobrevivir aunque sólo sea un día más.
De todos modos la película es portentosa en su realización y contiene un puñado de secuencias magníficas: el asalto inicial de los indios arikaras, el ataque del oso (una de esas virtuosas secuencias que perdurarán en la memoria), el salto a caballo por un precipicio o el duelo a muerte final.
He leído algunas críticas que restan valor a esta película de Iñárritu. No lo haré yo. Creo que es encomiable el amor con que el director ha pensado y realizado una cinta que además tiene interés y fuerza. Hay quien ve con menoscabo las poéticas escenas en que cita a su maestro Tarkovsky (en varias ocasiones el director mexicano ha reconocido que el ruso le inspiró para dedicarse al cine). No yo. Aunque cabe decir que son demasiadas y las más extremas sobran (las ruinas de la iglesia, el pájaro saliendo del cadáver), dado el espíritu aguerrido del conjunto.
Comparativa con algunas escenas de Stalker, The Mirror, Andrei Rubliov, Nostalgia y La infancia de Iván, films de Tarkovsky.
P.D. Cabe recordar que existe un precedente de película que recoge las penurias de Hugh Glass, El hombre de una tierra salvaje, con Richard Harris y John Huston. En ella fue el árido paisaje del Sistema Central de la Península ibérica el que dió réplica a los protagonistas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.