Interesantísima película sobre Inteligencia Artificial. Rodada de forma elegante y pausada, no elude la profundidad en los conceptos que maneja y aunque deja la acción en segundo plano, sus planteamientos logran ser sumamente inquietantes.
Toda la película es un test de Turing avanzado. Este test tiene por objetivo dilucidar si podemos distinguir o no entre las respuestas que ofrece una persona o una máquina).
Nathan (Oscar Isaac) es un genio informático que a los 13 años desarrolló el portal de búsqueda más usado en el mundo (en la película se llama Blue Book, en referencia al cuaderno de notas del filósofo Ludwing Wittgenstein). Ahora vive retirado en una mansión entre montañas y hasta allí hace llegar a uno de sus mejores programadores, Caleb (Domhnall Gleeson). Su intención es que pase una semana interactuando con su nuevo invento, Ava, un robot dotado con una Inteligencia Artificial de última generación.
De este modo la película adopta el plan de una verdadera exploración sobre la naturaleza de la consciencia, el lenguaje, la personalidad, las emociones, etc. De hecho los capítulos están nombrados como en un experimento, Ava: sesión 1; Ava: sesión 2, etc.
Los diálogos de Caleb tanto con Ava como con Nathan ofrecen un enorme interés. Se comentan los modelos de lenguaje estocástico, lo trascendente que puede ser, neurológicamente, elaborar una ironía o el verdadero origen de nuestras emociones.
También se pone sobre la mesa el papel de los motores de búsqueda como gigantescos procesadores que criban interesadamante nuestros datos más íntimos. Estos datos le sirven a Nathan para manipular tanto a Ava como a Caleb, llegando a producir una intriga sutil y envenenada, en la que el mismo Caleb llega a dudar sobre su propia humanidad.
La trama se apoya en dos referencias enormemente sugerentes.
Por un lado el experimento Mary´s Room, que versa sobre nuestras percepciones físicas. Mary es una brillante neurocientífica que vive desde su nacimiento en una habitación donde todo está en Blanco y Negro. Dado que Mary es una experta conoce todo sobre los colores, su espectro electromagnético, longitudes de onda y cualquier aspecto de la óptica y la ciencia de la visión del color. Pero un día Mary sale de la habitación y ve los colores por primera vez. Ve el azul del cielo y el verde de una manzana. Sólo entonces Mary experimentará de forma completa el color. Según nos explica Caleb, la Mary de la habitación en Blanco y Negro representa a una máquina. La Mary que experimenta por sí misma el color es una persona. ¿Dónde está la diferencia?
La otra referencia la introduce el propio Nathan ante un cuadro de Pollock que cuelga en su salón. Pollock pintaba sus cuadros con gotas y chorretones. Algunos lo describen como pintura automática; pero el artista dejaba ir su mano sin abandonar la consciencia, o sea, la mano se movía de forma no deliberada, pero ni mucho menos al tosco azar. Así que nos podemos preguntar, ¿dónde está el límite de la consciencia? Algunos señalan precisamente a ese punto entre una acción deliberada y una aleatoria.
Otro aspecto que invita a la reflexión es el carácter femenino que modela a muchos robots en el cine. Desde la fascinante Mary de Metrópolis (Fritz Lang) en 1927, hasta la más reciente Samantha de Her (Spike Jonze) en 2014, hemos podido ver robots femeninos que añaden a su inteligencia el deseo, la seducción, la inocencia o incluso la capacidad de destrucción; como si de reencarnaciones cibernéticas de Eva, Atenea, Pandora o Galatea se tratara.
"¿Por qué no has hecho una máquina que fuese una caja gris?", le cuestiona Caleb a Nathan, olvidándose de que la identidad sexual es parte inalienable de nuestra consciencia.
Tanto esta Ava, como la española Eva de Kike Maillo (una original idea que sea niña), nos remiten a la mujer primigenia. También a su anhelo de conocer mundo y ampliar sus experiencias.
"¿Por qué no has hecho una máquina que fuese una caja gris?", le cuestiona Caleb a Nathan, olvidándose de que la identidad sexual es parte inalienable de nuestra consciencia.
Tanto esta Ava, como la española Eva de Kike Maillo (una original idea que sea niña), nos remiten a la mujer primigenia. También a su anhelo de conocer mundo y ampliar sus experiencias.
"Nuestras máquinas son proyecciones de nosotros. Son sueños o metáforas de nuestras propias ansiedades", dice Sophie Mayer, profesora de Estudios Cinematográficos de la Universidad Queen Mary de Londres, que ha escrito sobre la robótica y el género en el cine.
Ex Machina se suma a la corriente de películas que indagan las relaciones entre los humanos y la Inteligencia Artificial, un asunto que ya mostrara su lado oscuro con el HAL de 2001: una odisea del espacio (Stanley Kubrick) como también su vertiente más humanística en la citada Her, o incluso en la fallida pero sorprendente Autómata. Todo ello sin olvidar a los trágicos replicantes de Blade Runner, con una Inteligencia Artificial tan avanzada como para componer poesía: "Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais: Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir".
Oscar Isaac consigue imponer su presencia como moderno Viktor Frankenstein; tan turbio en las profundidades de su mente que aplaca con alcohol, como siniestro en su complejo de dios. Domhnall Gleeson clava la inocencia de su personaje , y Alicia Vikande aparece tan seductora como fascinante.
Desarrollándose la acción en un entorno natural (Noruega) de bosques, montes y cascadas la película logra ser opresiva. El triángulo de protagonistas va abismándose poco a poco hacia una previsible destrucción. En el plano donde Caleb accede a la mansión, la cámara se queda fuera mientras la puerta se cierra. Nos avisa de un mundo cerrado que vive según sus propias reglas.
Ha sido escrita y dirigida por Alex Garland, que debuta en la dirección. Como guionista podemos recordar su trabajo en Never Let Me Go (2010), o sus colaboraciones con Danny Boyle en 28 días después y Sunshine.
Centenares de científicos y tecnólogos han firmado una carta apostando por un desarrollo responsable de la inteligencia artificial. Los expertos llaman singularidad al momento en que la Inteligencia Artificial supere a la humana. Algunos hasta le han puesto fecha señalando la próxima década de los 30 del presente siglo.
Otros científicos en cambio establecen escenarios más abiertos. Rollo Carpenter, experto en Inteligencia Artificial, cree que "no podemos saber muy bien qué va a pasar si una máquina supera nuestra propia inteligencia. No sabemos si vamos a ser ayudados infinitamente por ella, o ignorados y marginados, o posiblemente destruidos por ella".
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