viernes, 16 de mayo de 2025

UNA QUINTA PORTUGUESA - de Avelina Prat


España-Portugal, 2025


Fernando es un profesor universitario casado con una mujer serbia. Una mañana se encuentra con que ella se ha ido sin dejar rastro. Siendo profesor de Geografía y amante de los mapas antiguos Fernando se queda sin rumbo, como un navío desarbolado. No sabe qué hacer con su vida y acaba yéndose a la costa portuguesa. Allí encuentra a Manuel, un jardinero que gusta de estar "de acá para allá", enlazando trabajos y temporadas en distintos pueblos. Su próximo destino era la "Quinta de los Almendros Blancos" en el interior de Portugal pero, inopinadamente, muere de un infarto. Fernando no lo duda, todavía está flotando en un vacío existencial, decide suplantarlo y se presenta en la Quinta como jardinero. 

Allí conocerá a Amalia que nació en Angola pero tuvo que huir tras la revolución. Después de unos años por Europa acabó regentando la Quinta de su tía. Una noche le reconocerá a Manuel (Fernando) que la Quinta representa para ella "su libertad y su prisión". 








Como se ve, todo lo que ocurre en la cinta son los habituales menesteres de la vida. La película rezuma autenticidad y calidez. Los tres personajes principales se encuentran desplazados. Han dejado una vida atrás y están buscando el rumbo que los sitúe.

Se puede decir que la película, por un lado, habla de la impostura, el tratar de inventarse uno mismo aunque sea convirtiéndose en otro. Fernando ha suplantado a Manuel. Amalia, de algún modo, ha suplantado a su tía. La finca a veces le parece una elección y a veces una imposición de la vida. «Yo no pertenecía ni allí ni aquí, mi patria era el colonialismo. Esta quinta ha sido mi libertad y mi prisión», reconoce agudamente. Incluso cuando Fernando va a vender su piso de España se lo encuentra okupado por una mujer que está suplantando a su esposa. 

Todos somos impostores, parece decirnos. Todos vivimos como un personaje que vamos construyendo.


Los tres protagonistas son personajes extraviados y dolientes que vienen rebotados del infortunio. 
Todos están intentando encontrar su lugar en el mundo. 
Este es el otro tema de la película.

La propia directora y guionista, Avelina Prat, ya lo avanzó en una entrevista: 
"Uno de los pilares de la identidad es el lugar y la película habla de la búsqueda de ese lugar donde sentirse bien, donde ser uno mismo. Un lugar del que dejar de huir. Un lugar que no tiene que ver con las raíces, sino con el hallazgo”







La experiencia humana está atravesada por giros de guión que nos desubican, como bien muestra la película. Para Fernando perder a su mujer fue como perder la brújula. En clase un alumno le dice no entender su explicación, a lo que responde "ya tampoco entiendo nada". Por ese motivo emprende un viaje a ninguna parte en busca de ese algo que le ayude a saber quién es y cual es su lugar en el mundo. 

Fernando sintonizará con los ciclos que emanan de la Quinta portuguesa; los de la siembra y la cosecha, los de los días ociosos por la lluvia y las veladas de confidencias. 

El ritmo de la cinta es plácido, los giros narrativos estimulantes y la película delicada, casi lírica. El dolor siempre es contenido. Amalia de vez en cuando desaparece de la Quinta para volver de madrugada ebria. Sale "para ver su vida desde fuera", nos dice. Lo contrario de lo que hace esta película, capaz de mostrar en cada plano la intimidad emocional de sus personajes. En ese sentido tanto Manolo Solo como María de Mederios y Branka Katic están espléndidos.



Un asunto más me llama la atención. Cuando la directora junta a sus protagonistas nos hipnotiza. Todos acarrean historias. El jardinero Manuel le detalla al profesor perdido sus vagabundeos impenitentes. El tabernero que recibe a Fernando le refiere la accidentada historia de Amalia. La propia Amalia le cuenta el extraño suceso de un ladrón que encontró a un anticuario desnucado en su bañera y cómo actuó. Parecería que la guionista y directora buscara complicidades en un mapa lleno de itinerarios para que nos orientemos. Ratificando aquello de que la vida es buscar aunque no se sepa qué.

La película está "falada" en español y portugués. Otra delicia más que sumar en esta cautivadora historia.









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‘Una quinta portuguesa’ es el segundo largometraje de la directora Avelina Prat, tras su ópera prima ‘Vasil’ (2022), cuyos protagonistas consiguieron el Premio al Mejor Actor ex aequo en la SEMINCI de Valladolid.
El guion de "Una Quinta..." fue seleccionado en el laboratorio internacional MIDPOINT Feature Launch organizado por dicho Instituto junto al Festival Internacional de Cine de Karlovy Vary, donde fue uno de los 9 proyectos seleccionados.
La película está rodada entre distintas localizaciones de Barcelona y la Quinta da Aldeia, una verdadera quinta portuguesa que se puede alquilar y que se encuentra en la villa de Ponte de Lima, al norte de Portugal.

jueves, 15 de mayo de 2025

CARTA DE LA GENTE del CINE y LA CULTURA CONTRA EL HORROR DE GAZA






Coincidiendo con la inauguración del Festival de Cannes, un grupo de más de 380 personalidades del cine internacional han  firmado y publicado un carta denunciando el "genocidio" que Israel está llevando a cabo contra el pueblo palestino en Gaza. 
En esa tribuna que publicó el diario francés Libèration dicen expresamente   "Nos avergüenza tanta pasividad". 
La firman estrellas como Mark Ruffalo, Richard Gere, Jude Law, Pedro Almodóvar, Susan Sarandon, Javier Bardem, Xavier Dolan, Viggo Mortensen, Alfonso Cuarón, Isabel Coixet, David Cronenberg, Costa-Gavras o Julie Delpy. Así hasta más de 380 personalidades del cine piden que cese la indiferencia del mundo de la cultura ante lo que está sucediendo en Palestina.

Se ha elegido Cannes porque allí se proyectará una película cuya protagonista fue asesinada. El director de la película dijo que “no había sido solo un ataque a la vida, sino también a la memoria, al arte y al derecho de cada uno de contar su propia historia”.







La carta dice así: 


Fatma Hassona tenía 25 años. Era una fotoperiodista independiente palestina. Fue atacada por el ejército israelí el 16 de abril de 2025, al día siguiente de anunciarse que la película de Sepideh Farsi, “PUT YOUR SOUL ON YOUR HAND AND WALK”, que ella protagonizaba, había sido seleccionada en la sección ACID del Festival de Cine de Cannes.
Estaba a punto de casarse.
Diez de sus familiares, incluida su hermana embarazada, murieron en el mismo ataque israelí.
Desde las terribles masacres del 7 de octubre de 2023, ningún periodista extranjero ha sido autorizado a entrar en la Franja de Gaza. El ejército israelí ataca a la población civil. Más de 200 periodistas han sido asesinados deliberadamente. Escritores, cineastas y artistas están siendo brutalmente asesinados.
A finales de marzo, el cineasta palestino Hamdan Ballal, ganador de un Óscar por su película NO OTHER LAND, codirigida por Yuval Abraham, Basel Adra y Rachel Szor, fue brutalmente atacado por colonos israelíes y posteriormente secuestrado por el ejército, antes de ser liberado gracias a la presión internacional. La falta de apoyo de la Academia de los Óscar a Hamdan Ballal provocó la indignación de sus propios miembros, quienes tuvieron que disculparse públicamente por su inacción.

Nos avergüenza tanta pasividad.

¿Por qué el cine, caldo de cultivo para obras socialmente comprometidas, parece tan indiferente ante el horror de la realidad y la opresión que sufren nuestros hermanos y hermanas?
Como artistas y actores culturales, no podemos permanecer en silencio mientras el genocidio está ocurriendo en Gaza y esta atroz noticia golpea duramente a nuestras comunidades.
¿De qué sirven nuestras profesiones si no es para aprender lecciones de la historia, para hacer películas comprometidas, si no estamos presentes para proteger las voces oprimidas?

¿Por qué este silencio?

La extrema derecha, el fascismo, el colonialismo, los movimientos antitrans y antiLGBTQIA+, sexistas, racistas, islamófobos y antisemitas libran su guerra en el campo de batalla de las ideas, atacando a la industria editorial, al cine y a las universidades; por eso tenemos el deber de luchar.

No permitamos que nuestro arte sea cómplice de lo peor.
Alcémonos.
Nombremos la realidad.
Atrevámonos colectivamente a mirarla con la precisión de nuestros corazones sensibles, para que ya no pueda ser silenciada ni encubierta.

Rechacemos la propaganda que constantemente coloniza nuestra imaginación y nos hace perder el sentido de humanidad.

Por Fatem, por todos aquellos que mueren en la indiferencia.
El cine tiene el deber de transmitir sus mensajes, de reflejar nuestras sociedades.
Actuemos antes de que sea demasiado tarde.



Desde mi humilde posición yo me sumo a esta denuncia y a este deseo. 


lunes, 12 de mayo de 2025

HUÉRFANOS de BROOKLYN - de J. Lethem



Podríamos considerar este libro como una versión moderna de la novela negra más clásica. Al fin y al cabo tenemos una trama de corrupción, sicarios, una femme fatale y un detective pequeño investigando un asunto que se va haciendo cada vez más grande hasta conducirle a la cúspide del crimen organizado y corporativo de una ciudad. También es una pesquisa que no busca más rentabilidad que el deber; ya que el  detective se considera obligado a indagar sobre la muerte de un amigo recién asesinado. El círculo se estrecha si digo que Lethem cita en su novela a El halcón maltés de Dashiell Hammett y a El sueño eterno de Raymond Chandler.

Aunque hay que decir que el detective narrador no es el clásico. No tiene el glamour de un tipo duro que suelta frases cínicas y arrasa con las mujeres. Tampoco lleva gabardina, ni es un empedernido borracho. Lionel Essrog es uno de los detectives privados más insólitos de la novela negra porque padece el síndrome de Tourette; lo que le hace soltar "palabros", insultos e inconveniencias en los momentos más inoportunos. También besa a la gente o les toca el hombro compulsivamente y se obsesiona con el número seis. Todo un bicho raro al que su jefe no dudaba en llamar "engendro". Él mismo tiene claro en qué lo convierte su trastorno, "un charlatán de feria, un subastador, un artista de performance del centro, un hablante ambiguo, un senador ebrio de filibusterismo». Pero que nadie se llame a engaño, Essrog tiene una mente despierta, una memoria de elefante y su enfermedad le regala una ventaja para interpretar el lenguaje verbal y corporal de la gente. Su necesidad obsesiva de encontrar patrones se convierte en un activo para desentrañar la muerte de su amigo y jefe Frank Minna. 
 


Como muchos libros del género, este comienza con la muerte de un detective por meter las narices donde no le llaman. El cadáver de Frank Minna aparece entre la basura y la agencia de detectives que dirige queda paralizada. Allí trabaja Essrog y otros tres compañeros. Ellos son los Hombres Minna, cuatro huérfanos adolescentes a quienes Minna rescató del hospicio St. Vincent para trabajar en principio en su empresa de mudanzas (presuntamente de objetos robados). Pero los chanchullos de Minna le llevan a tener que salir por piernas cuando un día le destrozaron la furgoneta. Cuando reaparece un par de años más tarde es para reconvertir su empresa en una agencia de detectives en la que los cuatro huérfanos hacen de todo sin preguntar nada.
"Los hombres Minna conducen coches. Los hombres Minna escuchan las líneas grabadas. Los hombres Minna se quedan detrás de Minna, con las manos en los bolsillos, con aspecto amenazador. Los hombres Minna llevan dinero. Los hombres Minna recogen paquetes. Los hombres Minna siguen instrucciones...".
Essrog se lo debe todo a Minna y está dispuesto a tirar del hilo para saber en qué estaba metido y quién le mató. Pero la compleja red de turbios negocios que tejió su jefe no se lo va a poner fácil.

Lionel no es el único personaje que delata una visión moderna de la trama detectivesca; también hay una malvada corporación japonesa, unos monjes budistas que actúan como matones de la mafia y un omnipresente gigantón polaco devorador de kumquats. Todo ello sin contar con un personaje que lo permea todo, el propio barrio de Brooklyn.
"La calle Court de Minna era el viejo Brooklyn, una superficie plácida e intemporal, llena de conversaciones, tratos e insultos casuales, una maquinaria política de barrio con dueños de pizzerías y carnicerías y reglas no escritas por doquier. Todo era palabrería excepto lo que más importaba: los acuerdos tácitos."


Las primeras indagaciones de Lionel pronto le revelarán que Frank no era un gánster de poca monta como parecía, sino un verdadero tiburón que se movía en lo más profundo de los bajos fondos de Brooklyn. La lista de sospechosos es larga y empieza por lo más cercano, la mujer de Frank, llena de indiferencia ante la muerte de su esposo; y su hermano Gerald, con quien mantenía una relación muy turbulenta. Todo eso sin olvidarse de un par de ancianos italianos llamados Matricardi y Rockaforte que parecen los verdaderos capos tras la fachada de Minna.

A medida que Lionel se adentra en los secretos de Minna tanto las preguntas como los peligros se multiplican. ¿Por qué Frank se construyó una habitación secreta y qué significan esos archivos con proyectos de construcción y transacciones bancarias crípticas? ¿Por qué, al enfrentarse a Matricardi y Rockaforte, esos mafiosos vejestorios aprueban su búsqueda pero sugieren que lo primero es encontrar a la esposa fugitiva, Julia Minna? ¿Quién es el misterioso Roshi, un maestro zen estadounidense con quien Minna pasó su última noche? ¿Por qué insistió Minna en que le telegrafiaran para esa reunión? ¿Y qué papel desempeña en este asunto un grupo de monjes japoneses de la Corporación Fujisaki?

Lionel acabará percatándose de que cuanto más profundiza, la conspiración se muestra más amplia, hasta que una enigmática llamada de pronto le coloca en el camino correcto; el que le conduce a una conspiración al más alto nivel del crimen organizado, la corrupción política y la lucha por el poder.



Sin abandonar los esquemas clásicos de la novela policíaca, Lethem logra sumergirnos más allá de los antros y callejones de Brooklyn, hasta hacernos navegar por los vericuetos de una mente paradójica donde los pensamientos se mezclan y enredan sin cesar.

El libro es sumamente ingenioso y muy disfrutable, pero también encierra un gran poso. Por lo menos en dos sentidos. Uno es que el camino hacia la revelación que emprende Lionel se convierte también en un camino de aprendizaje para él. La investigación no sólo le acercará a resolver el asesinato de Frank, sino también a conocer más sobre sí mismo y las fortalezas que pueden acompañar a su singularidad. Los desafíos que afronta pondrán a prueba sus habilidades como detective, pero también afilarán su mente desde esa atalaya tan particular que es su modo de percibir el mundo.

El otro bagaje que porta el libro es el lenguaje en que está escrito, condicionado por la enfermedad de su protagonista y narrador. Él es quien nos cuenta la historia en primera persona y a veces la narración parece caótica; pero no nos equivoquemos, la singularidad que introduce el autor no es una simple boutade, sino un mecanismo de enorme potencia literaria. El propio Lethem lo ha subrayado: «Siempre he tenido un elemento de juego de palabras joyceano en mis libros, algunos personajes que controlaban el balbuceo o la espuma por la boca. Empecé a preguntarme adónde quería llegar y qué estaba evitando al mantenerlo tan controlado. El síndrome de Tourette me dio la oportunidad de poner el juego de palabras y la asociación libre en primer plano».



Los chispazos verbales que atraviesan el relato son reveladores del proceso mental del protagonista, de ahí que los galimatías, anagramas y juegos de palabras acaban teniendo un ritmo propio que asume el lector como parte de la trama. Es verdad que una lectura así exige una mayor implicación (aunque no pocas veces te provocan carcajadas), ya que el lector ha de sintonizarse con esa jerigonza tan particular; pero el que lo haga percibirá el meollo del asunto, ya que el síndrome de Tourette se revelará como una metáfora de la condición humana. Lionel siempre lo describe como algo ajeno a él, un mecanismo autónomo de su cabeza; lo que nos recuerda la dualidad en que vivimos, la lucha que mantenemos con nuestro interior. Asunto del que también Lethem era consciente.
"Las conspiraciones son una versión del síndrome de Tourette: la creación y el rastreo de conexiones inesperadas son una especie de susceptibilidad, una expresión del anhelo de tocar el mundo, de impregnarlo de teorías, de acercarlo. Al igual que el síndrome de Tourette, todas las conspiraciones son, en última instancia, solipsistas: el paciente, el conspirador o el teórico sobreestiman su centralidad y ensayan constantemente un deleite traumático en la narración, el apego y la causalidad, en caminos de escape de la Roma del yo."



Así empieza esta apasionante historia.
                 




           ENTRA UN TIPO 


El contexto lo es todo. Disfrázame y verás. Soy un voceador de feria, un subastador, un artista de performances del centro de la ciudad, un experto en lenguas ignotas, un senador borracho de maniobras dilatorias. Tengo el síndrome de Tourette. Mis labios no paran, aunque sobre todo susurro y murmuro como si leyera en voz alta mientras mi nuez sube y baja y el músculo de la mandíbula late como un corazoncito escondido bajo la mejilla pero sin emitir ningún sonido; las palabras se me escapan en silencio, meros fantasmas de sí mismas, cáscaras vacías de aliento y tono. (De ser un villano de Dick Tracy, tendría que ser Mumbles.) Las palabras se precipitan fuera de la cornucopia de mi cerebro en esta forma limitada para pasearse sobre la superficie del mundo, haciéndole cosquillas a la realidad como los dedos a las teclas de un piano. Acariciando, toqueteando. Son un ejército invisible en misión de paz, una horda pacífica. No tienen malas intenciones. Apaciguan, interpretan, masajean. Por todos lados suavizan imperfecciones, devuelven pelos despeinados a su lugar, forman filas de patos y reponen terrones gastados. Cuentan y sacan brillo a la plata. Dan amables palmaditas a la espalda de las ancianas y les arrancan sonrisas. Solo — ahí está el problema— cuando se encuentran con una perfección excesiva, cuando la superficie ya ha sido pulida, los patos ordenados y las viejas damas complacidas, mi pequeño ejército se rebela y entra por la fuerza. La realidad necesita algún que otro error, la alfombra ha de tener algún defecto. Mis palabras empiezan a tirar nerviosamente de las hebras buscando asidero, un punto débil, una oreja vulnerable. Entonces llega la urgencia de gritar en la iglesia, en la guardería, en el cine abarrotado. Empieza con una comezón. Sin importancia. Pero pronto la comezón es un torrente atrapado tras un dique a punto de reventar. El diluvio universal. Mi vida entera. Ya vuelve. Anegándote las orejas. Construye un arca. —¡A la mierda! —grito.





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Buscando información sobre el libro llegué al comentario de un afectado por el síndrome de Tourette. Su opinión es descorazonadora, pero recomienda el libro por su autenticidad.


"No puedo imaginarme el libro escrito ahora. Los críticos se rebelarían. Aun así, basándome en las historias contadas por la gente de mi grupo de Facebook —esas personas con tics más disruptivos que los míos: maldiciendo, agitando los brazos, golpeando, gritando— ese desprecio por el trastorno sigue siendo rampante. Lo oigo en mi cabeza aunque nunca lo oiga en voz alta."Huérfanos de Brooklyn" es un libro sincero, y lo odié muchísimo. No necesito tanta fealdad en mi vida. No necesito que Jonathan Lethem, que no tiene síndrome de Tourette, me diga que soy un bicho raro. Me siento así todos los días.
Agradezco que hayas leído esto hasta el final. Si más personas comprenden el síndrome de Tourette, aumentará la aceptación (o la menor tolerancia). Escribir una historia como esta es la única manera que conozco de ayudar. Por favor, compártela con quienes creas que la puedan necesitar."

HUÉRFANOS de BROOKLYN - de Edward Norton



Cine negro de estilo clásico aunque con falta de ritmo, amargura y acción. Es una adaptación respetable del libro homónimo —cuya acción traslada a los años 50— que contiene además una magnífica interpretación del protagonista y director; pero el resultado es un tanto plano, con multitud de diálogos y subtramas que hacen caer la tensión.

Desde que leyó el libro de Jonathan Lethem, Norton quedó prendado. Se hizo con los derechos de adaptación y empezó a levantar lo que prometía ser una obra grandiosa que aunaba una trama de corrupción institucional y un protagonista muy singular con los radicales cambios que dieron forma a la ciudad de Nueva York a mediados del siglo XX. Pero se ha quedado a mitad de camino, lo cual no la descalifica. Sin ser magistral he disfrutado mucho viéndola. Tiene una trama atractiva y consistente, una soberbia ambientación que recrea la Nueva York de los años 50 y una banda sonora envidiable ya que fue una de las obsesiones de Norton. Se la debemos al músico Daniel Pemberton, recompensado con una nominación a los Globos de Oro, y cuenta con el tema "Daily Battles", compuesto por el músico y amigo de Norton, Thom Yorke.

Y no es lo único. La voz en off del detective guiándonos por los vericuetos de la investigación subraya la textura clásica de la cinta que, sin abandonar el esquema del cine negro nos acaba hablando de algo tan actual como el racismo, la discriminación y la gentrificación de nuestras ciudades.






Por la maravillosa ambientación de esa Nueva York gélida en los años 50 y por la trama que acaba aterrizando en uno de los magnates que forjó su urbanismo me recuerda a un clásico de envergadura como es la propia Chinatown de Roman Polanski. Allí la política y la historia local de Los Angeles servía de fondo corrupto a un drama familiar no menos turbio. Aquí el entorno es la corrupción urbanística que acabó forjando la actual Nueva York. 

Lionel Essrog es un detective privado que padece el síndrome de Tourette. Trabaja en la agencia que dirige su amigo y mentor Frank Minna (Bruce Willis) el cual, inesperadamente, es asesinado durante un trabajo. Lionel y los otros tres compañeros de la agencia fueron rescatados por Minna de un orfanato católico de Brooklyn, de modo que se siente obligado a investigar su asesinato. Los indicios le llevan hasta una abogada activista, Laura Rose (Gugu Mbatha-Raw) y su padre, dueño de un club de jazz en Harlem. Ellos encabezan la resistencia ciudadana a un proyecto municipal que empuja a los pobres (preferiblemente negros y judíos) fuera de sus barrios para favorecer ambiciosas operaciones urbanísticas. Detrás de todo ello está el poderoso funcionario público Moses Randolph (Alec Baldwin) —basado en el controvertido constructor Robert Moses, promotor histórico de muchos de los puentes y parques de Nueva York—. 





Essrog es un detective de lo más peculiar y él mismo nos avisa nada más empezar. "Tengo el síndrome de Tourette", nos dice, para prepararnos ante sus diálogos atropellados. Su cabeza va a mil por hora y mientras escucha puede saltar con un ¡"A la mierda!" o una asociación de ideas de lo más extravagante. Tampoco sus manos pueden quedarse quietas y no puede evitar tocar compulsivamente el hombro de su interlocutor. Es una lástima que Norton no haya logrado trasladar a la pantalla la profundidad simbólica del síndrome de Tourette y los procesos mentales de Essrog, que son una parte esencial del libro. 

Aunque sí hay que agradecerle que no haya aprovechado los tics y la explosividad verbal del personaje para convertirlo en una caricatura. Su interpretación está muy medida y resulta de lo más brillante. Al fin y al cabo acompañamos a Lionel en todas sus pesquisas y lo vemos crecer como detective. Al principio sus ocurrencias nos provocan la risa, pero poco a poco llegaremos a apreciar su destreza para gestionar situaciones comprometidas a pesar de las cargas que impone su condición.
 


El asesinato de Frank obligará a Lionel a sumergirse en una compleja trama, sembrada de trampas, amenazas y favores. Los despachos y antros que tendrá que visitar le brindarán una idea de Brooklyn muy distinta de la que él creía conocer. El guión del propio Norton nos marea un poco con un desfile interminable de personajes, pero logra arribar a puerto para presentarnos en todo su esplendor al gran Moses Randolph. Él será el encargado de soltarnos un discurso de lo más descarnado sobre cómo los poderosos y visionarios deben ejercer el auténtico poder.

Alec Baldwin interpreta al constructor Moses Randolph, muy evidentemente inspirado en Robert Moses (1888-1981), un funcionario federal no electo que derribó barrios enteros de Nueva York para favorecer las vías automovilísticas construyendo autopistas y puentes. Es verdad que también construyó docenas de parques, centros cívicos y salas de exposiciones; pero "casualmente" los barrios que arrasaba estaban habitados por gente trabajadora y pobre, mayoritariamente no blanca. Después de desplazar a cientos de miles de ellos encontró su waterloo en la cancelación de la autopista Lower Manhattan, que habría atravesado Greenwich Village y el SoHo, expulsando a 2.000 familias de sus hogares, obligando a cerrar más de 800 negocios y a dividir el querido Washington Square Park. 



En ese discurso ante Essrog y en la reunión previa de afectados por la planificación urbanística, donde varios ciudadanos confrontan con los funcionarios por representar más al dinero que a la democracia, está el corazón palpitante de esta película. 

jueves, 8 de mayo de 2025

WARFARE - de R. Mendoza y Alex Garland

EEUU, 2025


Esta película es una mina antipersonal. 
Si sacas la entrada será como pisarla y te explotará en la cara.
La película tiene la ambición de mostrar la guerra moderna tal cual es, 
en acción y tiempo real.
Con la deshumanización como punto clave. 
Los soldados americanos no tienen historia, ni fotos de su chica, ni sonríen con indiferencia ante la muerte. 
Tampoco el enemigo tiene historia. 
Los guerrilleros iraquíes son un simple punto blanco que se mueve en el mapa del satélite espía. 

La acción se basa en las experiencias reales, en la guerra de Irak, del ex marine Ray Mendoza,  codirector y coguionista de la película. 

Un pelotón de comandos SEAL llega por la noche, en silencio, a una ciudad iraquí. Asaltan un casa y se instalan en ella, montando un nido de francotiradores, para dar apoyo a una operación de los marines. Allí escondidos esperan acontecimientos mientras vigilan las calles y los bares. Pero tras unas horas sospechan que los han detectado y que el enemigo se prepara para acorralarlos. El silencio de estos primeros veinte minutos te corta la respiración, hasta que de pronto es roto por la explosión de una granada que se cuela por un ventana.
Ahí empieza el jaleo en esta película claustrofóbica.




La cámara (y nosotros con ella) estamos en la misma habitación donde se produce una explosión que nos deja aturdidos. También estamos pegados a los soldados que empiezan a disparar atronadoramente.
Todo resulta violento y abrumador.
Pero eso ya lo hemos visto en Black Hawk derribado (Ridley Scott), en la más reciente Civil War (del propio Alex Garland), en Hasta el último hombre (de Mel Gibson) o en Salvar al soldado Ryan (de Steven Spielberg), película que inauguró esta forma de presentar la guerra con una crudeza visceral.

La película de Garland y Mendoza quiere llegar más allá y ser realista hasta las últimas consecuencias. Hay muchos momentos de tensa espera, desorientación y hasta de tedio absoluto. Los soldados repiten mecánicamente las consignas para reconocerse: ¡¡dos minutos!! gritan todos a la vez, como autómatas.
No hay música que endulce esos terribles momentos.
No hay bromas, ni dudas, ni épica.
Y la sorpresa...Tampoco hay muertos (bueno, solo uno).
La guerra, más que muertos, deja mutilados físicos y psicológicos.




Cualquiera que no conozca la guerra y lea las noticias se sorprenderá cuando tras un ataque con aviones y no sé cuantas bombas el resultado que nos refiere el telediario es....4 muertos. Habituados a la ficción de las películas esperaríamos 20 o 30 cadáveres. 
Pero las películas no muestran la guerra tal como es. Ya lo dijo el director Alex Garland en una entrevista: "El cine posee una habilidad malsana para convertir todo en sexi, incluso la guerra".

Pongamos un dato. EEUU invadió Irak en marzo del 2003 con la estafa de las armas de destrucción masiva como excusa. En diciembre de ese mismo año los soldados capturaron a Sadam Husein; pero la guerra se alargó hasta 2011. 
Durante esos 8 años murieron en combate más de 4.600 soldados estadounidenses. Parecen pocos para 8 años de bombardeos y francotiradores... pero hay que añadir varios miles más que murieron por suicidio tras regresar a casa. La que sería una guerra relámpago de tres semanas para llevar la democracia y la libertad a Irak se prolongó durante 8 años y dejó brutales consecuencias: más de 100.000 civiles muertos, según la organización Iraq Body Count (IBC), y un país sumido en el caos.

Esto es lo que nos muestra esta película concentrada y terrible. 
La guerra no arregla nada. 
Sólo produce muertos, mutilados y destrucción.
Esta es la conclusión que el director quiere trasladar a la sociedad actual que vive tiempos tan convulsos: "Ahora que estamos mucho más cerca de la guerra total de lo que hemos estado en mucho tiempo, es positivo pensar en esta realidad y en lo que puede pasar con la gente joven cuando se le envía a la guerra. Quizá mueva a la gente a ser razonable". 


Lo que pasa es que a pesar de este alto valor testimonial, la película se me queda corta. Primero porque no tiene ningún contexto ni discurso, sea político o antibelicista. Aunque también cabe pensar que el mensaje es la bofetada: esto es la guerra, a palo seco, absurda. Lo segundo es por la ausencia de drama personal. Nada sabemos de los soldados que, ni ante la amenaza de muerte, se confiesan a sus compañeros. Los soldados sólo son cuerpos que el poder lanza a la trituradora, parece transmitirnos la cinta. Aunque quizás también sea este otro valor de la película; decirnos la guerra nos convierte en nadie. 

Y lo tercero es porque la película concluye su recorrido traicionándose. Ante la situación desesperada del pelotón, llega un segundo comando con un líder clásico al frente que resuelve el trance con determinación y una gran capacidad de liderazgo. Es decir, la situación se resuelve volviendo al relato de siempre, ninguneando a los iraquíes (tanto a los guerrilleros como a la familia que destrozan la casa) y mitificando al héroe americano. 

jueves, 1 de mayo de 2025

LOS PECADORES - de Ryan Coogler



Esta es una película de vampiros en territorio del gótico sureño atravesada por un potente retrato del racismo en EEUU y una apasionante oda a la espiritualidad de la música y al poder evocador del blues. ¿Qué tipo de audacia se necesita para integrar tan distintos asuntos y conseguir una gran película? Pues la que tiene Ryan Coogler sin duda, porque aquí lo ha logrado y a nosotros sólo nos queda disfrutarlo.  

Los pecadores” cuenta la historia de los gemelos Smoke y Stack (ambos interpretados por Michael B. Jordan) que, tras sobrevivir a las trincheras de la Primera Guerra mundial y al mundo del hampa en Chicago, regresan al Delta del Mississippi, en 1932, para montar un tugurio de blues y alcohol destinado a la comunidad negra. Pronto descubrirán que algo peor que la guerra, el racismo o la violencia los está acechando. 



La película comienza con un retrato evocador de la vida en el Sur segregado. Los dos hermanos gemelos vuelven a la tierra de su juventud, donde incluso encontrarán los rescoldos de amores pasados. Sus elegantes trajes de ciudad contrastan con la pobreza circundante; pero creen que el club de blues será un buen negocio y una vía de escape para sus sufridos hermanos. Para la inauguración cuentan con Sammie, el hijo del predicador, un muchacho especialmente dotado para la música. 

La película se articula con esta primera parte más sociológica y una segunda que desarrolla el asedio de los vampiros al galpón donde los braceros beben y bailan. Las dos partes están rodadas con una gran madurez y tersura por parte del director y guionista. En el molde de una película de género vampírico, Coogler habla de miseria y de racismo sin que chirríen; pero también de creencias y tradiciones y, sobre todo, del vínculo esencial que los personajes tienen con la música. Más que perseguir sustos, el director nos acerca a sus personajes con una gran intensidad emocional y, a través de ellos, a la historia de su comunidad. 



Pero la cumbre de la película está en la secuencia que hace de bisagra entre ambas partes. 
Pura magia. 
La película se inicia con una voz en off evocando la leyenda de una música tan auténtica y verdadera que es capaz de sanar comunidades y convocar a espíritus más allá de la barrera del tiempo... pero también de atraer al mal. Una música con la fuerza mística de los ancestros que se remonta al África Occidental y a la Irlanda precolonial. 

Y esto es lo que es capaz de plasmar en imágenes el director. Cuando el gemelo Stack invita al joven Sammie a mostrar sus talentos al ritmo de la canción "I Lied to You" (original de Göransson y Raphael Saadiq), lo que ocurre es un auténtico hechizo. Mientras la cámara recorre los cuerpos cimbreantes del presente se cruza con bailarines ceremoniales del África inmemorial y figuras del hip-hop de un futuro inexplorado, fusionándose en un momento tan deslumbrante como embriagador. A medida que la música va ocupando todo el espacio del viejo molino logra traspasar todo tipo de fronteras metafísicas y temporales. La guitarra de Sammie y su voz conmovedora se erigen en el faro de ese poder trascendental que el pastor ya fue capaz de intuir, cuando le advertía a su hijo, "Si sigues bailando con el diablo, un día te seguirá a casa"















Ryan Coogler causó sensación en 2013 con su debut, Fruitvale Station, un relato desgarrador sobre un tiroteo que presagió el auge del movimiento Black Lives Matter. A continuación visitó el universo de Rocky de forma inteligente y emotiva con la historia de Creed, el hijo de uno de sus antiguos rivales. Posteriormente dirigió la película con más conciencia social del universo Marvel, Black Panther, así como su secuela, un sentido homenaje al fallecido Chadwick Boseman

Esa vena social y comunitaria que está presente en sus películas aquí se hace más que evidente al retratar el racismo. Uno de los gemelos le dice a su antigua novia convertida ahora en hechicera: "he estado en guerras, he estado en Chicago, he visto muchas muertes y de más maneras de las que podría imaginar; pero en ningún caso he visto magia, siempre se trataba del poder." Esto lo ratificará el vampiro que va infectando a toda la comunidad. Él también proviene de una tierra expoliada, Irlanda, y su ansia es poseer las capacidades míticas del joven Sammie para insertarse en el cálido flujo de sus ancestros. 



Lo que me lleva a pensar que la película podría verse como un relato sobre la vampirización de la música negra por los blancos. Justo antes de su debut, el viejo pianista que acompañará a Sammie le dice al joven talento, "al hombre blanco le gusta el blues, lo que no le gusta es quien lo toca". 
Muy buena.