viernes, 12 de julio de 2024

EL LIBRO de LAS ILUSIONES - de Paul Auster


No es baladí que el volumen se abra con una cita de Chateaubriand: "El hombre no tiene una sola y única vida, sino muchas, enlazadas unas con otras, y ésa es la causa de su desgracia"; pues la cita es la expresión cabal de lo que les va a ocurrir a los dos protagonistas de la novela, sometidos a cambios drásticos en sus vidas y obligados a reinventarse. Y es que el libro podría haberse titulado Las muchas vidas de un muerto, debido a la sucesión de giros e identidades superpuestas que esconde el destino final de uno de ellos, un actor de cine mudo desaparecido durante 60 años. 

Esta novela de Paul Auster es el relato de la vida de Hector Mann, contado por David Zimmer, un profesor universitario de Literatura que pasa los días alcoholizado tras haber perdido a su esposa y dos hijos en un accidente aéreo. Zimmer lleva meses hundido en un caos en el que ha llegado a coquetear con el suicidio. Pero una noche un corto de cine mudo en la televisión le hace reír. La inteligencia de la comedia le coloca ante el espejo de su depravación y enciende la chispa del deseo de seguir viviendo.  

El cómico no era muy famoso pero sí tenía un estilo propio basado en un característico traje blanco, propio de climas tropicales, y un fino bigote negro con el que expresaba más que cualquier frase. Su aparición en TV viene a cuenta de un doble misterio: Se trata de Hector Mann, el último de los cómicos importantes que trabajaron el cortometraje. En la década de los 20 realizó 12 comedias de dos rollos y, de pronto, a la vez que llegaba el sonoro, Héctor desapareció sin dejar rastro en enero de 1929. De nuevo era noticia en 1984 porque, tras considerarse perdidas sus películas, en los tres últimos años han ido llegando copias de ellas en paquetes anónimos a instituciones como el MOMA de Nueva York, el British Film Institute de Londres o la Cinémathèque de Paris. Con el último envío toda la producción de Hector Mann estaba definitivamente a salvo aunque dispersa en organismos por todo el mundo.
 


Este doble misterio incita a Zimmer a salir de su marasmo vital y recorrer el globo para ver todas las películas. Los ensayos que escribe sobre cada una de ellas acabarán editándose en un libro que provocará -años después- la recepción de una extraña carta procedente del Rancho Piedra Azul, Tierra del Sueño, Nuevo México: "Querido profesor Zimmer, Hector ha leído su libro y le gustaría conocerlo, ¿Le apetecería venir a visitarnos? Atentamente, Frieda Spelling (Sra. de Hector Mann)."

Zimmer había pasado medio año como muerto sin saber qué hacer con su vida; recuperó el pulso persiguiendo las películas de Mann y encontró la paz y el sosiego cuando le encargaron la traducción de las Memorias de ultratumba de su adorado Chateaubriand. La llamada de Hector desde el más allá supone completar el tercer vértice de un triángulo de muertos que vuelven a la vida. Zimmer carga con una tragedia que le ha devastado; pero también Mann arrastra una muerte que desea expiar. 

En general y tras la introducción de la tragedia de Zimmer, el libro se divide dos partes principales; en la primera podemos leer el comentario detallado de cada una de las películas de Hector, mientras que en la segunda se nos narra el viaje de Zimmer a la Tierra del Sueño arrastrado por Alma, amiga del matrimonio Mann, mientras ésta le va desgranando la azarosa vida de Hector durante los últimos 60 años.

El comentario de las películas quizás peca de prolijo pero sin duda es un prodigio de inventiva y estilo. Auster imagina 12 películas completas detallando los aspectos cruciales de su guión, planos y realización. Toda una carta de amor a los pioneros del cine. 
"Aquello se debía a que entendían el lenguaje que utilizaban. Habían inventado una sintaxis de la mirada, una gramática de cinética pura, y salvo por el vestuario, los coches y el anticuado mobiliario que aparecía en segundo plano, su obra no podía envejecer. Era pensamiento plasmado en acción, voluntad humana expresándose mediante el cuerpo humano, y por tanto era para siempre. En su mayoría, las comedias mudas no se habían molestado en contar historias. Eran como poemas, como interpretaciones de sueños, como intrincadas coreografías del espíritu, y, al estar ya muertas, quizá a nosotros nos llegaban más profundamente que a los espectadores de su época. Las veíamos al otro lado de un gran abismo de olvido, y las mismas cosas que las separaban de nosotros eran en realidad las que las hacían tan fascinantes: su silencio, su ausencia de color, su ritmo irregular, acelerado.
Esos eran obstáculos, y por eso no nos resultaba fácil verlas, pero también aliviaban a las imágenes de la carga de la representación. Se ponían entre nosotros y la película, y por tanto ya no teníamos que fingir que estábamos contemplando el mundo real. La pantalla plana era el mundo, y existía en dos dimensiones. La tercera dimensión estaba en nuestra cabeza."
En cuanto a la historia de Mann es un seductor compendio de los temas y técnicas de Auster. Como en muchas de sus novelas la investigación de un personaje sobre otro no solo cobra un cariz casi policíaco, sino también existencial. Los avatares, giros y adversidades de toda una vida ofrecen a Auster la posibilidad de revelar los mecanismos y azares que rigen nuestro absurdo devenir. Ahí se encuentra lo que tanto nos fascina a sus lectores. Pero ese cataclismo inicial que suele sacudir a sus protagonistas también les enseña que estamos aquí de prestado. En esas encontramos tanto a Zimmer como a Mann, plenamente conscientes de su mortalidad y del absurdo de la vida. También eso estimula nuestro interés lector, ver cómo resuelven afrontar la vida tras el desastre. Los personajes de Auster son seres dolientes que afrontan el caos de la vida tras sobrevivir al vacío, la soledad, el alcohol e incluso -en el caso de Mann- a la degradación sexual.

Francis Bacon, Tríptico: "Three Studies for Portrait of George Dyer"





La "magia" de Auster tiene que ver con un estilo diáfano y elegante al servicio de un relato donde conviven la búsqueda de la identidad, el duelo, la fatalidad y la redención en un contexto de vidas cruzadas, azar y arquitectura metaliteraria.
Me detendré en tres aspectos.

El asunto de la identidad. Quienes somos y qué coño hacemos aquí. 
Zimmer busca encontrarse de nuevo tras una terrible pérdida. Mann se ve envuelto en un asesinato que lo descabalga de su vida empujándolo a una eterna fuga. Ambos necesitan encontrar de nuevo su lugar en el mundo. El desconcierto viene de largo. Al investigar a Mann, Zimmer encuentra varias entrevistas en las que el propio Hector juega a la confusión sobre sus orígenes. Primero se declara de procedencia alemana, luego argentina y posteriormente de un pueblo de Ohio. Las historias sobre él se multiplican todavía más una vez desaparecido:
"Una de ellas afirmaba que había vuelto a su Argentina natal y dirigía ahora un pequeño circo de provincias. Otra, que se había hecho miembro del partido comunista y se dedicaba con nombre supuesto a organizar a los obreros de las centrales lecheras de utica, en nueva York. Y otra más, que con la Depresión se había convertido en un vagabundo del ferrocarril."
La fuga de Mann tiene la forma de una penitencia que nunca se completa. Sólo quiere huir. Desaparecer. La última película que entrega, Mr. Nobody (Don Nadie), parece una premonición de lo que le ocurrirá.
"Hector no desaparece en Don Nadie, pero en cuanto se bebe la poción, nadie lo vuelve a ver. Sigue ahí, frente a nuestros ojos, pero los demás personajes de la película permanecen ciegos a su presencia. Se pone a saltar, agita los brazos, se desnuda en una esquina muy concurrida, pero nadie lo ve. Cuando grita a alguien a la cara, no se oye su voz. Es un fantasma de carne y hueso, un hombre que ha dejado de serlo."
       (...)
"Tenemos que considerar Don Nadie como su última película. Es una reflexión sobre su propia desaparición, y pese a toda su ambigüedad y sus sesgadas insinuaciones, pese a todas las cuestiones morales que plantea y luego se niega a responder, se trata fundamentalmente de una película sobre la angustia de la propia identidad. Hector está buscando el modo de decirnos adiós, de despedirse del mundo, y para ello debe distanciarse de sí mismo. Se vuelve invisible, y cuando la magia se disipa finalmente y se hace visible de nuevo, no reconoce su propio rostro. Observamos cómo se mira, y en esa inquietante duplicación de perspectivas, le vemos afrontar el hecho de su propia aniquilación."

Los paralelismos, azares y encrucijadas que nos depara la vida.
El paralelismo entre Zimmer, Chateaubriand y Mann es evidente. Tres muertos que vuelven su mirada a la vida. Zimmer llega a escribir: "Sólo era alguien que fingía estar vivo, un muerto que pasaba el tiempo traduciendo el libro de un muerto". Las memorias del vizconde francés sirven de guía e inspiración a Zimmer, pero también de nexo con Mann. En el rancho donde acude a visitarlo encuentra los dos volúmenes de La Plèiade.
"No debería haberme afectado, pero lo hizo. Chateaubriand no era un autor desconocido, pero me conmovió saber que Hector había leído aquel libro, entrando en el mismo laberinto de recuerdos por el que yo erraba desde hacía dieciocho meses. Era otro punto de contacto, en cierto modo, otro eslabón en la cadena de encuentros fortuitos y afinidades curiosas que me habían atraído hacia él desde el principio. Saqué el primer volumen del estante y lo abrí. (...)                                      El libro se abrió por la mitad y vi que había una frase subrayada con un tenue trazo a lápiz: "Les moments de crise produisent un redoublement de vie chez les hommes". Los momentos de crisis producen una vitalidad redoblaba en los hombres. O más sucintamente, quizá: los hombres sólo empiezan a vivir plenamente cuando se ven entre la espada y la pared."
No está nada mal. El dolor y la desesperación como acicate.

Como cabe esperar la novela está llena de esos azares y paralelismos que muestran la vida como un laberinto inexplicable y que son marca de la casa. Como por ejemplo cuando Mann explica en una entrevista que es originario de Sanduski, Ohio (como una boutade) y en su huida el azar lo conduce precisamente allí, para iniciar su periplo de aniquilación. O cuando Zimmer va al aeropuerto con Alma, la mujer que le ha devuelto la esperanza de vivir, realizando el mismo trayecto que le hurtó a su mujer e hijos. 
"La última vez que había ido al Aeropuerto Logan fue con Helen, Todd y Marco. La última mañana de su vida la pasaron en las mismas carreteras que Alma y yo recorríamos ahora. Curva a curva, habían hecho el mismo viaje; kilómetro a kilómetro, habían cubierto el mismo trayecto. La carretera hasta la interestatal 91, de la 91 a la autopista de Massachusetts, de allí a la 93, de la 93 al túnel. En cierto modo agradecía aquella grotesca reconstrucción. Daba la impresión de que era una especie de castigo astutamente ideado, como si los dioses hubieran decidido que no se me permitiría tener futuro hasta que hubiera vuelto al pasado. La justicia dictaba, por tanto, que pasara mi primera mañana con Alma del mismo modo que había pasado mi última mañana con Helen."
Está todo tan entrelazado que hasta uno de los volúmenes de crítica literaria que había escrito Zimmer está relacionado con el silencio artístico de Mann: "La ruta de Abisinia era un ensayo sobre escritores que habían dejado de escribir, una meditación sobre el silencio. Rimbaud, Dashiell Hammett, Laura Riding, J. D. Salinger y otros: poetas y novelistas de singular brillantez que, por un motivo u otro, habían interrumpido su actividad."


Pero hay dos bucles que son portentosos y desgarradores. Uno está casi al final, cuando vemos a Frieda, la mujer de Mann, en cuclillas delante de la chimenea arrugando las hojas de papel y echándolas al fuego. Es una escena que replica exactamente la de una película de Mann, La vida interior de Martin Frost (a su vez un guión del propio Auster). Esa duplicidad subraya que tanto el autor Martín Frost como el cineasta Mann han de destruir su obra como rescate de su vida. Otro está a mitad de la novela, cuando Alma nos cuenta que Hector lleva meses huyendo de un crimen que le obsesiona...para acabar en los brazos de la hermana de la asesinada. En ambos bucles cobra todo su sentido el título de la novela:
"A partir de aquella noche, Nora empezó a contárselo todo. Era natural que quisiera compartir sus problemas con alguien, pero entre toda la gente que había en el mundo, de todos los posibles candidatos entre los que podía haber elegido, Hector fue el que consiguió el puesto.
Se convirtió en el confidente de Nora, en el depositario de la información sobre su propio crimen, y todos los martes y jueves por la noche, sentado junto a ella en el salón hasta que acababa la dura clase, sentía que el cerebro se le desintegraba un poco más en la cabeza. La vida era un sueño febril, descubrió, y la realidad un universo sin fundamento, un mundo hecho de fantasías y alucinaciones, donde todo lo imaginario se hacía real."
La estructura narrativa. La novela contiene un juego de historias dentro de historias verdaderamente cautivador: Auster escribe la historia de Zimmer el cual escribe un libro sobre las películas de Mann que provoca la llegada de Alma la cual, durante kilómetros y kilómetros, le cuenta a Zimmer las sucesivas vidas de Mann. Llegamos a leer: "Éste es un libro de fragmentos, una recopilación de aflicciones y sueños medio recordados, y para contar esta historia he de atenerme a los hechos de la historia misma".

Ensayos sobre películas mudas inventadas, traducciones de clásicos como Chateaubriand o Hawthorne que ilustran los hechos narrados, citas de obras propias...Auster maneja una batería increíble de recursos que aportan fértiles capas de complejidad a su novela sin que la lectura pierda un ápice de dinamismo.


Toda el relato está condicionado por un acto de brujería narrativa de altísimos quilates. Mareados por tantos giros y truculencias, algunos críticos desmerecen el libro por artificioso. En cambio yo creo que es uno de los mejores y más completo de Auster. Ahí está todo él. La inventiva, la naturalidad, la trama tan inteligente como increíblemente tejida, la desesperación y el azar. A pesar de su juego de cajas chinas, el libro es ligero por la prosa elegante de Auster, que es capaz de hacer palpitar en él la sombra de la tragedia y una urgencia que nos hace recorrer presurosos estas vidas rotas. El dolor de los personajes me parece genuino y el desenlace devastador. 

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