Hay libros sin más acción que la ir de una casa a otra o dar un paseo por el jardín y que, sin embargo, pueden albergar en su interior violentas batallas e impetuosos tornados. Los suelo colocar bajo el epígrafe "las zozobras del alma". Aunque claro está, sólo caben allí obras escritas con profundidad y sutileza como es este caso.
En esta novela corta de Turguénev la historia es liviana, pero la intensidad lírica y dramática que logra imprimir el autor pone en pie un texto de una viveza atemporal, en la que cualquiera de nosotros podemos percibir trazos de nuestra primera juventud.
"Me perdía en mis pensamientos y buscaba lugares apartados. Sentía predilección por las ruinas de invernadero. Me subía al alto muro, me sentaba y permanecía sentado tan desconsolado, tan solo y tan triste en mi juventud, que me compadecía de mí mismo. ¡Cuánto me complacían estos sentimientos tristes! ¡Cuánto me deleitaba en ellos!".
16 años tiene el protagonista, Vladimir Petrovich. Está pendiente del examen para acceder a la Universidad y en ese verano vacío pero lleno de expectativas se siente mecido por el violento vaivén que produce el ímpetu juvenil y la melancolía:
"Siempre recordaré las primeras semanas que pasé en la villa. Hacía un tiempo soberbio. Nos habíamos instalado en ella el 9 de mayo, día de San Nicolás. Yo solía ir a pasear por nuestro parque, el Neskuchny, o por el otro lado de la Puerta de Kalugsky; me llevaba cualquier libro de texto -el de Kaidanov, por ejemplo-, pero raras veces lo abría, y me pasaba la mayor parte del tiempo declamando versos, de los cuales sabía muchísimos de memoria. La sangre me hervía, y mi corazón se hallaba henchido de anhelos, dulces y absurdos: lo esperaba todo, lo quería todo y todo me sorprendía, y estaba preparado para cualquier cosa; mi imaginación volaba alrededor y se posaba fugazmente sobre los mismos temas una y otra vez, como los vencejos rodeando un campanario al amanecer. Me perdía en mis pensamientos, me entristecía e incluso me entregaba al llanto. Pero a través de todo aquello, brotaba, como la hierba en primavera, una vida joven e hirviente."
At the window - de Konstantin Korovin |
Pronto conocerá a su nueva vecina, la hermosa Zinaida Aleksándrovna, hija de una princesa venida a menos, que es cortejada por varios pretendientes de distinto pelaje. Vladimir sufrirá los embates del amor, el miedo, la osadía, el desconcierto y finalmente el desengaño, como un duro e inexorable aprendizaje del camino a la edad adulta.
"Por aquellos días comenzó mi pasión. Recuerdo que sentí lo mismo que debe de sentir un hombre cuando ocupa por primera vez un cargo: dejaba de ser un chiquillo, me había enamorado. He dicho que mi pasión comenzó en aquellos días; hubiera podido añadir que a la vez comenzaron mis tribulaciones."
A pesar de que nos encontramos en pleno siglo XIX, con sus reglas morales y sociales ya caducas y un cortejo del todo trasnochado para el lector actual, no creo que nadie deje de sucumbir a la viveza y autenticidad de lo narrado. Nos conmoverá la ternura e inocencia de esa mirada juvenil que descubre el amor. Viviremos de primera mano el alboroto de su corazón. La indecisión, las dudas o la osadía por las que transita. Del mismo modo compartiremos el dolor genuino que le provocará la decepción y el engaño cuando Vladímir descubra que Zinaida está saliendo en secreto con alguien muy cercano a él.
La novela está narrada bajo el esquema de una historia dentro de otra historia, puesto que el asunto comienza con una reunión de amigos que tras la cena se han prometido contar la historia de su primer amor. Turguénev logra así colocarnos en la perspectiva de un adulto rememorando sus recuerdos de juventud, ya que él mismo contaba con 42 años cuando escribió la obra. Una vez metidos en ella me admira el modo en que el autor se convierte en un joven de 16 años, con toda su pasión e inocencia. También percibo que la creación de personajes es su cimiento fundamental. El padre frío y distante, la madre siempre irritable, la princesa venida a menos un tanto zafia y vulgar, los pretendientes de diversa procedencia (el húsar, el médico, el conde y el poeta) y la joven coqueta y apasionada: "De todos mis tipos femeninos el que más me satisface es Zinaida. Pude mostrar en él una persona realmente viva, coqueta por naturaleza, pero un coqueta atractiva", dejó escrito Turguénev.
Por su parte al protagonista no le cabe otra que la candidez. Subyugado por la idealización que ha hecho de Zinaida y por su inocencia en los asuntos mundanos, no se percata de lo que está ocurriendo de verdad, más allá de lo evidente. La relación entre Zinaida y su padre. Esto le permite al autor insinuar los hechos más que narrarlos, dejar que el lector vaya componiendo una realidad más compleja de la puramente narrada. La relación se sugiere en los juegos y adivinanzas que organiza la joven, en cierto diálogos que mantiene con sus invitados, en ciertos avatares del argumento. También en los gestos cómplices y cariñosos que ella tiene con el hijo del hombre al que ama.
Hacia el final de la novela, Turguénev deja correr el tiempo, cuatro años, para ver el poso que dejó aquel verano. Vladimir ha terminado la Universidad, su padre ha fallecido de un súbito ataque; pero inopinadamente, un día tiene la oportunidad de volver a ver a Zinaida, ahora casada.
El final es amargo y nos ofrece un enorme contraste con aquel verano tan luminoso y feraz. Es entonces cuando el joven puede reflexionar ya sobre el esplendor de la juventud perdida, sobre la lozanía de ese primer amor que permanecerá inmarcesible ("...la querré y la adoraré hasta el fin de mis días") y la presencia de la muerte hasta entonces omitida.
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Publicó "Primer amor" en 1860.
Es reconocido sobre todo por la recopilación de relatos Memorias de un cazador (1852) y su novela Padres e hijos (1862), en la que muestra sin medias tintas el sistema aún feudal que persistía a lo largo de toda Rusia.
Fue contemporáneo de Flaubert, con quien mantuvo una buena amistad, y de figuras como Gógol, Dostoyevski y Tolstoi.
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