domingo, 19 de abril de 2015

QUÉ DIFÍCIL es SER DIOS - de Arkadi y Boris Strugatski









Leo sobre la película Qué dificil es ser un Dios de Aleksei German, estreno póstumo de una obra que tardó catorce años en levantarse y, antes de ver la adaptación, quiero conocer la novela original de los hermanos Strugatski.

La trama es sencilla pero sus implicaciones políticas y filosóficas suculentas. Los miembros del Instituto de Historia Experimental de la Tierra están diseminados por varios planetas habitados estudiando sus patrones de evolución.  Uno de ellos es Don Rumata, inmerso en un planeta que vive una edad oscura, muy semejante a la Edad Media. Otros colegas le acompañan y todos se encuentran perfectamente mimetizados como caballeros de esta sociedad.

La novela es muy dinámica y mezcla sabiamente aventuras y crítica sociopolítica.

Este viaje a un planeta atrasado tiene el mismo efecto que un viaje en el tiempo y, además, un curioso efecto reflejo. Analizando el pasado obtenemos información del presente. Como siempre hay dos países enfrentados, el reino de Arkanar y el ducado de Irukan. El rey de Arkanar es un dictador tan débil como paranoico que delega su poder en Don Reba, una especie de Richelieu grosero, mediocre y sin sutileza. Después de hundir la economía y poner en barbecho la cultura, su obsesión es la Seguridad. Tiene claro que el poder absoluto se sustenta en la ignorancia y la represión.
Fotograma de la película "Qué difícil es ser un Dios"
La novela constituye toda una crítica al estado totalitario basado en el abuso de poder y la ignorancia. En Arkanar campa la delación, el analfabetismo, la propaganda más burda, la tortura y la persecución de cualquier atisbo de intelectualidad (poseer un libro o saber leer te puede conducir al calabozo). La filosofía de este poder paranoico e inicuo está clara, "no necesitamos personas inteligentes, sino fieles".
"La esencia del nuevo Estado serán sus propias instituciones, en las cuales se fundamentará. Éstas brillan por su simplicidad, y sólo son tres: la fe ciega en la infalibilidad de las leyes, el sometimiento total a ellas y la vigilancia infatigable de cada ciudadano por parte de los demás." pág 52
La transliteración de términos con la situación de la Unión Soviética de la época es tan evidente, que parece increíble que el propio Kruschev leyera y autorizara personalmente este obra publicada en 1964.

Boris Strugatski nos revela que, inicialmente, habían concebido su novela como un divertimento medieval, titulado primeramente El séptimo cielo y posteriormente El Observador. Un folletín de capa y espada al estilo de Alejandro Dumas. Efectivamente los antropólogos del Instituto de Historia se ven envueltos en un torbellino de aventuras donde romance, intriga, duelos y conspiraciones te llevan en volandas. Pero la situación de opresión que les rodeaba se coló de rondón y la obra terminó convirtiéndose en un firme alegato contra el totalitarismo y la barbarie.


"Yo vine aquí por amor a los hombres, para ayudarles a erguirse y a ver el cielo. Pero está visto que soy un mal explorador. No sirvo para sociólogo. ¿Cuándo habré caído en el pantano del que hablaba Don Kondor? ¿Es que un dios puede tener algún otro sentimiento que no sea la piedad?"
Esta denuncia incluye además una amarga reflexión sobre las utopías y la tendencias que aspiran a "salvar" o "civilizar" por imposición culturas ajenas. Leída hoy, no solo apreciamos el chirrido del telón de acero, sino que también parece asomarse la foto del trío de las Azores.
"A Rumata se le nublaba el sentido, e imaginaba ver las espaldas de las hordas Grises iluminadas por los fogonazos de los disparos, y a Don Reba crisparse de terror bestial, y a la Torre de la Alegría derrumbarse lentamente sobre sí misma. Esto sería estupendo. Sería una verdadera acción. Una auténtica macrointervención. Pero, ¿y después? En el Instituto tenían razon. Después sobrevendría lo invevitable. Un sangriento caos se adueñaría del país. El ejército nocturno de Vaga, con sus diez mil bandidos excomulgados por todas las iglesias, violadores, criminales, estupradores, emergería a la superficie; las hordas de los bronceados bárbaros bajarían de las montañas y pasarían a cuchillo a todos, desde los niños de pecho hasta los ancianos."
Aunque hay páginas enteras de reflexiones sociológicas y políticas, la acción es trepidante y la intriga tersa. Un triángulo de personajes impulsan el movimiento. Don Reba, Ministro de Seguridad que saca las confesiones con torturas en la Torre de la Alegría. Tiene como contrincante al noble Don Rumata, intocable gracias a su enorme prestigio. Mientras en las sombras reina Vaga Kolesó, cabecilla del hampa, jefe de un ejército nocturno de más de diez mil hombres.

Las intrigas y traiciones están a la orden del día. Don Rumata y sus colegas velan hasta donde pueden por las cabezas más preclaras. Don Reba es un artero Richelieu que pone al vulgo contra los intelectuales. Todo médico, astrónomo o letrado, simplemente por saber leer, puede ser impunemente asesinado. Una funesta Orden Sacra está acaparando poder.

A pesar de su trasfondo filosófico, el libro resulta muy entretenido de leer. La escritura es directa, prima la narración de los hechos y los diálogos. Las reflexiones de Don Rumata y sobretodo el diálogo que mantiene con el humilde y sabio Budaj no son densas, pero sí clarividentes.
Los sociológos y antropólogos han generado leyendas al aparecer en máquinas voladoras, tienen poderes medicinales que parecen mágicos, semejan la gracia de los dioses; pero deben abstenerse de intervenir. Don Rumata se exaspera por su estéril poder.
"-¿Qué le aconsejaríais vos a Dios? ¿Qué cosa pensáis que debería hacer el Todopoderoso para que pudiéramos decir: sí, el mundo ya es ahora completamente bueno?
-Haz que desaparezca el hambre, la necesidad, y todo aquello que divide a las personas.
-Eso que me pides no beneficiaría a los hombres, porque los fuertes de vuestro mundo les quitarían a los débiles lo que yo les diera a todos, y a fin de cuentas estos últimos seguirían siendo pobres.
-Haz que los gobernantes crueles entren en razón.
-La crueldad es la fuerza. Si los gobernantes perdieran su fuerza, vendrían otros más crueles a sustituirles."
Resulta muy llamativa la reflexión sobre las resistencias que el propio ser humano ofrece a su progreso. ¿Se puede imponer la democracia o la felicidad?. No son muy esperanzadores los auspicios de Don Rumata para con la humanidad.
"Casi todos ellos eran esclavos: esclavos de su fe, esclavos de sus semejantes, esclavos de sus pequeñas pasiones, esclavos de su codicia. Y si por un capricho de la suerte cualquiera de ellos naciera o se hiciera señor de sí mismo, no sabría qué hacer con su libertad. Se apresuraría a hacerse esclavo: esclavo de su riqueza, de sus antinaturales apetitos, de sus amigos depravados y de sus propios esclavos. La mayoría de ellos no tenían culpa de nada. Eran demasiado pasivos y demasiado ignorantes. Su esclavitud se basaba en la pasividad y en la ignorancia y esta pasividad y esta ignorancia hacían a su vez que se perpetuase la esclavitud. Si todos fueran iguales sería algo desesperante. Y sin embargo serían personas, es decir, seres portadores de una chispa de inteligencia. Y esta chispa haría que constatemente, unas veces aquí, otras allá, se encendieran y prendieran en su mente las luces de un futuro increiblemente lejano pero inevitable.
Los hermanos Strugatski hacen encarnar a Don Rumata la concepción de Marx respecto a la historia; algo ineludiblemente progresivo que conduce inevitablemente al superhombre nietzscheano o soviético. "Aquella carretera era anisótropa, como la historia. Por ella no se podía ir hacia atrás."

Don Rumata, como dios, acaba quemado y lanzando un grito humanista a la vez que un ruego contra la inercia y el conformismo.
“Y, por todos los santos, valorad vuestra época, amadla, rendid tributo a la memoria de los que tuvieron que pasar por esto [la tortura y la persecución]. Contemplad con atención estas caras jóvenes, obtusas, indiferentes, habituadas a todo tipo de ferocidades; pero no os tapéis las narices: vuestros propios antepasados no fueron  mejores.” 
Carcerii de Piranesi





Los hermanos Strugatski son unos autores ruso-judíos considerados como verdaderos clásicos de la ciencia ficción. Comenzaron a publicar en plena época del deshielo de Kruschev. Sus mejores obras plantean siempre temas morales y satirizan tanto la sociedad como la burocracia soviética. Qué difícil es ser dios (1964), abre un período creativo más centrado en los ideales humanistas. En Cosas depredadoras del siglo (1965) describen una imaginaria sociedad de consumidores carentes de caridad y compasión. El lunes comienza en sábado (1965), tiene un tono ligero y humorístico, mientras que Cuentos sobre la Troika (1968) es una novela más dura que coloca en su punto de mira el peligro del dominio de la burocracia.
En torno a 1970 publicaron tres novelas oscuras y profundas. La isla habitada, Picnic junto al camino y Ciudad Maldita. Los problemas morales individuales y la crítica social son parte sustancial de su asunto.  
Su obra más famosa es seguramente Picnic junto al camino, novela que, con guión de los autores, fue adaptada al cine por Andréi Tarkovski con el título de Stalker. En este caso son los extraterrestres quienes "contaminan" una zona terrestre alterando el statu quo con singularidades y tecnología desconocida.


Respecto a la película, ya en 1968 German escribió el guión junto a Boris Strugatski; pero en esa época los tanques soviéticos invadieron Checoslovaquia, aplastando la Primavera de Praga y haciendo que el proyecto se aparcara. Ni la llegada de la perestroika en los 80 logró lanzar el rodaje. Por fin en 1999, German pudo empezar a rodar; pero la producción fue alargándose durante más de 13 años. La muerte del director obligó a que fuese su hijo, también llamado Aleksei y también cineasta, quien concluyera la obra. 
¡Qué difícil es ser un dios! de Aleksei German

En el blog Cine Invisible leemos: "Personalmente es la primera película biológica a la que he asistido hasta el momento. Barro y lluvia mezclados con todos los fluidos que el cuerpo humano puede producir. La mirada de los protagonistas directamente a la cámara, que sigue a una distancia mínima las aberraciones, infamias y atrocidades que sufren en su propia carne, es una de las experiencias más inolvidables que puede ofrecer el cine de hoy. Una inmersión total en el caos y una poderosa metáfora de toda dictadura basada en suprimir cualquier opinión diferente, condenar a sus súbditos en convertirse en lacayos o, directamente, en esclavos por un mendrugo de pan… Un film alucinante, visual e ideológicamente, que se convertirá, sin lugar a dudas, en película de culto.

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