Angel González, poeta, profesor y ensayista, es posiblemente el último gran maestro de la poesía española. Su voz personal y transparente mezcla con sabiduría el intimismo y la preocupación social y entronca con los dos poetas que estudió y consideró mayores en el siglo XX de España, Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado.
Nacido en 1925 en Oviedo, en cuya Universidad cursó Derecho, en 1950 se trasladó a Madrid para estudiar Periodismo y en 1955 a Barcelona donde entabló amistad con Carlos Barral, Gil de Biedma y José Agustín Goytisolo. Su primer libro data de 1956, "Áspero mundo". A partir de 1970 fijó su residencia en EEUU siendo catedrático de Literatura Española Contemporánea en diversas universidades norteamericanas.
Ángel González fue un poeta que fumó, bebió, vivió y amó mucho. Su poesía es profundamente humana, con una honda musicalidad ética donde se citan la experiencia individual y la realidad histórica. Era un pesimista dueño de un sólido vitalismo moral, que le ayudó a escribir sin esperanza, pero con convencimiento (título de su segundo libro). El tiempo inexorable y sobre todo la pasión amorosa son temas centrales en una poesía que aspira tanto a la emoción como a la precisión de su lenguaje.
Sus herramientas son la nostalgia, la intimidad, el lenguaje coloquial y urbano y una ironía propia del sabio que conoce su derrota final. En un artículo publicado en Litoral, Xelo Candel Vila afirma: "Esta idea de conjugar la intimidad con la Historia, el conocimiento del yo con la reflexión colectiva, lo privado con lo público, es el principal nexo de unión entre la poética de Ángel González y la de Antonio Machado".
Como integrante de la generación del 50 (Gil de Biedma, Claudio Rodríguez, José Agustín Goytisolo, Caballero Bonald o Francisco Brines), su poética se caracteriza por revelar una conciencia crítica del momento histórico, la temporalidad de todos los asuntos humanos, un tono narrativo donde cabe lo cotidiano y la ironía y la concepción de la poesía como un medio de conocimiento. No en vano Gil de Biedma dijo: "En principio, la poesía me parece una tentativa, entre otras muchas, por hacer nuestra vida un poco más inteligible, un poco más humana".
Como integrante de la generación del 50 (Gil de Biedma, Claudio Rodríguez, José Agustín Goytisolo, Caballero Bonald o Francisco Brines), su poética se caracteriza por revelar una conciencia crítica del momento histórico, la temporalidad de todos los asuntos humanos, un tono narrativo donde cabe lo cotidiano y la ironía y la concepción de la poesía como un medio de conocimiento. No en vano Gil de Biedma dijo: "En principio, la poesía me parece una tentativa, entre otras muchas, por hacer nuestra vida un poco más inteligible, un poco más humana".
En la poesía de Angel González hallamos una constante referencia a la palabra y al quehacer poético. De hecho su obra completa adopta el título de su libro de 1965, Palabra sobre palabra. Esta característica, frecuente en la literatura contemporánea, ya la esgrimía el poeta desde sus primeros libros. Además su vena ensayística se puede seguir en los estudios que publicó sobre Juan Ramón Jiménez y sobre Antonio Machado. Él mismo ha reflexionado sobre su obra poética:
"La situación histórica en que mis poemas fueron escritos es ya sobradamente conocida y empieza a ser justamente valorada. La recuerdo porque fue importante. Las tensiones sociales que la República puso en evidencia, la revolución asturiana de octubre de 1934, y la guerra civil, fueron los acontecimientos más sobresalientes que jalonaron mi infancia. La posguerra fue el escenario de mi adolescencia y de mi juventud. Vivir todos esos hechos en el seno de una familia politizada, y desde el lado de los que perdieron todas las batallas, determina ciertas actitudes ante la vida (y, por tanto, frente al arte). Por ejemplo, aunque lo hubiese intentado, yo nunca hubiese podido recluirme en una torre de marfil."
"Como contraste, mis primeras lecturas serias, iniciadas en los años 40, las que me sirvieron de estímulo y de primer ejemplo para la escritura, tenían poco que ver con mi situación, hubieran podido constituir las piezas idóneas para levantar esa hipotética e imposible torre marfileña. Juan Ramón Jiménez, el Antonio Machado intimista de Soledades, el Gerardo Diego creacionista, el Alberti y el Lorca más líricos y brillantes, fueron para mí, durante algunos años decisivos, un descubrimiento deslumbrador. Nada de lo que en ellos leía tenía que ver con mi experiencia, con lo que era y había sido mi vida, pero en esas lecturas encontraba algo que aún ahora, al cabo de tantos años, sigo considerando importante: le emoción ante la palabra bien dicha, el gusto por la belleza y la precisión del lenguaje.
Así, cuando comencé a leer y en consecuencia a escribir, lo hice desde el convecimiento de que poesía y vida eran dos cosas diferentes, incomunicadas.
Aunque pasado algún tiempo comencé a pensar que poesía y vida no eran necesariamente entidades incomunicables."
Las lecturas de Gabriel Celaya, José Hierro, Blas de Otero, César Vallejo y Pablo Neruda acabaron por orientarle en la dirección entrevista y deseada. Sin embargo ante la aseveración de Gabriel Celaya de que la poesía debería ser una herramienta para transformar el mundo Ángel González se muestra menos ambicioso pero igualmente decidido a intervenir: "sí, creía que merecía la pena intentar algo parecido: tratar de clarificar el caos, de desvelar o denunciar las imperfecciones de la Historia, de testimoniar el horror en que me sentía inmerso."
Desde su primer libro "Áspero mundo" (1956) se empieza a conformar su poesía como un testimonio del "yo", pero siempre en estrecha relación con los demás. El testimonio social y la convicción de que ese dato debe incidir en la poesía ya lo anticipan poemas como el que comienza: "Aquí, Madrid, mil novecientos / cincuenta y cuatro..."
"Lo que ya no responde al esquema del social-realismo de aquellos años es el pesimismo: un pesimismo que tiñe de desesperanza y de decepción los diez poemas que componen la primera parte del libro.
Tal y como yo había pretendido, estos poemas resultaron clarificadores al menos para alguien: para mí mismo. Su lectura me dio noticia de la existencia de la decepción, y de su alcance. Sólo al leerlos comprendí que la decepción no era consecuencia de una derrota personal, sino de una catástrofe de mayores dimensiones, de toda una derrota colectiva que incluía la mía."
"Han sido bastantes los críticos que relacionaron mi poesía con la ironía, otro rasgo generacional. El uso de la ironía fue, en principio, otro imperativo de la situación. Como es sobradamente sabido, los textos irónicos exigen que el lector invierta el recto significado de las palabras; operación mental que, aunque sencilla, desbordaba de hecho la capacidad intelectiva de muchos censores, primera ventaja de un procedimiento que implica además la relación y consiguiente comparación evaluativa de dos puntos de vista opuestos. Así, el procedimiento resultaba doblemente útil: permitía burlar las normas vigentes en materia de censura, y era de una gran eficacia crítica."
"La ironía pasó a ser una de las constantes de mi poesía y no sólo por las razones expuestas: la ironía facilita un tono de distanciamiento que aligera la peligrosa carga sentimental de ciertas actitudes, algo importante para una persona que, como yo, intenta escribir poesía desde sus experiencias conservando un mínimo de pudor.
Acaso sea necesario aclarar, después de haber insistido quizá demasiado en lo que mi poesía tiene de testimonio colectivo, que en mis libros hay algo más que Historia. En general, con la única excepción de Grado Elemental, el tema del paso del tiempo y la expresión del sentimiento erótico-amoroso ocupan más espacio que los poemas de la vertiente crítico-social.
Yo diría que el tiempo es el tema central de Sin esperanza, con convencimiento (1961), desde el primer hasta el último de sus poemas, que llevan, respectivamente, títulos inequívocos e inesperadamente coherentes: "Otro tiempo vendrá distinto a éste" y "Esperad que llegue". Entrelazados con el tema del tiempo aparecen los motivos que forman el entramado del libro: el amor, el sentido -o la falta de sentido- de la vida, la esperanza y la desesperanza, la Historia...
Mis tres libros siguientes no contienen sino desarrollos de estos temas. En Grado Elemental (1962) predomina el tono crítico e incluso didáctico sobre el testimonial. Palabra sobre palabra (1965) es una breve colección de poemas con tema exclusivamente amoroso. Y en Tratado de urbanismo (1967) se funden de nuevo la Historia y mi historia. El repertorio simbólico noventayochista, rural y agropecuario, me parecía fuera de lugar. Me motivaba hacer poesía a partir de la experiencia de lo cotidiano que, en mi caso estaba configurada por la vida en la ciudad.
Creo que Tratado de urbanismo marca el final de una etapa -o de una actitud- y también el comienzo de otra. El poema "Preámbulo a un silencio" viene a ser la negación de mi intermitente, pero hasta entonces sostenida ilusión en la capacidad activa de la palabra poética. En aquellos años difíciles, cuando la esperanza en un cambio durante mucho tiempo deseado se había convertido primero en impaciencia y luego en decepción, nada se me presentaba más inútil y más ajeno a los actos que las palabras. Con esta "conciencia en la inutilidad de todas las palabras, inicio cierta apertura hacia lo imaginativo, un acercamiento a temas intrascendentes (la música ligera) y una búsqueda, más a través del tono y de la estructura profunda del poema que de su organización estrófica, de una expresión próxima a la canción.
Estas novedades caracterizan la que yo veo como una segunda etapa en mi poesía, que se abre con Breves acotaciones para una biografía (1969), se continúa con Procedimientos narrativos (1972) y concluye con Muestra, corregida y aumentada, de algunos procedimientos narrativos de las actitudes sentimentales que habitualmente comportan (1978)
En estos títulos, la tendencia al juego y la deriva de la ironía hacia un humor que no rehuye el chiste, la frivolización de algunos motivos y el gusto por lo paródico, apuntan hacia una especie de "antipoesía", en cuyas raíces creo que está cierto rencor frente a las "palabras inútiles".
Poesía Completa también editada en la Colección Austral |
Posteriormente él mismo reconocería que la proximidad de la vejez, sus viajes por Hispanoamérica y su residencia en EEUU atemperaron esa decepción.
"Sigo creyendo que la palabra poética, si logra alzarse hasta el nivel de la verdadera poesía, no es nunca inútil. Porque las palabras del poema configuran con especial intensidad ideas y emociones, o a veces incluso llegan a crearlas. Los trovadores medievales "inventaron" una forma de amor que contribuyó a modificar la posición real de la mujer en la sociedad de su tiempo. Pero aun sin ambiciones de transformar al mundo, con la más modesta pretensión de clarificarlo (o de confundirlo) o simplemente de nombrarlo (o de borrarlo), la poesía confirma o modifica nuestra percepción de las cosas, lo que equivale, en cierto modo, a confirmar o modificar las cosas mismas. La fe en la eficacia de la actividad artística la expresó con más radicalidad que nadie Oscar Wilde, cuando dijo que la Naturaleza imita al arte. Ningún poeta social se atrevió a hacer una afirmación tan extrema y comprometida.
Antología editada por su viuda Susana Rivera
"Un poema nunca se justifica por las causas, sino por los resultados. En puridad, yo sé algunas cosas que están en torno a y en el origen de mi poesía, pero sé poco de ella. Se dice que todo poema es, al menos en parte, un fracaso. Valorar la magnitud de ese fracaso es tarea que corresponde únicamente a los que leyeren."
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Los párrafos citados corresponden a la Introducción que el propio Ángel González redactó para su libro "Poemas"; una antología efectuada por el poeta y editada por Cátedra en su colección Letras Hispánicas.
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