Three Billboards outside Ebbing, Missouri - EEUU, 2018
Complejidad.
Esta palabra me pasaba por la cabeza cada vez que un personaje respondía en la pantalla de un modo sorprendente a una situación dada. Lo cual ocurre en la película de forma continuada. El director y guionista no ha concebido a sus criaturas como prototipos: el sheriff indolente, el ayudante palurdo y racista, la madre coraje...
Fuera tópicos ha debido pensar para gozada nuestra.
Cuando empieza la película y gracias al trailer, ya sabemos que va de una madre que perdió a su hija asesinada y que, ante la ineficacia de la policía, contrata tres vallas publicitarias para mostrar sus quejas y espolear al sheriff: "¿Qué hace el jefe Willoughby?", "¿Todavía no hay detenciones?" y "Violada mientras moría". Todo un terremoto para un pueblo adormilado por el tedio y perdido en medio de Missouri.
Las vidas de estas gentes están varadas y oxidadas. Su relaciones son entre aburridas y brutales: "Vieja zorra", le dice el hijo a la madre. "No soy vieja" responde ésta. "Eres un buen hombre, pero tienes que controlar tu odio", le dice el sheriff a su ayudante, famoso por torturar negros sin que nadie se plantee inhabilitarle. "¿Qué tal va el negocio de apalizar negros, Dixon?, le suelta Mildred. A lo que él responde, "¡Está prohibido decir negros, hay que decir personas de color!"
McDonagh hurga en medio de este embrutecimiento social y personal y encuentra rescoldos de humanidad. Ése es el juego de la película. No conformarse con presentar al personaje tipo para escandalizarnos o para su escarnio; sino darle otra vuelta y percibir ese escondido atisbo de nobleza. Y ahí el director siempre nos pilla a contrapié; porque lo hace sin buenismos ni edulcoraciones. Constantemente nos niega el confort de las certezas morales.
Creo que más allá del pueblo perdido en Missouri y más allá de las miserias y vilezas que alumbra la película, ésta va del dolor de la existencia. De cómo respondemos cada uno a la desesperación de vivir entre nimiedades, mientras reconocemos que el tiempo pasa y vamos a morir. En el momento de máxima desesperación, Mildred (Frances MacDormand) reflexiona "¿Dios no existe y el mundo está vacío?". Ella misma no sabe si esto es verdad. Sólo es capaz de reunir el coraje para intentar algunas respuestas, enfrentándose incluso a sus vecinos, a la policía, a la iglesia local o a su propio hijo y a su exmarido.
Esta es la tercera película de McDonagh, tras Escondidos en Brujas y 7 psicópatas. En las tres habitan personajes muy peculiares y se practica un humor negro y corrosivo. En las tres encuentro el mismo componente de redención. Lo que dije en la entrada de aquella maravillosa segunda película vale para ésta: "Sus personajes, como los de su primer film, siguen en el purgatorio". Creo que este es un asunto central en las obras de McDonagh y aquí lo podemos percibir tanto en Mildred (que se siente culpable por la muerte de su hija), como en el jefe Willoughby (que se siente culpable por no dilucidar ese crimen), e incluso en el violento ayudante... que transforma su conflicto en brutalidad.
El contraste que ofrece la película es mayúsculo, por cuanto enfrenta la zafiedad de unos personajes sin expectativas vitales, con su lucidez para buscar el sentido de lo que está ocurriendo. Cuando comienza la película estamos a favor de Mildred ("la policía está demasiado ocupada torturando a negros para investigar un crimen de verdad") y juzgamos al sheriff como un abúlico tuercebotas. Pero según avanza la historia veremos a Mildred emboscarse en la lado oscuro y al sheriff condolerse por sus semejantes. En un momento de la película saldrán a la luz unas cartas que remite tanto a Mildred como a su ayudante. Su desnudez y humanidad nos dejarán desarmados.
También se da un contraste entre la calma de los planos y la violencia soterrada. La cámara permanece fija, la gente estática (están sentados en el bar, en el porche o en la oficina), todo nos ofrece un aspecto de reposo y serenidad. Incluso el lenguaje soez y agresivo se presenta como algo cotidiano que se acepta sin gritos, ni histrionismos. La procesión va por dentro. El director plasma este contraste de forma incomparable.
A resaltar las interpretaciones, tanto de Frances McDormand como de Woody Harrelson y Sam Rockwell. Brillan a gran altura. Lo mismo que el pequeño Lanister Peter Dinklage y John Hawkes (el exmarido), en sus pequeños pero significativos papeles.
Complejidad en la época de Trump. Está claro que la película va en contra del signo de los tiempos. Además siendo Martin McDonagh irlandés, puede parecer un intento de comprender la sociedad norteamericana. Cómo puede ser tan noble y brutal en el mismo día. Quizás a través de un poblacho típicamente norteamericano ha querido echar un vistazo al alma humana, con sus contradicciones y pesares. Quizás, sin sospecharlo, nos ha explicado qué tipo de gente vota al mequetrefe Trump.
P.D.
Me gusta la evolución que Woody Harrelson está imprimiendo a su carrera, que iba camino de ser un mal chiste, a base de repetir siempre el mismo personaje violento y descerebrado. Creo que en la divertidísima Zombieland convirtió ese personaje en caricatura para liberarse de él definitivamente y en sus tres últimas apariciones nos ha demostrado su carácter dramático; hablo de True Detective, La Guerra de los Simios y ésta.
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