Hermida Editores, 2016
Los desquiciantes vaivenes del alma, el tormentoso oleaje de las emociones, la desesperación. A todo ello están sometidos los protagonistas de estos cuentos. Seres en general solitarios y atormentados, neuróticos e hipersensibles; antihéroes de corte autobiográfico que reflejan las dificultades para satisfacer las necesidades materiales y afectivas que sufrió el propio Bove. A todos ellos sería aplicable esa desazón por la claridad de ideas que expresa el protagonista del relato La Historia de un Loco:
"Me gustaría que todo el mundo entendiera inmediatamente lo que me bulle en el cerebro sin necesidad de escribirlo. Sería todo mucho más sencillo. ¡Qué quiere que le diga, me gustan las cosas sencillas! En cuanto intento sacar a la luz sentimientos complicados, me lío y noto que se me va la cabeza. Es de lo más curioso. Veo claramente los pensamientos que tengo en primer plano dentro de la cabeza, pero, en cuanto quiero mirar lo que hay detrás, me encuentro con una nube." pág 102
El retrato psicológico que desarrolla cada relato es hiperestésico, detallista y casi obsesivo. Siempre en primera persona. Es muy sintomática la forma de narrar Lo que vi, un intento asfixiante de captar el tumulto del corazón: durante las cuatro primeras páginas los hechos se posponen fatigosamente, mientras se reiteran angustias y disculpas, "Por eso le pido, estimado señor, que sea indulgente. No tiene usted ante sí a un escritor, sino a un hombre que sufre y busca la clave que se lo explique todo". Hasta cuatro veces promete "Voy a exponerle los hechos" o "Empiezo pues" sin que nos acerquemos un ápice a la cuestión; porque la cuestión es la propia inquietud. Uno de los conflictos que más se repite es el divorcio que existe entre la mente convulsa de nuestros protagonistas y la realidad.
"Lo que me había imaginado se desvanecía en ese zumbido de vida que me rodeaba, una vida que transcurriría en derechura hasta la noche, indiferente a mis cálculos y a las complicaciones de mi mente".
Fotografía de París, por Brassaï |
Los momentos de sintonía entre una y otra son escasos y por lo tanto dudosos, un factor más de paranoia. El debate es consigo mismo y con la expresión de esa intimidad atormentada. En el comienzo de los relatos solemos encontrar expresiones como "Quiero que conste desde ahora mismo, para que el lector se sienta a gusto, que no estoy loco." Y también "Estaba recobrando los ánimos cuando hete aquí que, de súbito, vuelvo a tener dudas." Y también, "¿De dónde me venía la tristeza?. La introspección, el desarraigo, el sentimiento de culpabilidad y la soledad son los puntos cardinales del territorio que esboza Bove.
Morris Column, de Brassaï |
En los dos primeros relatos, El crimen de una noche y Otro amigo, los protagonistas son pobres de solemnidad, con lo cual aúnan la indigencia al quebranto existencial. En otros dos relatos, Lo que vi y ¿Es mentira?, por contra, son ricos, pero igualmente angustiados y corroídos por la duda, en este caso, provocada por la infidelidad de sus amadas. Así también en Visita por la noche el narrador es un burgués que recibe la visita de un amigo desesperado por el abandono de su mujer. Cuando el amigo intercede ante ella comprueba la enorme distancia que hay entre las imagen idealizada que tiene su amigo y la vulgaridad real de la mujer ("No diré que tiene pinta de arpía, pero poco le falta"). En el relato encontramos otro asunto recurrente en la obra de Bove, la amistad traicionada. Finalmente en La historia de un loco se narra el corte de marras de toda relación, la huida hacia la soledad y la muerte con la alegría de dejar atrás una tortura.
Hallo en el volumen dos relatos extraordinarios que curiosamente son contradictorios entre sí. El crimen de una noche tiene un carácter onírico y transcurre en la noche, mientras que El regreso del hijo, es hiperrealista y ocurre a la luz del día. En el primero Henri Duchemin es pobre, vive en una habitación que es un agujero. Nos lo encontramos en Nochebuena, llueve y se refugia en un bar solitario. Una mujer le dice que si está triste debería suicidarse. Un anciano que para redimirse hay que sufrir. Finalmente un hombre le convence de algo mejor: matar a un banquero para quedarse con su dinero y ser rico. La noche y los deseos se confabulan para enseñarle el cielo y dejarlo caer. Él, como muchos otros, deambula por un mundo que se torna amenaza, sometido a fuerzas que no logra comprender. En algún sentido el relato me ha recordado al magistral Mientras dan las nueve de mi admirado Leo Perutz.
Brassaï, París de noche |
Desde este relato situado en primer lugar del volumen, la verdad es que mi interés lector fue decayendo. El existencialismo no es muy de mi agrado en literatura, tampoco las dudas burguesas de un señor sobre su mujer. Pero hete aquí que llego al relato sexto, El regreso del hijo, quizás el más sencillo de todos, el más directo, puesto que trata de las sensaciones y emociones que van asaltando a un hijo en su vuelta al hogar. El tren le lleva de la ciudad al campo. Espera el perdón después de abandonar hace años y por las bravas, el hogar familiar. Vuelve de la luminosa París a una granja en medio del campo y afloran pensamientos y sensaciones. A las pocas páginas en mi cabeza se produce un clic. Resulta curioso cómo nuestro cerebro va encajando ideas y pensamientos en un nuevo constructo. En este relato, lleno de sutiles detalles, Bove consigue que paladee su misma y dulce melancolía.
No es necesaria la acción, ni el ensueño o la fantasía. No son necesarias las grandes pasiones, ni las remotas aventuras. Basta que alguien sea capaz de pulsar esas tenues fibras que conforman lo más esencial de la experiencia humana y de pronto tú también puedes vibrar con una emoción genuina y sustancial. Esto es lo que consiguió Bove con este relato cuando lo leí hace un par de domingos, en una mañana otoñal. El diapasón de sus palabras reverberó en mi alma y por un momento no pude respirar. El autor consigue en él un diáfano cuenco de autenticidad.
No es necesaria la acción, ni el ensueño o la fantasía. No son necesarias las grandes pasiones, ni las remotas aventuras. Basta que alguien sea capaz de pulsar esas tenues fibras que conforman lo más esencial de la experiencia humana y de pronto tú también puedes vibrar con una emoción genuina y sustancial. Esto es lo que consiguió Bove con este relato cuando lo leí hace un par de domingos, en una mañana otoñal. El diapasón de sus palabras reverberó en mi alma y por un momento no pude respirar. El autor consigue en él un diáfano cuenco de autenticidad.
"En el campo de mi juventud, de las estampas para aprender alemán, donde todo lo que utiliza el campesino está en su sitio, sin necesidad." pág 119
Enmanuel Bove (París 1898-1945) era hijo de un ruso emigrado de origen judío y de una criada luxemburguesa. En 1924, su relato “El crimen de una noche” llega a las manos de la escritora Colette, quien fascinada, respalda a Bove para publicar su primera novela, Mis amigos, en 1924. La novela lo convirtió rápidamente en un autor de culto. Los críticos lo compararon a Dostoievski y Proust. Gide, Rilke y Beckett se rindieron a su prosa. Cuando llega la 2ª Guerra Mundial se traslada a Argel. Murió poco después de regresar a París. Tras su muerte cayó en el olvido, hasta que lectores fervientes lo rescataron en los años ochenta con gran éxito de crítica.
Bove nos habla en sus obras de la autoestima, la amistad, la autoconsciencia y la depresión. Su prosa es contenida, a veces áspera y muy precisa; montada sobre frases muy cortas. En ocasiones parece un entomólogo observando la psicología del personaje, sus tropiezos y neurosis. Uno de ellos llega a decir: "me parece que intentar conocerse a uno mismo tiene pureza."
Brassaï, La Librería de la Luna -París- |
"¿De dónde me venía la tristeza? Mis libros, todos mis libros, dormían en la biblioteca. Nadie había hablado mal de mí. A mi familia y a mis amigos no los agobiaba ninguna preocupación. Estaba en el centro de todo. Así pues, no debía sentir temor de que los acontecimientos, libres de mi presencia, fueran en una dirección que me habría sido imposible modificar. No estaba descontento de mí mismo. E, incluso aunque lo hubiera estado, esa sensación no habría tenido la fuerza de esto que notaba.
Eran las once de la noche. Una lámpara sin pantalla iluminaba mi escritorio. No había salido en todo el día. Cuando el aire libre no me ha puesto la cara encarnada no me siento a gusto. Tengo las muñecas más lisas. Y me desagrada un poco notar más sedoso el vello que las cubre. Y la fuerza sin gastar, que tendré que llevarme a la cama, me estorba.
Estaba dormitando en un sillón. En el punto en que el terciopelo rojo coincide con la madera, unas chinchetas de cabeza dorada sujetan una cenefa. Faltaba una, y en ese lugar la cenefa estaba menos tirante. Yo estaba quieto. Sólo hurgaba, sin darme cuenta, en esa cenefa, intentando inconscientemente aflorar la chincheta siguiente.
Hasta que no lo conseguí no me percaté de lo que estaba haciendo. Al descubrirlo, noté cierta alegría. Es lo que me sucede siempre que me sorprendo a mí mismo haciendo algo sin saberlo o doy rienda suelta a un sentimiento que ignoraba que llevaba dentro. Me regocija tanto como un rayo de sol o una palabra grata. Quienes me reprochen esa alegría mínima no me comprenderán nunca. Me parece que intentar conocerse a uno mismo tiene pureza. Reprocharme que me estudie demasiado sería reprocharme que sea feliz.
Pero he decir que esa alegría es muy frágil. No tiene la homogeneidad de la que nos aporta un rayo de sol. Desparece enseguida y busco en mí otra cosa para renovarla. Me doy cuenta entonces, en los intervalos, de que todo me es hostil y las personas de alegrías sencillas que me rodean son en realidad más felices que yo." pág 63-4
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