PRÓLOGO de Ricardo Piglia para la edición de MINGA! en su Serie del Recienvenido en FCE.
"Una tarde de 1957 en un bar en Tandil, un oscuro escritor europeo que ha ido a descansar a ese pueblo serrano se reúne con un grupo de jóvenes y cuando anota su nombre en una papel, Jorge DiPaola, que tenía en ese momento diez y seis años, anuncia: ¡Ferdydurke!. Lo había leído, era “ un lector en la pampa salvaje”, como señala Gombrowicz, que no olvida ese momento y vuelve varias veces a él en su Diario.
Parece una escena de iniciación. Igual a tantas que hay en la literatura; sin embargo en este caso la situación está cambiada. No es Roberto Arlt que lee la primera novela de Onetti y lo autoriza a publicarla, no es Borges que edita el primer cuento de Cortázar: aquí es el joven quien descubre y legitima al escritor desconocido. Sin ese cruce fortuito otra hubiera sido la fortuna de Gombrowicz que encontró ahí un grupo de admiradores que lo darían a conocer a las nuevas generaciones, y por supuesto otro hubiera sido el destino literario de DiPaola sin las conversaciones y las cartas intercambiadas durante años con el autor de Cosmos.
La lealtad –y la gratitud- de Gombrowicz hacia ese inesperado lector tiene su réplica en la celebración jubilosa y los sutiles toques gombrowcianos de la prosa de Minga! La presencia del maestro polaco es discreta y dinámica [en la novela] y se percibe sobre todo en la felicidad de la escritura; no hay influencia ni signos visibles, solo hay radiaciones, ecos, sonidos, diálogos brillantes y sobre todo risas (tan escasas en nuestra lúgubre literatura).
Una teja que vuela en medio de una tormenta le corta el cuello a un amigo en una playa de Rio de Janeiro y pone en marcha la trama de la novela; el pie izquierdo desnudo de otro amigo sobresale de la cama y encandila a una muchachita provinciana: estos son algunos de los fragmentos –o las esquirlas - que han sobrevivido al big bang de aquel encuentro en Tandil.
Jorge Di Paola, Mariano Betelú, Witold Gombrowicz, Jorge Vilela, Buenos Aires. |
Situada en un territorio fantasmal y pampeano, Minga! narra las aventuras de Pablo von Paulus, un profesor de matemáticas que ha perdido el rumbo e irrumpe (se materializa, como un extraterrestre en un cómic), en un bazar de un pueblo de campo junto al mar. En el negocio hay ropa de playa, un gato, una gallinita de cristal y una muchacha con un martillo que de inmediato capturan el interés del héroe: su odisea será un viaje por una red de acontecimientos microscópicos, de lugareños taimados y de explosivos átomos de ficción.
Pablo está extraviado, pero desde el comienzo las mujeres lo protegen y lo ayudan a orientarse. Son atractivas, son sagaces: Natacha, Maria-Maria y Malena se convierten en los anhelados puntos de referencia del joven que se mueve sin dirección por el confuso territorio donde se ha perdido. Torpe, desaliñando, encantador, levemente demente, el héroe tiene la capacidad de atraer a las mujeres que se interesan por él de inmediato, pero también se cansan y tratan de evitarlo para no caer bajo la atracción de este frágil Casonova. Son ellas las que conocen el sentido del mundo y saben de qué se trata: aceptan sin sorpresas el azar, la sin razón, la irrisión, la incertidumbre y el caos contra los que lucha Pablo mientras busca una brújula, un mapa o una teoría que lo preserven del desorden de la realidad.
Minga! es una novela romántica, la novela del amor inconstante, una elegía al canto seductor de las sirenas y un relato sobre la fascinación de las mujeres. El que intercede en esos idilios, el tercero en esta trama de equívocos y pasiones rápidas, es el que narra la historia (el Autor como se lo llama en el libro) que está siempre presente aunque es invisible.
Si el arte narrativo consiste en vincular una historia a un narrador, esta novela es un ejemplo magistral de ese vínculo. En Minga! la conexión está tematizada y abarca las actitudes posibles que puede adoptar un narrador frente a una intriga. Aquí, el novelista analiza, razona, delira, se asombra, intercede, se asusta, y una de las magias del libro reside en sus comentarios, sus deslices y sus cambios de registro.
La clave de la mejor narrativa contemporánea, decía Nabokov no es ya el interés por la trama, o la identificación con los personajes, sino la fascinación del lector por la inteligencia del que narra la historia. En Minga! la escritura –o el estilo si se prefiere- es una condensación tan clara del estado de gracia y de la destreza narrativa de su autor que al leerla nos convencemos de que una novela tendría que ser siempre como esta: rápida, divertida, inventiva, lúcida, luminosa."
Ricardo Piglia
Ezequiel Alemian publicó en La Revista Ñ de Clarín un estupendo perfil del que copio los siguientes extractos:
Jorge Di Paola nació en la Navidad de 1940. Durante muchos años firmó con el apellido compuesto de padre y madre: Jorge Di Paola Levin, pero los amigos siempre lo llamaron Dipi.
Hijo único, le interesó todo: la química, el teatro, la astronomía, la escritura, el aeromodelismo, el arte.
Obligado por sus problemas pulmonares, en 1958, Witold Gombrowicz pasó su primera temporada en Tandil. En el bar donde paraba se presentaron una tarde cinco poetas jóvenes, que sólo sabían de él que era un escritor extranjero. Le preguntaron el nombre y Gombrowicz lo escribió en una servilleta. “Muy difícil para criollitos”, los desafió. Pero uno le retrucó de inmediato: ¡Ferdydurke!, le dijo. Era Di Paola.
Conocía a Osvaldo Soriano, que había vivido en Tandil un tiempo. En Buenos Aires se encontraban a escribir en los bares de Plaza Dorrego. Cuando Soriano estaba por concluir Triste, solitario y final, su primera novela, le pidió consejo a Di Paola, porque no podía terminar el relato. “La novela ya la terminaste y no te diste cuenta”, le contestó Di Paola. “Escribiste un capítulo y medio de más”. Soriano sacó esas páginas y así publicó el libro.
Dipi en su casa de Tandil con las pintadas que le hacían sus amigas |
Di Paola era descontrolado y desordenado con las comidas y bebía a ritmo constante. Empezó a tener problemas de salud, aunque no era propenso a consultar a los médicos. Se separó de su primera mujer. Más tarde, con otra, tendría una segunda hija. “Siempre estaba rodeado de mujeres hermosas, intensas y divinas. Los hombres nunca entendieron qué le veían las chicas. Y lo más genial es que a Dipi le parecía natural que esas mujeres estupendas gustaran de él”, recuerda Kiwi Sainz, que vivió “bajo el signo de Dipi” desde que lo conoció, en 1988.
En la revista Fin de Siglo, César Aira se encargó de reseñar Minga! Una frase de esta reseña: “Otra literatura” se utilizó como principal publicidad de la novela. A Cippolini, Di Paola le dijo que su intención al escribir el libro había sido la de convertir la física contemporánea en narración. En ese sentido, la novela sería una poetización de sus lecturas sobre ciencia. Como si fuese una suerte de Bouvard y Pécuchet escrita desde adentro.
Con la muerte de su madre se acentúa cierto estado de abandono en sus condiciones de vida. Sus amigas más jóvenes, de los secundarios de Tandil, le hacen compañía en el departamento. Lo cuidan. Le pintan con grafitis las paredes de los ambientes. Las estadías de Di Paola en Buenos Aires empiezan a espaciarse. Sus amigos porteños viajan cada vez más seguido a visitarlo a Tandil. Juntan plata para ayudarlo a pagar los servicios, las expensas. Lo invitan a comer.
Libertella, Cippolini, Ná kar Elliff-ce, Alfredo Prior y él armaron en 2000 el Grupo Delta, que desarrolló un método estadístico que les permitiría a sus integrantes ganar en el casino el dinero suficiente como para comprar y hacerse llevar, cada uno, a su casa, la edición completa de la Enciclopedia Británica. El Grupo había calculado con exactitud el momento en que cada uno de los fletes llegaría a destino con la preciada enciclopedia, pero nunca llevó su teoría a la práctica.
Con su amigo el físico Jorge Pouzzo tenían un programa de televisión en el que pasaban capítulos de la serie Cosmos, de Carl Sagan, y debatían al aire los alcances de las teorías expuestas.
2001 fue el año en que publicó El arte del espectáculo, un magnífico libro de relatos breves, de diferentes épocas de su vida, que Cippolini lo impulsó a armar.
Temperamental como un adolescente, sabio como un viejo, muy simpático y malhumorado, de modos aristocráticos, Jorge Di Paola murió el 23 de abril de 2007, a los 66 años de edad.
Al cumplirse el tercer aniversario de su deceso, sus amigos se encontraron en el cementerio parque El Paraíso, donde le colocaron una lápida con la forma de una teja tallada en mármol blanco, diseñada por Cristian Segura. Es la misma teja con que se abre Minga!; desprendida y llevada por el viento, decapita a uno de los personajes y marca a fuego la dinámica de lo imprevisto que recorre toda la obra de Dipi.
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