El escritor y editor Miguel Munárriz tiene una columna en la revista digital Zendalibros.com, bajo el título Ayer fue miércoles toda la mañana (citando un verso de Ángel González). Desde allí nos lanza esta InCitación inexcusable.
"Estamos ante una novela excepcional escrita por un novelista y ensayista excepcional. Con 59 años y diez libros en su haber, al uruguayo-asturiano Manuel García Rubio la sociedad lectora, cada vez más adelgazada intelectualmente, aún no le conoce lo suficiente. “El mirofajo”, ha dicho el autor, “es una novela, pero también camina por los senderos del ensayo, y del relato breve, y hasta del cuento infantil. Se trata de un artefacto híbrido, lleno de referencias a muchos autores que me han influido y con los que dialogo permanentemente”.
Imagino que a muchos lectores les habrá pasado lo que a mí, que este título ayuda poco a la novela en su tránsito entre la librería y el hipotético comprador. ¡Qué diablos será eso de un mirofajo!, y la única respuesta posible es esta: “Hay que leer la novela para saberlo”. Sin embargo el subtítulo, Las reglas del juego no solo me parece más “redondo”, sino que nos explica mejor el meollo en el que se mete Manuel García Rubio, que no es otro que el de explicarnos los mecanismos del Poder. El autor elige una estructura que funciona a las mil maravillas, la de la novela epistolar. Las cartas que durante unos meses de 1834, le escribe un padre atribulado desde la cárcel a su hijo adolescente, encerrado en un reformatorio. Ambos sufren las arbitrariedades de un rey que no puede soportar ser el hazmerreír de la Corte cuando el hijo del protagonista descubre que lleva un monigote colgado en su espalda y lo grita ante el estupor del monarca.
Es decir, que Manuel García Rubio parte del cuento de Andersen “El traje nuevo del emperador” para contarle a su hijo en cada carta su pensamiento sobre el funcionamiento del mundo y los descubrimientos que irá haciendo, gracias a su compañero de celda, un tal Karl, a quien el lector jugará a poner enseguida un apellido, y con el que mantendrá unas jugosas charlas sobre las diferencias sociales, sobre el dinero, sobre el Poder; y un carcelero llamado Friedrich, que servirá para hacerles a ambos la vida más agradable aportándoles comida y bebida y haciendo de mensajero entre padre e hijo. Un padre que no desfallece nunca y que pretende en todo momento ser un espejo para su hijo, a través de las misivas con las que, a distancia, intenta educarlo en todo lo que para él son modelos de conducta. Con estos mimbres Manuel García Rubio ha construido una novela en toda regla que es al mismo tiempo todo un tratado filosófico y moral del sistema social y económico implantado por el capitalismo.
Ilustración del libro por LPO |
El autor pone enseguida al lector en situación mediante un prólogo en el que está todo perfectamente planteado. Unas páginas iniciales llenas de inteligentísimo humor, en el que no falta el detalle de traer a colación Los eruditos de la violeta (1772), irónica obra con vocación instructiva contra los pesudoeruditos, de José Cadalso (1741-1782). Un prólogo a semejanza de los grandes relatos clásicos en los que se hallan documentos, cartas o libros que sirven después para enhebrar la historia, tipo Manuscrito encontrado en Zaragoza (versión de 1810), de Jan Potocki (Acantilado, 2009).
En alguna ocasión el autor mencionó otros libros que pudieron estar presente en este Mirofajo, como Ética para Amador, de Savater, o El inmoralista, de Gide. El primero se lo regalé a una de mis hijas al cumplir 16 años y el segundo fue uno de los textos que en mi segunda juventud más me impactaron. En la mezcla de ambos libros puede rastrearse mucho de lo que está en el fondo del relato de esta obra de Rubio: la educación en los principios y la necesidad de formular la verdad -la verdad de quien la está contando-; el acercamiento y el ofrecimiento al otro autoinmolándose intelectualmente, es decir, sirviéndose de su ética personal como ejemplo, en este caso ante su hijo bienamado y falto de otros recursos para crecer interiormente.
Luis Pérez Ortiz (www.luisperezortiz.com), ilustrador que firma como LPO, es una pieza importante en este libro. Él representa al Karl dibujante, al que el protagonista le pide de vez en cuando que ilustre alguna de sus cartas. Artista infinito, LPO es una feliz recuperación, 20 años después de haber trabajado juntos en “La Esfera” de El Mundo."
En la misma columna, Munárriz invita al escritor Javier Lasheras a hablar de este libro, del que dice:
"La honradez intelectual que Manuel García Rubio demuestra en esta obra es prudente, generosa y cabal, pero sobre todo valiente, ambiciosa y necesaria. Entretiene sin pretensiones, da golpes de léxico cuando se necesitan, cuadra la estructura de la obra con un cierre inesperado, cuestiona el sistema desde sus orígenes y no comete la bisoña temeridad de aportar soluciones."
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