Alberto Rodríguez ha coronado una película ambiciosa y compleja entregando un thriller primorosamente urdido y rodado con pulso firme. Explicar en dos horas una trama de engaños y tramoya que, ni aún a día de hoy está clara, no era moco de pavo. Ese es el mejor aval del director (y su guionista Rafael Cobos) que han cogido la historia reciente de España para zarandearla y hacer que caigan frutos como este Paesa, Grupo 7 o La isla mínima. Frutos con el acre aroma de la corrupción. Estas tres magníficas películas se benefician de un guión cincelado a buril, una realización soberbia y unas interpretaciones admirables de sus actores principales.
Sin embargo algo le falta a este último proyecto. La emoción y la tensión dramática que derramaba a borbotones La isla mínima, aquí escasean. Recuerdo muy pocas películas basadas en personajes históricos que sean redondas: Patton, Missing, J.F.K. En general suelen ser esforzadas; pero el gigantesco espejo de la realidad les acaba robando la pulsión.
España, 1994. Al gobierno socialista de Felipe González ya le ha estallado el GAL en plena cara cuando el Director General de la Guardia Civil, Luis Roldán, huye de España con 1.500 millones de pesetas. Su contacto para desaparecer es Francisco Paesa, un ex agente secreto del gobierno español, responsable de la operación más importante contra ETA. Caído en desgracia por un caso de extorsión, está arruinado y esperando su oportunidad. Si algo tenía de patriota, hace tiempo que lo ha perdido. La desaparición de Luis Roldán y sus 1.500 millones le colocan de nuevo en el ojo del huracán. Paesa urde engaño tras engaño para quedarse con el dinero del corrupto y la recompensa millonaria que arranca a un gobierno acorralado.
¿Qué nos pretende contar Alberto Rodríguez?: ¿La captura de Roldán?, ¿La venganza de Paesa?, ¿El final del felipismo?.
La película se presenta como la historia del hombre que engañó a todo un país; pero después de verla no creo que sea ese el objetivo. Creo que lo primero es la historia. Montar un thriller envenenado que se beneficia de un personaje tan atractivo como ambiguo. Y luego está el fresco histórico en que se sitúa. Hay que decir que este fondo está desdibujado. Se limita a un personaje como el superministro (de Justicia e Interior) Juan Alberto Belloch que tiene un recorrido muy limitado. Queda el thriller y los personajes enfangados: ahí es donde falta carne en el asador. O esa mirada a la oscuridad del alma humana.
Foto de Julio Vergne publicada en cadenaser.com |
Los hechos están contados primorosamente. Jesús Santos (Luis Roldán), Eduard Fernández, Jose Coronado y Marta Etura brillan en sus papeles; pero sus personajes son prisioneros de las televisiones y los periódicos de la época. No tienen profundidad. Se apunta que Coronado era mujeriego y poco más. La personalidad de Roldán es confusa. A través de su mujer se le quiere dotar de humanidad pero no se consigue. A veces parece como que le hubieran empujado.
Con Paesa disfrutamos de los mejores momentos al desvelarnos sus trucos: la banda internacional que protege a Roldán, la retirada física del dinero en Singapur o los papeles de Laos. Por un momento recordé El Golpe, de George Roy Hill. Un gigantesco engaño. Pero de nuevo la historia real truncaba la ligereza y la aventura de una verdadera farsa.
El guión saca punta a la idiosincrasia española de entonces que (por las Gürtel, los EREs, el 3%, etc, etc, etc.) es la misma que la de ahora: España nunca será como Francia porque está “llena de españoles” o que Roldán hizo lo que hizo “porque era lo que hacían todos”. Se basa en el libro de investigación periodística Paesa, el espía de las mil caras, de Manuel Cerdán y, para navegar sin perderse por esas alcantarillas, la cinta utiliza la voz en off de Jesús Camoes (Jose Coronado); un secuaz mujeriego, conocido como El Piloto, que acompañó a Paesa durante más de 30 años.
Eduard Fernández acaba de ganar merecidamente la Concha de Plata al mejor actor en el reciente Festival de Cine de San Sebastián. Su composición de este urdidor es magnífica (esos planos volviendo el rostro para mirar a sus espaldas, esa cara de póquer sempiterna). Pero en general todos los personajes nos resultan fríos, poco humanos. Ganan los hechos.
P.D. Las secuencias de Rodríguez son impecables y París luce en sus planos maravillosamente.
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