¿Hay algo peor en una película de aventuras que ser aburrida? Pues eso pasa con este mundo del mañana sin ningún ritmo y donde una idea deslavazada, un malo de cartón piedra y un mundo maravilloso pero del que solo vemos cuatro postales lo consiguen. La aventura apenas tiene consistencia y la cháchara más ñoña se apodera de muchas escenas.
Casey es una joven brillante y emprendedora que sueña con el espacio. Un día encuentra una insignia que, al tocarla, se convierte en un portal de acceso a un mundo muy avanzado y maravilloso, Tomorrowland. La insignia es repartida en secreto por una pequeña reclutadora que elige a personas "especiales" y soñadoras. Antes también lo hizo con Frank Walker, un niño muy despierto en ciencias que fue invitado en 1964. Pero ahora todo ha cambiado. Frank vive desterrado en la Tierra y una amenaza de destrucción se cierne sobre el planeta. Casey puede ser la solución.
Parece ser que el proyecto surge tras el hallazgo, en los archivos de la Compañía Disney, de una caja con el título "1952". La misteriosa caja contenía un gran número de maquetas y dibujos del mismísimo Walt Disney, sobre un proyecto llamado "Tomorrowland". De modo que la maquinaria se pone en marcha, contratan a Damon Lindelof (Perdidos, Prometheus, The Leftovers, Star Trek: en la oscuridad) como guionista y... dan con un castillo nuevo y futurista para su logo. Muy poquito más.
Después de 45 minutos de introducción insulsa empieza la acción, pero sólo dura 7 minutos y ya sin remedio el castillo se viene abajo.
Cuando toca, Brad Bird (ganador de dos Oscar por Ratatouille y Los increíbles), hace brillar el concepto visual en todo su esplendor (los saltos en el tiempo, las postales de Tomorrowland, la secuencia en la Torre Eiffel o el asalto a la casa de Frank Walker); pero estas brillantes secuencias no llevan pegadas ni una brizna de historia o drama.
Y la verdad es que no faltan ideas; pero apenas están esbozadas y no tienen ninguna incidencia en la trama general: Tomorrowland sería como la SuperTierra donde vivirían los "soñadores", sabios y emprendedores que no dejarían de inventar para mejorar las condiciones de vida. Este mundo paralelo estaría relacionado con el grupo Plus Ultra donde estarían integrados tipos como Jules Verne, Eiffel, Tesla o Edison. Pero esta es otra línea argumental que sólo se apunta, careciendo de todo desarrollo.
El pin mágico de Tomorrowland |
Cuando toca, Brad Bird (ganador de dos Oscar por Ratatouille y Los increíbles), hace brillar el concepto visual en todo su esplendor (los saltos en el tiempo, las postales de Tomorrowland, la secuencia en la Torre Eiffel o el asalto a la casa de Frank Walker); pero estas brillantes secuencias no llevan pegadas ni una brizna de historia o drama.
Y la verdad es que no faltan ideas; pero apenas están esbozadas y no tienen ninguna incidencia en la trama general: Tomorrowland sería como la SuperTierra donde vivirían los "soñadores", sabios y emprendedores que no dejarían de inventar para mejorar las condiciones de vida. Este mundo paralelo estaría relacionado con el grupo Plus Ultra donde estarían integrados tipos como Jules Verne, Eiffel, Tesla o Edison. Pero esta es otra línea argumental que sólo se apunta, careciendo de todo desarrollo.
El exilio de Frank Walker no se sabe de donde viene, el descubrimiento de los "soñadores" carece de cualquier intriga y el pequeño drama de la relación del niño con su reclutadora robot (Raffey Cassidy), queda deslavazado, obviando las implicaciones que conlleva la Inteligencia Artificial.
George Clooney presta su presencia para dar brillo a la función, mientras que a Hugh Laurie le encasquetan un papel de malvado absolutamente retórico y gazmoño.
Tomorrowland es una maravillosa escenografía totalmente hueca. Toda la película se resume en Casey tocando el pin: instantáneamente es trasladada al campo de trigo desde donde ve, a lo lejos, el maravilloso perfil de una ciudad de ensueño. Nunca llegaremos a entrar allí.
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