Esta obra es un homenaje a la imaginación en el más alto sentido de la palabra. Las personas y sus circunstancias, los caminos y las plazas, la vida y la muerte, el cielo y el infierno, los espejos, el lenguaje, el saber, la memoria y los deseos se citan en estas ciudades múltiples y conjeturadas. Ciudades inexistentes en las que te hundes inefablemente. La misma ciudad te puede provocar maravilla y pesar. Se multiplican las ciudades y se multiplica cada ciudad. El autor busca conocer y entender, salvar la distancia que hay entre su mente y el mundo.
Las Ciudades invisibles se presentan como una serie de relatos de viaje que Marco Polo hace a Kublai Jan, emperador de los tártaros. Como una nueva Scheherazade, el veneciano desgranará el relato de mil ciudades posibles e imposibles, fundadas y soñadas en un intento de discernir nuestra presencia en el mundo.
Capítulo VIIPolo: —Tal vez este jardín existe sólo a la sombra de nuestros párpados bajos, y nunca hemos cesado, tú de levantar el polvo en los campos de batalla, yo de contratar costales de pimienta en lejanos mercados, pero cada vez que entrecerramos los ojos en medio del estruendo y la muchedumbre, nos está permitido retirarnos aquí, vestidos con quimonos de seda, para considerar lo que estamos viendo y viviendo, sacar conclusiones, contemplar desde lejos.Kublai: —Quizá este diálogo nuestro se desenvuelve entre dos harapientos apodados Kublai Kan y Marco Polo, que revuelven en un basural, amontonan chatarra oxidada, pedazos de trapo, papeles viejos, y ebrios con unos pocos tragos de mal vino, ven resplandecer a su alrededor todos los tesoros del Oriente.Polo: —Quizá del mundo ha quedado un terreno baldío cubierto de albañales y el jardín colgante del palacio del Gran Kan. Son nuestros párpados los que los separan, pero no se sabe cuál está adentro y cuál afuera.Polo: —… Tal vez este jardín sólo asoma sus terrazas sobre el lago de nuestra mente…Kublai: —… y por lejos que nos lleven nuestras atormentadas empresas de condotieros y de mercaderes, ambos custodiamos dentro de nosotros esta sombra silenciosa, esta conversación pausada, esta noche siempre igual.Polo: —A menos que sea cierta la hipótesis opuesta: que quienes se afanan en los campamentos y en los puertos existan sólo porque los pensamos nosotros dos, encerrados entre estos setos de bambú, inmóviles desde siempre.Kublai: —Que no existan la fatiga, los alaridos, las heridas, el hedor, sino sólo esta planta de azalea.Polo: —Que los cargadores, los picapedreros, los barrenderos, las cocineras que limpian las entrañas de los pollos, las lavanderas inclinadas sobre la piedra, las madres de familia que revuelven el arroz mientras amamantan a los recién nacidos, existan sólo porque nosotros los pensamos.Kublai: —A decir verdad, yo no los pienso nunca.Polo: —Entonces no existen.Kublai: —No creo que esa conjetura nos convenga. Sin ellos nunca podríamos estar meciéndonos arrebujados en nuestras hamacas.Polo: —Hay que excluir la hipótesis, entonces. Por lo tanto será cierta la otra: que existan ellos y no nosotros.Kublai: —Hemos demostrado que si existiéramos, no estaríamos aquí.Polo: —Pero en realidad estamos.
Está claro que Calvino rechaza el subjetivismo idealista que hace coincidir el conocimiento y la percepción del mundo. En cambio, comparte con nosotros el gozo de un maravilloso viaje. Él mismo, en el Prólogo, nos ofrece sus claves:
"Lo que importa a mi Marco Polo es descubrir las razones secretas que han llevado a los hombres a vivir en las ciudades, razones que puedan valer más allá de todas las crisis. Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos. "
Calvino se recrea en la multiplicidad de las ciudades no solo por el regocijo del cartógrafo ("una ciudad microscópica que va ensanchándose y termina formada por muchas ciudades concéntricas en expansión, una ciudad telaraña suspendida sobre un abismo, o una ciudad bidimensional como Moriana"), sino también para reflexionar sobre la memoria y los deseos, el lenguaje, los signos y los miedos.
"La ciudad, para el que pasa sin entrar, es una, y otra para el que está preso de ella y no sale; una es la ciudad a la que se llega la primera vez, otra la que se deja para no volver; cada una merece un nombre diferente; quizá de Irene he hablado ya bajo otros nombres; quizá no he hablado sino de Irene."
Por eso hay ciudades visibles e invisibles, utópicas e infernales, del aire y del agua, especulares y pétreas, ciudades de los muertos y de los vivos, de los sueños y las pesadillas, de la memoria y del olvido. Ciudades que sólo conocen partidas o ciudades que te hacen prisionero. Cada ciudad va completando un imaginario atlas que es también un alfabeto del que se sirve Marco Polo para ir comprendiendo:
"Marco Polo imaginaba que respondía (o Kublai imaginaba su respuesta) que cuanto más se perdía en barrios desconocidos de ciudades lejanas, más entendía las otras ciudades que había atravesado para llegar hasta allí, y recorría las etapas de sus viajes, y aprendía a conocer el puerto del cual había zarpado, y los sitios familiares de su juventud, y los alrededores de su casa, y una plazuela de Venecia donde corría un niño."
Pero no sólo la memoria y los deseos palpitan en los relatos, el viajero también se plantea el problema del lenguaje como método de apropiación del mundo ("Nadie sabe mejor que tú, sabio Kublai, que no se debe confundir nunca la ciudad con las palabras que la describen") y las ciudades como alegorías de la vida, siempre en proyecto y construcción.
Las ciudades y el cielo. 3El que llega a Tecla poco ve de la ciudad, detrás de las cercas de tablas, los abrigos de arpillera, los andamios, las armazones metálicas, los puentes de madera colgados de cables o sostenidos por caballetes, las escalas de cuerda, los esqueletos de alambre. A la pregunta: ¿Por qué la construcción de Tecla se hace tan larga?, los habitantes, sin dejar de levantar cubos, de bajar plomadas, de mover de arriba abajo largos pinceles:—Para que no empiece la destrucción —responden. E interrogados sobre si temen que apenas quitados los andamios la ciudad empiece a resquebrajarse y hacerse pedazos, añaden con prisa, en voz baja—: No sólo la ciudad.Si, insatisfecho con la respuesta, alguno apoya el ojo en la rendija de una empalizada, ve grúas que suben otras grúas, armazones que cubren otras armazones, vigas que apuntalan otras vigas.—¿Qué sentido tiene este construir? —pregunta—. ¿Cuál es el fin de una ciudad en construcción sino una ciudad? ¿Dónde está el plano que siguen, el proyecto?—Te lo mostraremos apenas termine la jornada; ahora no podemos interrumpir —responden.El trabajo cesa al atardecer. Cae la noche sobre la obra en construcción. Es una noche estrellada.—Éste es el proyecto —dicen."
Calvino querría vivir en Eutropia, que no es una ciudad sino muchas, desparramadas en un vasto altiplano.
Nótese que quizás Eutropia se contraponga a Entropía."Eutropia no es una sino todas esas ciudades al mismo tiempo; una sola está habitada, las otras vacías; y esto ocurre por turno. Diré ahora cómo. El día en que los habitantes de Eutropia se sienten abrumados de cansancio y nadie soporta más su trabajo, sus padres, su casa y su calle, las deudas, la gente a la que hay que saludar al que te saluda, entonces toda la ciudadanía decide trasladarse a la ciudad vecina que está ahí, esperándolos, vacía y como nueva, donde cada uno tomará otro trabajo, otra mujer, verá otro paisaje al abrir las ventanas, pasará las noches en otros pasatiempos, amistades, maledicencias."
Como en una sinfonía, el autor nos hace atisbar las ciudades en lontananza. Suele plantear dos movimientos. Uno, escrutar la duplicidad, el reverso y el envés; así en ciudades como Sofronia, Valdrada (cuyo reflejo invertido en el agua no sólo contiene tejados y fachadas, sino también los pasillos y los armarios y hasta los actos y gestos de sus habitantes) o Laudomia ("cada ciudad tiene a su lado, como Laudomia, otra ciudad cuyos habitantes llevan los mismos nombres: es la Laudomia de los muertos, el cementerio. Pero la cualidad especial de Laudomia consiste en ser, más que doble, triple, es decir que comprende una tercera Laudomia que es la de los no nacidos") o Bersabea.
"Se atribuye a Bersabea esta creencia: que suspendida en el cielo existe otra Bersabea donde se ciernen las virtudes y los sentimientos más elevados de la ciudad, y que si la Bersabea terrena toma como modelo la celeste, llegará a ser una sola cosa con ella. La imagen que la tradición divulga es la de una ciudad de oro macizo, con pernos de plata y puertas de diamante, una ciudad joya, toda taraceas y engarces, como puede resultar del estudio más laborioso aplicado a las materias más apreciadas. Fieles a esta creencia, los habitantes de Bersabea honran todo lo que les evoca la ciudad celeste: acumulan metales nobles y piedras raras, renuncian a los abandonos efímeros, elaboran formas de compuesto decoro.Creen empero estos habitantes que otra Bersabea existe bajo tierra, receptáculo de todo lo que tienen por despreciable e indigno, y es constante su preocupación por borrar de la Bersabea de afuera todo vínculo o semejanza con la gemela inferior. En lugar de los techos imaginan que haya en la ciudad baja cajones de basura volcados, de los que se desprenden cortezas de queso, papeles engrasados, agua de platos, restos de fideos, viejas vendas. O que sin más su sustancia es aquella oscura y dúctil y densa como la pez que baja por las cloacas prolongando el recorrido de las vísceras humanas, de negro agujero en negro agujero, hasta aplastarse en el último fondo subterráneo, y que de los mismos bolos perezosos enroscados allí abajo se elevan vuelta sobre vuelta los edificios de una ciudad fecal, de entorchadas agujas."
El otro movimiento es la indagación del pulso entre lenguaje y objeto, entre lo que nombro y lo que es. En la ciudad de Ipazia las palabras y las cosas no mantienen la relación habitual:
"El filósofo estaba sentado en la hibba . Dijo: -Los signos forman una lengua, pero no la que crees conocer -comprendí que debía liberarme de las imágenes que hasta entonces me habían anunciado las cosas que buscaba. Sólo entonces lograría entender el lenguaje de Ipazia."Calvino nos descubre que, si se nombra, la ciudad cambia, ya no es la misma; si se acaba de construir, muere.
El viajero se deleita en la promesa que representa una ciudad antes de verse abocado a la decepción de conocerla. "Llegó el día en que mis viajes me llevaron a Pirra. Apenas puse allí el pie, todo lo que imaginaba quedó olvidado: Pirra se había convertido en lo que Pirra es."
La relación entre el hombre y su entorno se expresa en un diálogo constante. Como en Zemrude, donde la ciudad cambia de apariencia según tu estado de ánimo. O Fílides, ciudad en parte invisible para sus habitantes, porque sólo reconocen los puntos vinculados a una sensación particular.
A la postre Calvino subvierte la personalidad de Marco Polo. Tras sus viajes innumerables el Gran Jan lo delata: "...¡Entonces el tuyo es realmente un viaje en la memoria!". El autor hace soñar a su viajero todas las ciudades posibles, pero al final, el júbilo es imaginarlas ya que una vez visitadas pierden todo su fulgor.
"-Me parece que reconoces mejor las ciudades en el atlas que cuando las visitas en persona - dice a Marco el emperador cerrando el libro de golpe.Y Polo -Viajando uno se da cuenta de que las diferencias se pierden: cada ciudad se va pareciendo a todas las ciudades, los lugares intercambian forma orden distancias, un polvillo informe invade los continentes. Tu atlas guarda intactas las diferencias: ese surtido de cualidades que son como las letras del nombre."
La imaginación no significa vacua evasión en Calvino. El autor ejerce una sutil parodia de cierto utopismo idealizado, sobre todo en la sección "Las ciudades y el cielo". En Bersabea la ciudad gravita entre dos proyecciones, una celestial y otra infernal, pero es la infernal "la diseñada por los más autorizados arquitectos, construida con los materiales más caros del mercado... Bersabea cree virtud aquello que es ahora una oscura obsesión por llenar el vaso vacío de sí misma.... Una ciudad que sólo cuando defeca no es avara calculadora interesada". O Perinzia, ciudad construida para reflejar "la armonía del firmamento; la razón natural y la gracia de los dioses"; pero que en cambio solo alberga monstruos y adefesios.
Finalmente hay relatos que son como poemas, capaces de iluminar una metáfora. Así Ottavia, ciudad que cuelga de una red tupida entre dos montañas, o Ersilia donde "los habitantes tienden hilos entre los ángulos de las casas, blancos o negros o grises o blanquinegros según indiquen relaciones de parentesco, intercambio, autoridad o representación", una maraña que representa la vida de la ciudad.
Capítulo VIII
En adelante Kublai Kan no tenía necesidad de enviar a Marco Polo a expediciones lejanas: lo retenía jugando interminables partidas de ajedrez.El conocimiento del imperio estaba escondido en el diseño trazado por los saltos espigados del caballo, por los pasajes en diagonal que se abren a las incursiones del alfil, por el paso arrastrado y cauto del rey y del humilde peón, por las alternativas inexorables de cada partida.
El Gran Kan trataba de ensimismarse en el juego: pero ahora era el porqué del juego lo que se le escapaba. El fin de cada partida es una victoria o una pérdida: ¿pero de qué? ¿Cuál era la verdadera apuesta? En el jaque mate, bajo el pie del rey destituido por la mano del vencedor, queda un cuadrado negro o blanco. A fuerza de descarnar sus conquistas para reducirlas a la esencia, Kublai había llegado a la operación extrema: la conquista definitiva, de la cual los multiformes tesoros del imperio no eran sino apariencias ilusorias, se reducía a una tesela de madera cepillada: la nada…
Italo Calvino permaneció regularmente en París en la década de los 70. Allí se asoció al OULIPO (Taller de Literatura Potencial) integrado por artistas como Raymond Queneau, Marcel Duchamp o George Perec. El propósito del Taller era inventar nuevas formas poéticas o narrativas, resultantes de una suerte de transferencia de tecnología entre Matemáticos y Escribidores. Se trata de maximizar la narrativa y las posibilidades expresivas del lenguaje a través de reglas de construcción extraídas de diversos campos, como la versificación, las matemáticas y el ajedrez.
En esa década Calvino entrega tres obras muy representativas de esa experimentación con la forma literaria, Las ciudades invisibles (1972), El castillo de los destinos cruzados (1973) y Si una noche de invierno un viajero (1979).
En el libro se describen cincuenta y cinco ciudades agrupadas en nueve capítulos. Cada capítulo comienza y termina con textos en cursiva que recogen los diálogos entre Marco Polo y Kublai Jan. Las ciudades se congregan en once secciones: Las ciudades y la memoria, Las ciudades y el deseo, Las ciudades y los signos, Las ciudades sutiles, Las ciudades y los trueques, Las ciudades y los ojos, Las ciudades y el nombre, Las ciudades y los muertos, Las ciudades y el cielo, Las ciudades continuas y Las ciudades escondidas.
Cada sección incluye cinco ciudades que se distribuyen por los capítulo entrelazándose según una sencilla regla matemática. A partir del capítulo II, todos los capítulos tienen la misma estructura: comienzan por la 5ª ciudad de una sección, luego 4ª, 3ª, 2ª y concluyen con la 1ª ciudad de una nueva sección. Esta estructura asegura una armonía o vínculo paradigmático entre la distribución de las ciudades por los diversos capítulos y las propias secciones. Todo lo cual ilustra perfectamente la paradoja que estableció Georges Perec, "en el fondo, me doy reglas para ser totalmente libre".
Italo Calvino según Tom J. Manning |
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