Se cuenta aquí la historia real de Gary Webb, periodista de provincias en California, que descubre la implicación del gobierno en la conexión tráfico de drogas-ayuda a la contra nicaragüense. Sus artículos destaparon el escándalo de un gobierno que, saltándose el mandato del Congreso, financiaba a la guerrilla de Nicaragua a través de operaciones de narcotráfico.
En el verano de 1996, el periódico Mercury News de San José, California, publicó tres artículos de Webb dentro de una serie titulada "Dark Alliance" (¡qué gran título!). Tuvieron tanto impacto que la propia CIA tomó cartas en el asunto, utilizando a los grandes medios (los mismos que Webb había dejado en ridículo) para desprestigiar su investigación.
La película es honesta y transparente, hasta necesaria; pero no logra levantar el vuelo por ceñir su foco al drama familiar y personal, dejando las implicaciones políticas y la intriga de la maquinaria del estado en segundo plano.
Las entrevistas y recopilación de datos están resueltos con cierta ligereza y la CIA sólo aparece en una reunión de par de minutos. Al estar producida e interpretada por Jeremy Renner parece haber preferido el dibujo íntimo y dramático del personaje antes que hurgar en la conspiración del gobierno. Parece evidente que la historia daba para más y que el propio director ha cortado las alas a una historia con unas posibilidades enormes.
De todos modos esta lucha de David contra Goliath se sigue con interés. Los hechos ocurrían en plena guerra del gobierno Reagan contra la droga mientras, hipócritamente, él mismo introducía enormes cantidades que se vendían en los guettos de Los Angeles. Aquello llegó a producir una verdadera epidemia de crack en California.
En su libro Whiteout: the CIA, Drugs and the Press, los periodistas Alexander Cockburn y Jeffrey St.Clair, de la web Counterpunch.com, cuentan detalladamente cómo Webb fue víctima de una verdadera campaña destinada a destruir su reputación.
El Washington Post, el New York Times y el Los Angeles Times se distinguieron en este trabajo sucio: «El ataque contra Gary Webb y sus artículos del San José Mercury News queda como uno de los asaltos más venenosos y objetivamente ineptos contra la capacidad profesional de un periodista en la memoria viva. En los medios principales, casi no encontró defensores y los que se atrevieron a manifestarse en su favor fueron objeto a su vez de virulentos abusos y tergiversaciones».
No deja de resultarme paradójica la situación. Siempre he admirado el papel de la prensa en EEUU como cuarto poder, garante último de la denuncia ante los abusos de poder. Ahí están para recordarlo, películas tan notables como Buenas noches y buena suerte, Todos los hombres del presidente o El dilema. Pero también hay películas como Network. Un mundo implacable de Sidney Lumet, que habla de la corrupción de los medios en aras del puro negocio: «ustedes no van a enterarse de la verdad por nosotros. Les diremos cuanto quieran oír», dice el desesperado presentador que siente náusea por su papel.
En los últimos años hemos podido ver bastante de esto. Como por ejemplo la connivencia de los grandes medios con el gobierno Bush para apoyar un guerra ilegal de infaustas consecuencias. O la falta de independencia que afrontan hoy los grandes diarios debilitados por la crisis y el impacto de internet.
La verdad que Gary sacó a la luz era espeluznante y escandalizó sobretodo a la comunidad negra de EEUU, destinatarios finales de aquellas sustancias. Pero los grandes medios de comunicación en vez de continuar la investigación abierta, se centraron en destruir la reputación de Webb. The New York Times, Los Angeles Times y The Washington Post, en un raro caso de unanimidad, publicaron cartas de rechazo al trabajo de Webb. Jerry Ceppos, director del Mercury News, publicó asimismo un escrito renegando de los reportajes, argumentando que no respondían a los estándares de calidad del medio.
El periodista no fue despedido pero sí trasladado a un diario menor del grupo, donde acabó escribiendo esquelas hasta que renunció al puesto. Justo al cumplirse siete años de la renuncia, el 10 de Diciembre de 2004, a los 49 años, se encontró su cadáver en un barrio residencial de Sacramento. Su muerte sigue estando rodeada de controversia. Fue investigada por el forense Robert Lyons que emitió rápidamente su conclusión: suicidio. El hecho es que tenía la cara destruida por dos proyectiles de revólver calibre 38. El sentido común nos dice que nadie es capaz de pegarse dos tiros para suicidarse. La verdad muchas veces es dolorosa y a veces sale muy cara.
Pese a las presiones en contra, Webb fue a recoger el Premio que la Asociación de Periodistas le había otorgado al calor del éxito inicial de sus reportajes. En su amarga alocución encontramos la esencia del periodismo:
"-...Eso es lo que hace el periodismo de investigación: levantar ampollas. Aunque no me despidieron, ni mis directores me dejaron tirado; y eso fue porque no había escrito nada hasta ahora que importara a un montón de gente, tanto que daba miedo.
No voy a retractarme, a quedar bien para salvar mi trabajo; porque creía que mi trabajo... creía que mi trabajo era contar la verdad, los hechos...gustaran o no. Que al leer esos hechos, la gente cambiaría su forma de ver las cosas, a sí misma y lo que apoya...¡Pobre de mí! Esto es lo único que siempre soñé con hacer, y durante un tiempo, mucho tiempo, fue un gran honor. "
Gary Webb |
Gary dijo en una entrevista: "La gente tiene que conocer estos hechos, no solo para entender lo que pasó, sino también porque hay que pedir cuentas".
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