España en el corazón.-
Desbarre total. Vorágine. Genio. Aunque digámoslo ya, no es la mejor película de Alex de la Iglesia. Es muy irregular, pero también es arriesgada, original y brillante. Su pulso narrativo y visual es el de un verdadero talento.
La película no es una obra maestra pero cada escena lo es: la secuencia de los créditos con un montaje y una música excepcionales; el asalto inicial entre republicanos y nacionales con el "payaso" Santiago Segura degollando a diestro y siniestro no tiene nada que envidiar a asaltos rodados en cualquier cinematografía mundial, el sueño del "payaso triste" en el hospital, toda la vertiginosa secuencia final en el Valle de los Caídos, etc, etc.
Me parece tanto un pastiche genial -no me extrañan los halagos de Quentin Tarantino en el Festival de Venecia- como un "Forrest Gump" a la española con escenas de nuestra historia reciente desde el fatídico 36 hasta el 78. Pero claro todo bajo un prisma muy autóctono. Y es que Alex de la Iglesia es el último cabo de un hilo que viene de Quevedo, las pinturas negras de Goya o los esperpentos de Valle-Inclán. El colmo del humor negro me parece que es el plano donde el payaso triste después de asistir en directo a la voladura de Carrero Blanco, se cruza con el coche de los etarras y ante la mirada estupefacta de éstos, les pregunta: "vosotros ¿de qué circo sois?"
Alex de la Iglesia reúne calidad cinematográfica a raudales con sinceridad y pasión. No rehúye hablar de España, su historia y problemas; y no rehúye tomar partido por el sufriente: un redivivo Fofito abomina de la política y espeta "¡déjennos trabajar en paz!". O también cuando en la vertiginosa escena final en el Valle de los Caídos parece que todos se han vuelto locos, el director del circo suspira: "No, no somos nosotros los locos, es este país".
La película sirve para estudiar cómo hacer cine e incluso reconocemos modos de los grandes en su metraje: El inicio de la persecución por el bosque nos remite a Fritz Lang y al expresionismo alemán. La finca donde va a cazar el dictador Franco y se encuentra con el payaso triste autoflagelado y disfrazado de obispo satánico, al universo onírico de Carlos Saura en películas como Ana y los lobos. La presentación del payaso en el circo y el espacio donde actúan nos recuerda al maestro Fellini. La persecución final sobre la cruz al Hichtcock de los montes Rushmore en North by Northwest o incluso el autohomenaje a sus inicios con metralleta en un bar donde se tomaban "Mirindas asesinas".
Entre los muchos aciertos de la cinematografía de Alex de la Iglesia hay que destacar su capacidad para convertir en mito paisajes reales: permanecen indelebles en nuestras retinas espacios como el edificio y anuncio de Shweeppes de la Plaza Callao en El Día de la Bestia, la monumental escultura del auriga y los caballos de la Gran Vía en La Comunidad y ahora se suma el Valle de los Caídos. Pocos cineastas poseen ese toque y son de altura.
Quizá la película es un contenedor de demasiadas cosas: la guerra civil, la dictadura, el amor, la venganza, los desheredados, los malos tratos, la iglesia, España, el surrealismo..... y unos acaban molestando a otros para un desarrollo más armonioso. Un ejemplo: Toda una película sobre los malos tratos está comprimida en los menos de cinco minutos que dura la secuencia de la cena con todos los cómicos que concluye con una paliza a la chica. El maltratador vuelve, es perdonado e incluso hacen el amor apasionadamente.
Especial alabanza merece el trabajo actoral y especialmente los dos payasos cuyo trabajo es excepcional como lo es la forma de rodar de Alex de la Iglesia, el montaje crispado que te deja sin aliento, el color que impone la grisura y los negros de una realidad miserable a los colorines circenses y la música imponente de Roque Baños. En fin todo aquello que se conoce como la factura técnica de una película es aquí brillantísimo.
Lo dicho. Portentosa. Desbordante de ideas. Volcánica.
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