lunes, 17 de junio de 2024

ELLA DIJO DESTRUYE - de Nadia Bulkin



Nadia Bulkin pasó su infancia en Indonesia. Es hija de padre javanés y madre estadounidense. Posteriormente se trasladó a Nebraska donde se licenció en Ciencias Políticas. Señalo estas tres circunstancias porque se evidencian en sus relatos. Aparecen historias terroríficas ancladas en su tierra natal conviviendo con historias de monstruos y chicas atrapadas en poblachos del Medio Oeste americano. Su licenciatura y trabajo en política también aflora en un puñado de historias sobre parias y dictadores cuya vesania los acaba convirtiendo en auténticos monstruos sanguinarios.

En toda reseña de este volumen se subrayan las implicaciones políticas de los relatos de Bulkin. Es la nota culta y diferencial; pero es que hay quien no señala nada más. La verdad es que no sólo aparecen dos déspotas tan feroces como despiadados, también hay seres miserables y humillados a los que la sociedad ha dado la espalda. La propia Bulkin describe este rasgo como “horror sociopolítico”. Aunque yo pienso que no deja de ser más que un atributo -muy bien integrado- en el sesgo terrorífico de sus relatos. Recordemos que también encontramos en ellos el bullying, la intimidación, el suicidio o el abuso infantil. 

El relato más político es el primero, Zona de convergencia intertropical, donde un sanguinario dictador -trasunto de Suharto en Indonesia- abraza la magia y el terror para perpetuarse eternamente en el poder. Suharto gobernó Indonesia durante 31 años, hasta 1998, generalizando la tortura, masacrando a presuntos comunistas y cometiendo crímenes de guerra en Timor Oriental, Papúa y las islas Molucas. Con estos antecedentes Bulkin necesita muy poco para convertirlo en un monstruo sediento de poder que se pone en manos de un dukun o chamán para que le dote de inmunidad incluso ante la muerte. Dice la autora: 
"Estaba leyendo sobre los rituales psíquicos y las maquinaciones políticas que tanto Suharto como Sukarno solían hacer para ayudar a asegurar su continuidad en el poder, y decidí hacer lo simbólico literal (porque de eso se trata la magia ritual, ¿verdad? ¿representación?)."
Desde el mismo comienzo el relato nos transmite  la extrañeza del mundo de la magia: "Al principio, al mismísimo principio de todos los tiempos, el general se comió una bala". Esa bala lo inmunizará contra otras balas porque fue ya disparada al corazón de un enemigo comunista. Tras ingerirla, el general disparará pequeñas balas por la boca cada vez que hable: una grotesca representación de sus brutales dictados. Cada nuevo objeto que exige el dukun vendrá acompañado de un sacrificio y así la historia gira hacia el teniente más leal del general, su conseguidor. Él acometerá los actos más terribles para servirlo... incluso cuando se le exija un espantoso sacrificio personal. Me acordé de la frase de Albert Eisntein: "El mundo no está en peligro por las malas personas, sino por aquellos que permiten su maldad". 


También en Vida eterna hay un general carnicero que se suicidó en la habitación 305 del Hotel Armitage. Desde entonces está encantada. En el relato se refieren las atrocidades del general pero tiene un contrapunto curioso, los peregrinos de lo paranormal que se hospedan en la habitación reciben los sustos de una pobre criada que también murió allí poco después. "Melanie surgía de la niebla como una Medusa de pelo negro. Quería que la recordasen". Es otra olvidada del mundo, por eso suplanta el general. Este toque conmovedor no es raro en los relatos de Bulkin. Además pienso que la no aparición del general tiene que ver con la impunidad con que se van estos tiranos.
    -General Festín, ¿te enoja que estemos aquí? -preguntó Phoebe; le temblaba la voz-. ¿Sigues enfadado por la guerra?
    "Debe de ser que sí. Arrasar a la gente como una segadora, dejar las tumbas sin cubrir, él (yo) debía de estar furioso". Sus soldados siempre llevaban su rostro igual que sus uniformes, siempre llevaban su Galón Negro, y golpeaban, gritaban y vaciaban los cartuchos como posesos. Las purgas más implacables tenían lugar después de los discursos más furibundos del general Festín. Con la ropa manchada de él, Melanie sentía que lo entendía. "Yo también estoy enfadada. ¿Teníamos miedo? ¿Por eso empuñamos el martillo?".
pág. 151
Me llama la atención que los muchos monstruos que albergan estas páginas tengan una cualidad perturbadora: nacen de la inocente protagonista. Esta suplantación que hace la criada con el general también ocurre en uno de los mejores y más alegóricos relatos, "Y cuando fue mala...": allí la última chica que sobrevive al monstruo que ha masacrado todo a su alrededor, logra herirlo y matarlo... para transformarse en él a continuación.
"Aquella chiquilla fea y sudorosa en el barro con las uñas sucias y grasa en el pelo estaba por fin llena de un dolor auténtico que estalla, un combustible que ardían mucho más limpiamente que la tristeza interior. El monstruo la deja sangrar. El monstruo la deja blandir bates de béisbol y rasgar ropas y aullar como la mismísima Bestia de Bray Road. La deja romper huesos y la deja que le guste. La deja maldecir. Ha dicho "joder" más veces en los últimos tres días que en sus veinte años de vida, y en cada ocasión se sentía como una ola rompiendo. Hacer todas esas cosas sucias y feas y enfermizas ha sido como vomitar los tristes años solitarios con sus colores pastel y sus lazos azules y las palmaditas en la cabeza a la niñita buena.
La última chica se clava las uñas sucias en la piel y se pregunta qué estaba intentando atropellar en realidad con la empacadora cuando hundió el pie en el acelerador y gritó: "¡Muere, montón de mierda! ¡Muere!".
pág. 55
Finalmente parece que al monstruo al que se ha enfrentado ha sido al de sus propios miedos y a su angustia por ser diferente. Esto mismo ocurre en otros relatos en los que Bulkin demuestra una pericia especial para mezclar el terror con la alucinación. En Pugelhueso hay colonias de personas que viven hacinadas en madrigueras y la joven protagonista no sabe si a los niños los está matando la miseria a la que los condena el gobierno o el monstruo que la encarna. De nuevo el "horror sociopolítico".
"Un «poco más» no es un plazo. Un «poco más» es una serpiente joven. Aquel «poco más» en concreto ya duraba cinco meses. Cuando la madriguera le dijo a la ciudad que había monstruos en las paredes, el «poco más» se había alargado hasta un sangriento año entero."

También ocurre en Siete minutos en el cielo cuya protagonista tiene pánico a los esqueletos... hasta que el pastor de su iglesia le recuerda lo que lleva dentro: "No deberías tener miedo de los esqueletos, Amanda. Ya tienes uno dentro de tí."

Bulkin sabe dotar a sus personajes de una gran humanidad. Hablan en primera persona y nos trasladan sus traumas y problemas; luego nos revelarán su naturaleza más profunda al enfrentarse a los monstruos que los acechan. Como en Cero absoluto en el que un adolescente solitario de Nebraska acaba descubriendo que el padre ausente es un monstruo con cabeza de venado. O la pobre Lily -en Sin dioses ni amos- que debe lidiar con la maldición que persigue a su familia desde 1679 cuando un antepasado hizo un pacto con el diablo: no deben tener hijos porque un demonio acecha para encarnarse en ellos.  




Hasta la princesa Dhani que lidera el éxodo de su pueblo -en La Verdad es el Orden y el Orden es la Verdad- tiene que llegar a la tierra de sus ancestros para descubrir quién es ella en realidad. 
"Después de que sus guardaespaldas hubieran sido pasados a cuchillo, o mordidos o descalabrados, cuando el estrado de la ceremonia nupcial quedó resbaladizo por la sangre, me acerqué a él.
    ‒Siempre supe que eras un monstruo ‒siseó‒. Tú y esa maldita bruja a la que llamabas madre. Debería haberte cortado el cuello cuando eras un bebé.
    ‒Sí, somos monstruos ‒dije‒. Mi padre también lo era. Vives en un imperio de monstruos. Lo que te molesta es que ya no eres el monstruo más grande."
pág. 185
Muchos aspectos de los relatos de Bulkin resultan novedosos. Está el sustrato político, por supuesto, y sus orígenes indonesios; pero también añadiría el punto de vista desde el que se cuentan, muy personal, subjetivo y femenino. El mal actúa a través de los personajes afectándolos de maneras violentas y desgarradoras. Así ocurre en Los siete pasos del duelo en el que una niña ha de afrontar la muerte de su hermana pequeña, de 7 años. Primero se convertirá en un "sangriento", una especie de no muerto que seguirá haciendo vida normal con ellos hasta que se transforme en un monstruo asesino y destructor. De nuevo Bulkin es capaz de transmutar un dolor muy humano -el de la pérdida- en un monstruo que se revuelve cuando queremos atraparlo.

Respecto a los orígenes indonesios de algunas de sus historias provienen de su infancia en Indonesia donde vivió los disturbios y el caos de la caída del dictador Suharto. Ella misma lo ha revelado en alguna entrevista
"El terror es parte del tejido cultural de Indonesia, porque los espíritus son parte de ese tejido. Cada casa tiene espíritus; la única diferencia es si son buenos o malos. Todo el mundo conoce al menos un puñado de personas (si no muchas más) que darán fe de haber visto un fantasma. Se sabe simplemente que ciertos lugares están embrujados y se evitan; Hay mucho alarmismo sobre el uso de maldiciones y brujos nefastos (dukun sihir). Mi exposición a ello fue principalmente en el cine, pero a veces leo historias cortas de fantasmas en revistas para adolescentes. Se trata principalmente de fantasmas femeninos vengativos y grotescos y magia negra, con algo de maldad demoníaca en buena medida. Es muy intenso, melodramático, casi histriónico; mucho de ello es algo cómico o absurdo. Al mismo tiempo, hay un par de fantasmas arquetípicos de los que no puedo hablar porque me asustan mucho."
Cabra Roja, Cabra Negra” también se desarrolla en una finca de Indonesia. Hasta allí llega Kris para ser la niñera de dos niños que viven bajo la maldición de la antigua niñera, encarnada en una terrorífica cabra. 



Respecto al punto de vista tan personal desde el que están narrados, ya lo indica Paul Tremblay (autor de La cabaña del fin del mundo) en su Introducción: las mejores historias de terror "son las que muestran a los personajes una verdad desastrosa y terrible que cambia irreparablemente todo y a todos. No hay restauración del statu quo." Así son las circunstancias que viven sus heroínas, como la única chica viva de "Y cuando fue mala...". O la amiga que anhela vengar la muerte de su "hermana de sangre" -en Te quiero, chica-, empujada hasta el suicidio por un bullying abrasador. O la princesa Dhani en "La verdad es el Orden y el Orden es la Verdad". Su madre ha sido despuesta del trono y ella ha de conducir a sus últimos fieles hasta la tierra natal de sus ancestros donde descubrirá la terrible verdad de su linaje. 

Hay un grupo de narraciones en las que Nadia Bulkin toma situaciones y tropos reconocibles del género y los reubica en un nuevo tiempo y lugar, revelando nuevos aspectos de los mismos. Así ocurre en La verdad es el Orden y el Orden es la Verdad donde Bulkin retoma la cosmología sacrílega de Lovecraft para narrar un encuentro entre criaturas que emergen del mar y humanos del cual habrá de surgir una nueva estirpe... mientras "en su morada de R´lyeh, el difunto Cthulhu espera soñando".



En Violeta es el color de tu energía retoma una obra de Lovecraft, El color que cayó del espacio, y la traslada desde el mítico Arkhan a una granja del Medio Oeste americano. Un meteoro cae sobre sus campos y provoca en los cultivos una mejora genética enloquecedora. Bulkin se suma al hallazgo de Lovecraft que convierte un color indefinido en objeto de un terror inexplicable. Pero ella aporta una rastrera dimensión económica (alimentos mejorados, rendimiento y mercado) frente al sesgo puritano del original. En ambos casos el color caído marca el colapso y la locura del matrimonio de granjeros.
"Abigail Gardner, de Soltera Cuzak, estaba sentada en el suelo del baño, pensando en la relación que los ratones metidos en laberintos tienen con la muerte, cuando las estrellas arrojaron una luz esplendorosa semejante a un toque de divina providencia." pág. 159
Por su parte en Solo la unión salva a los condenados se aprecian las reminiscencias de la película The Blair Witch Project. También aquí un grupo de jóvenes -que se llaman a sí mismos Los Lunátikos- se adentran con su cámara en el bosque para "capturar imágenes espeluznantes del espectro del lugar", Annie La Andrajosa que, según la leyenda, fue colgada en un árbol maldito frente al cementerio. Su objetivo es hacerse virales en las redes y así poder escapar de ese poblacho deprimente que les llega a producir claustrofobia. Pero ya se sabe que con las leyendas no se juega y es que los árboles en esta historia se convierten en una alegoría y sus raíces en una condena. 
"A la hora de acostarse le contaba una historia especial sobre el árbol embrujado. No tenía nada que ver con Annie la Andrajosa. Trataba sobre los hombres y las mujeres que construyeron Whippoorwill antaño, cuando América era joven. Construyeron la cárcel y construyeron la iglesia, construyeron el juzgado y construyeron la escuela. Y entonces plantaron el árbol embrujado para poder seguir cerca de sus hijos después de que hubieran muerto sus cuerpos humanos, y poder vivir para siempre." pág 77


El árbol cósmico del pueblo no dejará escapar a nadie porque igual que "todas las carreteras llevaban al lago Goose, todos los caminos de tierra del lago Goose llevaban al árbol embrujado; el roble que era semilla y fin del mundo".

Me gustan los comienzos de estos cuentos. Suelen empezar en el interior de una muchacha que nos sumerge de golpe, como en un bautismo, en un universo nuevo en descomposición. Esto nos obliga a tener que averiguar en qué tipo de universo estamos y cuáles son sus normas. Fijémonos en el comienzo de Pugelhueso: "Nací en la madriguera, y la madriguera era todo lo que conocía. Mi madre y mi padre eran suris, los dos. Nos remontábamos hasta los fundadores". De pronto un futuro distópico se abre ante nosotros.

Mientras que en Te quiero, chica dice así: "Mi mejor amiga, mi hermana de sangre, decidió realizar el Sacrificio Definitivo para destruir a Asami Ogino". Este Sacrificio es el de su vida y pronto descubriremos que estamos en un universo de bullying y potencias psíquicas donde los más ricos compran potentes talismanes con que protegerse. Creo que el comienzo de Las cinco etapas de duelo es de los mejores: "Matilda murió el día de Santa Águeda, a pesar de que es mi santa patrona [...] Aquella noche fue la primera de muchas que se sentó a la mesa y nos miró mientras comíamos".

Como esa estampa de un muerto sentado a tu mesa el libro logra imágenes potentísimas y llenas de violencia que atrapan tu imaginación.

sábado, 8 de junio de 2024

NADIE ME MATA - de Javier Azpeitia


¿Novela negra y metempsicosis?
¡Que audacia!
Pero Javier Azpeitia ya ha demostrado que no es un autor que transite por caminos trillados como ya demostró en la brillante Hipnos. Ahora vuelve a romper moldes y nos entrega una novela tan existencial como policíaca con una ambientación sórdida y fantasmagórica. 

Lo más directo sería resumir este libro como un thriller con tintes filosóficos protagonizado por un hombre que un día se despierta amnésico y que a partir de ahí cada vez que se queda dormido despierta en otro cuerpo; iniciando un variado periplo en busca de su identidad.

La novela es una apuesta de riesgo y tiene un sesgo fantástico tan acentuado como poco habitual por estos lares. Por su textura onírica y atmósfera opresiva me recuerda al maestro Leo Perutz y su extraordinaria novela Mientras dan las nueve. La diferencia es que allí el protagonista era un hombre huyendo, acosado por la policía, en una Viena fantasmagórica; mientras que aquí el protagonista no huye sino que transita de cuerpo en cuerpo como un ratón en un laberinto. En todo caso ambos protagonistas se sienten enjaulados y temen por su libertad.


El narrador de Nadie me mata despierta en una habitación para descubrir que tiene amnesia. No sabe quién es y deberá aprender de las circunstancias que lo rodean para determinar su identidad; pero el hecho es que cada vez que se queda dormido despertará en otro cuerpo, de nuevo sin memoria. Así visita los días de un perista tramposo, una actriz bellísima, un policía corrupto, una yonqui reenganchada o un psiquiatra sobrepasado. Todos ellos relacionados con el asesinato de su hermano gemelo del que ha sido testigo tras su primer despertar.

Al estar todos los personajes relacionados con el crimen, la mente en tránsito vivirá los mismos hechos desde la óptica particular de cada uno de ellos. A través de estas vivencias deberá reunir las pistas que le ayuden a evitar el fatal destino al que parece abocado; siendo así que conocerá al asesino y su promotor como el lugar, día y hora en que sucederá el asesinato. Si juega bien sus cartas hasta quizás pueda reescribir el pasado. Mientras tanto intentará no enamorarse de una mujer hacia la que le conducen todos los itinerarios... y también ver una enigmática película en la que se recrea y anticipa la misma trama y personajes de lo que está viviendo (¡!).

A pesar de contar con los elementos más clásicos de la novela negra un muerto, un policía corrupto con gabardina mugrienta, drogas, prostitución y un ambiente sórdido la novela te obliga a leerla con los ojos de la alucinación. A ello contribuye la constante transmigración de la mente y los saltos en el tiempo; porque según quien sea el cuerpo de turno, el protagonista se encontrará antes o después del crimen. Una cuestión que abunda en la paradoja del tiempo y el dilema del determinismo.



Este cariz alucinatorio es reforzado por el microuniverso hostil y extraño donde se desarrolla la acción: el barrio de La Latina de un Madrid actual pero a la vez "desplazado" a una dimensión distorsionada donde las calles aparecen reventadas por zanjas y la población es presa del pánico por constantes atentados terroristas y una pandemia de gripe aviar que obliga a llevar mascarilla (¡!). Por si la gripe le parece a alguien un recurso facilón, le recuerdo que la novela se publicó en 2007, mucho antes de que brotase nuestro ilustre coronavirus. De todos modos el escenario aparece neblinoso, dejando el foco a la tragedia que enreda a los personajes.

El autor apuesta fuerte en su juego con la transmigración, el tiempo y las difusas barreras entre realidad y ficción. Así se aprecia cuando el protagonista aterriza en una niña que está viendo la película que reproduce los mismos hechos que están viviendo. Me hizo acordarme de Alicia, pero en un país de las maravillas más oscuro y perturbador. Asimismo al encontrarse la niña ante Delfine, una especie de mujer/oráculo, expresa su deseo de vivir estáticamente, sin azar ni dolor: "-Deseo que se pare el tiempo. Deseo que mamá no muera. Deseo quedarme aquí y no salir a la noche otra vez". Pero se encuentra con que Delfine le responde como si fuera el gato de Cheshire, con una galerada de enigmas que culminan ¡en la casilla del laberinto!
"-¡Ah, querida amiguita! Puedes jugar a que cambias todo excepto lo que decidas que ya ha ocurrido. Es un juego muy divertido. Primero tienes que elegir qué cosas están en el pasado y qué cosas en el futuro, como si el tiempo no fuera un único fluido imparable. El tiempo eres tú, ¿lo entiendes? Claro que sí, ¡chica lista! O también puedes jugar a otro juego más común, igual de divertido: es como si todo hubiera sucedido ya, y tú te dedicas a buscar a los culpables, las causas incausadas. Como si unas cosas sucedieran porque otras han sucedido. Es el gran juego de la ética, geometría pura, y te otorga la libertad, la alucinación del libre albedrío, al precio de la estupidez, ¡ja!.
     Lanzó los dados sobre el tablero: salieron el 5 y el 4. Moví yo misma la única ficha que había. Estaba en la casilla 33, y después de contar la dejé en la 42. Había allí un laberinto, un camino que se bifurcaba aquí y allá y ascendía trabajosamente una colina"

El elemento fantástico articula la narración pero no es el objeto de la obra. Ésta habla de la construcción de la identidad; del viaje hacia el propio conocimiento pero a través del cuerpo y en un entorno azaroso que lo permea todo. Así comienza el libro:
"Por más que nos repugne, por más deforme que sea, por más que detestemos sus necesidades sucias y los vicios a los que acaba arrastrándonos, por más que lo adornemos o lo tatuemos o lo tapemos, o lo horademos o lo mutilemos o lo ahorquemos, por más que envidiemos o deseemos uno ajeno; el cuerpo, el propio cuerpo, es la clave de todas las cosas, el principio del mundo, lo único verdaderamente nuestro".
Azpeitia insiste en esta reflexión cuando en cada despertar sitúa a su protagonista sin recuerdos. A falta de ellos quien ejerce el Yo del sujeto es su cuerpo. En cada tránsito la mente y el cuerpo han de asimilarse. "Es como si fuera el cuerpo de otra: yo le pido que se esté quieto, pero él va a lo suyo", llegamos a leer. De ahí que aflore una especie de existencialismo paradójico que pone en cuestión tanto lo que somos como nuestro libre albedrío. 

De hecho algunos personajes se sienten como interpretando un papel en una simulación de la vida cuyo guion se va conformando en la interacción con el público. Así lo aprecia la mente en tránsito cuando está en el cuerpo de Mari Meruane y le asalta la sensación de estar "interpretando un papel en un ensayo general, un espectáculo cargado de emoción y belleza, más intenso que la vida y paralelo a ella". (pág. 90)



A pesar de este sesgo existencialista, o quizás por ello, es imposible no realzar los asombrosos engranajes fantásticos del relato. Lo resumiré en dos ideas: el Juego de la Oca y sus arcanos como sustrato del libro por un lado, y el personaje de Delfine Le Rumeur por otro; una especie de demiurgo que planea sobre la trama añadiendo unas cuantas capas de metaficción muy juguetonas.  

Delfine aparece en un momento de la obra en que la magia de la permuta entre cuerpos se está agotando y su sola aparición eleva la narración a otro nivel. La escena de su presentación es soberbia. Fran y el policía Belmonte acuden a ella mientras planean el asesinato. La casa está apuntalada y la escalera carcomida es "a tal punto empinada y oscura que en vez de subir parecía que bajara al mismísimo infierno". En su puerta hay una tosca placa que dice: "LO SABIO - NO ES SABIDURÍA". Delfine parece un personaje quimérico, está muy gorda y siempre permanece sentada en su butaca, en un piso atestado de libros. Cuando se sientan Fran y Belmonte, Delfine le suelta al policía, "así que tú eres ahora el que está en tránsito, ¿eh?".

Delfine ha dirigido una película titulada "Metempsicosis" cuyos personajes, escenas y diálogos reproducen punto por punto lo que está sucediendo. Los personajes -como ocurre en las pesadillas autoconscientes- pueden ver la película en los posters de publicidad, en el cine y en DVD... y su visión afecta a la trama. Todo ello no hace sino acrecentar una sensación de extrañamiento y desasosiego que profundiza en la idea de la vida como teatro.
"Tadorna la miró hundido en la desesperación. Entonces se llevó la mano al bolsillo trasero del pantalón con un último esfuerzo. Desdobló un cartel de la película, recortado del periódico.
-"Metempsicosis" -leyó-. "Dirigida por Delfine Le Rumeur". y luego estamos todos en el elenco, no sólo Angela o la Meruane. También Belmonte, Laura, yo mismo. Figuramos como actores, pero somos más que los actores, somos también los personajes. Entonces, ¿qué diablos debo entender que significa todo esto? ¿Está diciéndome que no somos más que un puñado de farsantes? Dígamelo claramente porque yo no lo entiendo. No me va a confundir con su retórica. Ya he visto esta escena, recuerdo hasta esta misma pregunta.
-Y dale.- A Delfine se le escapó un silbido desde los pulmones, se estaba enfureciendo-. ¡Siempre te acuerdas de la pregunta, pero nunca te acuerdas de la respuesta! ¿No ves que te estás enredando en los aledaños del laberinto, distrayéndote de lo que más te interesa? -Alzaba cada vez más la voz, parecía que fuera a arrojarse sobre el atónito psiquiatra-. Hay que buscar el centro, ¡el centro!" Pág. 206 
Grabado El Juego de La Oca - Patricia Rodriguez Muñoz

En cuanto al Juego de la Oca, puntúa cada aspecto de la novela. Justo en la cita anterior Delfine incita a uno a buscar el centro, como en el juego (y en la vida). No es casual que el libro se estructure sobre ocho capítulos que se titulan como ocho casillas del juego: "El Puente", "La Posada", "Los Dados", "El pozo", "El laberinto", "La cárcel", "La muerte". Tampoco que el protagonista sueñe con un jardín en cuyo centro hay un estanque con una fuente en la que flota una oca mientras en un rincón una mujer escribe frenéticamente en su ordenador, "una mujer a la que aún no puedo reconocer. Luego sabré que se llama Delfine Le Rumeur". 

Tampoco es casual que uno de los personajes experimente con ratones. O que el anillo que servirá de excusa para el crimen represente un Uróboros, "la serpiente que se fecunda a sí misma eyaculando en su propia boca". O que un enfermero le agarre del brazo a Mari cuando huye del hospital, para incitarle a donar sangre advirtiéndole que "cualquiera puede ser víctima. Dios juega a los dados". Y es que la novela está tirando todo el rato dos dados, el del azar y el del determinismo. De hecho las distintas encarnaciones están pautadas por El Juego de la Oca, un juego regido por el más absoluto azar.
"-¿Has jugado alguna vez al juego de la oca? Pues deberías hacerlo más a menudo. El azar, he ahí la respuesta. El Juego de la Oca representa la vida, pero no hay que interpretarlo, sino jugar. La vida hay que vivirla: ¡atrápala y no la sueltes! No importa lo que dure. ¿me entiendes de una vez? ¡Ja!". pag. 207

La obra ataca con brillantez muchos frentes. Juega con la arquitectura de la novela criminal para explorar la construcción de la identidad y también para indagar sobre los vericuetos del hecho narrativo. Es una novela tan quimérica como adictiva. A veces pienso que es el protagonista el que está construyendo un mundo a su medida. Este juego de apariencias entre realidad y ficción provoca multitud de situaciones desconcertantes, al estilo del gran Philip K. Dick.

Durante su lectura llegas a compartir la obsesión del protagonista por ir más allá, descubrir nuevos túneles y realidades...o espejos; porque en muchos momentos se me ocurre que esta novela es una pesadilla construida con espejos, como el protagonista y su gemelo. O la película y los hechos. O Delfine Le Rumeur escribiendo en el Jardín de las Ocas la misma novela que nosotros estamos leyendo. O lo capítulos del libro, que se inician con un sueño y que reflejan los itinerarios de El Juego de La Oca con sus dados, pozos, prisiones y laberintos.
Un itinerario "en el que hay que buscar el centro".








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Javier Azpeitia (Madrid, 1962) es un escritor, editor y filólogo español. Autor de las novelas Mesalina (1989), Quevedo (1990), Hipnos (1996; premio Hammett de Novela Negra y llevada al cine por el director David Carreras), Ariadna en Naxos (2002) y Nadie me mata (Tusquets Editores, 2007). Algunas de sus obras han sido traducidas al griego, francés y ruso. 
Como editor literario ha publicado, entre otras, las antologías Poesía barroca (1996), Libro de amor (2007) y Libro de libros (2008). Ha sido director literario de las  editoriales Lengua de Trapo y 451 Editores. También ha ejercido como profesor del máster en Escritura Creativa de Hotel Kafka y de los másteres en Edición de la Universidad Autónoma de Madrid y la Universidad de Salamanca. En 2015 fue comisario de la exposición 500 años sin Aldo Manuzio, realizada por la Biblioteca Nacional de España, y participó en la muestra La fortuna de los libros, del Museo Lázaro Galdiano, donde uno de los incunables de Manuzio tuvo gran protagonismo.
Como escritor pertenece a la misma generación que Rafael Reig y Antonio Orejudo, los cuales han llevado a cabo una actualización del panorama narrativo español basándose en la imaginación y el ingenio.